Muy íntima es la relación que existe entre la mente y el cuerpo. Todo lo que afecta a uno incide sobre el otro. La ciencia médica nos explica que los temores, las ansiedades y los resentimientos reducen la vitalidad y abren la puerta a la enfermedad y a la muerte. Por otra parte, la higiene mental, la felicidad, la bondad y la cortesía promueven la salud y fomentan una vida plena.
En el presente artículo procuraremos dar realce a la importante relación que existe entre los factores físico, mental y espiritual. Sólo al comprender esta relación podemos esperar descubrir el verdadero camino de la felicidad.
Ahora bien, todo camino se construye a fin de que sirva para viajar y transportar objetos. Primeramente se prepara un sólido fundamento de material resistente. Luego se le pone otra capa de materiales más finos para darle una contextura suave y por último se lo termina con una capa más fina aún que generalmente se hace con cemento armado. Este material se trabaja mientras está todavía fresco, hasta que constituye una superficie extraordinariamente lisa y firme. Tal camino puede soportar grandes pesos por largos períodos, con seguridad y para el placer de los conductores de los vehículos. Pero si no se hace bien cualquiera de los factores que entran en la construcción de un camino, éste pronto se rompe debido al uso y los cambios climatéricos.
Lo mismo pasa con el cuerpo humano. Con respecto al fundamento, el cristiano reconocerá inmediatamente que “nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo.” Para proseguir con la comparación de la construcción de un camino, podríamos decir que la naturaleza física del hombre puede asemejarse al material tosco que se emplea como relleno. El material mediano podría compararse con las realizaciones más complicadas y admirables del Espíritu: esperanza, fe. valor y amor, que en verdad facilitan el camino de la vida y permiten que pueda avanzar con seguridad y placer rumbo a su destino. A fin de viajar sanos y salvos por el camino de la vida, necesitamos comprender la interdependencia que existe entre el cuerpo, la mente y el espíritu.
La íntima relación que existe entre lo que pensamos y la manera en que trabaja el estómago, en caso de que lo haga eficazmente, nos ilustra cuánto tienen que ver nuestros pensamientos con nuestra salud. La siguiente historia nos revela la relación que existe entre el cuerpo, la mente y el espíritu:
Hace algunos años un niño ingirió cierto alimento tan caliente que le quemó el esófago y se lo obstruyó. Los médicos le hicieron una nueva abertura y el niño continuó viviendo a pesar del inconveniente de tener que ser alimentado, no por su boca, sino por medio de la abertura que le practicaron en el abdomen.
Los médicos aprovecharon la oportunidad para estudiar las funciones del estómago a través de esta abertura artificial. Y el niño, ahora ya hombre, trabaja en un laboratorio y ha sido objeto de muchos experimentos muy interesantes.
Cierto día nuestro hombre se irritó por algo durante un experimento e inmediatamente los médicos observaron que el estómago se activaba mucho y vertía grandes cantidades de jugo gástrico y que su color se tornaba rojo obscuro, en consonancia con el rostro enrojecido del paciente. En efecto, tanto se congestionaron los vasos sanguíneos del estómago que algunos reventaron, y luego aparecieron puntitos rojos reveladores de las hemorragias que se habían producido.
Pero éste no fue el único efecto interesante de las emociones sobre la digestión. Pudo advertirse también que cuando el hombre se sentía deprimido, triste o temeroso, su estado mental se reflejaba directamente sobre su estómago. Disminuía el caudal de su sangre, había menos jugo gástrico y eran más lentos los movimientos estomacales.
Este es ciertamente un experimento notable, y una conclusión científica de que el estómago está íntimamente relacionado con la mente y las emociones.
Además, permítasenos señalar que la secuencia de circunstancias tales como el aumento de la acidez estomacal, las pequeñas hemorragias producidas en las paredes de dicha víscera y su actividad anormal, constituyen el grupo de sucesos que pueden lograr que las pequeñas hemorragias se conviertan en heridas permanentes y el alto índice de acidez puede contribuir a formar un pequeño cráter: en esta forma se producen las úlceras en el estómago.
