Cómo interpretar uno de los textos más difíciles de la Biblia.

“Padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu, en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir ocho, fueron salvadas por agua” (1 Ped. 3:18-20).

Han surgido muchas interpretaciones en el intento de identificar esos espíritus, y de explicar cuándo, dónde y por qué se llevó a cabo la predicación que se menciona. Aquí destacaremos tres de ellas: 1) “Cristo, entre su muerte y su resurrección, les habría anunciado la salvación a los fieles seguidores de Dios que habían esperado la salvación en los tiempos del Antiguo Testamento”;[1] 2) “El Espíritu de Cristo estaba en Noé cuando les predicaba a los prisioneros del pecado”.[2] En ese caso, “los espíritus encarcelados” serían seres humanos vivos, que desobedecieron la advertencia de Noé antes del diluvio. Y, finalmente, 3) los “espíritus encarcelados” serían ángeles caídos a los que el Cristo resucitado les habría proclamado su victoria final y la destrucción de que serían objeto durante el juicio.[3]

Hay buenas razones para rechazar la primera interpretación. Se basa en la presunción, sin fundamento bíblico, de la inmortalidad del alma. Además, no explica por qué la predicación se dirigió a un grupo exclusivo, los “espíritus” desobedientes de los días de Noé, y no a todos los “espíritus” de los tiempos del Antiguo Testamento. Tampoco tiene nada que ver con el tema del capítulo, que trataba de animar a los cristianos que sufrían por causa de su fe. La introducción abrupta de algo que Jesús habría hecho en el mundo de los espíritus es totalmente innecesaria.

Una comprensión correcta de este texto se tiene que sustentar lingüísticamente, concordar con los contextos literario e histórico del capítulo y del libro, y concordar con el resto de las Escrituras. De acuerdo con estas pautas, lo vamos a analizar.

Establezcamos el texto

Para comenzar, necesitamos recordar la última frase del versículo 18: “muerto en la carne, pero vivificado en espíritu”. En el griego original dice: thanatotheis mén sarki, zoo-poietheis dé pneúmati. Aquí aparecen las conjunciones mén y dé. Cuando aparecen en una oración, generalmente dan la idea de énfasis, de ideas que prosiguen, o de contraste.[4] El autor las utiliza aquí para contrastar ideas,[5] dándoles el sentido de “por un lado […] por el otro |…]”.[6] Aquí, Pedro está estableciendo un contraste entre “carne” (sarki) y “espíritu” (pnéumati).

Este análisis demuestra la falacia de la creencia según la cual el apóstol estaría diciendo que, entre su muerte y su resurrección, Cristo descendió al mundo de los muertos para predicar. El contraste no se refiere a un período intermedio entre la muerte y la resurrección. La expresión griega zoopoiethis dé pneúmati se refiere a la resurrección de Cristo y no a otra cosa. Tampoco es posible que en este caso la palabra pneumati se refiera al Espíritu Santo. El apóstol sólo está oponiendo la condición en la que Cristo murió con aquélla en la que resucitó; es decir, “muerto en la carne, pero vivificado en espíritu” ¿Qué quiere decir esto? No se trata de que Jesús haya resucitado como un ser incorpóreo (Luc. 24:39; Juan 20:19-21). Murió con las características físicas de la naturaleza humana, pero resucitó con una naturaleza espiritual libre de esas características.

Cuando en el versículo 19 leemos “en el cual”, tiene que ver con la forma en que resucitó: “En espíritu fue y predicó”; es decir, en su naturaleza espiritual y glorificada predicó “a los espíritus encarcelados”. El contexto demuestra que la frase “en el cual” no se refiere a una predicación después de la muerte ni al Espíritu Santo.

El momento de la predicación

El contraste entre sarki y pneumati demuestra que esa predicación se llevó a cabo en la nueva condición que Cristo obtuvo después de su resurrección. Algunos afirman que ocurrió miles de años antes de la muerte y la resurrección de Cristo, por el ministerio del Espíritu Santo en la persona de Noé. Pero una lectura cuidadosa de los versículos 19 y 20 no nos permiten llegar a esa conclusión. Lo que sucedió esos días fue la desobediencia de los “espíritus”.

