Pregunta 14

Ha habido una lamentable mala comprensión en lo que respecta a nuestra enseñanza acerca de la gracia, la ley, las obras y su relación mutua. Según la creencia adventista no hay ni puede haber salvación mediante la ley, sino únicamente por medio de la gracia salvadora de Dios. Este principio es básico para nosotros. Esta trascendente provisión de gracia divina se destaca tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, aunque la verdad de la maravillosa gracia de Dios alcanza su máxima expresión y su manifestación más completa en los tiempos y en el relato del Nuevo Testamento.

I. La preeminencia de la gracia en el Nuevo Testamento

La palabra “gracia” (charis, en griego), ocurre unas 150 veces en el Nuevo Testamento. Pablo empleó este término más que ningún otro escritor neotestamentario, ya que ocurre unas cien veces en su epístola. Su colaborador cercano, Lucas, la empleó unas 25 veces en su Evangelio y en los Hechos; estos dos escritores utilizan las cinco sextas partes del total de veces que ocurre esta expresión en el Nuevo Testamento. El término “gracia” en modo alguno fue una nueva palabra inventada por los apóstoles; era ampliamente utilizado en conexión con una cantidad de significados afines en la Septuaginta y en la literatura griega clásica y de una época posterior. Sin embargo, a menudo el Nuevo Testamento le adscribe un significado especial al término “gracia” que no se encuentra plenamente expresado en otros lugares.

En el Nuevo Testamento se considera la gracia como una cualidad netamente divina. Los escritores neotestamentarios hablan de “la gracia de nuestro Dios” (Judas 4); “la gracia de Cristo” (Gál. 1:6); y “la gracia de nuestro Señor Jesucristo” (Gál. 6: 18). Expresiones semejantes a éstas constituyen los saludos iniciales y finales de las epístolas de los apóstoles. Aparecen en las dos cartas de Pedro, y en las catorce epístolas de Pablo. También figuran al final de esas cartas de consejos espirituales y ánimo.

Esta gracia divina se describe además mediante una notable constelación de adjetivos y adverbios. Se la llama la “verdadera gracia de Dios” (1 Ped. 5:12); gracia abundante (2 Cor. 4:15); “las diferentes gracias de Dios” (1 Ped. 4:10); “la eminente gracia de Dios” (2 Cor. 9:14). También está la expresión “gracia por gracia” (Juan 1:16); y se hace referencia a Jesucristo nuestro Señor como estando “lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14; compárese con el vers. 17).

II. La descripción bíblica de la gracia

El significado evidente que en el Nuevo Testamento se le adscribe al término “gracia”, y especialmente en los escritos de Pablo, es el de un amor abundante y salvador de Dios hacia los pecadores según se manifiesta en Cristo. Puesto que todos los hombres han pecado y están destituidos de la gloria de Dios (Rom. 3:23), ese favor y amor de Dios son enteramente inmerecidos por parte del ser humano pecador. Los hombres han vivido en odio y rebelión contra Dios (Rom. 1:21, 31, 32), han pervertido su verdad (vers. 18, 25), han preferido adorar animales y reptiles (vers. 23), han contaminado su imagen en sus propios cuerpos (vers. 24-27), han blasfemado su nombre (Rom. 2:24), y aun han despreciado a Dios por su paciencia y longanimidad (vers. 4). Finalmente, asesinaron a su Hijo enviado para salvarlos (Hech. 7:52). Sin embargo, Dios ha seguido considerando al hombre con amor y bondad, para que la manifestación de su bondad pueda conducirlos al arrepentimiento (Rom. 2:4).

Tal es la gracia de Dios en el sentido peculiar que tiene en el Nuevo Testamento. Es el amor ilimitado, abarcante, transformador de Dios hacia el ser humano pecador; y las buenas nuevas de esta gracia, según se manifiestan en Jesucristo, son “potencia de Dios para salud a todo aquel que cree” (Rom. 1:16). No es meramente la misericordia de Dios y la voluntad para perdonar, sino que es un poder activo, dinamizante y transformador para salvar. Así puede llenar a una persona (Juan 1:14), puede ser dado (Rom. 12:3, 6), es suficiente (2 Cor. 12:9; compárese con Rom. 5:20), reina (Rom. 5:21), enseña (Tito 2:11, 12), afirma el corazón (Heb. 13:9). En algunos casos “gracia” parece ser casi equivalente a “Evangelio” (Col. 1:6) y a la manera general de obrar de Dios (Hech. 11:23; 1 Ped. 5:12). Elena G. de White escribió:

“La gracia divina es el gran elemento del poder salvador” (Obreros Evangélicos, pág. 72).

