La predicación persuasiva comprende dos puntos principales: instrucción en el camino de la verdad y persuasión para que el oyente crea y obedezca la verdad. El propósito del sermón es formar el entendimiento e influir la voluntad en bien de la verdad de Dios. Se debe valorar la predicación de acuerdo con la forma como instruye y persuade a los oyentes. Nada se necesita más en el púlpito que la predicación preparada y pronunciada en tal forma que instruya a los oyentes y los decida por las cosas de Dios.
La predicación es la ciencia de la persuasión en las cosas divinas. Instruye con el propósito de conmover, o para afianzar la confianza y la acción. La misión evangélica que nos dio el Pastor principal y Predicador supremo, es enseñar y hacer discípulos. (Mat. 28:18-20.) El concepto que tenía Jesús de la predicación gira alrededor del propósito importantísimo de instruir para inducir a la obediencia.
Los profesores de oratoria sagrada han dado varias definiciones de lo que es la predicación; pero no conozco ninguna más apropiada que ésta: “La predicación es la comunicación hablada de la verdad divina con miras a la persuasión.” —Harwood Pattison. T., “The Making of the Sermón” pág. 3.
El más grande predicador de todos los tiempos, si exceptuamos a Cristo, definió el propósito de la predicación en cuatro palabras: “Persuadimos a los hombres.” (2 Cor. 5:11.) Se puede medir el éxito o el fracaso de un sermón por el alcance de su persuasión. Si la persuasión es el punto de separación entre el éxito y el fracaso, todo predicador debería estudiar en forma especial la ciencia de la persuasión.
El propósito de cada sermón debería ser el mismo: instruir y persuadir. El predicador debería bosquejar sus sermones, orar y predicar para inducir a sus oyentes a tomar decisiones elevadas en favor de las cosas de Dios; los conversos deben ser inducidos a trabajar más para Cristo, y los inconversos a aceptar al Salvador. El Dr. Jorge Campbell estaba en lo cierto cuando dijo: “Reconozco que en la predicación todo, directa o indirectamente, tiende hacia la persuasión.”—“Systematic Theology and Pulpit Eloquence” pág. 197.
Los pastores adventistas necesitan estudiar más que nadie esa ciencia. Su tarea es persuadir a la gente a realizar, probablemente, diez veces más de lo que otros evangelistas le piden. Deben inducir a sus oyentes a observar un día diferente, a tener hábitos diferentes en la comida y en la bebida, a vestirse en forma distinta, a considerar las diversiones, las recreaciones y su relación con el mundo desde otro punto de vista, a creer de otro modo en la naturaleza y el destino del hombre y del mundo. Alguien dijo: “Si quieres hacerte de enemigos, procura cambiar las cosas.” La obra de formar adventistas por medio de la predicación, estudios bíblicos y obra personal requiere la aplicación de la ciencia de la persuasión en el grado más alto posible.
Nuestro blanco, como el de Pablo, es emplear todos los medios lícitos para salvar a los demás. (1 Cor. 9:22.) Por eso debemos utilizar todos los medios adecuados de persuasión, tanto divinos como humanos. Para solucionar este problema de la persuasión, debemos apelar a todos los instrumentos divinos: el Espíritu Santo, la Palabra, el amor de Dios, la cruz y la oración, unidos al empleo de los principios que influyen sobre la mente, y mueven el entendimiento y el corazón de los oyentes para que se decidan por las cosas de Dios. Es necesario tener en cuenta cada factor que pueda persuadir a la gente a responder al llamado de Dios, y utilizarlo con el elevado y santo propósito de obtener decisiones.
Si los predicadores adventistas analizaran el contenido de sus sermones en relación con los factores de persuasión, muchos encontrarían que su base para lograrla es insuficiente e inadecuada. La predicación adventista se basa demasiado a menudo en esquemas semejantes a éste: la cita de textos probatorios, o la enumeración de argumentos que harán comprender la verdad a los oyentes, para que como resultado de ese conocimiento, actúen dentro de la verdad. Pero esto no es suficiente para la predicación persuasiva.
Si reducimos esa fórmula a sus términos más simples, tendremos: actuamos porque conocemos. Pero eso no está completamente de acuerdo con la forma de obrar de la naturaleza humana. Probablemente todas las personas se convencen por la lógica y la razón, de una cantidad de detalles que luego no ponen en práctica en su vida. El hombre es tanto un ser emocional como una criatura racional. Se decide a obrar por sus impulsos psicológicos o sus motivos básicos de conducta, y no únicamente por la razón. En efecto, las emociones de una persona parecen adelantarse a su razón cuando su voluntad se decide a tomar una decisión o a actuar. A esta condición se la ha llamado con propiedad “el impulso del sentimiento y el freno del pensamiento.”
He aquí lo que el predicador debe tener en cuenta para lograr la persuasión: la decisión y la acción nacen de la obra recíproca del pensamiento y de las emociones del oyente. El sabio lo reconoció cuando dijo: “Porque cual es su pensamiento en su alma, tal es él.” (Prov. 23:7.) Lo que un hombre es y lo que hace es el resultado acumulativo de su pensamiento y sus emociones. Por eso se asegura que la predicación persuasiva que induce a las personas a la acción debe ser un entrelazamiento ingenioso de la evidencia lógica con un llamamiento al corazón. Ello da lugar a una acción recíproca entre la razón y la emoción, lo que a su vez induce a una decisión y a una acción inteligentes. Reducida a su expresión más simple, nos queda la fórmula: actuamos porque conocemos y sentimos.
Esto significa que el predicador debe hablar a la mente y al corazón al mismo tiempo, y la única manera de conseguirlo, es entretejiendo hábilmente lo doctrinal con lo práctico en el mismo discurso. Esa unión estrecha despierta las emociones del oyente, al tiempo que convence su entendimiento y guía su razón, hasta que su voluntad se decide a poner en práctica las enseñanzas del predicador.
Por un llamamiento emocional no queremos significar únicamente el relato de historias que hagan reír o llorar a los oyentes. Nos referimos, por el contrario, a un llamamiento a los motivos que controlan la conducta humana; llamamientos que conmueven todas las tendencias del hombre; llamamientos impulsores, que induzcan a la voluntad a decidirse por la verdad.
La predicación persuasiva es la verdad activada por la verdadera emoción. Es una mezcla sutil de un llamamiento lógico, que mueve a obrar y que origina una convicción impulsora y un deseo vivo de entrar en acción. Todo lo cual tiene su origen en el convencimiento del entendimiento y en los sentimientos despertados.