Primera parte de un estudio sobre la acusación de plagio en los escritos de Elena de White.
En un tribunal de justicia, una persona se presume inocente hasta que se compruebe que es culpable. En el tribunal de la opinión pública, una persona acusada de un delito a menudo se presume culpable sin una revisión cuidadosa de los hechos.
En 1980, Elena de White entró en el “Who’s Who” de los autores prominentes acusados (pero rara vez declarados culpables) de plagio.[1] Esta lista incluye a Rudyard Kipling, Edgar Allan Poe, Henry Wadsoworth Longfellow, Richard Henry Dana,[2] Harriet Beecher Stowe, James Russell Lowell, Jack London, Martin Luther King Jr. e incluso William Shakespeare.[3] Solo porque un escritor incluya palabras similares o incluso frases exactas de otros escritores en su composición no significa que sean ladrones literarios. En este primer artículo de tres, veremos cómo puede ser esto.
Cómo desarrollar un sentido para los derechos de propiedad intelectual
La preocupación por los derechos de propiedad intelectual es de origen bastante reciente. Durante la Edad Media, el uso de las palabras de otros no solo era común, sino también se esperaba. George Kennedy, en Classical Rhetoric and Its Christian and Secular Tradition from Ancient to Modern Times [Retórica clásica y su tradición cristiana y secular desde la antigüedad hasta los tiempos modernos], escribe: “La escritura y la oratoria clásicas eran […] en un grado considerable un pastiche, o un rejunte de cosas comunes, largo o corto […]. El alumno memorizaba pasajes como si fuesen letras y preparaba un discurso a partir de estos elementos como si fuesen palabras formadas por letras […]. En la Edad Media los manuales de redacción de cartas con frecuencia contenían fórmulas, como introducciones y cierres, que el alumno podía insertar en una carta, y había toda una serie de retóricas tipo formulario en el Renacimiento”.[4]
Para el siglo XVIII, la preocupación por el plagio había cambiado poco. Según Albert C. Outler, la publicación por parte de John Wesley del resumen de la obra del otro autor era considerada por Wesley y sus colegas del siglo XVIII como una forma de promoción, no de plagio.[5] William Charvat describe la década de 1840 como una era de “recorte al por mayor”.[6] “Los semanarios estadounidenses robaban tanto a los franceses como a los ingleses. Los ingleses, a su vez, robaban de los franceses y de los estadounidenses”.[7]
Cambios en la expectativa pública
Para mediados del siglo XIX, las cosas comenzaron a cambiar. “Mientras que los lectores y los escritores reverenciaban cada vez más la ‘originalidad’ como una virtud artística absoluta, tanto más flotaba el espectro de la culpa sobre el horizonte ‘influenciado’ del escritor”.[8] “Uno puede detectar una preocupación proliferante por el plagio a mediados del siglo XIX […]. Los escritores estadounidenses del período prebélico estaban intentando calcular las limitaciones y las posibilidades de la autoría de marca registrada”.[9]
Una vez que cambió el sentimiento público, el péndulo osciló demasiado lejos, dificultando la escritura de escritores talentosos. “Tennyson se consternó por el ‘grupo prosaico’ que crece entre nosotros: editores de folletos, ratones de biblioteca, cazadores de índices u hombres de gran memoria […] [que] no le permiten a uno decir “me suena” sin descubrir que lo hemos tomado de Sir P. Sidney, o incluso utilizar una expresión tan sencilla como el océano “ruge” sin descubrir el verso exacto en Homero u Horacio, del que lo hemos plagiado’. Este ‘grupo prosaico’ contra el que clamaban Tennyson, Pope y otros era la nueva generación de eruditos -los ‘pedantes sin ideas, intelectuales sin amor’- que trivializaban la literatura, distorsionaban la estética, y trataban de conseguir prestigio y honor no a través de la originalidad sino impugnando la originalidad de los escritores de talento comprobado”.[10]
“Dullards, cuya escasez de originalidad solo es superada por su manía devoradora de que lo consideren como un hombre de letras, favoreció a los lectores voraces y a los autoproclamados críticos. Para publicitar sus propios nombres acusan de plagio a escritores como Caine, Kipling e incluso Shakespeare.