La secuencia de los eventos descritos en los versículos 19 y 20 es clara, y no requiere de mucha discusión. Cristo murió, sí, “en la carne”, pero resucitó “en espíritu”; y en esa condición “fue y predicó”. Esa predicación se llevó a cabo después de su resurrección, y no antes. La palabra griega poreutheis, que se traduce por “fue” (vers. 19), es la misma que en el versículo 22 aparece, en otras versiones, como “habiendo subido”, para describir la ascensión del Señor al cielo. Por lo tanto, el apóstol destaca que la predicación de Cristo a los “espíritus encarcelados” se llevó a cabo después de la resurrección y durante su viaje de regreso al cielo.

Ángeles caídos

Al llegar a este punto, surge la pregunta: ¿Quiénes son estos “espíritus encarcelados”, ya que no se trata de espíritus de muertos ni de gente que estaba viva en los días de Noé? La mayoría de los eruditos modernos, sobre la base de las evidencias disponibles, concluye que se trata de ángeles caídos;[7] y, aunque parezca extraño, esto armoniza con el contexto y con el resto de las Escrituras.

Si se tratara de seres humanos que se hallaban presos en delitos y pecados en los días de Noé, tendríamos que aceptar que Pedro usó una palabra muy rara para referirse a gente que estuviera viva en ese tiempo. Es muy extraño que los haya calificado de “espíritus” (Mat. 8:16; Mar. 1:23, 27; Luc. 9:42; Hech. 5:18; 8:7; Heb. 1:7,14; Apoc. 16:13, 14). Otro hecho importante es que Pedro, en su segunda epístola, describe a “los ángeles que pecaron” como arrojados “a prisiones de oscuridad” (2 Ped. 2:4).

En otros lugares del Nuevo Testamento se usan esos mismos términos para referirse a las fuerzas malignas. Pablo, por ejemplo, afirma que “ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, […] nos podrá separar del amor de Dios” (Rom. 8:38, 39). Y, más aún: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efe. 6:12).

El tema del capítulo

¿Cómo encaja todo esto en el tema de 1 Pedro 3? En los versículos que van del 13 al 17, el apóstol anima a los creyentes a no temer a sus enemigos ni avergonzarse por sufrir por causa de Cristo. Los versículos 18 al 22 muestran la razón de todo eso y aseguran que la causa de Cristo no fracasó a pesar de que él murió, pues resucitó glorificado y victorioso. En esa condición es que proclamó su triunfo sobre los espíritus inmundos. Entonces ascendió al cielo y está sentado a la diestra del Padre, y domina sobre “ángeles, potestades y poderes”

El hecho de que Cristo haya derrotado a las fuerzas espirituales del mal reportaba fuerza y ánimo para los creyentes que se hallaban en medio de la persecución. Este texto es una exaltación de Cristo ante sus enemigos y una declaración de su triunfo sobre el maligno. Y su victoria también es nuestra por la fe. Estamos cada vez más cerca de la liberación.

Sobre el autor: Pastor en la Misión Ecuatoriana del Sur.


Referencias

[1] 1 & 2 Peter, Jude, Life Application Bible Studies [ 1 y 2 de Pedro y Judas, estudios bíblicos para aplicar a la vida) (Wheaton, Ill: Tyndale House Publishers, 1999), p. 11.

[2] Ibíd.

[3] http//bible:crosswalk.com/dictionaries/BakersEvangelicalDicti3onar y/bed:cgi?number=T666

[4] Friberg, AGNT Lexicon (Bible Works for Windows 4.0. 1998).

[5] J. Greshan Machen, New Testament Greek for Begginers [El griego del Nuevo Testamento para principiantes], (Nueva York: Casa Editora Macmillan, 1923), p. 263.

[6] Bible Works, Barclay-Newman, Greek Dictionary [Diccionario griego de Barclay y Newman], Bible Works for Windows 4.0. (1998).

[7] Roben Johnston, Bible Amplifier: Peter & Jude [El amplificador bíblico: Pedro y Judas] (Boise, Idaho: Pacific Press Publishing Association, 1995), pp. 92-99.