Es mi firme e inconmovible creencia que la suprema razón por la cual existe la Iglesia Adventista del Séptimo Día es la evangelización total. La evangelización es para la Iglesia lo que la sangre es para el cuerpo. Es tan esencial para la supervivencia como el aire que respiramos. La primera y última palabra de la Iglesia es la evangelización del planeta Tierra con el redentor Evangelio eterno. La evangelización no es una de las tareas de la Iglesia. Ni siquiera es su misión más importante. Más bien, la evangelización es la tarea imperativa y completa de la Iglesia, es la definida razón por la cual existe. La Iglesia Adventista fue llamada y organizada divinamente para evangelizar. Nuestra singular misión es llevar el Evangelio eterno al mundo entero. Creo que la concepción del carácter primordial y central de la evangelización debe saturar y penetrar cada actividad y faceta de la Iglesia. Para que la Iglesia Adventista mundial permanezca saludable, vigorosa, agresiva y fuerte, debe mantener persistentemente su fervor y expansión evangelizadora. La evangelización no sólo es esencial para la salud y bienestar espiritual de la Iglesia; es la primera y única razón valedera de su existencia. De aquí que el carácter primordial y central de la evangelización deba conservarse en su clara perspectiva ante la Iglesia completa. Este hecho debe permear el pensamiento de cada administrador, pastor, evangelista, obrero de la salud, obrero de la educación, colportor y todos los otros obreros denominacionales. El laicado total de la Iglesia debe estar involucrado individual y colectivamente en la ganancia continua de almas como un estilo de vida. Nadie en la Iglesia Adventista está eximido del mandato divino de la evangelización.

            Los administradores y dirigentes de la Iglesia, en todos los niveles de la organización, harían bien si recordaran las palabras de W. A. Spicer, quien fuera presidente de la Asociación General: “El trabajo más grandioso que cualquiera de nosotros puede hacer es ganar almas. Todo lo demás es cansancio y lágrimas y tribulación”. Las funciones administrativas, las actividades departamentales, las juntas institucionales, las resoluciones, las actividades de las comisiones, todas ellas, son mera maquinaria separada de motivación evangelizadora. Personalmente sostengo que ninguna institución, persona, organización o actividad de la Iglesia que no sea evangelizadoramente productiva es un apéndice inútil que merece pronta y radical cirugía. La Iglesia Adventista no debe sentirse satisfecha con sus prestigiosas y crecientes instituciones que despiertan la admiración y la alabanza del público.            Son útiles sólo cuando llegan a ser instrumentos para el ejercicio de la función evangelizadora de la Iglesia. Elena G. de White lo expone con belleza: “La más alta de todas las ciencias es la de salvar almas. La mayor obra a la cual pueden aspirar los seres humanos es la de convertir en santos a los pecadores” (El Ministerio de Curación, pág. 310). Por causa del carácter central de la evangelización, es imperativo que la dirección de la Iglesia busque definir y promover clara y constantemente el propósito y el lugar de la evangelización. La Iglesia Adventista no puede perder su celo evangelizado y continuar como instrumento de Dios para la evangelización del mundo. La Iglesia, inexpugnable e invencible, marchando en constante e innegable triunfo, sólo puede sostener esta vigorosa expansión si persiste sustancialmente como una iglesia evangelizadora.

            La Iglesia debe resistir vigorosamente el peligro siempre presente de proliferar en actividades secundarias que neutralizan el ejercicio de nuestro primordial objetivo: la evangelizaron. Es muy posible que los dirigentes y el laicado de la Iglesia lleguen a estar tan involucrados en loables actividades, que se desvíen de su misión real. Cada función de la Iglesia Adventista debe consagrarse a la cuestión central de la evangelización. La evangelización, para ser efectiva, debe ser total e incluir todo. Además, creo en la evangelización pública, en la evangelización personal, en la evangelización de salud, en la evangelización juvenil, en la evangelización laica, en la evangelización de la Escuela Sabática, en la evangelización por los medios masivos de comunicación, en la evangelización institucional, en la evangelización pastoral, en la evangelización de los colportores, en la evangelización de beneficencia, en la evangelización especial, en la evangelización rural, en la evangelización urbana, etc. En resumen, creo en la evangelización total, involucrando a la Iglesia total en un programa total, que sea lleno del Espíritu y entregado totalmente a la tarea de proclamar el mensaje especial de Dios para los últimos días.

            La Iglesia Adventista puede ser fiel a su mandato divino de evangelizar sólo mientras la evangelización continúe manteniendo su vital carácter primordial y central.