Algunos principios que pueden hacer más atrayente la predicación de las doctrinas.

     Uno de los más sagrados deberes del pastor es la predicación. Es una obra divina, está vinculada con la misión de la iglesia y no importa cuánto énfasis le demos a cualquier otra cosa, nada debería restarle importancia. Según Marcos, el evangelista, Jesús “estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar (Mar. 3.14). Id por todo el mundo y predicad el evangelio”, fue la orden del Maestro (16:15).

     A su vez, al escribirle a Timoteo, Pablo lo amonestó con énfasis: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la Palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina… haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Tim. 4:1-5).

     En la historia de la liturgia protestante encontramos que a partir de la Reforma la predicación pasó a ser la función más importante del pastor. Por eso mismo, en la mayor parte de las iglesias protestantes, incluso hoy, la eficiencia del ministro se mide por su éxito como predicador. Eso no significa, por cierto, que el predicador no deba complementar la predicación pública con la constante, persistente y dedicada obra personal.

     El predicador es un mensajero de esperanza. Por eso, debe poner lo mejor de sí mismo al preparar sus sermones. Alguien ya se refirió al sermón como “un bocado de pan que debe ser comido” Por eso, no debe estar mal preparado.

     Preocupados por la belleza y el contenido de sus mensajes, algunos predicadores han dejado a un lado la predicación de las doctrinas, con la excusa de que son áridas y poco atrayentes. No se puede dudar del hecho de que siempre debe levantarse a Cristo, en todas las ocasiones. Después de todo, él es el centro y la razón de ser de todas las cosas, y se lo debe ver en todos los sermones, incluso en los que se refieren a doctrinas.  El hecho de que eso es perfectamente posible es lo que dijo la Dra. Marguerite Shuster en una entrevista que le concedió a Dereck Morris, pastor adventista de Calimesa, California, y profesor adjunto de Homilética en la Universidad Adventista del Sur, Collegedale, Tennessee, Estados Unidos.

     Marguerite Shuster es doctora en Filosofía, y también enseña Homilética en el Seminario Teológico Fuller, en Pasadena, California. A continuación publicamos los principales tramos de dicha entrevista.

     Ministerio: Tanto en sus escritos como en sus discursos usted se ha manifestado como una defensora de la predicación de las doctrinas. ¿Por qué les cuesta tanto a ciertos pastores predicar acerca de las doctrinas cristianas?

     Dra. Shuster: Muchos predicadores tienen un concepto muy estereotipado de las doctrinas. Para ellos son abstractas, difíciles de entender y desconectadas de la realidad. También les parece que para poder comprender con amplitud todos los matices de esos asuntos necesitan tener muchos años de educación académica. Tan pronto como esos predicadores se enteran de que la gente está ansiosa de que se resucite la predicación doctrinal reaccionan con ansiedad y temor.

     Ministerio: Usted suele decir que todo predicador se refiere consciente o inconscientemente a alguna doctrina. ¿Cómo define la clase de predicación doctrinal que desea oír?

     Dra. Shuster: Bien, en primer lugar déjeme poner énfasis en el hecho de que la mayoría de los pastores y otros predicadores no evitan ni descuidan la predicación doctrinal por el hecho de haber tomado una decisión consciente en ese sentido. Cada vez que hablamos ante una congregación expresamos implícitamente nuestro concepto acerca de lo que es, por ejemplo, la libertad humana en el marco de la soberanía divina, o sobre cualquier relación que pueda haber entre el amor de Dios y su ira. Cada vez que decimos “confíe sólo en Jesús” estamos asumiendo que en Jesús hay algo especial. Si no, ¿por qué no invitar a la gente a que deposite su confianza en algún otro? De modo que todo lo que decimos se basa finalmente en alguna doctrina. Mi preocupación es que no dejemos eso sólo como algo implícito sino que, por lo menos, transformemos nuestra afirmación en algo explícito. Cuando pienso en la predicación de las doctrinas cristianas estoy pensando en que debemos dar una atención explícita al contenido, el significado y las consecuencias de algún aspecto de una creencia cristiana. Y debemos hacerlo no sólo desde un punto de vista intelectual, sino práctico también.

