Por qué los reformadores protestantes se empeñaron tanto en la defensa de la Biblia como única regla de fe y práctica.

     El principio sola scriptura llegó a ser mejor conocido durante la Reforma Protestante. Fue usado para señalar a la Biblia como única autoridad normativa de las creencias y las prácticas cristianas. De hecho, la frase era común desde la Edad Media.[1] Por otro lado, el contexto en el que ha sido utilizada genera matices de significado que no deberían ser confundidos. En este artículo, nos centraremos en el significado de la frase según fue usada en la Reforma, explorando su intención y motivaciones.

La intención

     El nombre de Martín Lutero está tan inextricablemente unido al concepto de sola scriptura que es imposible discutirlo sin hacer referencia a él. La idea fue el centro de la lucha de Lutero contra la Iglesia Católica; pero esta no fue una lucha por el reconocimiento formal de la autoridad de la Biblia. Como patrón de verdad revelada, la Biblia había sido reconocida a través de los siglos, incluyendo la era católica medieval. De esta manera, Lutero puso de relieve ante sus oponentes las suposiciones teológicas de la autoridad normativa formal de la Biblia.[2] No obstante, su negación de la compatibilidad entre la Biblia y la hermenéutica tradicional de la Iglesia representó su ruptura con la teología medieval.

     De esta manera, en la esencia del principio sola scriptura estaba la cuestión de la interpretación, el derecho a comprender la Biblia. La Reforma se opuso a “la arbitrarierdad que desplazaba el conocimiento de las Escrituras como Palabra de Dios, descuidando su autoridad concreta”.[3] En contraste con los demás principios de interpretación, sola scriptura, en el contexto de la Reforma, se centró en la Biblia.

     En los días de Lutero, el mayor principio de interpretación rival era la Tradición. Es importante recordar que, primeramente, Lutero no criticaba a la Tradición como una fuente de autoridad religiosa. Su fuerte denuncia era contra el uso de ella como principio de interpretación. Él confrontó la idea de que la Escritura puede ser correctamente entendida solo por algunos. John M. Headly captó la esencia del principio de la Tradición combatida por Lutero, al mencionar que “este principio lleva al sepultamiento de la Escritura y a la inmersión de la teología en los comentarios humanos, donde los sofistas buscan, no la sustancia de la Escritura, sino lo que ellos pueden observar en ella”.[4] Ver el principio sola scritpura como crítico de la hegemonía de la Tradición sobre la Biblia realza la importancia del término sola.

     Este término incluye la intención crítica de los reformadores al papel de la Biblia en la iglesia. Generalmente, se acepta que, para Lutero y los reformadores, “sola scriptura se refiere a la Biblia como fuente y norma del evangelio cristiano […], fuente y norma de la doctrina de la iglesia”.[5] Así, sola scriptura interpreta la Biblia como norma normans (la norma sobre todas las normas), no norma normata; es decir, que es gobernada por otras normas, como la Tradición, la razón o la experiencia religiosa, por ejemplo. Por otro lado, a fin de apreciar plenamente la función de la interpretación bíblica sola scriptura en la iglesia, se debe señalar que el principio implica una cierta “geografía lógica”.

    En las palabras de Graham Cole, “sola scriptura, en perspectiva sistemática, es un enredo de perfecciones de la Escritura. La apelación a la Biblia tiene poco sentido si la Escritura no tuviera autoridad; si no fuera necesaria para el ser humano; si fuera oscura en su significado o insuficiente en términos de su propósito divino”. La autoridad de la Biblia, su necesidad, claridad y suficiencia se constituyen en lo que tradicionalmente es conocido como “las perfecciones de las Escrituras”. Hablar sobre las Escrituras sin estas perfecciones, es dejar de captar la profundidad de los temas que el concepto fue designado para combatir.

