Pregunta 31 – Vuestra enseñanza acerca del servicio del santuario, ¿significa que la obra de Cristo en el Calvario no fue un sacrificio suficiente, completo, definitivo, un sacrificio que logró para nosotros la redención eterna? ¿O en lo futuro era necesario algo para hacer efectiva la obra expiatoria de Cristo para la salvación del hombre?

Nuestra respuesta a la primera parte de la pregunta es un inequívoco No. La muerte de Cristo en la cruz del Calvario proporciona el único sacrificio por el cual el hombre puede ser salvo. Creemos, sin embargo, que los servicios del santuario y del templo de antaño hacían resaltar ciertas verdades vitales en relación con la obra expiatoria de Jesús nuestro Señor.

En el ritual del santuario durante los días de las peregrinaciones de Israel en el desierto, y más tarde en tiempos del templo, se ofrecían muchos sacrificios. Pero sea cual fuere su número y variedad, todo sacrificio sin excepción señalaba hacia adelante al único gran sacrificio, la muerte de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador; él era la realidad que prefiguraban todas esas ofrendas de sacrificio.

Este “un solo sacrificio” (Heb. 10:12), o “una sola ofrenda” (vers. 14), de Cristo era “para siempre” (vers. 12), y obró “eterna redención” (Heb. 9:12) para el hombre. Este sacrificio fue enteramente eficaz. Proporcionó expiación completa por toda la humanidad, y nunca será repetido, porque fue suficiente en sí mismo y cubrió las necesidades de cada alma.

Estas ofrendas de sacrificios enseñan algunas importantes lecciones; constituyen una maravillosa revelación de la gracia redentora de Dios, recalcada una y otra vez al antiguo Israel. El libro de Hebreos menciona que los muchos sacrificios ofrecidos en los días de Israel se dividían en ofrendas de “cada día” o hechas “día tras día” (Heb. 7:27; 10:11) y sacrificios anuales (Heb. 9:7; 10:3). Los sacrificios se ofrecían cada día, y también en el día anual de expiación. Un análisis de estos sacrificios revelará el plan de salvación de Dios tal como era conocido por su pueblo de antaño.

Así como en el Nuevo Testamento se necesitó de cuatro escritores para describir la vida de Cristo en la tierra, así en el Antiguo Testamento había varios sacrificios, o fases de la obra expiatoria para representar la abarcante obra de Jesús como el gran sacrificio real para la redención de la raza perdida.

  1. Los sacrificios de mañana y tarde. Los sacrificios de mañana y tarde se ofrecían cada mañana y cada tarde, cada día del año, sin tener en cuenta el día —incluso en la fiesta de la Pascua, el Pentecostés, el día de expiación, y cualquier otra fecha especial. Por lo tanto se llamó a estas ofrendas el “holocausto continuo” (Exo. 29:38, 42) y prefiguraban en manera del todo especial el sacrificio de Cristo nuestro Señor por cuanto está siempre a disposición y es siempre eficaz (Heb. 7:3, 24; 10:12). Debe notarse en forma especial que esta ofrenda no era provista por particulares. Se ofrecía por el pueblo como conjunto. No era la ofrenda del pecador a Dios; por el contrario, era la ofrenda del Señor por su pueblo. Se la ofrecía sin tener en cuenta si el israelita como individuo sacaba provecho de ella o no.

En cuanto a la gran importancia de los sacrificios de mañana y tarde, observemos los comentarios de tres autores, uno judío y dos cristianos.

“La ofrenda diaria continua (heb. tamid) fue llamada en tiempos posteriores ‘el tamid’. Ofrecida a través de todo el año, era ‘el centro y el corazón del culto público del judaismo’ (Kennedy)” (J. H. Hertz, The Pentateuch and Haftorahs, sobre Núm. 28:2-8, pág. 694).

“La ofrenda diaria prescripta en Éxodo 29:38-42, y que presumiblemente nunca ha sido interrumpida desde entonces, está especificada nuevamente aquí porque constituye el fundamento de todo el sistema de sacrificios. Cualquier otra cosa ofrecida, lo era en adición a ella, no en su lugar” (R. Winterbottom, en The Pulpit Commentary, tomo 5, pág. 380).

“El sistema entero descansaba sobre el sacrificio diario, que nunca se omitía, al cual todos los otros sacrificios se sobreañadían. Ni siquiera el triunfo de la pascua o la aflicción del día de la expiación afectaban el sacrificio diario” (Id., pág- 383).

“La institución [del sacrificio de mañana y tarde] era tan imperativa que en ninguna circunstancia había de prescindirse de esta oblación diaria; y su debida observancia aseguraría la tan a menudo prometida gracia y la bendición de su Padre celestial” (Jamieson, Fausset y Brown, Commentar y, Critical and Expository, sobre Exo. 29:38).

