Los adventistas no fueron los únicos que favorecieron una reforma a favor de la salud durante el siglo XlX. Nuestro mensaje de salud surge inmaculado en medio de diferentes mitos y posturas

Josepha Hale, una novelista popular de temas domésticos durante el período anterior a la guerra civil norteamericana, ofreció la siguiente receta en su nuevo libro de cocina: “Queso de puerco: Elija la cabeza de un puerco pequeño… Derrame sobre él, y sobre las lenguas de cuatro cerdos, un poco de sal común y una porción ínfima de salitre. Deje que los ingredientes se asienten unos cuatro días; luego, lávelos y átelos con una tela limpia; hiérvalos hasta que los huesos salgan fácilmente de la cabeza; sáquele toda la piel que pueda… coloque la piel alrededor del recipiente y hasta la mitad rellénela con carne que haya sido sazonada con pimienta, pimentón de ají y sal… Se come con vinagre y mostaza y se sirve para el almuerzo o la cena”.[1]

Russell Trall, un reformador de la salud, describió este esfuerzo para hacer que un cerdo muerto se asemejara a uno vivo como “viciamiento de todo tipo de delicadeza y refinamiento genuinos”. Trall percibió que los libros de cocina editados hasta ese momento se caracterizaban por un pobre contenido, y por esta razón editó, en 1853, un libro de cocina titulado Hydropathic Cook Book [Libro de cocina hidropática]. Fue a partir de libros como éste que los adventistas interesados en la salud recibieron sus primeras lecciones sobre la cocina y la dieta.

Los adventistas y el movimiento de reforma pro salud

El pionero adventista Joseph Bates fue un típico reformador de su tiempo. Era pacifista y abolicionista, y también era un defensor de la temperancia y del vegetarianismo, incluso antes de haber escuchado a Guillermo Miller o de llegar a conocer el mensaje acerca del sábado.[2]

Elena de White, para reforzar los mensajes que había recibido en visión, leyó los escritos de los reformadores de la salud. En 1865 la Sra. de White completó el relato escrito de su visión más importante relativa a la reforma de salud en Health: or How to Live [Salud, o cómo vivir]. En esta obra, junto con sus artículos, incluyó escritos de otros reformadores de la salud que habían adoptado el mismo criterio que ella sostenía. En algunos casos, Elena de White utilizó las palabras de otros reformadores en sus propios escritos,[3] por lo que se destaca que sus obras estén tan libres, como lo están, de ciertas ideas cuestionables, aunque los reformadores incluyeron algunos conceptos que los científicos, actualmente, cuestionarían.[4]

J. H. Waggoner explicó que el mensaje de salud adventista era singular, no tanto en lo que enseñaba, sino por la forma que se orientaba según “el método elegido por Dios… y porque se lo exponía de una manera más clara y poderosa”.[5]

Consejos sobre la dieta en los primeros reformadores de la salud

Cuando los adventistas consultaron a los reformadores de la salud de sus días, ¿qué consejo recibieron? El libro de Sylvester Graham, editado en 1839 y titulado Lectures on the Science of Human Life [Disertaciones sobre la ciencia de la vida humana], fue una obra de referencia clásica para los adventistas. En la biblioteca del White Estate se encuentra el volumen que habla sido propiedad de la Sra. de White.

Graham proporcionó muchos argumentos en favor de la dieta vegetariana. Desarrolló una visión muy amplia con respecto al valor del pan, por lo que dedicó en su libro 40 páginas de texto a este tema.[6] La fruta siguía en importancia al pan como el alimento más apropiado para el hombre; y, a diferencia de algunos de sus seguidores, Graham sostuvo que una persona fuerte y vigorosa podía alimentarse de lechuga, repollo, pepino y otras ensaladas.[7]

Graham advirtió contra las combinaciones y los concentrados artificiales, tanto en los alimentos animales como en los de origen vegetal, ofreciendo como ejemplo el caso del azúcar. Enseñó que la sacarina que se encuentra en los vegetales era nutritiva y saludable, pero cuando se encuentra concentrada en almíbar o cristalizada, era “decididamente desfavorable para los intereses fisiológicos de nuestros cuerpos”.[8] Graham sólo dio recetas de pan. También afirmaba que el alimento crudo era, en general, más saludable que el cocinado.[9]