Autoridad

     Las palabras de Lutero en Worms (18 de abril de 1521) representaban la visión de los reformadores sobre la autoridad de la Biblia, ligada al concepto de sola scriptura: “Yo no puedo someter mi fe ni al papa ni a los concilios, porque es tan claro como la luz del día que ellos han caído muchas veces en el error, así como en muchas contradicciones consigo mismos. Por lo cual, si no se me convence con testimonios bíblicos o con razones evidentes; si no se me persuade con los mismos textos que yo he citado; y si no sujetan mi conciencia a la Palabra de Dios, yo no puedo ni quiero retractar nada, por no ser digno de un cristiano hablar contra su conciencia. Heme aquí; no me es dable hacerlo de otro modo. ¡Que Dios me ayude! ¡Amén!”[6]

     Comentando esta afirmación, dice J. I. Parker: “Lo que expresó en Worms muestra la motivación esencial y la preocupación teológica y religiosa de la Reforma Protestante; es decir, que solo la Palabra de Dios debía gobernar, y ningún cristiano debe hacer más que entronizarla en la mente y en el corazón”.[7]

     Ya hemos mencionado que Lutero y sus oponentes afirmaron la autoridad formal de la Biblia. También vimos que la ruptura de Lutero con los oponentes consistió en su negación de la presunción de que las enseñanzas tradicionales de la Iglesia estaban de acuerdo con la Biblia. Ahora, podemos establecer más sucintamente que con el principio sola scriptura Lutero insistía en que la Biblia es su propio intérprete. El contexto histórico es digno de mención. Se había desarrollado una tradición apostólica ficticia que no solo consideraba a la Iglesia como fuente de conocimiento teológico, sino también la trataba como “el fundamento necesario para la autoridad de la Biblia, y como la guía indispensable para la interpretación de las Escrituras”.[8] Evidentemente, esto desmerecía la autoridad de la Biblia. La doctrina de las perfecciones de la Escritura, en general, fue desarrollada para contrarrestar esta tendencia. Más específicamente, la autoridad de la Escritura, como una de esas perfecciones, enfatiza la naturaleza de la autoridad bíblica; es decir, “que las verdades de la Biblia se autentican como divinas bajo su propia luz”.[9]

Necesidad

     Otra de las perfecciones de la Escritura, la necesidad de la Escritura, fue elaborada para combatir dos tendencias. Por un lado, se encontraba la garantía autosuficiente de la Iglesia Católica en relación con la Biblia, en el sentido de que, si bien necesitaba de la Tradición, no necesitaba de la Escritura, a pesar de profesarla como una norma. Pues “de acuerdo con Roma, es más correcto decir que la Biblia necesita más de la Iglesia que decir que la Iglesia necesita de la Biblia”. Por otro lado, hubo grupos, como los cátaros, para quienes la Biblia era realmente superflua. Al exaltar la palabra interna en detrimento de la externa, y al considerar la Biblia no como Palabra de Dios sino como “testimonio”, esos grupos consideraban la real Palabra de Dios como aquella hablada por el Espíritu Santo al corazón de los hijos de Dios.

     Contra las dos tendencias, los reformadores insistían en la necesidad de la Palabra escrita de Dios. Así, ellos no estaban favoreciendo la teoría de la necesidad absoluta, lo que impediría la Iglesia. Su punto era enfatizar la necesidad de la Palabra escrita como testimonio de la revelación divina. La naturaleza de la Escritura como testimonio de la revelación divina hace necesario eso. Dado que el verdadero conocimiento de Dios está más allá de cualquier esfuerzo humano, la revelación divina es totalmente necesaria. La Escritura suple esta necesidad.

Claridad

     En el contexto de la lucha de los reformadores contra la Iglesia Católica, la noción de claridad de la Escritura impactó en el corazón del debate. Atribuir autoridad o necesidad a una Biblia que es oscura en su significado no tendría sentido. En el tiempo de los reformadores, se había alimentado la idea de la oscuridad de las Escrituras, razón por la que no se animaba a las personas a leerla. “En 1199, Inocencio III declaró que la lectura de la Biblia debía ser recomendada, pero no se debía tolerar la lectura sin la supervisión del sacerdote, porque la profundidad de las Escrituras es tal que ni el iletrado ni el docto podrían captar su significado”.[10] El Sínodo de Toulouse (1929) también había prohibido al laicado leer el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento con propósitos devocionales, excepto el Salterio.[11]

     La supuesta oscuridad de la Escritura también fue la razón por la que los padres de la Iglesia, concilios y papas fueron llevados a la condición de intérpretes finales. La claridad de las Escrituras no significa simplicidad. La cuestión crítica tiene que ver con la diferencia entre proposiciones y afirmaciones. Para Lutero, la Escritura expresa de manera absolutamente clara las proposiciones sobre sus asuntos; si bien algunas afirmaciones puedan no quedar claras para nosotros, por causa de nuestra ignorancia de su vocabulario y gramática.

Suficiencia

     Es importante señalar que la cuestión de la suficiencia de las Escrituras fue el antecedente inmediato para el principio de sola scriptura. En verdad, el adjetivo sola está pensado para realzar la suficiencia de las Escrituras. Las diferentes doctrinas, las instituciones y las tradiciones que la Iglesia puso en práctica sin base sobre la Biblia, fueron indicaciones, para los reformadores, de que Roma consideró que la Biblia era insuficiente.[12] En el contexto polémico de la Reforma, la suficiencia ha sido tradicionalmente descripta como una colisión del principio sola scriptura con la Escritura y el principio de la Tradición. Heiko Oberman formalizó esta colisión como conflicto entre Tradición I y Tradición II. Así contrasta él los dos conceptos:

     “En el primer caso, la exclusiva autoridad de la Santa Escritura es mantenida como el canon, o patrón, de verdad revelada, de tal manera que la Escritura no es contrastada con la Tradición […]. En el segundo caso, se argumenta que los apóstoles no pusieron todo por escrito […]. Los autores bíblicos relataron lo que Cristo dijo e hizo durante su vida en la Tierra, pero no lo que él enseñó a los discípulos durante el período entre la resurrección y la ascensión. Durante esos cuarenta días, una tradición oral originó lo que debe ser considerado como un complemento a la Santa Escritura”.[13]

     Los reformadores tomaron una posición clara contra la Tradición II. Pero, la posición tomada acerca de la suficiencia de la Escritura, ¿podía estar de acuerdo con la Tradición I? Para Keith Mathison, puede ser que los reformadores adhirieran a la Tradición I.[14] A su vez, A. N. S. Lane estableció una sistemática de cuatro componentes: la visión de coincidencia (la tradición coincide con las Escrituras; según la Tradición I); visión complementaria (la tradición es una segunda fuente de revelación, según la Tradición II); la visión auxiliar (la tradición es un agregado a la interpretación de las Escrituras); y visión del desdoblamiento (la tradición es el proceso por el que el significado de la doctrina apostólica es gradualmente desdoblado).[15]

     Lane identifica la posición de los reformadores con la visión auxiliar. En el intento de evaluar la posición de los reformadores en relación con la Tradición I, se pueden establecer dos cuestiones clave. Si bien la Biblia es mantenida como fuente exclusiva de revelación y autoridad final para doctrina y práctica, debe ser interpretada en la iglesia por la Iglesia, y debe ser interpretada de acuerdo con la regla de fe.

     La declaración de Lutero acerca de los papas y los concilios, realizada en Worms, parecía negar la validez de la Tradición I. Aparentemente, mientras Lutero no estaba dispuesto a seguir el camino de la interpretación subjetiva de la Escritura, y todavía reconocía como válidas algunas tradiciones, estaba igualmente dispuesto a someterse formalmente la autoridad bíblica a la tradición de la Iglesia, los concilios o a los papas. Pero, Greg Krehbiel desafió el pensamiento de Mathinson acerca de la posición de los reformadores acerca de la Tradición I. “Pero Lutero fue más allá. Él dijo: ‘No acepto la autoridad de papas y concilios’. Sea lo que fuere que haya dicho, este es el mensaje del luteranismo: los concilios no tienen ninguna autoridad”.[16]