Esto enseñó a Israel importantes lecciones de verdad: acerca de “su constante dependencia de la sangre expiatoria de Cristo”, de que “la fe aceptaba los méritos del Salvador prometido al que simbolizaba el sacrificio expiatorio” (Patriarcas y Probetas, págs. 365-367).

En un sentido especial, los sacrificios de mañana y tarde prefiguraban el sacrificio de Cristo por todos los hombres. Proporcionaban simbólicamente para el Israel de antaño, precisamente lo que el sacrificio real de Cristo proporcionó más tarde para el verdadero perdón del pecado y la salvación de todos los que se rindiesen a Dios. Representaban el sacrificio de Jesucristo, cuando gustó la muerte “por todos” (Heb. 2:9) y se convirtió en la “propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 2:2). Las ofrendas de mañana y tarde rememoraban ante los corazones y las mentes del pueblo la provisión de Dios para su salvación —la forma de liberación del pecado. Revelaban el camino hacia la libertad de la servidumbre de la iniquidad. Dondequiera viviesen los israelitas, podían volverse hacia Jerusalén a la hora de los sacrificios de mañana y tarde, confesar sus pecados y saber que su Dios los perdonaría misericordiosamente (1 Rey. 8:29, 30, 46-50).

2.     Los sacrificios diarios por el pecado. Había ciertas ofrendas que los pecadores en forma individual y la congregación traían según instrucciones divinas —ofrendas encendidas, ofrendas de paz, ofrendas vegetales, ofrendas por el pecado y ofrendas por la culpa. Podría llamárselas las ofrendas de respuesta del pecador. Esto no significaba, por supuesto, que cada individuo en Israel traía su ofrenda cada día al santuario. En tiempos del templo, estas ofrendas podían ofrecerse sólo en Jerusalén (Deut. 12:5, 6, 13, 14, 26). Como la mayoría del pueblo vivía lejos, era imposible que hiciesen ofrendas en Jerusalén cada día. Podían, sin embargo, cumplir con las indicaciones del Señor cuando iban a la santa ciudad tres veces al año. Pero mediante los sacrificios diarios de mañana y de tarde podían saber que sus pecados eran perdonados cada día. De esta forma podían valerse de la misericordiosa provisión de Dios, aunque viviesen en las fronteras de la tierra santa o aun en el extranjero.

Estos sacrificios personales son traídos a colación en los primeros capítulos del Levítico. Algunos debían ser ofrecidos para toda la congregación, otros para los sacerdotes y dirigentes del pueblo, otros para el individuo común del pueblo (Lev. 4:27).

Debemos recordar que estas ofrendas provistas por los individuos y la congregación, diferían grandemente de los sacrificios de la mañana y la tarde. El pecador individual no tenía absolutamente nada que ver con la provisión de los sacrificios de la mañana y de la tarde. Eran ofrecidos en su favor, ya sea que él buscase sus beneficios o no. Pero los sacrificios ofrecidos individualmente eran diferentes. El pecador mismo los proveía; traía su propia ofrenda al tabernáculo. Reconociéndola como su sustituto, ponía sus manos sobre su cabeza y confesaba sus pecados sobre ella. Entonces se daba muerte a la víctima.

Para nosotros hoy este procedimiento puede tener la apariencia de obras humanas, porque cada acto mencionado hasta aquí era realizado por la persona que presentaba el sacrificio. Pero esta provisión también estaba en el plan de Dios. Estas obras de parte del que ofrecía no eran un medio de salvación, sino la evidencia de la fe. Estas ofrendas individuales, por lo tanto, no eran primarias; eran secundarias. En otras palabras, el sacrificio de mañana y de tarde era fundamental; era lo primero y lo más importante. En un sentido especial, era el símbolo de lo que se realizaría en la cruz del Calvario para toda la humanidad.

El individuo que aceptara los beneficios provistos por el sacrificio de la mañana y la tarde tenía la oportunidad de expresar su fe y de revelar su aceptación de la provisión divina por su salvación. Eso lo hacía por orden de Dios. Cuando visitaba Jerusalén, traía su propia ofrenda para sí mismo y para su familia. En el sacrificio de mañana y de tarde vemos la expiación provista; en el sacrificio individual vemos la apropiación de la expiación por parte de la persona.

Estos dos grupos de ofrendas —una que representa la provisión de Dios por el hombre, la otra que representa la aceptación de parte del hombre de esa provisión— se ofrecían cada día del año. Estas, de manera específica, eran las ofrendas por el pecado. Eran los sacrificios vitales que significaban liberación para el alma anhelante. Eran la provisión de Dios para el que buscara perdón, victoria paz con Dios.

Esta experiencia de parte del individuo es lo que comúnmente llamamos conversión, ó en el lenguaje del Nuevo Testamento, el “nuevo nacimiento”, el pasar de muerte a vida. En esta entrega del corazón y la vida, el individuo no sólo obtiene el perdón del pecado, sino que tiene paz para con Dios y experimenta el gozo del Señor en su alma.