“[…] Los mitos, los argumentos, las tradiciones están abiertos para todos nosotros, pero adaptarlas, dramatizarlas, ‘¡uy! ahí está el problema’.
“En los asuntos diarios de la vida existe tal cosa como la tan buscada ‘similitud inconsciente’ […]. En mecánica, el Registro de la propiedad industrial podría proporcionar innumerables pruebas no meramente de similitud de diseño, sino de invención idéntica simultánea por parte de dos o más creadores en varias partes del mundo […].
“¿Quién que escriba para publicar puede recordar todo lo que ha leído?
“[…] Los escritores de reconocido prestigio son inmunes a los disparos de estos insignificantes cazadores de comillas; pero este arresto precipitado y descuidado de supuestos ladrones que, por inocentes que sean, tal vez no sean capaces de probarlo, está causando infinitos daños […]. Sería mejor repetir algo bueno que no escucharlo nunca. Y ‘al lado del creador de una buena frase está el primero que la cita’ ”.[11]
“Los primeros análisis y definiciones detallados de plagio surgen de este período y de gente como Johnson, Pope, Goldsmith y De Quincey”.[12] Se necesitó tiempo para desarrollar los conceptos legales de “autoría registrada” y de “obra literaria”.[13]
Para comienzos del siglo XX, las acusaciones de plagio eran galopantes. Mary Moss elabora: “Los temas en los que consiste el verdadero plagio -tratamiento, atmósfera, carácter, observación-, las características que hacen que la obra de un hombre sea propia, son tan fantásticamente diferentes en ‘Modeste Mignon’ y ‘Venus’ como lo es un acto de Offenbach y un cuarteto de cuerdas en el tercer período de Beethoven. Es perfectamente fácil concordar ciertas similitudes; imposible, sin citar capítulos enteros, para ilustrar la diferencia completa”.
Citando a Anatole France, Moss continúa: “Actualmente es una gran suerte que un renombrado escritor no sea tratado, al menos una vez al año, como ladrón de ideas […]. La verdad es que las situaciones les pertenecen a todo el mundo […]. Un plagiador es el hombre que saquea sin gusto ni discernimiento […]. Pero en cuanto al autor que solo toma lo que es apropiado y provechoso para él, y que sabe cómo elegir, es un hombre honesto”.
“Agreguemos también que es una cuestión de medida. La Mothe Le Vayer […] dijo: ‘Uno puede robar al estilo de las abejas, sin agraviar a nadie, pero el robo de hormigas, que se lleva un grano entero, nunca debiera imitarse’.
“Pero respecto a robar los huesos pelados de un argumento o situación, algo casi imposible de evitar, ¡quién no preferiría ser ridiculizado con todos los ladrones ilustres que consciente o inconscientemente se han apropiado y han adornado cualquier idea que se les cruzó, y luego descansar tranquilo con los equivoquistas (es el mismo hábito mental) que se especializan en descubrir parecidos sin importancia!”[14]
“Las ideas no son propiedad, así que no pueden ser robadas”, protesta Deena Weinstein.[15] Holly Newman concuerda: “El hecho es que los conceptos y las ideas están libremente disponibles para que todos las usen y las desarrollen como deseen. La Corte Suprema de los EE.UU., en lo que se da en llamar el ‘caso Feist’, ha dicho que las ideas están libremente disponibles para que la expresión de la idea puede protegerse”.[16]
Keith St. Onge responde: “La reacción obvia es nuestra obligación a proteger nuestra erudición original del trasvasamiento envidioso de amanuenses menores. Por más vital que se considere esa protección, ni la academia ni la ley han podido establecer una ofensa mínima sintáctica. Un ejemplo clásico que se registra es el de un profesor de criminología, que por lo demás era cuerdo, que públicamente afirmó tener el sorprendente don de identificar ¡plagios de una sola palabra!”[17]
De modo que ¿cuántas palabras se necesitan para estar seguros de que hay plagio? Después de realizar una cantidad de experimentos para probar las aptitudes de los alumnos de escribir acerca de temas conocidos sin tomar material que les fue dado en notas, McIver y Carroll concluyeron: “Cualquier frase de 16 palabras o más que sea exactamente igual y que no sea un aforismo, una poesía o palabras de un canto es casi seguro que fue copiada de un documento escrito”.[18]
La preocupación en cuanto a cuántas palabras se utilizan de otra persona parece casi artificial. Se dice de Martin Luther King Jr.: “El púlpito negro le daba a King la ‘suposición retórica de que el lenguaje es un tesoro común; no propiedad privada’ ”.[19] Según un artículo, en los trabajos de investigación de King cuando era estudiante hay seis ejemplos de plagio.[20] La misma fuente declara que en uno de esos trabajos “solo 14 de 38 párrafos están libres de plagios textuales”. En otro, “Solo 3 de los restantes 22 párrafos del ensayo no están repletos de plagios textuales, muchas veces de párrafos enteros”.[21] En la tesis doctoral de King, existen nueve ejemplos de plagio;[22] en sus discursos hay cinco.[23] Debido a su gran influencia, el descubrimiento del plagio de King parece no haber empañado mucho su influencia como orador y dirigente.