     Desde el punto de vista de la suficiencia de la Escritura, el concepto sola scriptura, de Lutero, parece desafiar las categorizaciones de Oberman. Él negó los dos extremos de los reformadores radicales que no querían tener que ver con la Tradición de la Iglesia (Tradición I) y la posición de la Iglesia Católica, que incluyó la Escritura en la Tradición (Tradición II). En todo esto, la intención del concepto de sola scriptura queda totalmente en claro. Como dijo Graham Cole, “la lógica de sola tiene que ver con la exclusión de los rivales. Su uso indica la presencia de un principio restrictivo”.

La motivación

     ¿Por qué la Biblia era autoritativa para los reformadores? Como ya se dijo, la cuestión entre Lutero y sus oponentes iba más allá de la autoridad normativa de las Escrituras. La ruptura de Lutero con la teología patrística y medieval se centró en el rechazo de la asumida congruencia entre la Biblia y la interpretación de ella a través de la Tradición. En el centro del conflicto está la interpretación correcta de la Biblia, que tiene que ver con el contenido de la Biblia. De esta manera, para Lutero, la cuestión clave, y tal vez su motivación primaria para defender el principio de sola scriptura, no estaba relacionada con la autoridad formal de las Escrituras. Por autoridad formal se entiende la autoridad que pertenece a la Biblia en virtud de sus atributos divinos.

     La distinción entre los aspectos material y formal de la Biblia se refiere a la comprensión de Lutero de la frase “Palabra de Dios”. Lutero usaba los términos “Palabra”, “Escrituras” y “evangelio” en el mismo contexto, sin distinguirlos claramente. Para él, la Palabra de Dios era un término abarcante que asumía tres formas: La Palabra viva (Cristo), la Palabra hablada (el evangelio) y la Palabra escrita (las Escrituras). Esas formas son distintas y clasificadas en ese orden. Es más: estaba claro, en esa esquematización, que la Escritura, la Palabra escrita, tenía estatus de servidora de Cristo, la Palabra en persona. Así, el argumento de Lutero contra sus adversarios tomaría la siguiente forma: “Por tanto, si los adversarios colocan las Escrituras contra Cristo, nosotros realzamos a Cristo. Lo consideramos nuestro Señor, ellos lo tienen como su servidor; lo tenemos como la Cabeza, ellos lo tienen como pies o miembros, sobre los que la Cabeza necesariamente domina y tiene precedencia”.[17]

     Con esto, alcanzamos la esencia de la comprensión de Lutero acerca de la Biblia y su autoridad. Parece explicar el énfasis que él dio al principio material de autoridad bíblica. Para él, era imposible escribir formalmente sobre la Biblia sin su contenido: Jesucristo y el evangelio. La potencia del principio material de Lutero sobre la autoridad bíblica es evidente en su evaluación de los libros bíblicos. Por ejemplo, sobre esta base, la Epístola de Santiago fue llamada una “epístola de paja”, por no mencionar la pasión, la resurrección o el Espíritu de Cristo”.[18] De manera semejante, el estatus canónico del libro de Apocalipsis fue cuestionado. En este caso en particular, es probable que la inspiración haya desempeñado un papel decisivo, pues dudando con respecto al apostolicismo del Apocalipsis, afirmó: “No puedo detectar, de manera alguna, que el Espíritu Santo haya producido esto”. Pero, es claro que la inspiración no fue el factor crítico, cuando él señaló: “Para mí, esto es razón suficiente para no considerarlo [al libro de Apocalipsis]: Cristo no es enseñado ni conocido en él; y enseñar a Cristo es algo que todo apóstol fue comisionado a hacer”.[19]

     Ante esto, ¿cuál era la lógica o la motivación para que Lutero estableciera el principio de sola scriptura? La respuesta depende del significado que alguien atribuya a la Escritura. Para Lutero, la Escritura era la forma escrita de la Palabra personal, de quien ella es sierva. En la Palabra escrita está la proclamación de la Palabra personal, el evangelio, que es el corazón de la Biblia. El evangelio, según es revelado en la Escritura, es la autoridad; autoridad interpretativa, un principio material de autoridad. Ese es el evangelio por Lutero para probar los decretos de papas y concilios, y encontrarlos deficientes. Esa idea es el “canon dentro del canon”, concepto atribuido a Lutero. El principio de “solo la Escritura”, de Lutero, tenía en su núcleo el solus Christus, “Cristo solamente”. Su motivación para defenderlo era el valor inestimable del evangelio proclamado por las Escrituras.

