Le tomara aproximadamente 20 minutos leer este artículo cuidadosamente. Esto no es un postulado científico saturado de razonamientos abstractos; es más bien la descripción experimental y práctica que nos ayudará a saber cuándo nuestra personalidad está fuera de tono con la realidad inmediata (la vida presente) y particularmente la mediata (eterna).

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            En el espíritu de profecía leemos que el carácter se edifica cada día, para esta vida y para la eternidad.[1] Siendo que personalidad y carácter son, en cierta medida, una misma cosa, es importante interesarse por saber cuál es su origen, estructura y función. Si la experiencia es un preanuncio de lo que sucederá, un buen número de lectores descubrirá al leer este artículo que:

  1. No tenía una idea bien clara de lo que son, en sí, el carácter y la personalidad.
  2. No sabía diferenciar entre carácter, personalidad y temperamento.
  3. No concebía la idea de que en más de una ocasión la “transformación” de algunos aspectos del carácter no tiene lugar necesariamente en la iglesia o de rodillas al lado de una cama.
  4. Que la cognición amplia de este interesante tema, y las soluciones que ofrece, puede servir para extinguir para siempre los sentimientos de culpabilidad que aparecen cuando funcionan en forma grata y dulce ante los extraños, mientras que en los círculos íntimos y con familiares se conducen en forma reprochable.
  5. Que es más importante tratar de edificar un buen carácter que una bella personalidad.

            Para poder entender bien este importante tema de la personalidad y el carácter, necesitamos definir estos términos. También necesitamos la definición del término temperamento, que tiene una estrecha relación con las funciones y acciones de nuestra personalidad y carácter.

            Personalidad se define como “la forma característica en que una persona se conduce; el patrón de conducta profundamente grabado que una persona desarrolla, tanto consciente como inconscientemente, como también su estilo de vida o forma de ser al adaptarse a su ambiente”.[2] (Aquí cabe hacer notar que cada disciplina tiene una definición un tanto diferente de lo que es personalidad. Como la mayoría de esas definiciones son marcadamente ortológicas, hemos elegido aquella que reúne elementos comunes a todas las ciencias y que sirven a la orientación de este artículo. Por ello, la definición de personalidad, así como las de temperamento y carácter, llevan la orientación clínica que adquieren en psicología y psiquiatría. A manera de ilustración diremos que la antropología define personalidad teniendo como base la adaptación del individuo a los valores centrales y universales de su cultura).[3]

Temperamento es la combinación de los rasgos innatos que subconscientemente afectan la conducta del individuo. Siendo que estos rasgos o características están organizados en forma genética, sobre la base de la nacionalidad, raza, sexo y otros factores hereditarios, el temperamento de una persona es tan difícil de predecir como lo son las medidas del cuerpo, color de los ojos o del pelo, etc.

El carácter es lo que podríamos llamar el temperamento natural del individuo con las modificaciones producidas por la crianza, la educación, como también las actitudes, creencias, principios y motivaciones.[4] Esto indica que el ambiente -cultural, social o religioso- en el cual nos desempeñamos, también ejerce una influencia (positiva o negativa) en la formación y orientación de nuestro carácter.

Es significativo notar que Elena G. de White dijo esto mucho antes que los científicos lo pudieran describir en estos términos. “La fuerza mental y moral que Dios nos ha dado no constituyen el carácter. Estos son talentos que nosotros tenemos que mejorar y que, si son propiamente mejorados, formarán un carácter adecuado o correcto. Un hombre puede tener una preciosa semilla en su mano, pero esa semilla no es un huerto. La semilla debe ser plantada antes de que se convierta en un árbol. La mente es el jardín; el carácter es el fruto. Dios nos ha dado nuestras facultades para cultivar y desarrollar. Nuestro propio curso determina nuestro carácter”.[5]

Dado que este artículo lleva una orientación mayormente clínica, veamos la distinción que la psiquiatría hace de los términos carácter y personalidad. “Los términos carácter y personalidad se refieren ambos al agregado de las características de conducta básicas y distintivas del individuo y pueden utilizarse en forma intercambiable”.[6] Luego agrega una declaración que vierte luz sobre la distinción que tenemos que hacer de estos dos términos de acuerdo a la función que rinden. “El primero (carácter) es más usado para designar lo que un individuo es en realidad, mientras que el segundo (personalidad) implica lo que parece ser para los demás”.