En 1849, la ausencia de recetas fue suplida por el Dr. William A. Alcott, un graduado de Yale y prolífico autor de la reforma de la salud. En su libro Vegetable Diet [Dieta vegetal] incluyó un folleto de 22 páginas, titulado “Outlines of a New System of Food and Cookery”, que estaba dedicado a la presentación de recetas.[10]

Las recomendaciones de Alcott contienen algunas nociones curiosas. Enseñó que el pan de mayor valor no se debería hacer con otros ingredientes que no sean harina de trigo no cernida (integral) y agua. Un pan de segundo nivel permitía la mezcla de diversas clases de harinas de grano completo, y solamente si usted quería un pan de tercera categoría, se podía permitir que el carbonato de sodio ingresara en la receta.[11]

Los granos ocupaban el segundo lugar en el libro de cocina de Alcott. Se los podía hervir, cocinar, tostar y secar. Incluyó en este peldaño de valoración al grano que no estaba maduro, pero lo rotuló como “menos saludable”.[12]

Las tortas se las hacía añadiendo manteca y aceite de oliva, y con huevos o leche en las recetas de pan. Los budines podían ser “un poco salados”, y en algunas recetas permitía que se añadieran melaza o pasas de uva.[13]

Los pasteles eran “compuestos detestables”, una “raza híbrida”, según Alcott; sin embargo, ofreció recetas de pasteles de papas y de calabazas. Alcott aceptó el pastel de manzana sencillo, pero sólo si era endulzado con la manzana, pues así no era objetable.[14]

Entre los alimentos que Alcott no valoraba como importantes estaban las naranjas, porque eran muy “fibrosas”,[15] las cebollas, porque eran malsanas, y el repollo, que era “tolerable, pero muy fibroso, y, por lo tanto, indigesto”.[16]

De las diferentes raíces destacaba a la papa como superior. La mejor preparación era hornearla, y la peor, freiría. Las dulces y jugosas zanahorias, las remolachas (betarragas), los nabos, eran mucho menos sanos que los productos farináceos, y el rábano “aunque parece agradable, es casi inutilizable”.[17]

En 1856 Alcott publicó The Laws of Health [Las leyes de la salud], libro que también poseyó Elena de White. En esta obra, Alcott repitió muchos de los consejos que Graham había transmitido anteriormente, y que habrían de transformarse en los consejos típicos de !a literatura adventista acerca de la comida: el alimento debía ser tomado de buena gana y se lo debía masticar bien. No se debía comer más que tres veces por día con un intervalo de seis horas entre las comidas, aunque era preferible tomar dos comidas por día; se debía abandonar la mesa con un poco de apetito. No era aconsejable comer entre las comidas, ni se debían tomar líquidos acompañando los alimentos, tampoco debía servirse una excesiva variedad de alimentos en una comida, y se aconsejaba abstenerse de los azúcares refinados, los condimentos y la carne, especialmente, la de cerdo.[18]

Alcott también abordó el tema de la digestión y de los jugos digestivos, aunque no tenía una noción clara de la acción específica de ellos. Este autor abrigaba la particular idea de que la comida digerida ingresaba al torrente sanguíneo a través de un largo conducto que la transportaba hasta un punto cercano al hombro izquierdo, y desde allí la conectaba a una gran vena.[19]

Este investigador suministró una lista de alimentos considerados indigestos, a lo menos para los estómagos debilitados: la grasa animal, la manteca, las sustancias preservantes, los huevos hervidos excesivamente, el pastel de picadillo, la corteza del pastel, los panqueques, los buñuelos, los bizcochos y las frituras. Los caldos y las sopas eran imposibles de digerir porque se los comía sin masticar y eran deglutidos sin antes mezclarlos con la saliva. Los pepinos verdes, los tomates, las uvas y los pimientos eran “difíciles de diluir e indigestos”. La sal propiciaba el escorbuto y otros cambios y, por lo tanto, “se oponía a una digestión saludable”.[20] Alcott también formuló muchas aseveraciones acerca de los peligros de enfermedades originadas por la carne y por los elementos nocivos contenidos en otros alimentos.

Cuando Jaime White publicó, en 1865, la serie de folletos Health: or How to Live, incluyó la primera colección de recetas adventistas. Las doce damas adventistas de Battle Creek que compilaron las recetas le dieron el crédito, sin embargo, a las obras anteriores de Russell Trall y a otros autores.[21]

Otra obra de Trall, New Hydropathic Cook Book [Nuevo libro de cocina hidropática], fue algo más que una lista de recetas. Incluía material sobre digestión, así como un exhaustivo catálogo ilustrado de alimentos vegetales.