     Esta exposición sobre el énfasis cristológico de Lutero en el concepto de sola scriptura no contradice su creencia en la inspiración de la Biblia. No se puede invocar la autoridad de Lutero para apoyar la visión de que las Escrituras no son la verdadera Palabra y auténtica revelación de Dios. Mucho menos es posible, en nombre de Lutero, contraponer la Palabra escrita, la Palabra personificada y la Palabra hablada.[20] La preocupación de los reformadores con respecto a una cuidadosa exégesis y un clero bíblicamente instruido revela su elevada consideración por las Escrituras. Sin embargo, aparentemente por causa de la cuestión crítica de que las personas que aceptaban la hegemonía de los padres de la Iglesia, los papas y los concilios, también aceptaban la autoridad formal de la Biblia, tal vez Lutero se encontró sobreenfatizando la autoridad material de las Escrituras.

     Si bien es probable que Lutero sobredimensionara algunos aspectos del principio sola scriptura, correctamente estableció la Biblia ante aquellos que la reconocían como Palabra de Dios, pero descuidaban su autoridad concreta. Finalmente, sola scriptura implica que la Biblia permanece única y por sobre todas las demás autoridades. Es decir, como norma no regida por otras normas, las Escrituras funcionan como la norma final para evaluar y juzgar la Tradición, la razón y la experiencia. Como adventistas, es nuestro privilegio dar continuidad a este principio de la Reforma, mantener la autoridad, aceptar la necesidad y reconocer la claridad de las Escrituras.

Sobre el autor: Director asociado del Instituto de Investigación Bíblica de la Iglesia Adventista.


Referencias

[1] Heiko A. Oberman, The Harvest of Medieval Theology (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1963), p. 390.

[2] David W. Lotz, Sola Scriptura: Luther on Biblical Authority Interpretation 35, no 3 (1981), p. 266.

[3] Keith A. Mathison, The Chape of Sola Scriptura (Moscow, ID: Canon Press, 2001), p. 99.

[4] John M. Headley, Luther’s View of Church History (New Haven, CT: Yale University Press, 1963), p. 82.

[5] Graham Cole, Churchman 104, no 1 (1990).

[6] Citado en Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 148.

[7] J. I. Packer, en John W. Montgomery, ed., God’s Inerrant Word: An International Symposium on the Trustworthiness of Scripture (Minneapolis, MN: Bethany Fellowship, 1973), p. 44.

[8] Louis Berkhof, Systematic Theology (Grand Rapids, MI: Eerdmans Publishing Company, 1996), p. 163.

[9] Ibíd., p. 164.

[10] F. E. Mayer, Concordia Theological Monthly 22, No 5 (1951), p. 326.

[11] Ibíd.

[12] G. C. Berkouwer, Holy Scripture (Grand Rapids, MI: Eerdmans Publishing Company, 1975), p. 302.

[13] Heiko Obernam, Forerunners of the Reformation: The Shape of Late Medieval Thought (Londres: Lutterworth Press, 1967), p. 60.

[14] Keith A. Mathison, ibíd., p. 85.

[15] Ibíd., p. 86.

[16] http://www.crowhill.net/Mathison.html1, accedido el 30 de abril de 2012.

[17] Luther’s Works (Minneapolis: Fortress, 1960), t.34, p. 112.

[18] Ibíd., t. 35, p. 396.

[19] Ibíd., t. 35, p. 396.

[20] J. I. Packer, p. 263.