     Ministerio: Pero existe el hecho de que, tal como usted lo dice en su libro The Trinity: An Interdisciplinary Symposium on the Trinity [La Trinidad: un simposio interdisciplinario acerca de la Trinidad], “mucha gente es sumamente ignorante de los fundamentos del cristianismo”. ¿Cómo puede enfrentarse el desafío de predicar acerca de las doctrinas a gente inculta?

     Dra. Shuster: Es verdad. Y hay algo peor: muchas de nuestras congregaciones son sumamente inestables. Por eso es muy difícil hacer esa tarea semana tras semana. Si por lo menos usted pudiera contar con la misma audiencia por cierto tiempo, podría realmente progresar en el tema de simplificar lo complejo. Pero reconozco que ese no es el caso en muchos lugares. Lo que les digo a mis alumnos es que no necesitan presentar todos los temas de una sola vez. Pueden distribuirlos en una serie, y a medida que los vayan presentando descubrirán que a la gente los temas les gustarán cada vez más. Cada presentación debe ser lo suficientemente clara y sencilla como para que alguien, con un mínimo de conocimiento, aunque sea un niño, pueda entender. Incluso la gente con un nivel más alto de educación se dará cuenta de que hay algo profundo en esa sencillez. Cuando predicamos acerca de las doctrinas debemos dejar bien en claro de qué estamos hablando, aunque nuestro vocabulario sea técnico. Jamás deberíamos lanzar palabras al viento; por el contrario, deberíamos dedicamos a la sustancia y la esencia del tema.

     Ministerio: Además de la falta de conocimiento bíblico de algunos de nuestros oyentes, buena parte del vocabulario que usamos nosotros, los predicadores, cuando desarrollamos doctrinas, suele ser totalmente extraño para ellos.

     Dra. Shuster: Por curioso que parezca, el idioma doctrinal es con frecuencia tan extraño para el predicador como para el oyente. Por ejemplo, cuando usted le pide a un pastor que predique acerca de la expiación, tiene que saber primero qué significa, y el concepto que implica. Yo creo que no hay un predicador en veinte capaz de presentar con inteligencia este tema.

     Ministerio: Eso parece una sugerencia para estudiar con mucho más cuidado cuando se prepara un sermón doctrinal. ¿Es así?

     Dra. Shuster: Me gustaría que los predicadores mejoraran la calidad de su preparación, incluyendo el tiempo cuando estudiaban Teología Sistemática en el seminario, y el que dedican hoy a su estudio personal de las Escrituras. Para mí, todo eso debe verse en el momento del sermón. Y si el fundamento de su teología sistemática no es sólido se encontrarán con enormes barreras al intentar tratar ciertos temas. Podrán sacar algo del comentario bíblico o del diccionario, pero si eso es así todo resultará superficial. Esos pastores, en esos casos, se sienten como si estuvieran patinando sobre una capa de hielo muy delgada.

     Ministerio: ¿Cuáles son algunos de los riesgos que enfrenta un predicador cuando predica acerca de doctrinas?

     Dra. Shuster: Una tentación especial consiste en abordar temas acerca de los que creen que no es necesario profundizar. Por lo general les exigimos mucho a los predicadores, y ellos sienten las presiones que implican esas exigencias; de manera que, para abarcarlas, terminan haciendo con complacencia mucho de todo. Es cierto que hay algunas cosas sencillas en nuestra fe. Por medio de las Escrituras, Dios quiere darse a conocer, y no está jugando a las escondidas. Todos creemos que un lector honesto y sincero puede encontrar en la simple lectura de la Palabra de Dios lo que necesita para su salvación, sin haber recibido educación especial ni disponer de elementos especiales para el estudio. Pero eso, que es suficiente, no es exhaustivo, y el problema persiste. Muchos de los caminos de Dios permanecen escondidos para nosotros; y ese hecho es deprimente para la gente, en especial cuando se enfrenta con el problema del pecado y el mal. Hay pecado en sus vidas, y no lo pueden enfrentar de forma eficaz y definitiva. Hay mal en tomo de ellos, que implica no sólo el sufrimiento de los inocentes, sino también males estructurales. Esas cosas no se explican ni se solucionan por medio de discursos moralistas y simples. Por otra parte, es fácil decir que “todo es misterio”, para lavarse las manos. O tratar cada aspecto de la cuestión de manera tan complicada que la dificultad sea mayor aún para el entendimiento de la gente sencilla, y no quede nada en qué apoyarse o confiar.