Trall incluyó unas pocas orientaciones referidas a cocinar alimentos a base de carne, calificando a estas sugerencias como un compromiso con los “apetitos actuales” y con “el estado de decrepitud de la sociedad” de su época.[22] Su selección de vegetales, de granos y de frutas era más amplia que la elaborada por Alcott, porque carecía, ampliamente, de los prejuicios que éste tenía contra algunos de ellos.

El principio fundamental en la filosofía dietética de Trall era que todo elemento nutritivo está constituido por vegetales, por lo que los alimentos de origen animal son inferiores por ser derivados y, por lo tanto, impuros. Trall consideraba que el cuerpo estaba compuesto por diferentes elementos químicos, trece de los cuales se podían obtener de nuestra alimentación. Esto proporcionaba muy poca ayuda cuando se tenían que elegir alimentos; sin embargo, como Trall creía que estos elementos estaban ampliamente distribuidos en el reino animal y vegetal, las personas siempre podían obtenerlos en cantidades suficientes.[23]

Trall también tenía la noción de que sólo se necesitaba tomar una pequeña cantidad de agua. A diferencia de Alcott, Trall daba mucha importancia al lugar que ocupaba la fibra en la dieta. Sin embargo, creía que era nutritiva y rechazaba la idea de que la fibra estimulara la acción intestinal.[24]

Consejos sobre la dieta de los primeros adventistas

Desde mediados de 1860 en adelante, los adventistas contaron con consejos de autores adventistas sobre temas como la digestión, la nutrición y la cocina. Los consejos de Elena de White otorgaron algunas orientaciones, y otros desempeñaron un papel semejante. En general, la orientación de ellos fue que los alimentos debían ser consumidos frescos, naturales, sin adulteración y en la forma más sencilla posible.

Hacia fines de siglo, John Harvey Kellog dividió a los alimentos en: grasas, hidratos de carbono y proteínas, aunque empleó otra nomenclatura. Aún tenía pocas nociones, como ser la cantidad de proteínas requeridas por el organismo. También manifestó cierta valoración por el papel de algunos minerales, pero, por supuesto, aún no conocía nada acerca de las vitaminas.

Ante la falta de concocimientos sobre cómo el organismo empleaba los alimentos, se utilizó otro criterio para determinar la conveniencia de ellos. A lo largo de este período se corría un gran peligro de contraer enfermedades por el consumo de carne y de productos animales. Hacia el fin del siglo, Kellog hizo un gran avance en temas como la adulteración y la contaminación en los alimentos. Antes de esa época, los criterios fundamentales eran la digestibilidad y si los alimentos eran estimulantes o no. En 1869 el libro de J. N. Loughborough, Hand Book of Health [Manual de la salud], indicaba que los alimentos que eran muy estimulantes generaban un enorme gasto de energía vital y, como el alcohol, eran un factor que deprimía al organismo.[25]

Las grasas como la manteca y los aceites animales, según Loughborough, eran excesivamente concentrados e impuros, de bajo nivel nutritivo, y difíciles de digerir.[26] Merritt Kellogg también creía que las grasas y los aceites no contenían los elementos apropiados para forjar los tejidos vitales.[27]Ninguno de los libros adventistas sobre dieta consultados recomendaron el empleo de las nueces hasta el fin del siglo. La Sra. de White no incluyó a las nueces en su tabla de alimentos aceptables (“frutas, granos, nueces y vegetales”) hasta mucho después, cuando su principal preocupación fue advertir en contra del consumo excesivo de nueces.

Los adventistas y el consumo de carne

La distinción fundamental en la dieta adventista fue la diferenciación entre el consumo de vegetales y la dieta cárnea. Otros productos animales como la leche, la manteca, el queso y los huevos sólo recibieron una débil autorización.

Los dos argumentos principales de Loughborough contra el consumo de carne (que es más estimulante que la comida vegetariana y que contiene más enfermedades que los alimentos vegetales) fueron utilizados ampliamente durante el siglo pasado. También se dio importancia al argumento anatómico, especialmente en lo que se refiere a los dientes —los dientes humanos no se asemejan a los dientes de los seres carnívoros.