“Cristo dio su vida para hacer posible que el hombre fuese restaurado a la imagen de Dios. Es el poder de su gracia el que une a los hombres en obediencia a la verdad” (Consejos para los Maestros, pág. 190).

La “gracia de Dios” ha sido llamada apropiadamente el “amor de Dios”; esto es, amor, no tanto en un sentido general como en un sentido específico; no tanto amor meramente como amor, sino amor con una dirección. La gracia es el amor de Dios que fluye —que fluye no hacia arriba o hacia afuera, sino hacia abajo. Es esa maravillosa misericordia divina e inmerecido favor lo que fluye del gran corazón de amor de Dios. Y específicamente, es su amor el que fluye hacia abajo desde el cielo para derramarse sobre los pecadores que no lo merecen aquí en la tierra. Mientras no merecemos nada sino la ira de Dios, nos convertimos, mediante esta gracia maravillosa, en los receptores de su amor, esta gracia, la cual no merecemos en mínimo grado.

III. Elena G. de White y la soberanía de la gracia

En lo que atañe a la aparentemente mal comprendida enseñanza de Elena G. de White acerca de la relación de la gracia, la ley y las obras, notad la siguiente declaración, escrita en 1905. Sus escritos están en directa armonía con las Escrituras y con la sólida teología histórica.

“La gracia es un atributo de Dios puesto al servicio de los seres humanos indignos. Nosotros no la buscamos, pero ella fue mandada en busca de nosotros. Dios se complace en concedernos su gracia, no porque seamos dignos de ella, sino porque somos rematadamente indignos. Nuestro único título para ella es nuestra gran necesidad” (El Ministerio de Curación, pág. 152).

Y más aún, esta misma autora añade que todo lo que disfrutamos, en las incomparables bendiciones de la salvación, nos llega mediante la gracia de Dios. Sus palabras son:

“Lo debemos todo a la gracia, a la abundante gracia, a la gracia soberana. La gracia en el pacto determinó nuestra adopción. La gracia en el Sajador efectuó nuestra redención, nuestra regeneración, y nuestra adopción como coherederos con Cristo” (Testimonies for the Church, tomo 6, pág. 268: 1882).

La teología clásica ha declarado estas mismas verdades del modo siguiente. Charles Hodge, ex profesor de teología sistemática del Seminario Teológico de Princeton, dice:

“La palabra [charis, “gracia”]… significa una disposición favorable, o una clase de sentimiento; y especialmente amor como ejercido hacia el inferior, el dependiente o el indigno. Se la representa como el atributo culminante de la naturaleza divina. Su manifestación se dice que es el gran propósito de todo el plan de salvación… [Dios] levanta a los hombres de la muerte espiritual y los hace ‘sentar en los cielos con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús’ (Efe. 2:6, 7). Por lo tanto a menudo se dice que la salvación es por gracia. Todas sus bendiciones son concedidas gratuitamente; todo está ordenado de tal manera que en cada paso del progreso de la redención y en su consumación, la gracia, o el amor inmerecido de Dios, se manifiesta en forma evidente. Nada se da o promete sobre la base del mérito. Todo es un favor inmerecido. El que se haya provisto la salvación es una cuestión de gracia y no de deuda” (Systematic Theology, tomo 2, pág. 654; 1871).

Los adventistas estamos completamente de acuerdo con esto.

IV. Los frutos de esta gracia divina

Muchas y variadas son las manifestaciones de la gracia de Dios. Nuestro Padre celestial es llamado “el Dios de toda gracia” (1 Ped. 5:10). Podemos hacer “afrenta al Espíritu de gracia” (Heb. 10:29). “Tenemos redención… por las riquezas de su gracia” (Efe. 1:7). Debemos predicar el “Evangelio de la gracia de Dios” (Hech. 20:24), y “la palabra de su gracia” (Hech. 14:3). Además, somos elegidos por la gracia (Rom. 11:5).

Todo lo que disfrutamos en la experiencia cristiana nos llega debido a esa incomparable gracia de Dios. Hemos sido llamados “por su gracia” (Gál. 1:15). Hemos “creído” por su gracia (Hech. 18:27). Somos “justificados por su gracia” (Tito 3:7). Pablo podía decir: “Por la gracia de Dios soy lo que soy” (1 Cor. 15:10). También nosotros somos salvados por su gracia (Efe. 2:5, 8).

(Continuará en el próximo número)