No hay duda de que habría llegado lejos si no se hubiera desviado. Tenía un potencial casi ilimitado, excepto por la tragedia que se infligió a sí mismo.

            Los humildes orígenes fueron traicionados por las ambiciones de alto octanaje. Creció en un húmedo pueblecito, a un par de horas de distancia de la ciudad costera tropical donde todos los aspirantes esperaban ver anclar sus barcos. La gente del pueblo lo consideraba la historia de éxito local – hasta que se desvió.

            Por supuesto, su carrera no comenzó mal. Era hasta cierto punto diferente de lo normal, pero estaba en la vía rápida del éxito. Se aferraba ansiosamente a la fama y la riqueza que uno puede esperar de alguien que tiene talentos notables. Después de todo, cuando evaluaba el letargo de los competidores menores, era fácil pensar que merecía el dinero extra, más allá de los sueldos razonables, que se asignaba a sí mismo. Él era único y los demás pronto descubrirían su importancia. En cuanto a aquellos que no ponderaban su valioso trabajo, los maldeciría o recurriría a la fuerza para lograr sus objetivos.

            Como hijo favorito de su pueblo natal, produjo una pena muy aguda cuando se apartó de la tradición familiar de servicio abnegado. Fue particularmente doloroso cuando criticó a quienes permanecían dentro del marco de la experiencia tradicional de indolencia, contentarse con poco y darse por satisfechos. Los condenó como glotones aun cuando les robaba. Su arrogancia sólo era superada por su codicia.

            ¿Pero qué es esto? Ahora busca restauración. Ahora dice que quiere de nuevo la fe de sus padres, cruzando de regreso el mismo puente que había tratado de quemar. Ahora quiere sentir el cálido abrazo del grupo al que había atacado y robado tanto. Anhela la aceptación y busca ansiosamente su reinstalación dentro de la sociedad cuyas puertas se había cerrado a sí mismo.

            Esta no es la primera vez que pide que lo reinstalen en su antigua comunidad espiritual. De hecho, en varias ocasiones sus rituales de auto-reforma habían despertado el escepticismo; una y otra vez había demostrado que sus críticos tenían razón. Una y otra vez había chasqueado a aquellos que esperaban que su conversión fuera legítima. De hecho, estos repetidos fracasos habían confirmado el concepto de que era incorregible.

            ¿Cuál podría ser la diferencia ahora? ¿Cómo podía alguien certificar este cambio como algo real? ¿Qué hace diferente este último episodio de las oportunistas aventuras en que habían venido a parar sus cruzadas anteriores para arreglar las cosas con su familia, su iglesia, y su comunidad?

            Todavía reside en la lujosa casa que había adquirido con los bienes que les había robado a quienes habían confiado en él. Todavía opera sus negocios con el mismo genio empresarial del cual se enorgullecía. Todavía maneja con diligencia sus negocios y trata de renovar su propio reino mientras busca la restauración en el reino de gracia.

            ¿Cómo puede alguien confiar en que esta vez será diferente que las otras? La respuesta está en la críptica declaración de Jesús, el Maestro de Nazaret: “Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mat. 7:20). Elena de White comenta al respecto: “Una reforma en la vida es la única prueba segura de un verdadero arrepentimiento. Si restituye la prenda, si devuelve lo que robó, si confiesa sus pecados y ama a Dios y a sus semejantes, el pecador puede estar seguro de haber encontrado la paz con Dios. Tales eran los resultados que en otros tiempos acompañaban a los reavivamientos religiosos. Cuando se los juzgaba por sus frutos se veía que eran bendecidos de Dios para la salvación de los hombres y el mejoramiento de la humanidad” (El conflicto de los siglos, págs. 515, 516).

            Interesante declaración. Penetrante percepción. La conversión se hará evidente por sus frutos. El resultado de una nueva vida en Cristo es una nueva vida en la comunidad. El servicio de labios es real sólo si las palabras están apoyadas por la acción. A la restauración le sigue la reforma.

            No es extraño que Zaqueo, el ladrón convertido, anunciara públicamente: “He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado” (Luc. 19:8).

            Ninguna excusa.

            Nada de posturas.

            Nada de quedar bien ante la multitud.

            Nada de justificación del comportamiento pasado con protestas de buenas intenciones.

            Simple y sencillamente, la restauración significa restitución – cuatro veces mis, según Zaqueo.

            De modo que la conversión genuina se confirma con la restauración genuina. Aunque esto signifique empobrecerse o entregar todas sus posesiones, el ladrón reformado recompensará a sus víctimas.

            Quizá no podrá hacer reparación por las palabras maliciosas pronunciadas, pero ciertamente devolverá el lucro mal habido. Jesús obra el milagro de la salvación y Zaqueo responde con el milagro de la restauración devolviendo todo cuadruplicado.

            Jesús estaba en lo correcto! Por sus frutos los conoceréis. Los frutos del Espíritu se demuestran por las respuestas llenas del Espíritu.

            ¡No es un mal ejemplo para los que buscan restauración en la actualidad!