     Ministerio: ¿Es aceptable, entonces, que el predicador suscite preguntas para las que no tiene respuestas, o que estas no sean fáciles de encontrar?

     Dra. Shuster: Es totalmente aceptable. Si los predicadores no lo hicieran, sencillamente estarían ignorando el hecho de que esas preguntas ya existen en la mente de casi todos los miembros de la congregación. Y pueden llevar a la gente a suponer que el predicador vive en un mundo completamente distinto del de ellos, en el que esas preguntas no existen. Yo siempre sugiero preguntas difíciles en mis sermones. Por lo demás, otro peligro que existe es el de formular preguntas difíciles para sencillamente no contestarlas después de todo.

     Ministerio: ¿Hay alguna diferencia entre escribir y predicar acerca de doctrinas?

     Dra. Shuster: Sí. Por ejemplo, compare los escritos de Karl Barth con sus sermones. Incluso cuando predicaba ante un grupo de estudiantes universitarios —tan diferentes, por ejemplo, de los presos de la cárcel—, sus sermones tenían un poder emotivo, una sencillez básica y una afirmación fundamental de la esperanza cristiana. Por eso se los podía comprender plenamente desde la más rudimentaria idea de que existen auxilio y esperanza en Alguien llamado Jesús hasta la razonablemente sofisticada mentalidad de alguien familiarizado con la profunda teología de Barth. Pero sus sermones no son como sus escritos, aunque alguien descubra, como lo hice yo, un gran valor devocional en ellos.

     Ministerio: Cuando usted habla o escribe acerca de la predicación de las doctrinas, al parecer establece una diferencia entre un enfoque temático, mediante el que intentaría cubrir en 25 minutos lo que dice la Biblia acerca de determinado asunto, y el enfoque acerca de una porción de la Escritura orientada hacia una doctrina cristiana, o que arroja luz sobre ella. ¿Podría aclarar esto?

     Dra. Shuster: La primera vez que tuve que ver con ese asunto fue cuando el fallecido teólogo Paul Jewett estaba escribiendo el primer tomo de su Teología Sistemática (God, Creation and Reveladon: A New Evangelical Theology [Dios, la Creación y la Revelación: una nueva teología evangélica]) y quiso incluir sermones doctrinales en la obra. Descubrió que hay algo difícil en las doctrinas, que impide que se las predique a menudo. Entonces me pidió que lo ayudara a escribir algunos sermones que incluyeran, de alguna manera, temas doctrinales. Me pareció que el pedido era desafiante, emocionante y posible de cumplir. Si el pastor predica acerca de la fe, por ejemplo, es posible que no diga mucho. Pero si toma un pasaje que esté relacionado con la fe o la falta de fe de alguien, puede explotarlo de manera que el oyente diga al final: “¡Ah! Esto sí que tiene que ver con mi vida”. Para que eso funcione bien, el predicador necesita primero familiarizarse con ese pasaje, pero también tiene que saber aplicarlo. Por eso siempre les digo a mis alumnos que, aunque yo quiera que ellos basen sus sermones en la exégesis del pasaje, también quiero que consulten obras acerca de las doctrinas, para que ese contexto más amplio le dé forma a su sermón, y que este también sea fiel al conjunto.

     Ministerio: ¿Es correcto citar otros pasajes de la Escritura, o el predicador debería limitarse al texto básico?

     Dra. Shuster: Creo que es posible usar textos de apoyo, de manera responsable. Pero la mayor parte de las veces en que nosotros oímos a los predicadores hacer esto vemos que se quedan presos en un texto con la intención de probar algo. No toman en cuenta el verdadero contexto de los pasajes de apoyo que están usando. O, si lo hacen, comienzan a huir, como si estuvieran siguiendo las pisadas de un conejo, y terminan predicando acerca de otros textos. Me gustaría que los predicadores fueran conscientes de que pueden usar otros textos dentro del contexto. Eso los librará de desviarse hacia otros temas y confundir la mente de la gente y la de ellos mismos.