Esta es una distinción muy significativa, ya que por lo general la gente nos juzga por la personalidad, o sea, por lo que “parecemos ser”. Pero, “Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”.[7] “El ‘corazón’ se refiere al intelecto, los afectos y la voluntad”.[8] Como podemos notar, Dios ve más allá de esa capa de santidad y se interesa por el carácter, lo que en verdad somos. Elena G. de White lo expresa en un lenguaje más determinante aun cuando nos dice que la apariencia no es una evidencia positiva del carácter.[9]

Personalidad, entonces, en cierta medida, es una adaptación al ambiente en que vivimos, es una expresión externa de lo que somos, no necesariamente una expresión real de lo que somos. Carácter, por otro lado, es la expresión de lo que “realmente somos”. Muy a menudo nos encontramos con personas que cubren o esconden detrás de una “personalidad” (fachada) placentera, un carácter débil y enfermizo. Un individuo genuino es aquel que mantiene una relación muy estrecha entre la personalidad (= conducta o veri) y el carácter (= conducta covert). Cabe notar que una persona puede ser genuina (tener una estrecha relación entre su personalidad y su carácter) y tener un mal carácter (a saber, mal carácter y mala personalidad pues no esconde o controla su genio). Esta actitud es la que comúnmente designamos “mal temperamento” y si se descuida el control sobre ella, especialmente durante la formación del individuo, el mal temperamento conspira contra la formación del carácter. Elena G. de White lo expresó de la siguiente manera: “Cada acto de la vida, no importa cuán insignificante, tiene su influencia en la formación del carácter. Un buen carácter es más precioso que las riquezas del mundo y el trabajo de formarlo es el más noble trabajo al que un hombre se puede dedicar”.[10]

Para el cristiano que considera esta vida como el laboratorio donde Dios nos puso para purificar la fórmula de nuestra existencia (a saber, el carácter), debe ser revelador descubrir la importancia que tiene conocer lo que es el carácter en sí. Este es un asunto de crucial importancia, ya que es lo único que llevaremos a la eternidad, por lo tanto, necesitamos saber bien qué es, cómo se forma, y qué podemos hacer para mejorarlo.

Al mirar la figura 1 podemos notar cómo en la primera etapa de la vida (0-1 año de vida) el niño no hace distinción entre la conducta overt y la covert. Puede hacer sus necesidades en los pañales o en el suelo. Al moverse a la próxima etapa (1-3 años), el niño aprende a distinguir entre lo que puede hacer en público y lo que debe hacer en privado. Pero es recién en la tercera etapa (3-5 años) donde termina de aprender esta diferencia y empieza a sentir vergüenza cuando se equivoca. Entre esa etapa y las siguientes (5-12 años) viene lo que denominaremos el punto crítico (señalado con un arco en líneas cortadas). Es durante este período que el niño desarrolla cognición de que hay ciertas formas de conducta que son aceptables en la vida privada pero que no es propio mostrarlas en público. Si el niño viene de un hogar en el que uno o- los dos progenitores tienen una personalidad-externa agradable, pero de un carácter enfermizo, él también aprenderá a jugar este juego y desarrollará dos niveles de conducta bien distintos.

Los pocos estudios que se han podido hacer de este fenómeno social indican claramente que los niños que crecen en un hogar así pueden llegar a tener éxito en su trabajo o vida social, pero por lo general tienen dificultades en el matrimonio. Pero lo que es aún más significativo es que también tienen serios problemas para mantener una relación estrecha y significativa con Dios. Más que para otros, mejorar el carácter es una lucha constante y cuesta arriba para ellos.

¿Cómo se desarrolla la personalidad?

Idealmente, la personalidad y el carácter deberían formarse y desarrollarse en forma paralela. Desafortunadamente, bien temprano en la vida empiezan muchos individuos -y los ministros no somos la excepción- a desarrollar una “personalidad profesional” altamente aceptable y funcional, que les ayuda a abrirse paso. El problema estriba en que cuando se hace mucho énfasis en refinar la personalidad a menudo se descuida o se desestima el carácter.

Cuando esto sucede, nuestra conducta overt (nuestra relación con la sociedad en que trabajamos) se refina o ajusta a un grado aceptable y funcional mientras que la conducta covert (generalmente en el hogar y otros círculos privados) no evoluciona mucho y con el tiempo se hace reprochable. Se convierte en la válvula de escape por donde el individuo da salida a la tensión y frustraciones que absorbió o internalizó paciente y mansamente mientras “actuaba” una personalidad aceptable y funcional.

Cuando esta conducta artificial se mantiene por mucho tiempo, el individuo desarrolla una “doble personalidad”. Se ha preocupado tanto por refinar su personalidad que esa conducta ideal se ha separado a tal grado de su conducta real (carácter) que ya es muy difícil juntarlas. Esta situación que comúnmente llamamos doble personalidad o ambigüedad, no es más que la descripción en lenguaje lego de un individuo que ha refinado (ajustado y adaptado) su personalidad a las exigencias del ambiente y ha mantenido el carácter bajo supresión para dejarlo expresarse en un medio (¿hogar, amigos?) donde su conducta no le avergüence tanto o no ponga en peligro su trabajo e imagen. La pluma inspirada lo expresa en un lenguaje muy claro cuando dice que el hombre a menudo pierde de vista el desarrollo del carácter en su interés por mejorar la apariencia exterior.[11]

Lamentablemente, el espacio y los objetivos asignados a este artículo no nos permiten considerar la estrecha relación que existe entre la conversión, la santificación y el carácter. De hacerlo podríamos notar que a menudo nos encontramos con personas que Sufren porque no pueden controlar o cambiar ciertos aspectos de su carácter, a pesar de las oraciones y los ayunos. La explicación, en muchos casos, es que ciertos componentes del carácter son heredados, y otros adquiridos durante el proceso de enculturación. Como el individuo no es consciente de las causas u origen de estas “debilidades del carácter”, éstas escapan a su control y -por razones que no podemos entender- dos no siempre las transforma por medio de un milagro. Cuando esto sucede, con la ayuda de un buen clínico se pueden identificar estos aspectos negativos del carácter y así ayudar al individuo a superar o corregir esas “debilidades”. Un médico con un juicio clínico bien agudo podrá descubrir excesos en la personalidad y a menudo un descuido total en el desarrollo del carácter

El carácter tiene como base de su desarrollo la suma de los rasgos fijos y modos habituales de responder o reaccionar del individuo. Así, si una persona tiene lo que comúnmente llamamos debilidad de carácter, que en psiquiatría se llama “desórdenes del carácter”, es muy importante que el afectado lo sepa para que desarrolle su conducta teniendo en cuenta estas deficiencias o limitaciones. El no saberlo afecta grandemente su capacidad de crecimiento y madurez y hará más difícil la aceptación y ajuste al medio ambiente. Esto nos lleva a la pregunta que seguramente está en la mente de todos los lectores: ¿Qué son los trastornos del carácter?

Trastornos del carácter

“Los trastornos del carácter son patrones de conducta de por vida fundamentalmente aceptables al individuo, pero productores de conflicto con los demás”.[12] Por lo general, el individuo no puede cambiar solo los trastornos del carácter. Estos son el resultado de causas en parte genéticas o constitucionales y en parte emocionales o del desarrollo. Refiriéndose a todos estos factores presentes en los niños, la pluma inspirada escribió: “Han heredado los caracteres deficientes de sus padres, y la disciplina del hogar no les ha ayudado en la formación del debido carácter”.[13]

Esto nos hace ver que crecemos con ellos. Si el individuo trata de desarrollar una personalidad aceptable, como por sí solo no puede cambiar los rasgos de carácter, una de las primeras funciones será “esconder” o compensar estos trastornos o limitaciones del carácter que no son aceptables en el medio donde se desempeña o que no quiere que otros vean. Sin embargo, estas características por lo general se “filtran” y hasta se entrelazan con la conducta overt (personalidad). En otros casos, el individuo tiene que compensar las limitaciones que ese desorden del carácter pone en su personalidad, al grado en que se le hace muy difícil la integración de uno u otro.

La psiquiatría reconoce doce tipos (clases) de trastornos del carácter: 1) esquizoide, 2) obsesivo-compulsivo, 3) histérico, 4) antisocial, 5) pasivo-agresivo, 6) masoquista, 7) paranoide, 8) ciclotímico, 9) explosivo (o epileptoide), 10) asténico, 11) inadecuado, y 12) inestable emocional.[14] Lo limitado del espacio no nos permite definir y explicar cada uno. Sin embargo, sería importante leer sobre este tema para descubrir en qué medida nuestra capacidad profesional e interacción social pueden estar siendo afectadas por un trastorno del carácter del cual no somos conscientes.

Tratamiento de los trastornos del carácter

Desafortunadamente, el individuo que tiene trastornos del carácter rara vez es consciente de su problema; vive creyendo que “son los demás”. La explicación, según la psiquiatría, estriba en el hecho de que “sus vías distorsionadas con sus familias y asociados causan más problemas para otros que para ellos mismos”.[15] En 1881, la sierva del Señor había anticipado este hallazgo científico: “Día tras día la estructura del carácter va creciendo, a pesar de que el poseedor de la misma no es consciente de ello”.[16]

En otras palabras, ellos perciben los trastornos como “injusticias” o problemas que tienen lugar fuera de ellos, por lo que es difícil encauzarlos o crear la necesidad de la alianza terapéutica. Para poder crear esta necesidad, por lo general el individuo tiene que ser confrontado con su problema. En forma empática pero firme, se le deben hacer ver los conflictos que crea y la necesidad de buscar ayuda para identificar la causa específica, aunque es muy posible que él se sienta totalmente justificado en sus acciones y respuestas que lo meten en dificultades. Por desgracia, las personas con trastornos del carácter tienen una tolerancia tan baja a la ansiedad o al sufrimiento, que, como resultado de la confrontación, o por alguna otra causa, rompen la terapéutica. El laico percibirá este síntoma clínico como “inseguridad” o “falta de madurez para aceptar la crítica”.

Los ministros que llegan al grado de crisis por causa de estos trastornos, por lo general siguen una de las siguientes vías: 1) La más común: su carácter se hace tan difícil de acomodar en una iglesia que después de muchos cambios termina en una pequeña, cambia de actividad o sale de la obra. 2) La segunda opción es que puede llegar a limitar el impacto que su desorden de carácter provoca en su personalidad, y desarrollar así una personalidad funcional que lo hace aceptable. Incluso puede llegar a posiciones administrativas. Claro que, primero la familia y a veces sus subalternos, sienten el impacto de lo que es su verdadero carácter. 3) Por último, su desorden puede afectarle a tal grado que desarrolle una constelación de síntomas que terminen por manifestarse en una neurosis franca con las consabidas consecuencias para su vida y familia. Como podemos ver, los individuos que tienen trastornos del carácter, pueden transitar por la vida sin buscar ayuda; llevan adelante sus funciones, y en el proceso, continúan infligiendo sufrimientos a otros y a sí mismos, sin tener autocognición de su problema. A esto nos referíamos al comienzo de este artículo cuando dijimos que algunos aspectos del carácter no siempre pueden ser cambiados asistiendo a la iglesia u orando al lado de la cama.

En resumen, podríamos decir que los desórdenes del carácter se manifiestan en forma de desajustes de la interacción social o cultural en los acontecimientos específicos de relación con los demás; generalmente los que forman parte de nuestro círculo más íntimo. Muchos individuos, especialmente los que tienen orientación religiosa, esconden estos problemas con una capa de santidad o internalizan su reacción porque es “lo propio” o “lo correcto” para un cristiano. Esto da una aureola de superficialidad a la personalidad del individuo, generalmente perceptible al ojo clínico y, si la persona está bajo presión, también mostrará lo que es en verdad, aun a aquellos que no son versados en psicología.

Cómo mejorar la personalidad del pastor

Como el lector podrá notar, hemos gastado bastante tiempo en definir los términos y conceptos relacionados con la personalidad. También hemos hecho énfasis en describir las consecuencias patológicas de un mal carácter o personalidad. Explicar cómo tratar esta “enfermedad” (la psiquiatría acepta estos desórdenes como una enfermedad con la cual muchos individuos aprenden a vivir) requeriría otro artículo; necesitaríamos conocer qué desorden del carácter sufre el individuo y después discutir el protocolo para su tratamiento efectivo.

Creemos prudente, por lo tanto, limitamos a estimular a cada pastor, profesor o dirigente que lea este artículo, a dar una mirada introspectiva y retrospectiva a su vida; no sea que nuestros defectos del carácter estén debilitando el progreso de la obra de Dios.[17] Un estudio cuidadoso y sincero de nuestra conducta overt y covert nos permitirá ver cuánto nos queda por hacer en favor de nuestro carácter. Repasemos en nuestra mente la forma como nos conducimos en público y en privado. ¿Es usted uno que confunde franqueza con grosería o falta de sensibilidad? ¿Actúa reaccionando únicamente al dictamen de sus sentimientos sin importarle si hiere los sentimientos de los demás? ¿Es admirado por los de afuera mientras los de adentro resienten su conducta privada?

Al final de este artículo encontrará una tabla clínica donde se describen cuidadosamente los atributos propios de una persona que está viviendo y reflejando en su interacción social las cualidades y conducta adecuadas de una persona madura. Cualidades que resultan cuando un cristiano está logrando (note que esto es progresivo y constante, no absoluto) un cambio positivo en su personalidad y carácter. Si después de leer la tabla piensa que está reflejando en su conducta diaria los conceptos descritos en ella, arrodíllese, dé gracias a Dios y siga adelante por el mismo camino. Si, por el contrario, siente como si con este artículo se le ha resquebrajado la cortina de superficialidad con la que ha venido cubriendo por años su verdadero carácter, arrodíllese y pida perdón a Dios, luego ruegue que le dé fuerzas para reconocer sus debilidades, y empiece de nuevo la carrera hacia el blanco de la soberana vocación que es en Cristo Jesús Señor nuestro. Sus familiares y amigos se lo agradecerán y, lo que es más importante, estará haciendo los trámites necesarios para que el Embajador (Cristo) le selle su pasaporte de entrada al cielo… no con tinta, sino con su sangre, que ‘’nos limpia de todo pecado”.[18] Después de todo Él es el único que puede darle forma y cambiar la base misma de nuestro carácter.[19]

Criterios para la Madurez Emocional

  1. El individuo emocionalmente maduro acepta sus limitaciones.

La persona madura tiene un sentido práctico de lo que puede o no puede hacer. Generalmente se siente feliz de ser una persona que usa y desarrolla la mayor parte de sus talentos y del potencial que tiene.

  1. El individuo emocionalmente maduro es activo y productivo.

La persona madura no se considera una víctima pasiva de las circunstancias. Por el contrario, se considera un activo productor de eventos, como modelador de su ambiente. Ve su trabajo como un importante medio de expresión propia y como una ayuda para su crecimiento personal. Vive su vida tan completa y creativamente como puede.

  1. El individuo emocionalmente maduro puede renunciar a los placeres de corto plazo en pro de los objetivos de largo plazo.

La persona madura ejerce un razonable control sobre sus deseos y emociones. Cuando alguna satisfacción inmediata socava sus planes, es capaz de disciplinarse y rechazarla. Sin embargo, no es una persona reprimida. No desea ni requiere autodisciplina estricta: sólo lo necesario para vivir feliz.

  1. El individuo emocionalmente maduro mantiene relaciones satisfactorias con los demás.

La persona madura puede relacionarse con otras personas sin miedo ni tensión. Tiene amigos en el trabajo. Es capaz de querer e interesarse en la gente que está muy cerca de él. Se lleva bien con otros y mira su amistad como una forma de agregar más valores a su vida.

  1. La persona emocionalmente madura es flexible bajo las tensiones.

La persona madura puede adaptarse a condiciones cambiantes. Puede soportar presiones como las de trabajos precipitados y nuevos procedimientos de trabajo, sin llegar a confundirse o frustrarse. Cuando alguna actividad nueva en el empleo hace ineficaz su habitual conducta laboral, y consecuentemente lo hace sentir ansioso e inseguro, no trata de enfrentar la inseguridad por la vía de ignorar la innovación e insistir con su comportamiento anterior. Por el contrario, hace una observación práctica a la innovación y se enfrenta con su inseguridad, adaptando su actuación para que sea nuevamente eficiente.

  1. El individuo emocionalmente maduro no tiene ansiedad excesiva, ni dudas propias irreales, ni demasiadas ilusiones, ni sufre depresión.

Como hemos visto, la persona madura emocionalmente no es un superhombre. Cuando tiene una buena razón para sentirse mal, se siente mal. Pero no se siente mal sin razón. Puede ilusionarse con algo, pero no sustituye la ilusión por la vida. Cuando un empleado pasa demasiado tiempo angustiado o ilusionado, o está deprimido hasta el punto en que su trapajo es gravemente perjudicado, y no puede explicar que alguna cosa del medio ambiente justifica su conducta, puede estar luchando con serios problemas emocionales. Tal individuo debería dirigirse a un psicólogo o a una clínica psiquiátrica para tratarse.

Sobre el autor: Profesor titular de la cátedra de Salud en la Universidad de Loma Linda.


Referencias

[1] Consejos para los Maestros, pág. 472.

[2] Psychiatric glossary.

[3] A. F. C. Wallace, Culture and Personality, New York, Random House, 2a ed. 1961, pág. 8.

[4]  A. Freedman, M. Captan, B. Sadock, ed., Comprehensive Textbook of Psychiatry,Baltimore, The William and Wilkins Co., 1975, pág. 650.

[5]Testimonies, vol. 4, pág. 606.

[6] F. Salomón y V. Patch. Manual de Psiquiatría, México D.F., Editorial El Manual Moderno S.A., 1976, pág. 299.

[7] 1 Samuel 16:7.

[8] Comentario Bíblico Adventista, tomo 2, 530.

[9]  Testimonies, vol. 1, pág 322.

[10] Testimonies, vol. 4, pág. 657.

[11] Joyas de los testimonios, tomo 3, pág 106.

[12] F. Salomon, op. cit., pág. 141-145.

[13] Consejos para los maestros. pág. 184.

[14] F. Salomón, op. cit., pág. 141-145.

[15] F. Salomón, op. cit., 145.

[16] Testimonies, vol. 4. pág. 606.

[17] Testimonies, vol. 2, pág. 639.

[18] 1 Juan 1: 7,u.p.

[19] Fundamentals of Christian Education, pág. 279.