Las carnes limpias y las carnes inmundas

Los adventistas se abstuvieron del cerdo, pero no sobre una base bíblica, sino fisiológica. “Creo que hay un fundamento mejor en el que debe descansar [la prohibición del cerdo] que en la ley ceremonial de la antigua dispensación”, escribió Uriah Smith. “Porque si tomamos la posición de que la ley aún está vigente, debemos aceptarla en su totalidad, y entonces tendremos más cosas en nuestras manos de las que podríamos librarnos”.[28]

No nos debiera sorprender, entonces, saber que algunos de nuestros pioneros, incluyendo a Elena de White, en algunas ocasiones hayan comido alimentos inmundos como ser las ostras.[29] Es que no creían que estuvieran bajo ningún tipo de prohibición contra los alimentos inmundos.

Sin embargo, los adventistas y otros reformadores de la salud se definieron claramente en contra del consumo de carne de cerdo. Alcott insistió, como lo había hecho Trall, en que el cerdo causaba lepra y otras enfermedades de la piel.[30] Elena de White afirmó la idea,[31] aunque en 1858 ella no habla condenado el consumo de “carne de puerco”.[32] Por su parte, Kellogg describió muchas veces al cerdo con términos que reflejaban desagrado y repugnancia.[33]

Los reformadores de la salud y los productos animales

El consejo de los reformadores de la salud sobre los productos animales —leche, manteca, queso y huevos—, generalmente desalentaba su empleo sin establecer una prohibición absoluta.

Sylvester Graham observó que la leche era valorada por la mayoría de los autores que escribían sobre dieta como “uno de los alimentos más nutritivos y completos que el hombre puede tomar”.[34] Sin embargo, ocho años de investigación sobre el tema conmovieron y destruyeron su confianza en esta idea.[35]

Trall también adoptó una postura débil con respecto a la leche. En su obra Hydro- pathic Encyclopedia sostuvo que era “capaz de irritar los riñones, o producir insomnio, estado febril, sequedad bucal o mal aliento”. Sin embargo, consideró que la leche cuajada (suero) o la leche cortada era inofensiva para la salud, aunque no era mejor que el agua.[36]

La obra de Merritt Kellog, Hygienic Family Physician [El médico de la familia higiénica], se refirió al tema de la leche sólo como un “alimento para infantes”,[37] y el libro Hygienic Cook Book [El libro de la cocina higiénica], editado en 1875 y posiblemente por John Harvey Kellogg, sostenía que la leche de vaca es mejor para los niños que para los adultos por causa de ciertos cambios en los órganos digestivos que transformaban la leche “y toda clase de fluidos nutritivos” objetables.[38]

El libro de cocina editado en 1875 sostenía que consumir leche era como “cargarse con productos llenos de enfermedades”, especialmente, de fiebre tifoidea.

El consejo de Kellogg referente a la leche parecía mantenerse en armonía con el progreso científico. En 1886 el químico Soxhlet, que implementó la pasteurización, había recomendado que se debía calentar la leche con que se alimentaba a los niños.[39] Kellogg, ese mismo año, aconsejó a sus lectores que lo hicieran. No fue hasta el año 1892 que en los Estados Unidos se hizo el primer cómputo bacteriológico en el mercado lácteo, pero Kellogg ya habla advertido a sus lectores por varios años acerca de los gérmenes contenidos en la leche. Y no fue hasta 1910 que se pudo establecer claramente la relación entre la tuberculosis en los animales y en los niños. Ya en 1887 Kellogg había hablado del peligro de la tuberculosis.

La digestibilidad, la adulteración y la enfermedad fueron nuevamente los principales puntos de preocupación cuando estos escritores dirigieron su atención al queso. Para un robusto trabajador, Graham hubiera permitido sólo un poco de queso, que no tuviera más de tres meses, porque el queso viejo de cualquier tipo frecuentemente era adulterado con onoto y hasta con arsénico para darle una apariencia más rica y cremosa.[40] Alcott repitió algunas de estas objeciones. Trall dijo: “El queso fresco no es muy objetable, pero el viejo es uno de los alimentos más dañinos e indigestos que existen”.[41]

También se hicieron pocas críticas referentes a la manteca. Graham había sugerido evitarla. Dijo que agravaba todo tipo de enfermedad y castigaba a los niños y a los jóvenes mucho más que a los adultos.[42]