     Ministerio: ¿Le parece que es necesario usar ilustraciones en la predicación doctrinal?

     Dra. Shuster: Me parece absolutamente necesario. Ustedes no predican un sermón a menos que este tenga algo que vincule el corazón con la mente. Por supuesto, la proporción de ese material debe variar según de qué clase de sermón se trate. Cualquier sermón que no esté vinculado con la realidad sólo llenará el tiempo. Pero cuando hablo de ilustraciones no me estoy refiriendo necesariamente a historias. Hay abundancia de recursos que pueden usarse para que el sermón sea importante y esté actualizado. Tampoco estoy descartando las historias, ni quiero limitar las maneras de ilustrar el sermón.

     Ministerio: Según su opinión, ¿cuán importante es escribir el texto al preparar un sermón doctrinal?

     Dra. Shuster: Karl Barth creía que escribir el texto del sermón es sólo parte de la disciplina de la predicación. Pero el predicador no necesita llevar al púlpito ese texto escrito cuando predica. Es sólo parte de la preparación. Muchos otros eruditos, como Martin Marty, por ejemplo, dicen que por lo menos durante los primeros diez años de su ministerio consideraba que escribir el sermón era esencial para que el mensaje tuviera coherencia, integridad, v todo lo que creemos y sabemos que debe tener un sermón. Pero la preparación cuidadosa, que incluye escribir el sermón, no obliga necesariamente al predicador a depender de ese texto en el momento de la predicación. A pesar de lo dicho, reconozco que los diferentes predicadores tienen derecho a escoger y actuar de manera distinta en este aspecto.

     Ministerio: ¿Cuáles son sus recomendaciones respecto del formato de un sermón doctrinal?

     Dra. Shuster: Tengo tres normas básicas relativas al sermón, que creo son válidas para cualquier tipo de predicación. Tiene que ser bíblico, interesante y tener sentido. Si el sermón no es bíblico, no es sermón; es sólo un discurso. Si no es interesante, nadie lo oirá. Y si carece de sentido, los oyentes no lo aceptarán ni lo pondrán en práctica.

     Ministerio: ¿Cómo respondería usted a la idea tan generalizada de que la gente con mentalidad secularizada —los posmodernos— no se interesan en la doctrina cristiana?

     Dra. Shuster: Bien, en primer lugar la primera persona que debe creer en la importancia de la doctrina cristiana es el predicador. Después debe demostrar de manera muy concreta lo que creemos con respecto a las hipótesis comunes acerca de la vida humana, y cómo esa creencia enfrenta esas hipótesis y las profundas angustias que suscita; cómo disipa nuestros más oscuros temores, cómo añade nuevos temores acerca de los que no sabíamos que podríamos estar ansiosos. Porque la predicación puede suscitar nuevas ansiedades al mismo tiempo que alivia otras. Imaginemos que estamos diciendo que Jesús tiene algo que ofrecer. ¿Por qué Jesús? No se puede responder a esa pregunta sin recurrir a las doctrinas. Entonces, ¿cómo comunica usted lo que cree acerca de Jesús de tal manera que lo relacione con las más profundas necesidades de la gente? Es posible que alguien que está amenazado por las vicisitudes de la sequía no experimente las mismas necesidades del que se encuentra en medio de un tiroteo. Como puede verse, la forma como usted desarrolla el tema depende de su contexto. Pero si creemos que Jesús es las buenas nuevas para todo el mundo, parece que estamos obligados a encontrar las maneras de expresamos respecto de él, de demostrar que es una persona real, tan real como la gente a la que le estamos hablando.

Sobre el autor: Dereck Morris: Pastor adventista de Calimesa, California,y profesor adjunto de Homilética en la Universidad Adventista del Sur, Collegedale, Tennesee, EE.UU.

Marguerite Shuster: Doctora en Filosofía, enseña Homilética en el Seminario Teológico Fuller, en Pasadena, California.