3.    El día del ritual de la expiación. El día de la expiación se ofrecían varios sacrificios. Este era el día culminante del año ceremonial, que llevaba a la consumación de todos los sacrificios que habían sido ofrecidos diariamente durante el año. En ese día había sacrificios que el sumo sacerdote terrenal ofrecía por sí mismo y su familia (Lev. 16:3, 6, etc.). El mismo debía ser purificado, santificado para ese oficio y esa tarea.

Otra parte del servicio era la presentación de dos machos cabríos, acerca de los cuales leemos: “Después [el sumo sacerdote] tomará los dos machos cabríos y los presentará delante de Jehová, a la puerta del tabernáculo de reunión. Y echará suertes Aarón sobre los dos machos cabríos; una suerte por Jehová, y otra suerte por Azazel” (Lev. 16:7, 8).

Veamos ahora el ciclo completo del ritual del sacrificio de ese gran día:

a. El sacrificio regular de la mañana (Exo. 29:38, 39; Núm. 28:4).

b. Los sacrificios especiales por el sumo sacerdote y su casa —un becerro para expiación y un carnero para holocausto (Lev. 16:3, 6).

c. El macho cabrío por el pueblo (vers. 15).

d. El sacrificio regular de la tarde (Exo. 29:38, 39; Núm. 28:4).

4.    El último acto en la gran obra de Dios por el hombre. La obra de este día especial era un símbolo o ilustración del último aspecto de la gran obra de Dios por el hombre. En el antiguo Israel, era un día de juicio. Esto se ve por las instrucciones dadas: “Porque toda persona que no se afligiere en este mismo día, será cortada de su pueblo” (Lev. 23:29).

Más aún, a través de los siglos el pueblo judío ha considerado así al día de la expiación. Notemos lo siguiente:

“Aun los ángeles, se nos dice en el ritual, son presa de temor y temblor; corren apurados de un lado al otro y dicen: ‘Mirad que ha venido el día del juicio’. El día de la expiación es el día del juicio” (Paul Isaac Hershon, Treasures of the Talmud, 1882, pág. 97).

“Dios, sentado en su trono para juzgar al mundo, al mismo tiempo Juez, Abogado, Experto y Testigo, abre el Libro de los Registros… Suena la gran trompeta; se oye una voz pequeña y queda… que dice: Este es el día del juicio… El día de año nuevo se escribe el decreto; el día de la expiación se sella quiénes vivirán y quiénes morirán” (The Jewish Encyclopedia, tomo 2, pág. 286).

5.     El macho cabrío de la ofrenda por el pecado. El macho cabrío de la ofrenda por el pecado en el día de la expiación era una ofrenda especial. No había nada parecido a ella en todo el ciclo de sacrificios. Se diferenciaba por tener una doble significación. En primer lugar, proporcionaba expiación para el pueblo —”para hacer expiación una vez al año por todos los pecados de Israel” (Lev. 16:34). En segundo lugar, era usada por el Señor en la limpieza del santuario mismo que era el centro de su adoración a lo largo del año (vers. 16, 20).

Notemos cuán completa era la obra purificadera de la sangre expiatoria. Purificaba —(a) al sumo sacerdote y su casa; (b) a todo el pueblo; (c) el santuario, su altar, etc.

6.     El gran clímax. Ahora llega el acto culminante de este gran día. Después que se ha dado plena y completa expiación[1] por el pueblo, y que sus miembros están a salvo y seguros de los engaños del gran seductor, Dios anticipa la forma en que va a eliminar la iniquidad del universo. Aquí, en símbolo, el autor del pecado es llevado y juzgado. El que introdujo la iniquidad recibe su castigo. La responsabilidad de concebir, introducir e inducir a los hombres y mujeres a la rebelión contra Dios es cargada sobre su cabeza. Así como el macho cabrío es abandonado en el desierto a la muerte, cerca del fin de todo Dios pondrá a Satanás en el “abismo” (Apoc. 20:1), y más tarde en el lago de fuego.

Estas son, creemos, algunas de las lecciones del gran día de la expiación de antaño.


Diversas autoridades reconocen que antes que Azazel entre en escena en el día de la expiación, se ha hecho plena y completa expiación por el pueblo. Citamos tan sólo dos escritores, uno cristiano, el otro judío:

“El macho cabrío degollado había simbolizado y ceremonialmente realizado completa expiación o cubrimiento de los pecados” (Pulpit Commentary, sobre Levítico, pág. 242). “Uno [el macho cabrío de Jehová] era una víctima designada para expiar por los pecados” (M. M. Kalisch, The Old Testament, Leviticus, tomo 2, pág. 327).

“La expiación del pueblo… era efectuada sólo por la sangre del… macho cabrío muerto como ofrenda por el pecado” (Id., págs. 293, 294).