La similitud no siempre es plagio
John Taiman admitió: “No me precipito a gritar ‘¡plagio!’, porque esa acusación ha resultado infundada en tantos casos como ha sido justificada”.[24] ¿Cuándo la similitud es igual a plagio?
Cuando el usuario del lenguaje anima a los lectores a leer sus fuentes. La descripción de presunto plagio tomada del New Orleans Creóle [El criollo de Nueva Orleans], afirma que el Rev. Dr. Scott “transfirió a sus páginas frases completas de descripción, explicación, ilustración, argumentos y apelación”. Sin embargo, el Dr. Scott fue defendido sobre la base de que él hizo mención de sus fuentes en el prefacio de su obra y que aconsejaba a los oyentes en sus charlas que “procuraran y leyeran” obras específicas.[25]
Cuando el usuario escribe desde el interior de la pileta de su propio género. Dameron nota que una cantidad de eruditos han examinado “el papel de Pole como autor y periodista en el contexto de la cultura y el mercado mediático de sus días”.[26]
Un artículo anónimo del New York Tintes se refiere a la acusación de que la novelista Katharine C. Thurston “tomó la idea” para su novela de una obra publicada 17 años antes. Al notar que “no había nada particularmente original” en su obra, el artículo continúa diciendo que “el argumento y las mismas situaciones por mucho tiempo han sido partes del repertorio” de los escritores del género romántico. “Es fácil acusar de plagio”, recita el artículo. “Cada periódico recibe muchas comunicaciones que expresan esas acusaciones por parte de personas airadas, bienintencionadas, que no se las puede hacer entender por qué el editor no prestó inmediatamente todos sus recursos a su causa. De este modo, con frecuencia los hombres y las mujeres de mayor nivel literario son atacados despiadadamente”.[27]
Cuando el usuario del lenguaje muestra independencia de pensamiento. J. O. H. Cosgrove, editor de la revista Everybody, “no creía que [Jack] London había recurrido al plagio. Tenía suficientes ideas propias. Al tratar temas similares se producirían similitudes”. La editorial del libro, Doubleday, Page & Co., de la que se aduce que London plagió, se rehusó a interponer acción judicial.[28]
Edward Fitzgerald notó: “Mi canon es que no hay plagio cuando el que adopta ha demostrado que podría originar lo que adopta, y mucho más”.[29]
Cuando el usuario “lo dice mejor”. “En cada ramo del conocimiento los escritores y los pensadores, en mayor o menor grado, se apropian de las ideas de sus predecesores y se esfuerzan, tanto como les es posible, por mejorarlo; y me pregunto cuántos mencionan la fuente de su información”.[30] Como James Russell Lowell dijo una vez: “Una cosa siempre llega a ser del último que la dice mejor, y así pasa a ser suya”.
Criptomnesia
Las acusaciones de plagio surgen cuando alguna semejanza de palabras es percibida entre dos autores. Este fue el caso, hacia fin de la década de 1970, cuando Walter Rea descubrió semejanzas en los escritos de Elena de White acerca de la vida de Cristo y los demás autores que la precedieron. Vamos a examinar algunas formas por las que alguien puede duplicar las palabras de otros, sin que sea plagio.