Alcott sostuvo que, después de la grasa de cerdo, era una de las peores cosas que podían ingresar en el estómago humano, y, si bien “no era un posible causante de lepra, como el cerdo”, podía ser el desencadenante de todas las otras enfermedades de la piel.[43] Trall la definió como difícil de digerir, de poco valor nutritivo y un “generador de ácidos en el estómago”.[44] Recién preparada y con un poco de sal, era inofensiva, pero mezclada o cocinada era “un alimento dañino”. Trall, como los otros escritores, recomendó sustituirla con la crema dulce.[45]

Kellogg formuló serias objeciones a la margarina, “un artículo alimenticio plenamente contraindicado” que contiene “una gran cantidad de manteca de cerdo y de sebo”, y a menudo “porciones de carne, membrana y tejido muscular que proceden, probablemente, de cerdos o de ganados enfermos”.[46]

Graham consideraba que todo lo que habla dicho acerca de la leche se aplicaba también a los huevos, aunque sostenía que éstos estaban “más animalizados” que la leche. Con todo, si se los consumía crudos o poco cocinados, eran muy nutritivos y fáciles de digerir. Creía que los huevos muy hervidos resultaban un factor difícil de absorber para el estómago, aunque no generaban malestar.[47] La opinión de Alcott era similar. Además de los huevos hervidos, Trall añadió los omelettes, los huevos escalfados, afirmando que eran “una atrocidad para el estómago humano”.[48]

En 1875, el libro Hygienic Cook Book reiteraba todos los argumentos anteriores; los huevos eran estimulantes, y cuando se los hervía demasiado o se los freía en grasa y se los servía con pimienta y sal, eran un alimento muy indigesto. Por estas razones se los debía excluir de las tortas y de los flanes.[49]

La dieta vegetariana adventista

Sin realizar una investigación más profunda no podríamos responder la pregunta: ¿Qué comen los adventistas? Sólo podemos citar el ejemplo de Elena de White que, probablemente, haya sido mucho más estricta que muchos adventistas aunque no tan estricta como otros. Ella siempre admitió ser vegetariana pero, entre 1870 y principios de 1890, ocasionalmente comió un poco de carne.

“Siempre hemos usado un poco de leche y algo de azúcar”, escribió Elena de White en 1873,[50] y es muy posible que haya seguido esta práctica en años posteriores. Ella consumió huevos en forma moderada. Aunque anticipó un tiempo en el que la leche y los huevos habrían de descartarse, invitó a los adventistas a que no anticiparan un “tiempo de prueba”, y les aseguró que Dios les revelaría cuándo sería el tiempo de abandonar la leche, la manteca y los huevos.[51]

Durante algunos años antes que los White viajaran hacia las Montañas Rocosas en 1873, no consumieron manteca. Sin embargo, una vez allí, Elena de White concluyó que ante la ausencia de frutas y de una buen alimento vegetariano, era menos perjudicial para la salud que las “tortas y bizcochos dulces”.[52]

En 1884, luego de haber visitado el sanatorio de Santa Elena, escribió que desde que había regresado “no había puesto ni una pequeña porción de carne o manteca” en su mesa.[53] En 1894 dijo: “No comemos carne, ni ponemos manteca en la mesa”.[54] La distinción entre “comer” y “poner” algo “en la mesa”, podría significar que aún empleaba manteca para cocinar, pero no la colocaba en la mesa para untar ni para aromatizar los alimentos.

La Sra. de White consumió mucho menos queso que carne. Admitía haber tomado una pequeña porción de queso cuando se la invitaba a otra casa, pero, sostuvo que como familia no “compraban queso, ni lo consumían habitualmente”.[55] En 1901 Elena de White explicó que “había probado el queso una o dos veces, pero que esto es diferente a integrarlo a la dieta”.[56] Otros adventistas, aparentemente, consumieron queso con mayor libertad. En ocasión de un retiro espiritual (camp-meeting) se había estado vendiendo queso hasta que John Harvey Kellogg, que recién había llegado, se dio cuenta. El encargado de la venta, al ser interrogado, alegó que contaba con el permiso de uno de los directores del retiro. Entonces, Kellogg compró todo el queso y lo arrojó al río.[57]

