“La salud y la prosperidad espiritual de la iglesia dependen en extenso grado de su dadivosidad sistemática. Es como la corriente sanguínea que debe fluir por todo el ser, vivificando todo miembro del cuerpo” (Joyas de los Testimonios, t. 1, pág. 386, trad. rev.).
Al leer esta declaración del espíritu de profecía, podríamos decir con toda certeza que es casi imposible concebir una iglesia con un alto nivel espiritual y un pobre programa financiero. Es difícil que una iglesia se destaque en la ganancia de almas con poca dadivosidad. Diríamos con franqueza que una congregación que no es fiel en devolverle al Señor lo que le corresponde, no puede sentir verdadero amor por las almas y por el trabajo misionero.
Apreciado ministro que está leyendo estas líneas, me siento impulsado a hacer con usted las siguientes reflexiones: ¿Cómo está su iglesia? ¿Está rebosando de salud? Y en cuanto a usted, que forma parte de esa iglesia, ¿cómo marcha su vida espiritual y su relación con la congregación?
El organismo de una persona que no sigue las instrucciones de Dios referentes a una vida saludable, es más débil que el de aquel que las obedece. Una iglesia que da el máximo de lo que posee, también recibe el máximo de parte de Dios. “Aquellas iglesias que son más sistemáticas y generosas en sostener la causa de Dios, son las más prósperas espiritualmente. La verdadera generosidad del que sigue a Cristo identifica su interés con el Maestro” (loc. cit.).
Hay un asunto importante que deseo mencionar y que tiene una íntima relación con la prosperidad espiritual y material del individuo y de la iglesia. Me refiero a la dadivosidad sistemática. “Dios está conduciendo a sus hijos en el plan de dadivosidad sistemática, y éste es precisamente uno de los puntos en los cuales Dios quiere perfeccionarlos y que afectará más de cerca a algunos” (Testimonies, t. 1, pág. 191).
A continuación quiero enunciar y comentar suscintamente algunos pasos importantes para la buena marcha administrativa de la iglesia y para que el logro de una plena dadivosidad sistemática por parte de la hermandad llegue a ser una realidad.
I. Lista de miembros
Es imposible que se pueda avanzar con un programa financiero estable en la iglesia sin antes haber tomado el tiempo suficiente para realizar un correcto análisis de la feligresía. ¿Cuánto tiempo debiera llevar este análisis? Tanto como sea necesario. Para ello el pastor tiene a su disposición: la junta de la iglesia, el cuerpo de ancianos, los diáconos y las diaconisas. Puede utilizar también con incalculable provecho las clases de escuela sabática. Se espera que luego de una tarea concienzuda se logre una lista actualizada y real.
II. Programa
Es muy conveniente que la iglesia prepare un programa sugerente en lo que respecta a planes y blancos misioneros. Estos planes, que se originan en los departamentos, deben ser aprobados por la junta de la iglesia y en última instancia por la congregación reunida en asamblea administrativa.
El conocimiento de los planes a seguir mueve a la hermandad a apoyarlos. El apoyo no será solamente moral, sino también material. Junto con este programa de acción, es muy conveniente presentar a la asamblea un plan financiero o presupuesto.
III. Presupuesto
La iglesia debe preparar un presupuesto sencillo para todo el año y actualizarlo trimestralmente, en especial en los países con un alto índice de inflación. Ese presupuesto debe ser presentado para su aprobación a la congregación reunida en asamblea administrativa. Una vez que haya sido aprobado por toda la iglesia, es conveniente mostrar cómo se espera obtener los fondos para el mismo. Aquí se presenta una hermosa oportunidad para animar a nuestros hermanos a fortalecer la dadivosidad sistemática en su relación personal e íntima con el Señor.
IV. Dadivosidad sistemática
El cuidado y la protección del Señor por sus hijos responden a un plan sistemático y diario. “Nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana” (Lam. 3:22, 23).
El plan de la dadivosidad sistemática “está dispuesto de tal forma que los hombres pueden dar algo de sus entradas cada día y apartar para su Señor una porción de las ganancias de cada inversión. La práctica constante del plan divino de la dadivosidad sistemática debilita la avaricia y fortalece la generosidad” (Testimonies, t. 3, pág. 548).
“El asunto de la dadivosidad no ha sido librado al impulso. Dios nos ha dado instrucciones definidas concernientes a él. Ha especificado que los diezmos y las ofrendas constituyen nuestra obligación, y desea que demos en forma regular y sistemática” (Consejos sobre Mayordomía Cristiana, pág. 86).
Algunos esperan para dar hasta que se hace un llamado pidiendo dinero para algún proyecto especial. Esta práctica de dar sólo en respuesta a un llamado, en la mayor parte de los casos lleva como resultado a la pobreza de la iglesia. Una iglesia tal no puede realizar un programa eficiente, porque no se sabe de cuántos medios podrá disponer. Esta actitud conduce a la iglesia a actuar sólo en respuesta
a ciertas situaciones, en lugar de hacerlo en forma planificada, progresiva y eficaz. “Dar o trabajar cuando alguien conmueve nuestra simpatía, y retener nuestro trabajo o servicio cuando las emociones no son estimuladas, constituye una conducta imprudente y peligrosa” (ibíd., pág. 28).
Por nuestro amor, otros aprenden a amar a Dios.
Por nuestra generosidad y dadivosidad, otros aprenden a dar.
Por lo que hacemos con nuestra vida, otros aprenden a vivir.
Si queremos que nuestra iglesia goce de buena salud y de prosperidad material, identifiquémonos con el Señor y con la tarea que nos ha encomendado en esta tierra.
“Dios pide que su pueblo despierte a sus responsabilidades. De su palabra fluye abundancia de luz, y debe producirse un cumplimiento de las obligaciones descuidadas. Cuando se lleva a cabo esto dando al Señor lo que le pertenece en diezmos y ofrendas, se abrirá el camino para que el mundo escuche el mensaje que el Señor se propone que éste oiga. Si nuestro pueblo poseyera el amor de Dios en el corazón, si cada miembro de iglesia estuviera imbuido por el espíritu de abnegación, no habría falta de fondos. .. Nuestros recursos se multiplicarían; se abrirían mil puertas de utilidad, y se nos invitaría a entrar por ellas. Si se hubiera cumplido el propósito de Dios de presentar el mensaje de misericordia al mundo, Cristo habría venido y los santos habrían recibido la bienvenida a la ciudad de Dios” (ibíd., págs. 40, 41).
Sobre el autor: Carlos Marsollier es director del Departamento de Mayordomía, Promoción y Desarrollo de la Unión Austral.