Vivimos en una época en que el concepto del hombre sobre el evangelismo incluye métodos modernos, equipo evangélico y presupuestos cada vez mayores. Muchos de nosotros hemos usado desde láminas hasta premios, y desde luz negra hasta cartelones.

Si bien todas esas cosas son importantes y tienen su lugar propio, no debemos dejar de reconocer la suprema importancia de la parte de Dios en el evangelismo.

El papel del trío celestial

Dios, el Obrero Maestro, comenzó la obra del evangelismo. El salmista dice: “Dios es mi rey… el que obra salvación en medio de la tierra” (Sal. 74:12). Nuestro mundo fue traído a la existencia por Dios. El plan de la salvación había sido trazado antes de la creación de la tierra. Pero desde el momento en que el pecado entró en el universo de Dios y maculó la perfecta armonía del cielo y la tierra, entró en acción el plan divino y fue más que apropiado para hacer frente al problema del pecado. Dios había hecho provisión para el comienzo de su plan mediante su Hijo único. Las disposiciones de Dios son completas y por último culminarán en el triunfo glorioso y final sobre el pecado.

Jesús puso el fundamento para el evangelismo en su propia obra en la tierra. Dios envió a su Hijo, Jesucristo, como el gran evangelista al mundo para echar las bases para la salvación en su propio sacrificio y expiación por el pecado y suplicarle al hombre que vuelva a Dios. Jesucristo es el evangelista modelo. Todo verdadero trabajo evangélico está centrado en él. Fue él quien dio las buenas nuevas. Fue él quien reveló las alegres noticias. Fue él quien exhortó a los hombres perdidos a que aceptaran la salvación que se había dispuesto para ellos. El Espíritu Santo continúa esa obra y lleva a cabo evangelismo genuino con éxito. Es la tercera Persona de la Deidad, y al igual que el Padre y el Hijo, es evangelista.

Los siguientes siete puntos destacan la obra del Espíritu Santo en el evangelismo:

1. Vino al mundo para llevar a cabo la obra salvadora de Dios.

2. Dirige la obra salvadora de Cristo al corazón de los individuos.

3. Comunica a los hombres en todas partes las alegres nuevas de la salvación.

4. Ruega a los pecadores que se reconcilien con Dios.

5. Produce convicción en el corazón humano.

6. Forma a Cristo en el interior y produce el nuevo nacimiento.

7. Es el evangelista jefe de la tierra en la actualidad.

“No es el poder que emana de los hombres lo que hace que la obra tenga éxito; es el poder de las inteligencias celestiales obrando con el agente humano lo que produce perfección en la obra. Pablo puede plantar y Apolos regar, pero Dios es el que da el crecimiento. El hombre no puede hacer la parte de Dios en la obra. Como agente humano puede cooperar con las inteligencias divinas, haciendo su parte con sencillez y humildad, teniendo en cuenta que Dios es el gran Maestro” (E. G. de White, en Review and Herald, 14-11-1893).

Nosotros, como instrumentos humanos no podemos hacer la obra del Espíritu Santo; somos nada más que los medios a través de los cuales el Señor obra.

“La predicación de la palabra sería inútil sin la continua presencia y ayuda del espíritu Santo. Este es el único Maestro eficaz de la verdad divina. Únicamente cuando la verdad vaya al corazón acompañada por el Espíritu vivificará la conciencia o transformará la vida. Uno podría presentar la letra de la Palabra de Dios, estar familiarizado con todos sus mandamientos y promesas; pero a menos que el Espíritu Santo grabe la verdad, ninguna alma caerá sobre la Roca y será quebrantada. Ningún grado de educación ni ventaja alguna, por grande que sea, puede hacer de uno un conducto de luz sin la cooperación del Espíritu de Dios. La siembra de la semilla del Evangelio no tendrá éxito a menos que esa semilla sea vivificada por el rocío del cielo” (El Deseado de Todas las Gentes, págs. 625, 626).

Los ángeles celestiales, bajo la dirección de Dios, están siempre disponibles para ayudar a los que se hallan a cargo de la muy importante obra del evangelismo. Notemos la siguiente declaración:

“Todos los recursos del cielo están a disposición de los que tratan de salvar a los perdidos. Los ángeles os ayudarán a llegar hasta los más descuidados y endurecidos. Y bando uno se vuelve a Dios, se alegra todo el cielo” (Palabras de Vida del Gran Maestro, págs. 180, 181).

“Todo el cielo está en actividad, y los ángeles de Dios esperan para cooperar con los que trazarán planes mediante los cuales las almas por las que Cristo murió puedan oír las alegres nuevas de la salvación” (Testimonies, tomo 6, pág. 433).

“El universo del cielo hace mucho más de lo que nosotros pensamos, para preparar el camino a fin de que las almas sean convertidas. Queremos trabajar en armonía con los mensajeros del cielo. Necesitamos más de Dios; no debemos creer que son nuestros discursos y nuestros sermones los que realizan la obra; debemos sentir que a menos que la gente sea alcanzada por medio de Dios, nunca será alcanzada” (Evangelismo, Pág. 92).

La necesidad del poder divino

Qué días maravillosos fueron aquellos en que el potente Espíritu de Dios descendió sobre los primeros evangelistas, otorgándoles un poder que nunca antes habían conocido. Y poder era lo que necesitaban, puesto que el mundo que iban a enfrentar constituía un desafío. Hoy necesitamos ese mismo poder, porque nuestro mundo es aún más desafiante.

