Son exactamente las 10:40 del día cuando escribo este artículo. Lo estoy haciendo antes de viajar para dos grandes campañas de cosecha evangélica en la República del Ecuador y en la del Perú. Hoy, aquí en Brasilia, el día es muy lindo. El sol brilla y la brisa agita las hojas de la palmera que crece delante de la ventana de mi oficina de la División Sudamericana. Acabamos de tener una bendecida reunión de oración la Sra. Evelyn Nagel, el pastor Jonas Arrais, su esposa Raquel y yo. Nos arrodillamos y oramos en favor de los pastores de toda América del Sur y sus respectivas esposas. Como usted sabe, formamos el equipo ministerial de la División.
Nuestra reunión no tuvo nada que ver con los detalles del trabajo. Sólo y sencillamente oramos por usted. Y eso no es trabajo. Es sólo una expresión del amor que sentimos en el corazón.
A veces usted puede creer que allá, en el extremo de la línea, mientras trabaja en un distrito apartado o en una iglesia urbana de una gran metrópolis, nadie se acuerda de usted. Pero nosotros sí nos acordamos. Sabemos de las luchas de todos los días que enfrenta usted con el enemigo de los seres humanos. Y quiero asegurarle que más que nosotros aquí, en la Asociación Ministerial, hay ojos divinos que vigilan cada uno de sus pasos.
El Salmo 126 siempre fue una inspiración para mí cuando, como consecuencia de las circunstancias que la vida nos impone, tuve que enfrentar horas terribles a lo largo de mi ministerio. Ese salmo celebra el regreso de Israel del cautiverio babilónico. La liberación del pueblo era una gran noticia que se debía dar, pero la incredulidad de la gente hacía sufrir el corazón del mensajero. A veces el anuncio de las buenas noticias de nuestro regreso al hogar no siempre produce alegría. Muchas veces provoca lágrimas al mensajero. Y mientras tanto se cumple la promesa divina: “Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán” (Sal. 126:5).
¿Cuántas lágrimas caben en el ministerio de un pastor? ¿Quién entiende lo que usted siente en el corazón al enfrentar el peso de la responsabilidad de conducir al pueblo de vuelta a la casa del Padre? Lágrimas de súplica durante las horas silenciosas de la noche, al sentirse totalmente humano, aunque la gente a veces lo considere algo así como un semidiós, incapaz de caer. Intensas súplicas para que el Señor mantenga su naturaleza pecaminosa sometida al control del Espíritu Santo.
Lágrimas de intercesión en favor de su iglesia. Casos que usted conoce, vidas destruidas por el pecado que lo buscan para que les dé ayuda. Episodios dramáticos delante de los que usted se siente impotente aunque de todos modos tiene que hacer algo.
Lágrimas de incomprensión porque usted es el líder; un líder que nunca debe manifestar debilidad, aunque se esté desangrando por dentro. Incomprensión porque vivimos en un mundo donde el líder existe para ser cuestionado, criticado y muchas veces apedreado. Pero usted debe guardar silencio, porque esa es su misión.
Lágrimas de frustración porque usted predica, enseña, capacita, dedica horas a un trabajo intenso, dando prioridad a lo que es prioritario y, al mirar hacia atrás, ve que los años pasaron y le queda la impresión de que nada cambió. Por todo eso y mucho más, “irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla”, pero respaldado por la promesa de que “al volver vendrá con regocijo, trayendo sus gavillas” (vers. 6).
La cosecha, para el ministro, es la hora del júbilo y la alegría. Pero no hay cosecha sin siembra; y la siembre implica esfuerzo, sudor, sacrificio y lágrimas. Lágrimas que humedecen el suelo de la historia y que brotan de la tierra en la forma de vidas transformadas. Maravillosas gavillas para la gloria de Dios.
Ya es casi medio día. El artículo está casi terminado. Cierro los ojos y me imagino a usted, pastor, vaso de barro, ser humano de carne y hueso, escogido por Dios con el fin de preparar a un pueblo para el regreso de Cristo. De tanto imaginar sus luchas, dificultades y lágrimas, le agradezco a Dios porque usted y su familia pusieron sus vidas en las manos divinas, para que él los usara con poder.
Sobre el autor: Secretario de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana