¿Un privilegio o una trampa?

La popularidad ¿es un privilegio o una trampa? Hay dos maneras de ser popular: una es sencillamente disponer de publicidad; la otra, es ser productivo.

El ministerio es una profesión de alto perfil; todo lo que implique servicio a la gente lo es. Pero el sentimiento público, por lo general, es impredecible: la coronación de hoy puede ser la crucifixión de mañana. Los “hosannas” fácilmente se pueden convertir en clamores para pedir su cabeza. Los “muchos” que siguieron al Señor al principio, se olvidaron de él al final (Juan 6:66).

Pablo sabía cómo alguien podía ser amado un día y aborrecido al siguiente. Hubo lugares en los que la gente lloró cuando él se fue, y hubo otros en los que primero lo alabaron y después lo apedrearon; en otros lugares, lo encarcelaron o lo obligaron a huir. Una noche, tuvo que salir por sobre el muro de la ciudad en una canasta, para evitar a los que lo querían ver muerto a más tardar al día siguiente.

En la iglesia de Corinto, la gente estaba divida en sus preferencias acerca de un pastor. Algunos preferían a uno y otros a otro; unos votaban por Pablo y otros por Apolo; y el resto eligió a Cristo. El “concurso de popularidad” dividió a la iglesia en facciones que luchaban entre sí (1 Cor. 1:10-12).

El pobre pastor, que está en el medio, tiene que bailar en la cuerda floja. Ya se sabe que no se le puede dar el gusto a todo el mundo; pero todos quieren que lo hagan. El problema del pastor, a veces, se puede describir de la siguiente manera:

“Si visita a los miembros con frecuencia, está buscando algo; si no los visita, no hace nada. Si se excede de los quince minutos en su predicación, habla demasiado; si no lo hace, no tiene nada que decir. Si su auto es lindo, es mundano y dado al lujo; si no lo es, tiene mal gusto y carece de roce social. Si cuenta chistes, es superficial; si no lo hace, no tiene sentido del humor. Si comienza a tiempo el servicio, está obsesionado con el tiempo; si no lo hace, no es organizado. Si es joven todavía, carece de experiencia; si tiene más edad, se debería jubilar”.

Se ve, pues, que a menudo el pastor queda en el medio. ¿Qué es mejor, ser “aceptable” o ser “accesible”?

La mejor decisión consiste en elegir lo justo antes que lo conveniente. Aquí es donde el pastor debería pedir a Dios, en oración, una doble porción de paciencia y de sabiduría.

La advertencia de Pablo viene como anillo al dedo en este momento. Dijo: “Andemos también por el Espíritu. No nos hagamos vanagloriosos” (Gál. 5:25, 26).

“Vanagloria” es, en castellano, una palabra compuesta de “vana” y “gloria”: “Vana” significa “vacía”, y “gloria” “resplandor”. “Vanagloria” es, entonces, un resplandor sin contenido. Buscar la popularidad para conseguir alabanza es vano, hueco, vacío. Pablo, con mucha sabiduría, instó a su discípulo Timoteo a procurar la aprobación de Dios y no la alabanza humana (2 Tim. 2:15).

Una de las trampas que implica buscar la popularidad es la tendencia a tratar de agradar a la gente. Con el tiempo, los que tratan de hacerlo se ven ante la disyuntiva de sacrificar los principios. En los momentos críticos, pueden perder el valor y optan por transigir. Vacilan, no sea que perturben el statu quo. Les resulta inconveniente “sacudir el bote”.

James W. Jones, profesor de religión de la Universidad Rutgers, advertía acerca de lo que él llamaba “Religión ensalada rusa”. Significa “comer” cualquier cosa y de todo, con tal de no ofender a nadie.

En su Summa Theologica, Tomás de Aquino se refirió a los que deliberadamente cierran los ojos para evitar tomar partido. Escribió: “Si no vemos a Dios, no es porque no exista. Tampoco se está escondiendo; lo que pasa es que no lo queremos ver”.

Por eso, los pastores que son fieles a Dios y a su vocación deben enfrentar la verdad acerca de ellos mismos y los demás. ¿Quieren ser famosos, o simplemente fructíferos; es decir, llenos de los frutos del Espíritu, los frutos de las buenas obras y de las almas salvadas?

Ser productivo no siempre significa ser popular. La popularidad y la publicidad no son necesariamente malas en sí mismas. Pero se las debe merecer; no deben ser la consecuencia de designios previos; y recordemos que las genuinas buenas obras, las realizaciones notables, no se pueden esconder.

Por lo tanto, seamos agradecidos si estamos entre candilejas. Pero asegurémonos de que la luz que nos rodea provenga del Sol de justicia, de aquél que es la Luz del mundo. Si estamos en esa luz o caminamos en ella, cumpliremos con fidelidad nuestros deberes pastorales sin fanfarria deliberada. La recompensa, en este caso, será un resultado, no una retribución.

¿Qué buscaremos, entonces: popularidad o productividad?

Sobre el autor: Doctor en Teología. Pastor jubilado, vive en Yucaipa, California, Estados Unidos.