Además de alimentarse con una cantidad de frutas y alimentos vegetales, la familia White y otros adventistas comían otros alimentos. Kellogg introdujo la granola, un cereal seco que se servía en el desayuno de los pacientes del Sanatorio de Battle Creek, y en 1877 organizó la Sanitarium Health Food Company [Compañía de alimentos saludables del sanatorio], con el propósito de servir a un mercado mayor con productos tales como harina de avena, galletitas integrales de avena y fruta, y cereales integrales.[58] En 1896 se comenzó a fabricar el Nuttose, un sustituto de la carne.[59] También se hizo el café de cereal a partir de pan, maíz, salvado y miel.[60] Kellogg también introdujo la manteca de maní en la dieta americana.[61] Pero su invención más famosa fueron los copos de maíz, que su hermano, Will Kellogg, transformó en un negocio multimillonario.[62]

La salud ha sido siempre una avenida que los adventistas emplearon para encontrar y apelar a la sociedad contemporánea. Quizá por esta causa, los argumentos bíblicos y religiosos escasearon en los escritos de Kellogg. LaReview muy ocasionalmente tenía un artículo sobre el tema, pero gran parte del consejo que obtenían los adventistas sobre dieta era a través de los libros y las publicaciones periódicas de Kellogg. Por supuesto, la Sra. de White proporcionó una perspectiva religiosa, pero ella no escribió mucho de dieta en las décadas del 70 y del 80 del siglo pasado, y sus escritos de la década del 60 ya estaban fuera de impresión más adelante.

Sin embargo, esta situación cambió hacia fines del siglo XIX. El ensayo de Milton C. Wilcox, publicado en 1899, sobre “Man’s Primitive and Best Diet”, acentuaba marcadamente la perspectiva bíblica.[63]

Se ponía énfasis en el alimento que comemos ante los ojos de Dios: “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma” (3 Juan 2). “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Cor. 10: 31), y con muchos otros textos. Luego argumentaba que la buena salud forma parte del ser santificado íntegramente.

Remontándose a la dieta original del hombre, trazó la historia de la dieta a lo largo de los tiempos bíblicos, finalizando con un cuadro que describía esta historia desde la dieta natural compuesta de fruta y grano en Edén, pasando por la alimentación cárnea de Babilonia y Egipto y, luego, ascendiendo nuevamente luego de 1844 a una dieta de frutas y granos para el tiempo de la segunda venida de Cristo. Pero si el crecimiento de esa línea, luego de 1844, es sostenido, progresivo e ininterrumpido, como lo describió Wilcox, o si se aparta de esa perspectiva luego de algunos años, es algo que lo tendremos que determinar nosotros.

Sobre el autor: Ronald D. Graybill es profesor asociado de historia en la Universidad de Loma Linda, Loma Linda, Estados Unidos.


Referencias

[1] R. T. Trall, The New Hydropathic Cook Book (Nueva York, Fowlers and Wells, 1857), pág. vil.

[2] Godfrey T. Anderson, Outrider of the Apocalypse (Mountanin Vlew, Pacific Press Publishing Assn., 1972), págs. 37, 38, 42, 104.

[3] Compárese, por ejemplo, Elena de White, Appel to Mothers (Battle Creek, Steam Press, 1864), pág. 9 con James

C. Jackson, The Sexual Organism and its Healthful Management (Boston, B. Loverett Emerson, 1861), págs. 74, 75, donde Elena de White emplea nueve paralelismos extractados del libro de Jackson. Estas comparaciones son extrañas en los escritos anteriores sobre salud de Elena de White, pero existen.

[4] Por una discusión de las declaraciones “problema” de Elena de White, véase Roger Coon, Seminar on Contemporary Issues in Prophetic Guidance (Washington, D.C., White Estate, 1986), págs. 10-14.

[5] J. H. Waggoner, “Present Truth”, Review and Herald, vol. 28 (7 de agosto de 1866), pág. 77.

[6] Sylvester Graham, Lectures on the Science of Human Life, (Nueva York, Office of the Health Reformer, sin fecha), págs. 517-547.

[7] Ibíd., págs. 540, 549.

[8] Ibíd., pág. 547.

[9] Ibíd., págs. 513-516.

[10] William Alcott, Vegetable Diet (Nueva York, Fowlers and Wells, 1850), págs. 16, 17.

[11] Ibíd., págs. 293-298

[12] Ibíd., pág. 301

[13] Ibíd., págs. 302-304

[14] Ibíd., págs. 306, 307.

