El mensajero cristiano se relaciona con Dios mediante la reverencia, y con los hombres cuando se trata de intereses trascendentales. Por eso, necesita más de la gracia que el común de los mortales.

El sol brillaba y quemaba. “Antes de terminar esta fase de su entrenamiento, ustedes deberán quedar en condiciones de correr cinco kilómetros en menos de quince minutos”, vociferó secamente el instructor de la marina. Sus palabras sonaron como una sentencia de muerte para algunos de nosotros, que estábamos intentando llenar una vacante de capellán militar. Durante nuestras actividades pastorales, la mayoría de nosotros se había habituado a una vida sedentaria. Pero ahora, en la Escuela de Capellanes del Ejército, las reglas eran diferentes. En ese nuevo ambiente, la adecuada condición física era absolutamente esencial. Milagrosamente, todos sobrevivimos a los cinco kilómetros de carrera libre, y conseguimos servir a los militares.

Durante los últimos 26 años, mis pensamientos han vuelto a menudo a los desafíos que enfrentamos en la es cuela de capellanes. Casi puedo oír todavía las órdenes de mi instructor. Sin embargo hoy, como pastor decidido a sacar el mayor provecho posible de mi trabajo, mi preocupación por el acondicionamiento espiritual supera el ideal de la excelencia física, aunque tampoco descuido mi cuerpo. La amonestación de Pablo, dirigida a un pastor joven, es oportuna y apropiada: “Ejercítate para la piedad; porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera” (1 Tim. 4:7, 8).

Al comentar este pasaje, Warren Wiersbe dice: “Cuando veo equipos de deportistas que se están entrenando bajo el sol del verano, recuerdo que hay ejercicios espirituales que yo debería estar practicando (Heb. 5:14). La oración, la meditación, el examen propio, el compañerismo, el servicio, el sacrificio, la sumisión, el testimonio; todo eso me puede ayudar, mediante el Espíritu, a ser más piadoso”.[1] Mi sentimientos concuerdan con los de Wiersbe. La combinación de los ejercicios físicos con los espirituales ha fortalecido en verdad mi relación con Cristo. Por ejemplo, durante mi carrera matinal, tengo la costumbre de escuchar grabaciones de textos bíblicos. La experiencia es sencillamente transformadora: la vida se vuelve viva para mí de un modo que jamás imaginé. La explicación está en el ejercicio espiritual.

La importancia de la preparación espiritual

¿Cuán importante es la preparación espiritual para un pastor?

Aparentemente, creemos que nuestro llamado y el desarrollo de nuestro trabajo ya nos mantienen espiritualmente preparados. La verdad es que se nos paga para que estudiemos la Biblia, oremos y participemos de la alabanza, tal como a los jugadores de fútbol se les paga para que hagan su trabajo y se entrenen a fin de estar en forma.

La mala noticia, no obstante, es que el hecho de hacer la obra pastoral no siempre nos mantiene espiritualmente preparados. ¿Acaso Jesús mismo no advirtió a los discípulos, que pronto estarían predicando en el día de Pentecostés, contra el peligro de rebajar la norma de la excelencia espiritual? Cuando Pedro declaró su incondicional lealtad, el Señor lo reprendió con estas palabras: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos” (Luc. 22:31, 32).

El objetivo del enemigo

¿Por qué los pastores nos debemos preocupar por la preparación espiritual? ¿No es acaso deber de todos los cristianos crecer en Cristo Jesús? Pero aunque lodo creyente debe crecer en la gracia, los pastores lo necesitan mucho más; la caída de un pastor acarrea consecuencias más graves que la de cualquier otro miembro de la iglesia. Como líder del rebaño de Dios, un pastor que está espiritualmente fuera de forma puede poner en peligro a las ovejas.