Otro caso puede ayudarnos a comprender cómo pueden enfermarnos las emociones. Un notable médico contó cierta vez que una señora vino al hospital para hacerse tratar por una enfermedad muy grave. No se había criado en un hogar donde se manifestará el amor y la bondad. Como resultado de ello, descubrió, una vez establecido su propio hogar, que le faltaba algo en la vida. No se hacía de amigas fácilmente y se sintió postergada y muy solitaria. Cuando se internó, se la ubicó en una sala con varias otras señoras enfermas. No mucho después esta señora tuvo accesos de llanto y vómitos. En vez de mejorar, se agravaba de día en día. El médico que la atendía se percató que su mal, más que físico, tenía otro origen. Algo había trastornado su manera de pensar y no podría mejorar mientras albergara pensamientos negativos. Al interrogar a las otras pacientes, el médico descubrió que ella no simpatizaba con su vecina. La causa era insignificante, pero estaba profundamente arraigada en ella. Estaba resentida por el hecho de que todas parecían tener muchas amigas que venían a verlas, y ella no las tenía. Comenzó, pues, a albergar odio y éste le produjo náuseas y vómitos que la enfermaban más. Todo esto ocurrió en el transcurso de apenas unas semanas. El médico, que creía en la divina Providencia, le habló largamente. Le dijo con franqueza que nunca mejoraría a menos que desarraigara completamente ese odio de su corazón y comenzara a crecer emocionalmente. Debía formular pensamientos maduros. Le sugirió que la lectura del Libro de los libros, la Biblia, podía ayudarle a ampliar el horizonte de su vida y a convertirse en una persona que brindara felicidad en lugar de tratar de obtenerla de los demás. Decidió probar la receta. Mejoró lo suficiente como para volver a casa. Si bien no se restableció totalmente, se convirtió en una persona feliz y bien preparada para afrontar la vida.
La necesidad de la salud espiritual
Algunos pueden pensar que es posible tener un cuerpo y una mente que funcionen perfectamente sin gozar de salud espiritual, pero no es así. Estos tres elementos se integran íntimamente y no se los puede separar. Lo más importante de esta triple organización constituida por lo físico, lo mental y lo espiritual es, por supuesto, el factor espiritual. A través de los años hemos visto una cantidad de pacientes que han vencido dificultades de orden físico y mental. Han logrado superar las desventajas que les impedían alcanzar la felicidad. Sólo si buscamos “primeramente el reino de Dios,” sólo si comprendemos que el Señor nos ama y anhela nuestra felicidad, alcanzaremos realmente las más altas realizaciones en lo que a salud física y mental se refiere.
Las facultades de la mente nos ayudan a pensar, juzgar, razonar y organizar nuestros planes pero las facultades aún más elevadas del corazón humano revelan si hemos sido creados a imagen de Dios o no. Estas facultades son las que encontramos en la fe, la esperanza y el amor. La misma técnica que usamos para lograr la salud física puede aplicarse directamente para la obtención de la salud mental y espiritual. Así como el cuerpo necesita ejercicio físico para su desarrollo, la mente necesita estudio y dedicación para crecer. Asimismo nuestra naturaleza espiritual necesita estudiar la Palabra de Dios, orar y ejercitarse en el servicio en favor de los demás para crecer. La oración, por ejemplo, ha sido llamada el aliento del alma. Consideremos un momento lo que el Dr. Hyslop dice acerca del valor de la oración:
“La mejor medicina que he descubierto durante mi actuación profesional es la oración. La práctica de la oración en aquellos que acostumbran a orar, debe considerarse como el más adecuado y normal pacificador de la mente y calmante de los nervios: Como quien se ha vinculado durante su vida con el sufrimiento mental, daría sin titubeo alguno el primer lugar a la sencilla práctica de la oración. Aunque no fuera sino por la salud física de los niños, es de la mayor importancia que se les enseñe a tener diaria comunión con Dios. Tal hábito hace más para aquietar el espíritu y fortificar el alma y para vencer las perturbaciones emocionales que cualquier otro factor terapéutico que conozca.”
De estas ilustraciones se desprende claramente que no podemos separar la salud física de la mental y la espiritual, y que la salud perfecta se logra únicamente si la mente y el cuerpo se hallan bajo la dirección estabilizadora del espíritu. Conviene, entonces, que consideremos algunos de los siguientes principios fundamentales de la salud espiritual:
1. Una conciencia tranquila. Este es el primer principio que mencionaremos. Sepamos ante todo lo que es correcto y luego hagámoslo sin titubear. Vivir una vida incorrecta, llena la mente de sentimientos de culpabilidad, temor, ansiedad y pesadumbre. Nada abatirá tanto las fuerzas vitales como el remordimiento y la aflicción. Se originan en la mente, pero sus consecuencias se reflejarán en el cuerpo. La Biblia es la única guía perfecta para aprender lo que es la verdad. Cristo dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida.” Con este pensamiento llegamos al segundo principio fundamental.
2. Confiemos en el poder divino. El temor y la ira destruyen por igual la salud. El temor por lo general proviene de los sentimientos de culpabilidad, desconfianza e incertidumbre. La ira revela falta de dominio propio. Ambos son emociones anormales y destruyen el equilibrio mental. El único remedio conocido para estas enfermedades es la confianza en el poder divino. Hay poder vivificador en el estudio de la Palabra de Dios. Como médico, sé que esto es verdad. Más de un paciente ha vivido porque confió con toda calma en el Gran Médico. Creyó en la promesa que dice: “Venid a mí. todos los que estáis cansados y cargados, que yo os haré descansar.” (Mat. 11:28.) Por experiencia propia supieron lo que era confiar en Dios. Aprendieron a hablar con él también. A todos nos haría bien aprender el siguiente lema: “Oremos y confiemos en Dios.”
Una vez que hayamos logrado esta paz interior, estaremos listos para el siguiente paso de perfeccionamiento, que es:
3. Hacer bien a los demás. Toda buena acción que hagamos a los demás redundará en bien para nosotros mismos. Esto es un axioma. Todo servicio de amor que hagamos a los demás, redundará en salud abundante para nosotros mismos, como lo declarará Isaías en el capítulo 58 de su libro, versículos 6 al 8. El que vive para sí mismo y sólo piensa en sí mismo, pronto muere espiritualmente. Se asemeja al Mar Muerto, que siempre recibe y nunca da. ¿Qué sucede con el que sólo recibe? Pronto se sume en la miseria, la melancolía, el temor, la desconfianza; se convierte en un inadaptado social. Es un enfermo. Consideramos que la salud duradera y la felicidad son el resultado de nuestra obediencia a las leyes de la naturaleza y nuestro sometimiento a las leyes de Dios. Creemos que no hay otra manera de cumplir el propósito de la vida y disfrutar de la mejor salud y felicidad.
Ante el odio, el temor y la aflicción, nadir pueden hacer ni la medicina ni la cirugía. Hay casos para los cuales no se encuentra remedio en la farmacia. No existe ni medicina mágica ni inyección que pueda neutralizar el egoísmo, la mezquindad y el mal humor. Los médicos no disponen de ningún antibiótico para combatir esos elementos destructores de la paz mental que son el temor, la incertidumbre y el odio. Pero si se les permite proseguir su obra, pueden producir enfermedades graves.
Ud. también, querido lector, debe mirar más allá de sí mismo en busca de algo superior que nos ayude a arrostrar las perplejidades y problemas de esta vida. Se necesita algo más que vigor físico o medicinas para hacer frente al egoísmo, el temor, la tensión y aflicción. No titubeamos en recomendar el estudio diario de los grandes principios que presenta la Biblia. Se descubrirá que constituyen el método más seguro y práctico de lograr la paz mental. Esta es la única receta que nunca ha fallado. Todos necesitamos asirnos de algo superior a nosotros. En lo más profundo del corazón humano siempre existe el anhelo de una relación satisfactoria con el Dios del cielo.
Confiamos en que hemos logrado despertar el deseo del lector de gozar de una vida sana, hasta el punto de inscribirse en el curso avanzado de salud, felicidad y seguridad, cuyo texto es el Libro de los libros, la Biblia, la medicina de Dios para un mundo tenso y enfermo del alma.
Sobre el autor: Director adjunto de educación sanitaria de la Asociación General.