¿Cómo se puede saber si pasajes semejantes están relacionados entre sí? “En dos novelas publicadas por dos editoras diferentes y editadas casi en la misma fecha, había dos párrafos que eran casi precisamente idénticos, no solo en significado, sino también en fraseología”.[31] La estrofa de un poema publicado en mayo de 1900 era la misma de un poema no publicado, escrito en enero de 1899.[32]
Cierta escritora confrontó a un crítico que la acusó de haber usurpado el título de un poema. No obstante, el poema de la escritora había sido escrito años antes de ese alegato original. “Los poemas no solo son idénticos en nombre -también constituía el estribillo, toda una línea que se repetía con frecuencia-, sino también el tema era el mismo; y el ritmo, muy irregular, también era idéntico. El crítico quedó confundido”.[33] Existe un fenómeno llamado criptomnesia, o plagio inconsciente, según el cual una idea puede desarrollarse en dos mentes, en líneas paralelas, produciendo resultados semejantes.
Los investigadores Marsh, Landu y Hicks condujeron un estudio cuyo resultado mostró que “la recolección de informaciones y la adjudicación a su fuente original pueden ser actos cognitivos separados”.[34]
Alian S. Brown y Hildy E. Halliday percibieron que “existen dramáticas y serias ocurrencias de criptomnesia”.[35] Jung informa que “veinte años pasaron desde que Nietzsche escuchó una historia folclórica y su utilización en una novela”. Hellen Keller escuchó una historia y, tres años después, la escribió como su relato.[36]
Independencia de pensamiento
Pero la semejanza no es el cuadro completo. “Notar semejanzas es solo el primer paso en el estudio de las relaciones literarias. Es necesario también catalogar las diferencias; luego, lo más importante, preguntar qué clase de uso hizo el autor de la obra del primero. A pesar de que ella [Elena de White] haya utilizado a Melvill, sus escritos son más que una repetición de las enseñanzas de él”.[37]
Dado que Elena de White había escrito “la mayoría de las ideas que son comunes entre ella y el Dr. Stowe antes de que ella escribiera” el Manuscrito 24 (1886), y porque “hay diferencias significativas entre las teorías de la revelación presentadas por el Dr. Stowe y la Sra. de White”, ella no se “estaba apropiando de las ideas de otro hombre”.[38]
Consideremos su utilización de Conybeare y Howson. Después de comparar Sketches from de Life of Paul [Reseña de la vida de Pablo], de Elena de White, y Life and Epistles of St. Paul [La vida y las epístolas de Pablo], de Conybeare y Howson, Denis Fortin escribió:
“[Encontramos] evidencias de que Elena de White tomó algunas de las ideas de estos autores. Por otro lado, debemos reconocer que la utilización no fue realizada de manera negligente. Utilizó informaciones arqueológicas, históricas y geográficas para complementar sus pensamientos y descripciones de los eventos que estaba mencionando. A veces, ella parafraseó libremente el material utilizado; otras veces, las frases son más sustanciales. Incluso algunas veces los pasajes utilizados son casi literales o siguen la misma línea de pensamiento.
“Incluso, también parece evidente que utilizó lo que necesitaba y descartó lo que no cabía en su pensamiento. Algo atractivo en este estudio comparativo es el hecho de que largas secciones de los capítulos de Elena de White no son mencionadas, porque no existen paralelos con los de Conybeare y Howson. Además de esto, debemos señalar que Elena de White frecuentemente reajustó el bosquejo y los pensamientos de Conybeare y Howson. Tomó material de diferentes páginas o capítulos y los ordenó a su manera. Muchos estudiantes que hoy realizan investigaciones no se toman el tiempo de reelaborar los pensamientos y el bosquejo de alguien en esta medida.
“Este estudio muestra que Elena de White sabía lo que estaba utilizando y no tomó material de manera negligente, solo para llenar una página. Interactuó con el material, lo que indica que no fue una plagiadora”.[39]
Algunos afirman que Elena de White escribió muchos capítulos de sus libros valiéndose del libro Night Scenes in the Bible, de Daniel March.[40] El libro The Prophet and Her Critics [La profetisa y sus críticos], de Brand y McMahon, muestra que Elena de White fue mucho menos dependiente de March de lo que alegan sus críticos.[41]
Si bien podríamos concordar con Douglas Hackleman, en el sentido de que el 2,6% de deuda literaria, según la investigación de Cottrell y Specth con respecto a El Deseado de todas las gentes, es un índice bajo, porque solo está basado en la obra de William Hanna, la afirmación de que entre un 80 y un 90% de los escritos de Elena de White son copiados es totalmente exagerada.[42]
El proyecto Veltman, establecido para encontrar toda posible dependencia literaria, investigó más de 500 obras y documentó solo un 31% de esa posible dependencia, en frases representativas de los capítulos en estudio. Descontando las citas bíblicas, el 61% de las frases de esos capítulos de El Deseado de todas las gentes revelaron ser independientes.