Richard Baxter, el gran predicador puritano, creía que los pastores deben estar más preparados para enfrentar las tentaciones que el promedio de los cristianos. “Cuídense -les escribió a los pastores-, porque el tentador los asediará con tentaciones más que a los demás seres humanos. No las escatimará, aunque Dios limite sus esfuerzos. Desea descalificar a todos los que están empeñados en desenmascararlo como el gran engañador. Así como odia a Cristo, el General, el Capitán de nuestra salvación, también odia a los líderes más de lo que odia a un soldado común del ejército del Señor. Sabe muy bien lo que puede conseguir mediante la caída de un líder”.[2]

La disciplina espiritual

¿Qué disciplinas pueden ayudamos a estar espiritualmente preparados? ¿Existen ejercicios que nos puedan ayudar a conservar el ardor espiritual? Del mismo modo que los diversos ejercicios producen resultados positivos en el entrenamiento físico, así sucede en el campo de lo espiritual. La sencillez, la confesión, el ayuno, la meditación, la alabanza, la oración, el silencio y la dedicación al estudio pueden contribuir al crecimiento espiritual personal. Aunque este artículo se refiera sólo a cinco de esas disciplinas, recuerde que el Señor puede convertir en eficaz cualquier ejercicio espiritual.

El estudio. Anciano ya, encarcelado y a la espera del martirio, Pablo le escribió a Timoteo pidiéndole que le trajera sus libros a la cárcel (2 Tim. 4:13). El gran predicador, aunque había trabajado y escrito muchas obras, todavía quena leer sus libros. Se alegraba en la comunión con Jesús. Había predicado durante tres décadas, pero todavía necesitaba sus libros. Pablo fue un estudioso toda su vida.

El estudio es un componente esencial de la obra pastoral. Preparar sermones, investigar y escribir, dirigir clases bíblicas, aconsejar, dar estudios bíblicos, todo eso implica estudio. Pero el estudio que Pablo deseaba realizar iba más allá de la preparación de sermones o la investigación para escribir alguna epístola: quería estudiar para alimentar su propia alma, en prevención de la desnutrición espiritual.

Para mantenerse en buena forma espiritual, el pastor debe estudiar, primero, la Palabra de Dios muy especialmente. Me ha resultado de mucha ayuda el hábito de leer una pequeña porción de la Biblia cada día y meditar en ella. Esa costumbre me nutre espiritualmente. Pero también debemos tener buenos libros de naturaleza espiritual, de autores como San Agustín, Tomás de Kempis, Elena de White y otros. Deberíamos estudiar, además, libros no lingüísticos, como la naturaleza y las relaciones humanas. Si nuestros oídos están abiertos para escuchar la voz de Dios, encontraremos nutrición espiritual e ideas para sermones en los rincones y hasta en las mismas piedras.

Examen propio. Cierta vez, después de oír un poderoso sermón, le pregunté al predicador cuál era el secreto de su poder. Me contestó que dedicaba mucho tiempo a la oración y la contrición durante la noche. Esa importante disciplina establece la diferencia entre una vida productiva y otra improductiva. Benjamín Franklin consiguió grandes logros en su vida como resultado del autoexamen. Al final de cada día acostumbraba reflexionar para examinar cuán bien había manejado las virtudes del silencio, la temperancia, el orden, la frugalidad, la sinceridad, la moderación, la humildad, la pureza y otras más.[3] Aunque nunca alcanzó el ideal, la vida de Franklin se enriqueció inmensamente.

La oración. Todos los pastores saben que la oración comunica vida al alma. Cuando las dificultades de la vida nos desconciertan, la oración es una extraordinaria fuente de poder. Jesús buscó con frecuencia la renovación de su fuerza en la oración privada. Si nuestro Pastor supremo dependió de ese maravilloso ejercicio para conservar su condición espiritual, ¿por qué no lo deberíamos hacer nosotros?

Charles Spurgeon se dedicaba con asiduidad a la oración privada y animaba a otros predicadores para que hicieran lo mismo. Una vez escribió: “Si hay alguien bajo el cielo que está obligado a cumplir el precepto que dice: ‘Orad sin cesar’, seguramente es el ministro cristiano. Sufre tentaciones peculiares, pruebas especiales, dificultades singulares y tiene deberes poco comunes. Tiene que tratar con Dios mediante una relación reverente y, como hombre, atiende intereses trascendentales. Por lo tanto, necesita más gracia que el común de los hombres. Por eso, debe dirigir su mirada a las alturas y decir: ‘Elevo mis ojos hacia los montes, desde donde vendrá mi socorro’ ”.[4]

Para mí ha sido de gran ayuda usar las Escrituras como un trampolín para la oración. Ponga un poco de agua en una bomba vieja, e inmediatamente comenzará a funcionar. Del mismo modo, el agua de la oración comienza a fluir hacia mi espíritu cuando la impulsa la Palabra de Dios. También acostumbro a tener una lista de oración que me ayuda a concentrar la atención y evitar las distracciones durante mis oraciones intercesores. Esa sencilla estrategia ha estimulado mi vida de oración.