[15] Ibíd., pág. 308.

[16] Ibíd., págs. 311, 312.

[17] Ibíd., págs. 309311.

[18] William Alcott, The Laws of Health (Boston, John F. Jewet & Co., 1860), págs. 122-196.

[19] ibid., pág. 109.

[20] Ibíd., págs. 111, 145, 149, 150.

[21] James White, ed., Health: or How to Live, número 1 (Battle Creek, Steam Press, 1865), págs. 31-51.

[22] Ibíd., pág. 206.

[23] Ibíd., págs. 19, 15-26.

[24] Ibíd., págs. 29, 41.

[25] J. N. Loughborough, Hand Book of Health (Battle Creek, Steam Press, 1868), págs. 184, 185.

[26] Ibíd., pág. 189.

[27] M. G. Kellogg, Hygienic Family Physician (Battle Creek, Office of the Health Reformer, 1873), pág. 21.

[28] Uriah Smith, “Meats Clean and Unclean”, Review and Herald, vol. 60 (3 de julio de 1883), pág. 424.

[29] Ron Gray-bill, “The Development of Adventist Thinking on Clean and Unclean Meats” (E. G. White Estate, 27 de abril de 1981); el tema también se discute en la obra de Coon, págs. 2022.

[30] Alcott, Vegetable Diet, pág. 258; Laws of Health, pág. 157; Trall, New Hydropathic Cook Book, pág. 44; Elena de White, Spiritual Gifts, t. 4 (Battle Creek, Steam Press, 1864), pág. 146.

[31] How to Live, pág. 58.

[32] Testimonies for the Church, t. 1, págs. 206, 207.

 [33] J. H. Kellogg, Pork (Battle Creek, Steam Press, 1897).

[34] Graham, Lectures (Nueva York, sin fecha), pág. 422.

[35] Ibíd., págs. 508-510.

[36] Russell T. Trall, The Hydropathic Encyclopedia (Nueva York, Fowlers and Wells, 1873), pág. 422.

[37] M. G. Kellogg, Hygienic Family Physician, págs. 22, 23.

[38] J. H. Kellogg, posible autor], Hygienic Cook Book (Battle Creek, Office of the Health Reformer, 1876), pág. 10.

[39] Cummings, The American and His Food (Chicago, University of Chicago Press, 1941), págs. 92-94.

[40] Graham, Lectures (Nueva York, sin fecha), pág. 507.

[41] Trall, New Hydropathic Cook Book, pág. 167.

[42] Graham, Lectures, pág. 506.

[43] Alcott, Vegetable Diet, pág. 258.

[44] Trall, New Hydropathic Cook Book, pág. 107.

[45] ibíd.

[46] J. H. Kellogg, Home Hand Book, pág. 417.

[47] Graham, Lectures, pág. 510.

[48] Trall, Hydropathic Encyclopedia, pág. 422.

[49] Hygienic Cook Book, pág. 10.

[50] Carta de Elena de White a los esposos Canright, 12 de noviembre de 1873, Carta 1 de 1873.

[51] Carta de Elena de White al Dr. D. H. Kress y su esposa, 29 de mayo de 1901, Carta 37 de 1901.

[52] Carta de Elena de White a los esposos Canright, 12 de noviembre de 1873, Carta 1 de 1873.

[53] Carta de Elena de White a los esposos Canright, 17 de febrero de 1884, Carta 2 de 1884.

[54] Carta de Elena de White a la Hna. Clausen, 14 de junio de 1894, Carta 13a de 1894.

[55] Carta de Elena de White a los esposos Canright, 12 de noviembre de 1873, Carta 1 de 1873.

[56] Ellen G. White, “Talk in the College Library”, 1 de abril de 1901, Manuscrito 43a de 1901, pág. 11.

[57] Carta de Elena de White a los esposos McCullough, 7 de septiembre de 1893, Carta 40 de 1893.

[58] Richard Schwarz, John Harvey Kellogg, M. D. (Nashville, Southern Publishing Assn., 1970), pág. 209.

[59] Ibíd., pág. 109.

[60] Ibíd., pág. 110.

[61] Ibíd., pág. 120.

[62] Ibíd.

[63] M. C. Wilcox, y Flora y J. R. Leadsworth, The Natural Food of Man and How to Prepare It (Oakland, Pacific Press, 1899), págs. 5-44.