La reciente investigación de Jean Zurcher cita ocho ejemplos de corrección de Elena de White al describir a los valdenses y los albigenses, a pesar de la acusación de que sencillamente copió informaciones de historiadores desinformados.[43] Albert Reville explica por qué ella contradijo a algunos historiadores:
“Estamos limitados a descripciones dadas por adversarios, por algunos apóstatas y a testimonios reunidos por los tribunales de la Inquisición. Algunos son despreciativos, otros sospechosos, de manera que necesitamos estar alertas especialmente a la tendencia de estos jueces o historiadores, igualmente tendenciosos para presentar, como dogmas prescritos o creencias profesadas por los puritanos, muchas excentricidades ridículas o repulsivas que son solo consecuencias reales o asumidas de los principios admitidos por ellos. Nada es más engañoso que un método como este”.[44]
Argumento fallido
Walter Rea ¿estaba justificado en su reacción contra las similitudes entre El Deseado de todas las gentes y otros escritos sobre la vida de Cristo? Alden Thompson revisó los conceptos de Rea y afirma lo siguiente:
“Los eruditos bíblicos observarán fascinantes paralelos entre la reacción de Rea y sus conclusiones, y la reacción del siglo XIX al estudio ‘crítico’ de la Biblia. En ese siglo, la reacción inicial al descubrimiento de que los escritores bíblicos utilizaron fuentes fue violenta. Solo después de muchas décadas se hizo posible que los eruditos de la época enfatizaran que el producto final es más importante que las partículas y los pedazos”.
“Como parte de esta preocupación por el producto final, los eruditos bíblicos de hoy enfatizan la importancia de que el autor agregó o borró (crítica de la redacción). Rea dejó traslucir su falta de conocimiento de los modernos métodos de investigación, cuando desmerece el hecho de que los defensores de Elena de White están encontrando significativo estudiar ‘lo que ella no incluyó cuando copió’ ”.[45]
La inspiración no puede ser determinada sencillamente por el porcentaje de material utilizado o no utilizado en un artículo o un libro. “La cantidad de utilización no es la cuestión más importante […]. Se puede encontrar un caso semejante muy iluminador en la relación entre los evangelios. Más del 90% del Evangelio de Marcos se repite en los pasajes de Mateo y de Lucas. Aun así, los eruditos bíblicos contemporáneos cada vez más están llegando a la conclusión de que, si bien Mateo, Marcos y Lucas utilizaron material en común, cada uno de ellos fue un escritor distinto en su propio derecho. Así, la Alta Crítica tiene un abordaje más analítico del estudio de las fuentes literarias que el autor de The White Lie.
“En la infancia de la ‘crítica de las fuentes’, los escritores de los evangelios fueron considerados por la Alta Crítica como poco más que plagiadores que ‘recortaban y pegaban’. Ahora, estos críticos comprenden que los estudios literarios no están completos hasta que van más allá de catalogar pasajes paralelos; es decir, hacia la cuestión más significativa de la manera en que el material fue utilizado por los autores, con el fin de hacer su declaración singular”.[46]
“Si los autores inspirados de las Escrituras pudieron tomar material prestado, esta práctica ¿cómo puede ser un argumento contrario a la inspiración de Elena de White?”[47] El comentario de Peterson es significativo:
“Plagio es un término técnico estrecho, que sencillamente no se aplica al caso de la Sra. de White. […] Todo erudito literario puede decir que los estudios de las fuentes están entre las tareas más traicioneras, porque el mero estable cimiento de una similitud, incluso una fuerte similitud, entre dos textos literarios no es suficiente evidencia de préstamo. Tampoco es posible demostrar que (1) el texto B fue escrito después de la publicación del texto A, la fuente presumida; (2) que supuestamente el autor del texto B puede tener acceso al texto A; y (3) que las ideas o incluso el lenguaje del texto A no se encuentran lo suficientemente disgregados, de manera que pertenezcan, en verdad, a la propiedad común de la época”.[48]
Una acusación legal de plagio contra la Sra. de White nunca podría tener éxito. Si bien sus composiciones pueden contener semejanzas con otros escritos del mismo género, la evidencia muestra que esa semejanza se debe frecuentemente a la mutua dependencia de las Escrituras, a que muchas de las palabras y las frases que el original Life of Christ Research Project determinó que eran paralelos literarios de “fuentes”, en verdad eran meramente extensiones de frases o pensamientos de sus escritos iniciales,[49] y que la cantidad de material que tomó prestado sin crédito no excede a la de otros escritores que tomaron prestado.[50]
Además de eso, ella jamás fue amenazada por algún proceso, si bien la acusación de plagio la haya acompañado durante toda su vida.