El silencio. Como instrumento de preparación espiritual, el silencio es una fuerza extraordinaria. Tal como lo recuerda Ralph Heynen: “Dios acostumbra obrar en medio del silencio. Nadie oye el crepúsculo, ni la salida del sol ni la caída del rocío. El carácter del hombre se construye como el templo de Salomón, que surgió en medio del silencio en la cima del monte de Sion”.[5]

El silencio nos puede comunicar una valiosa fuerza espiritual; pero huimos de él. No podemos manejar el auto si no escuchamos la radio. Algunos no hacen ejercicio alguno si no escuchan música por medio del Walkman. Necesitamos entender que hay tiempo para hablar y también para guardar silencio (Ed. 3:7).

La sumisión. Ser sumiso significa negarse a sí mismo, sin caer en el desprecio propio Implica adoptar la revolucionaria vida de subordinación que enseñó Je­sucristo.[6] Consiste en morir cada día al yo, tomar la cruz del servicio y seguir a Jesús. “La lucha contra el yo es la mayor batalla que se haya librado. La sumisión del yo, la entrega de todo a la voluntad de Dios y el revestirse de humildad; la obsesión de ese amor que es puro, pacífico, accesible, lleno de gentileza y de buenos frutos, no es fácil de alcanzar. Todavía es privilegio y deber nuestro ser perfectos vencedores aquí. El alma se debe someter a Dios antes de que pueda ser renovada en sabiduría y santidad”.[7]

A nosotros, los pastores, no nos resulta fácil practicar la sumisión. La gente nos pone sobre pedestales. Llamamos mucho la atención. Como consecuencia de que nuestra estima propia siempre está estimulada, solemos olvidamos de la importancia del servido; y, a veces, como los discípulos, buscamos los primeros puestos en el reino.

De acuerdo con Robert Greenleaf, la sumisión y el liderazgo no son conceptos antagónicos. “Siervo y líder ¿se pueden fusionar en una sola persona real esos dos papeles, en todas las circunstancias y situaciones? En caso afirmativo, ¿puede esa persona vivir y producir en el mundo real de la actualidad? Mi sentido de lo presente me induce a contestar con un ‘sí’ a estas dos preguntas”.[8] Los pastores plenamente sometidos al señorío de Cristo serán los siervos-líderes de su pueblo.

Incluso con el ejercido espiritual del estudio, el examen propio, la oración, el silencio y la sumisión, la conservación de la preparación espiritual siempre tendrá sus montes y sus valles. Pero, tal como lo afirmó el apóstol, Dios nos puede capacitar para que olvidemos lo que queda atrás, y nos impulsemos hada adelante, hacia “el premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús”.

Sobre el autor: Doctor en Ministerio. Jefe de capellanes de la Marina de los Estados Unidos.


Referencias:

[1] Warren Wiersbe, The Bible Exposition Commentary (El comentario bíblico para la exposición] (Wheaton, Illinois: Víctor Books, 1989), t. 2, p. 226.

[2] Richard Baxter, The Reformed Pastor [El pastor reformado] (Carlisle, Pensilvania: Banner of Truth, 1983), p. 74.

[3] George L. Rogers, editor, Benjamín Franklin’s The Art of Virtue (El arte de la virtud de Benjamín Franklin] (Edén Prairie, Minesota: Acom Pub., 1990).

[4] Charles Spurgeon, Lectures to my Students [Charlas a mis estudiantes] (Lynchburg, Virginia: La hora del evangelio antiguo, 1985), p. 41.

[5] Ralph Haynen, Building Your Spiritual Strength (La edificación de su fortaleza espiritual] (Grand Rapids: Baker Book House, 1965), p. 98.

[6] Richard Foster, The Celebration of Discipline (La celebración de la disciplina] (San Francisco: Harper y Rowe y Co., Editores, 1978), pp. 96, 97.

[7] Elena G. de White, Pastoral Ministry (El ministerio pastoral] (Silver Spring, Maryland: Asociación Ministerial de la AG de la IASD, 1995), p. 20.

[8] Robert Greenleaf, Servant Leadership (El líder siervo] (Nueva York: Editorial Paulista, 1977), p. 7.