El hombre es un ser inclinado por naturaleza a la adoración. Esto se debe en parte a que sus inseguridades básicas lo inducen a buscar un poder externo que lo ayude a preservar su estructura inestable. El cristiano encuentra su apoyo en el Señor, Creador y Sustentador del universo. Esta apreciación de la Realidad invisible hacia la que se vuelve tan naturalmente para vivir en comunión con ella, despierta en él un deseo de erigir alguna clase de construcción en honor de su divino Ayudador, algún monumento donde pueda sentir más fácilmente la presencia de Dios.
Cuando el ser humano experimenta el sentimiento de la presencia divina en el santo templo, se empequeñece y se “pierde en admiración, amor y adoración.” Esta experiencia es la base de todo culto genuino. Cada rasgo del culto verdadero ayuda a obtener una exaltada visión del Ser Infinito, y a tributarle una adoración más perfecta.
Es de lamentar que a menudo exista una tendencia creciente dentro de las iglesias adventistas a perder este sentido de la presencia de un Dios Santo, que es tan esencial para el culto verdadero. La pérdida de la concepción de la realidad del culto ha conducido al uso de expresiones que sustituyen la de culto divino, tales como “el sermón,” y “el servicio de predicación.” Estos términos revelan claramente los conceptos equivocados que muchos de nuestros miembros tienen respecto del servicio de culto del sábado. Para muchos no pasa de ser una reunión religiosa más. La falta de respeto que resulta por la casa de Dios y la creciente irreverencia que se manifiesta durante el servicio del culto, constituyen una lamentable tendencia que no siempre hemos reconocido como debiéramos. Se acepta que esta debilidad no puede cambiarse ni extirparse de la iglesia de la noche a la mañana. Pero a menudo nos sentimos avergonzados, especialmente cuando comparamos esta irreverencia con el respeto hacia el santuario de Dios manifestado por muchas otras denominaciones cristianas. Este problema exige nuestra seria atención y preocupación para darle una solución adecuada.
¿Dónde debemos buscar la raíz de esta dificultad? Posiblemente la historia de nuestro movimiento considerada a la luz de nuestra filosofía doctrinal nos proporciona la clave. Cuando se busca corregir un mal, existe el peligro de caer en extremismos. Es posible que al querer escapar de las fases fríamente legalistas del culto formal, hayamos desarrollado un servicio público que con demasiada frecuencia se parece más a una conferencia pública que a una congregación de adoradores. La irrespetuosa informalidad es tan mala como el frío formalismo. Aunque la digna formalidad no constituye el verdadero fin del culto público, proporciona un ambiente adecuado para la formación de una atmósfera de genuina adoración. Así como las obras son el fruto de la fe verdadera, nuestra adoración constituye un sacrilegio si la ofrecemos sin ningún sentido de la reverencia.
Los grupos sociales están fuera de lugar en el Santuario
Después de predicar en cierta iglesia salí a la puerta para saludar a los asistentes. Pero la congregación no salía. Deseoso de averiguar lo que sucedía, volví a entrar. Me sorprendió ver a los hermanos reunidos en grupos o paseando por los pasillos en animada conversación, conduciéndose en el santuario de Dios como si estuvieran en un salón de reuniones sociales.
Cuando en los servicios del sábado de mañana no predomina una atmósfera de adoración, no puede esperarse que los feligreses salgan llenos de pensamientos que los eleven hacia Dios y les revelen el verdadero sentido de la vida. El no poseer una viva conciencia de la presencia de Dios, inhabilita al alma para comprender debidamente al Señor. Esta incapacidad hace que el hombre observe una relación impersonal y descuidada con su Hacedor en sus actividades diarias.
¿Dónde debe empezarse la reforma ciertamente debe empezársela con un programa organizado de educación respecto de lo que constituye el culto genuino y aceptable.
Muchos que asisten a la iglesia pareciera que nunca han adorado realmente. Su comportamiento durante las horas de culto constituye una revelación del camino seguido naturalmente en su relación con Dios. Muchos no conocen una forma más aceptable de rendir culto. Tal vez nunca pensaron en que sus cuchicheos y su actitud irreverente, que no estarían fuera de lugar en otro sitio, son enteramente inapropiados dentro de la iglesia, y constituyen una ofensa para la sagrada presencia de su Creador. Es evidente que cuando se incorporaron a la familia de Dios, sus instructores no les dieron un ejemplo adecuado del verdadero espíritu de adoración. Las actitudes asumidas durante la hora de culto reflejan el ejemplo irreverente que se les ofreció en la primera etapa de su conversión.
Por dónde debe empezar la reforma
Esta obra de reforma debe empezar con el que oficia en el servicio de culto. Las ovejas siguen el camino que les indica su pastor. Como dirigentes debemos hacer sentir a los feligreses la necesidad de un cambio y ejemplificarlo con nuestra propia conducta durante las horas sagradas. El que oficia en el culto debe conducir a la congregación desde los insignificantes senderos de la tierra hasta las alturas celestiales.
No existen normas dogmáticas acerca del procedimiento y el contenido del servicio de culto. La organización provee una norma general para estos servicios, pero no proporciona la atmósfera apropiada que debe reinar. No hay reglas fijas para el culto, pero hay principios establecidos que guían al dirigente en la selección y disposición de las características que resultarán en un servicio aceptable. El culto divino se distingue porque su propósito fundamental consiste en conducir al ser humano a la presencia de Dios. Cualquier actividad que contribuya al acercamiento hacia Dios constituye un rasgo aceptable del servicio de culto. Pero cualquier parte del servicio que dirija el pensamiento hacia el hombre o que lo aparte de Dios, se aleja del verdadero propósito del culto.
Las oraciones centradas en Dios y las invitaciones a la adoración junto con el uso reverente de himnos, ayuda a proveer la atmósfera adecuada para el culto. Es mejor que los diversos anuncios se hagan antes de comenzar el servicio de culto propiamente dicho, para evitar interrupciones inadecuadas durante su desarrollo. Con frecuencia los detalles triviales, cuyo objeto es atender las cosas humanas, destruyen el espíritu de adoración. El boletín debiera contener todos los informes necesarios para el buen desarrollo de las actividades de la iglesia. Resulta difícil conducir los pensamientos de los hombres de las cosas mundanales a las exaltadas alturas de la santa presencia de Dios. Pero traerlos violentamente de vuelta a las cosas pasajeras de la tierra al anunciar, por ejemplo, una salida campestre de la iglesia, es crear una atmósfera que puede ser muy difícil de volver a cambiar.
Utilizar este servicio para la promoción de las diferentes campañas es una cosa que deja mucho que desear. A menudo las visitas quedan mal impresionadas por estos procedimientos, y pueden disponerse a escuchar una conferencia en lugar de un sermón. Y algunas veces no se engañan, porque eso es precisamente lo que escuchan.
Este principio de una actividad dirigida por Dios tiende a evitar que el pastor utilice el tiempo del culto sagrado para una presentación de cuestiones seculares. El ambiente adecuado para el culto exige que cada momento y cada parte del servicio se planeen y se lleven a cabo de tal manera que todos los presentes puedan saber que verdaderamente han adorado ante la presencia espiritual del Dios eterno.
Sobre el autor: Estudiante avanzado del Seminario Teológico Adventista