Sobre el autor: Pastor en Carolina del Norte, Estados Unidos.
Referencias
[1] John Dart, “Plagiarism Found in Prophet Books”, Los Angeles Times, 23 de octubre de 1980.
[2] El juicio contra Dana fue exitoso.
[3] Theodore Pappas, Plagiarism and the Culture War; The Writings of Martin Luther King, Jr., and Other Prominent Americans (Hallberg Pub., 1998), pp. 28, 29. Otros acusados de plagio fueron E. D. E. N. Southworth, Nathaniel Parker Willis, Fanny Fem y Rose Terry Cooke.
[4] Ibíd., p. 48.
[5] Albert C. Outler, John Wesley (Oxford University Press, 1964), pp. 85, 86.
[6] William Charvat, Profession of Authorship (1968).
[7] Mary Noel, Villains Galore… The Hey-day of the Popular Story Weekly (Macmillan, 1954), p. 6.
[8] David Carpenter, “Hoovering to Byzantium”.
[9] Ellen Weinauer, “Plagiarism and the Proprietary Self: Policing the Boundaries of Authorship in Hermán Melville’s ‘Hawthome and His Mosses’ ”, American Literature 69/4 (1997), pp. 700, 712.
[10] Pappas, p. 49.
[11] Agnes R. Lockwood Pratt, “Plagiarism Impossible to Them”, New York Times, 30 de septiembre de 1899: pp. 651.
[12] Pappas, p. 31.
[13] Mark Rose, “The Author as Proprietor: Donaldson v. Becket and the Genealogy of Modem Authorship”, Representations 23 (1988), pp. 51-85.
[14] Mary Moss, “No Plagiarism”, New York Times, 6 de enero de 1906: p. 6.
[15] Brian Martin, “Plagiarism: A Misplaced Emphasis”, Journal of Information Ethics 3, N°2 (Fall 1994), pp. 36-47.
[16] Neal St. Anthony, “Rottlund Finds Townhouse Copyrights Only Go So Far”, Minneapolis Star and Tribune (28 de enero de 2005): p. 6.
[17] Keith R. St. Onge, “Plagiarism: You Know it When You See it (Really?)”, hnn.us/articles/628.html.
[18] Robert K. McIver and Marie Carroll, “Experiments to Develop Criteria for Determining the Existence of Written Sources, and their Potential Implications for the Synoptic Problem”, Journal of Biblical Literature 121, N° 4 (2002), p. 680.
[19] David Thelen, “Becoming Martin Luther King, Jr.. An Introduction”, The Journal of American History (junio de 1991), p. 16.
[20] Martin Luther King Jr., Papers Project, “The Student Papers of Martin Luther King, Jr.: A Summary Statement on Research”, The Journal of American History (junio de 1991), pp. 23-40.
[21] Pappas, “A Houdini of Time”, The Martin Luther King, Jr., Plagiarism Story (Rockford Institute, 1994), p. 92; una reimpresión de un artículo anteriormente publicado en Chronicle of Higher Education (noviembre de 1992), pp. 89-92.
[22] Pappas, “A Doctor in Spite of Himself: The Strange Career of Martin Luther King, Jr.’s Dissertation”, en The Martin Luther King, Jr., Plagiarism Story (Rockford Institute, 1994), pp. 50-57; una reimpresión de un artículo publicado en Chronicle of Higher Education (enero de 1991).