Al examinar la obra de Dios en la actualidad advertimos muchas necesidades. Necesitamos más obreros. Hace falta más dinero; necesitamos edificios; necesitamos equipo. Pero la mayor de todas las necesidades es la de poder divino. Este poder está a nuestro alcance únicamente por medio del Espíritu del Dios viviente.

Cuando se produjo el Pentecostés en la iglesia apostólica, en un solo día se convirtieron tres mil personas, y se nos asegura que “viene el tiempo en que habrá tantos conversos en un día como los hubo en el día de Pentecostés, después que los discípulos recibieron el Espíritu Santo” (Review and Herald, 19-6-1905).

“A nosotros hoy, tan ciertamente como a los primeros discípulos, pertenece la promesa del Espíritu. Dios dotará hoy a hombres y mujeres del poder de lo alto, como dotó a los que, en el día de Pentecostés, oyeron la palabra de salvación. En este mismo momento su Espíritu y su gracia son para todos los que los necesitan y quieran aceptar su palabra al pie de la letra” (Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 210).

“Cuando pongamos nuestro corazón en unidad con Cristo y nuestra vida en armonía con su obra, el Espíritu que descendió sobre los discípulos en el día de Pentecostés, descenderá sobre nosotros” (Id., pág. 250).

“La presencia del Espíritu en los obreros de Dios dará a la proclamación de la verdad un poder que todo el honor y la gloria del mundo no podrían conferirle” (Los Hechos de los Apóstoles, pág. 42).

Los tiempos cambiantes, la explosión demográfica y las dificultades cada vez mayores en nuestras ciudades han hecho que algunos se pregunten cómo podrá terminarse la obra del evangelismo. Debemos recordar siempre que el evangelismo es la obra de Dios. Nunca olvidemos que “el Señor ejecutará su sentencia sobre la tierra en justicia y con prontitud” (Rom. 9:28). Deberíamos orar fervorosamente por esa actividad divina, porque ésa es nuestra única esperanza. Demasiado a menudo hemos sido propensos a sustituir con nuestros propios planes y métodos, con nuestros propios recursos, equipo y slogans, el lugar del poder divino del Espíritu Santo, que es lo único (que puede dar y dará fin a la obra. Esta tendencia a la sustitución es una de nuestras principales debilidades y rémoras de la actualidad. No debemos depender de eso, sino del poder de Dios.

Al enfrentar el tremendo desafío de la tarea sin concluir, nuestro ministerio debiera cubrirse con el poder divino que procede del Espíritu Santo.

“Únicamente el poder divino enternecerá el corazón del pecador y lo traerá… a Cristo” (Obreros Evangélicos, pág. 35).

Todos nuestros métodos y técnicas, por excelentes que sean, lograrán poco sin el poder eficaz del Espíritu Santo. Para ser ganadores de almas de éxito debemos consagrarnos a Dios a fin de que el Espíritu Santo pueda usarnos como canales mediante los cuales obrar.

El poder que transforma a los hombres y a las naciones no se genera por sí mismo. Lo que como obreros podamos poseer no es inherente en ningún grado. No proviene del giro rápido de la maquinaria eclesiástica. En lugar de eso es el poder de Dios para salvación. Ningún ministro ni laico salvó nunca un alma. Nunca convertimos a nadie. A los hombres sólo podemos señalarles a Cristo y depender completamente del poder de Dios.

Conclusión

Dice la sierva del Señor: “Se me ha mostrado que los instrumentos humanos buscan demasiado poder, y tratan de controlar la obra ellos mismos. Dejan al Señor Dios, el Obrero Poderoso, demasiado fuera de sus métodos y planes, y no le confían todas las cosas con respecto al progreso de la obra. Nadie debe imaginarse que él es capaz de manejar estas cosas que pertenecen al gran YO SOY… En la toma de Jericó el Señor Dios de los ejércitos era el general de las huestes de Israel. El hizo el plan para la batalla y unió agentes celestiales y humanos para que hicieran una parte en la obra, pero ninguna mano humana tocó los muros de Jericó. Dios dispuso de tal manera el plan que el hombre no pudiera atribuirse ningún crédito a sí mismo por el logro de la victoria. Dios solo debe ser glorificado… Debemos aprender a depender enteramente de Dios” (Testimonios para los Ministros, pág. 216).

“La razón por la que Dios no puede hacer mucho con algunos hombres es que se apropian la gloria de su ministerio, poniéndose en primera fila y dejando a Dios al fondo, como si ellos hubieran realizado todo lo hecho con su propia fuerza” (I. H. Evans, The Preacher and His Preaching, pág. 52).

Como colaboradores de Dios, hemos de hacer fielmente nuestra obra y dejar los resultados en sus manos. Tenemos la certeza de que la Palabra de Dios no volverá a él vacía.

Pronto han de terminar las campañas de evangelismo para Dios. La proclamación de las buenas nuevas está tocando a su fin. La historia humana está próxima a su clímax. Vivimos en tiempos en que podemos esperar para muy pronto la gloriosa aparición del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo.

La obra final del evangelismo tiene su centro en la proclamación del Evangelio a todo el mundo. Dios nos ha honrado concediéndonos el privilegio de ser sus compañeros y participantes en la magna obra del evangelismo.

Al aceptar el desafío, avancemos con una determinación renovada de creer y recibir el Espíritu Santo en su plenitud, apresurando así el día en que todo el mundo será iluminado con la gloria de Dios. Ojalá recordemos siempre que el éxito en el evangelismo no vendrá “con ejército, ni con fuerza”, sino con el Espíritu de Dios.

Sobre el autor: Pastor evangelista. Asociación de los Alleghanis Orientales.