¡Podemos olvidarnos de Jesús en medio de un tráfago de cuestiones piadosas y religiosas!

El apóstol Pablo se gozaba en escribirle a su hijo espiritual, Timoteo (1 Tim. 1:2). Sentía gran aprecio por este joven (2 Tim. 1:2, 3) un tanto tímido (2 Tim. 1:7,8), pero con un corazón ferviente por el Señor (1 Tim. 6:12; 2 Tim. 1:4, 5), y con algunos dones marcados para la causa del evangelio (1 Tim. 1:18; 4:14; 2 Tim. 1:6).

En sus cartas a Timoteo, Pablo detalla instrucciones muy importantes para el ministerio que había sido encomendado en las manos del joven discípulo. La lista incluye advertencias acerca de los falsos maestros de la Ley (1 Tim. 1:3-11; 4:1-15), instrucciones sobre la adoración (1 Tim. 2:1-14), consejos para los obispos y los diáconos (1 Tim. 3:1-13), cómo tratar a las viudas, los ancianos y los esclavos (1 Tim. 5-6:2) y cómo tener cuidado de la sana doctrina (2 Tim. 1:9-14; 2:14-26). La lista podría extenderse, pero en medio de tantas valiosas instrucciones para el cuidado de la iglesia aparece una breve. Solo unas pocas palabras que el apóstol introduce de forma totalmente espontánea: “No dejes de recordar a Jesucristo, descendiente de David, levantado de entre los muertos” (2 Tim 2:8, NVI).

¿Por qué Pablo, en medio de tal lista de instrucciones, introduce repentinamente una declaración tan básica como: “No te olvides de Jesucristo”? ¿Por qué, en medio de directrices tan específicas para tratar algunos problemas complejos, aparece de pronto este punto obvio? ¿Será, quizá, que no es tan obvio? ¿Podría ser que atendiendo las responsabilidades eclesiásticas los siervos de Dios también pueden correr el riesgo de olvidarse de Jesucristo? ¿Estaría Pablo llamando la atención de Timoteo, y la nuestra también, acerca de no descuidar lo esencial?

A cierto pastor le gustaba repetir: “Obviar lo obvio puede ser peligroso”. Y seguro que lo es. Cuando algunas cosas fundamentales, vitales, son dadas por sentado, corremos el riesgo de perder de vista lo esencial. Cuando se pierde de vista que la vida es un milagro, que cada respiración es un don de Dios, todas las cosas que podamos lograr en nuestra vida no traerán verdadera satisfacción al corazón, verdadera felicidad. Cuando al trabajar para Dios, “cumpliendo” religiosamente nuestros deberes sagrados, nos concentramos tanto en las formas y los métodos, corremos el riesgo de olvidamos de la esencia. ¡Podemos olvidamos de Jesús en medio de un tráfago de cuestiones piadosas y religiosas! Como lo dice el conocido proverbio eclesiástico: podemos estar tan ocupados con la obra del Señor, que nos olvidamos del Señor de la obra. Estar involucrados en el trabajo para Dios no significa necesariamente que estemos en relación con Jesucristo, nuestro Señor. Y la salvación viene por esa relación, no por nuestra hiperactividad piadosa.

¿Sabía que los peces también pueden tener sed? Sucede que el mar contiene gran concentración de sales disueltas. Por otro lado, el cuerpo de los peces, así como el de la mayoría de los animales, está constituido en su mayor parte por agua, y el resto es un conjunto de sustancias orgánicas (proteínas, azúcares y grasas) y también sales. Estas sales se encuentran disueltas en los líquidos corporales del pez, pero en una concentración menor a la del mar. La ley de la osmosis explica que, si dos volúmenes de agua con distintas concentraciones salinas se ponen en contacto, solo separados por una membrana permeable, el agua del sector con menos sal comienza a fluir hacia donde se encuentra el agua con mayor concentración. De esta forma, como el agua del mar es considerablemente más salada que los líquidos del interior de los peces, estos pierden constantemente agua a través de sus branquias. Para evitar morir deshidratado, el pez necesita beber agua, eliminando luego el exceso de sal por su sistema excretor.

No es que por vivir en el agua estos peces no necesitan beber. Y los pastores, no por vivir en un ambiente de “actividades religiosas” dejamos de necesitar beber personalmente de la Fuente de la vida. “No dejes de recordar a Jesucristo, descendiente de David, levantado de entre los muertos”. Él es el sentido de todo este mar de actividades eclesiásticas que nos envuelve. Necesitamos, cada día, sentarnos a los pies del Maestro, para beber de su amor.

¿Hace cuánto que no calmas la sed de tu alma descansando en los brazos tiernos de tu Salvador?

Sobre el autor: Capellán de la Universidad Adventista del Plata, Rep. Argentina.