[23] “Keith D. Miller, “Martin Luther King, Jr. Borrows a Revolution: Argument, Audience, and Implications of a Secondhand Universe”, College English 48, N° 3 (March 1986), pp. 249-265.
[24] John Taiman, “Longfellow and Read’s ‘Sheridan Ride’“, New York Times, 26 de octubre de 1907: pp. 687.
[25] “Alleged Plagiarisms of Rev. Dr. Scott”, New York Daily Times (1851-1857), 23 de agosto de 1854, p. 2. Elena de White recomendó los mismos libros de los que extrajo material seleccionado al escribir sus libros y sus testimonios. History of Reformation de D’Aubigne’s (RH 12-26-1882), de la que citó en El gran conflicto; Daniel Wise’s The Young Lady’s Counselor, del que citó en Health Reformer (HR 07-01-1873); Conybeare and Howson’s Life and Epistles of St. Paul (RH11-07-1882 y ST 02-22-1883), de la que tomó un 12,23% para Sketches From the Life of Paul. (Para una norma más estricta, David J. Conklin encuentra solo un 1,6%.)
[26] J. Lasley Dameron, ‘”Toe, Plagiarism, and American Periodicals”, Poe Studies 30, N° 81,2 (1997), p. 39. (Excepto por la investigación de David J. Conklin, esto no fue hecho por Elena de White, ¡a pesar de la necesidad de tal examinación, que es reconocida con la publicación del estudio del Dr. Veltman en 1888!)
[27] “Topics Uppermost. Unwisdom of Hasty Charges of Plagiarism— Authorized Biographies of Two Cardinals”, New York Times, 5 de agosto de 1905: pp. 509.
[28] “Charges Jack London With Plagiarism”, New York Times, 24 de noviembre de 1906, p. 11.
[29] “Where Copyrights End”, New York Times, 1° de abril de 1899: pp. 216.
[30] “Plagiarism in the Pulpit”, New York Times, 12 de abril de 1896, p. 11.
[31] A. W. Harrington, “Other Cases of Unconscious Plagiarism”, carta al editor de New York Times, 20 de octubre de 1900:10.
[32] “Plagiarism”, New York Times, 5 de enero de 1901.
[33] Sarah Jeanette Burke, “Letter to the editor”, New York Times, 20 de octubre de 1900.
[34] Richard L. Marsh, Joshua D. Landau y Jason que tomó un 12,23% para Sketches From the Life of Paul. (Para una norma más estricta, David J. Conklin encuentra solo un 1,6%.)
[35] Alan S. Brown y Hildy E. Halliday, American Journal of Psychology 104/4,1991, p. 475.
[36] Ibíd., p. 476.
[37] Ron Graybill, Warren H. Johns y Tim Pirier, “Henry Melvill and Ellen G. White: A Study of Literary and Theological Relationships” (Ellen G. White Estate, mayo de 1982), p. 3.
[38] David Neif, “Ellen G. White and Literary Indeptness to Calvin Stowe”, 1979, p. 22.
[39] Denis Fortín, http://www.andrews.edu/-fortind/EGWhite-conybeare.htm40
[40] http://dedication.www3.50megs.com/David/DA_18_march.html
[41] Walter Rea, “The Paraphrasing Prophet”, http://www.ellenwhite.org/egw89.htm, noviembre de 2005.
[42] Ver html://www.ellenwhite.org/myth1.htm
[43] Jean Zurcher, Spectrum 16/3 (agosto de 1985), pp. 21-31. 44 Deodet Roche, Le Cathatisme, 1973,1.1. 45 Alden Thompson, Spectrum 124 (junio de 1982), p. 70.
[44] Deodet Roche, Le Cathatisme, 1973,1.1.
[45] Alden Thompson, Spectrum 124 (junio de 1982), p. 70.
[46] Ministry, (agosto de 1982), p. 2.
[47] George Rice, Spectrum 16/1 (abril de 1985), pp. 56-60.
[48] William S. Peterson, Spectrum 3/4 (Autumn 1971), p. 78.
[49] http://www;whiteestate.org/issues/parallel.html
[50] Alexander Lindey, Plagiarism and Originality (Harper & Brothers, 1952), p. 6.