Como adventistas, se nos ha recordado la importancia de la reforma en nuestras congregaciones y en nuestra vida privada, pues somos seguidores de Jesús. Un llamado de esta naturaleza nos desafía a hacernos una pregunta vital: ¿Qué tipo de reforma necesitamos?

Tal vez, algunos desean regresar a “las sendas antiguas”, usando ropas anticuadas o liturgias antiguas en el culto. Otros sugieren que se debe descartar aleatoriamente lo del pasado, y dar lugar a cosas nuevas. Muchos hemos experimentado formas distorsionadas de reformas en nuestra vida. Por esta misma razón, cuando se hace este tipo de llamado, es necesario que nos preguntemos qué tipo de reforma se requiere.

La verdadera reforma siempre proviene de Dios y de su Palabra, que es poderosa para cambiar vidas. Nuestras tradiciones y opiniones acariciadas deben ser probadas por la Palabra de Dios. Enseñanzas basadas en tradiciones o en prácticas que no funcionan necesitan ser descartadas, independientemente de cuán antiguas sean. La reforma no tiene relación con lo antiguo o con lo nuevo, sino que se refiere a la entrega de nuestra vida a la influencia transformadora de nuestro Creador y Redentor.

El salmista deseaba una reforma en su vida cuando escribió: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente” (Sal. 51:10-12).

La reforma que todos necesitamos es la de permanecer en una armonía constante con la voluntad de Dios. Con mucha facilidad consideramos que otros necesitan de una reforma; sin embargo, primero debemos escuchar el llamado que se nos hace; uno que nos invita a permitir que Dios nos moldee y nos transforme, de modo que podamos reflejar plenamente la belleza de su carácter.

Después de haber leído Jeremías 18, la compositora Adelaide Pollard permitió que el Señor reformara su vida, y expresó estas palabras que han sido una bendición para incontables seguidores de Jesús, desde el día en que la oración fue escrita en 1902: “Cúmplase, oh Cristo, tu voluntad. Solo tú puedes mi alma salvar. Cual alfarero, para tu honor, vasija útil hazme, Señor”.

¿De qué manera desea reformarnos el Alfarero? ¿A qué nos pareceremos después de que ocurra la reforma? En este contexto, los cambios poco tendrán que ver con aspectos externos, y mucho con la entrega de nuestro corazón y nuestra vida, para que sean transformados por Dios. La oración de Pollard aún es muy oportuna, en estos días en los que buscamos una reforma en lo personal y en lo colectivo. Te desafío no solo a leer el testimonio que ella dejó, sino también a vivirlo: “Cúmplase, oh Cristo, tu voluntad. Mora en mi alma, dame tu paz, para que el mundo vea tu amor, tu obra perfecta, buen salvador”.

¿Quién necesita de este tipo de reforma? Ciertamente, todos la necesitamos. Solo cuando permitamos que el Alfarero inicie y continúe su obra de reforma en nosotros, podremos hablar con credibilidad a quienes lideramos. La reforma verdadera trae, como fruto, un testimonio que se centra en Cristo, por medio del cual todos aquellos que nos rodean podrán verlo habitando de manera exclusiva y permanente en nosotros.

Sobre el autor: Editor de la revista Ministry.