En la medida en que el pastor y se esposa se preocupen por apoyarse mutuamente, su ministerio florecerá y se tornará más eficaz.

Hace diez años aproximadamente tuve la oportunidad de asistir a un seminario dirigido por un terapeuta muy conocido como especialista en terapia conyugal para pastores y sus esposas. Todavía conservo las notas que hice durante ese seminario. Tengo oportunidad de reflexionar acerca de esas observaciones cada vez que una pareja pastoral me busca para pedir consejo.

“Las parejas pastorales que procuran ayuda se volverán tan comunes como las otras —decía el profesor—. Muchos de los problemas serán los mismos que usted ve en las parejas que no son de pastores. Pero siempre habrá dos diferencias importantes. La primera es que en las parejas de pastores la confidencia tiene que ser absoluta. No quieren que sus congregaciones se enteren de que están solicitando ayuda, porque además de que este tema es delicioso para los habladores, sólo empeorará las cosas. La segunda diferencia es que, en la mayor parte de los casos, las parejas pastorales estarán abiertas a las actividades espirituales, como por ejemplo la oración. Por lo tanto, eche mano de ellas”.

El especialista incluso añadió que “la mayor parte de los ministros desean que sus matrimonios funcionen. Generalmente están dispuestos a hacer todo lo posible para que sus sufrimientos sean una fuente de curación, y para que sus matrimonios vuelvan a estar en sus carriles. Por eso, déles una sensación de esperanza, y ayúdelos a fortalecer sus habilidades”.

En esa oportunidad me pareció que ese señor era demasiado optimista cuando se refería a la eficacia de la terapia matrimonial para pastores y sus esposas. Pero, basado en mi propia experiencia como consejero, sé que estaba en lo cierto en la mayor parte de los casos. No todos los matrimonios de pastores que entran en conflictos lograrán sobrevivir, pero entre los que yo he tratado personalmente, cerca del 90% todavía están unidos. De modo que, al trabajar con los pastores y sus esposas, también me volví optimista. He notado que algunos de ellos no sólo han sobrevivido, sino también mejorado su relación. Son buenos pacientes, bien motivados y deseosos de trabajar duramente para revitalizar sus matrimonios.

Necesidades particulares

El terapeuta estaba en lo cierto cuando se refirió a la confidencia. Esa es, ciertamente, una gran preocupación. Algunos matrimonios pastorales manejan a veces casi mil kilómetros para procurar consejo en una zona donde nadie los conozca. Por lo general son abiertos a las actividades espirituales como, por ejemplo, la oración. En verdad, a veces he sido la única persona que ha orado con ellos en momentos de crisis.

Los pastores y sus esposas normalmente oran por otras personas y con ellas. Pero es frecuente que nadie se dé cuenta de que también necesitan que se ore por ellos. Por lo común lo desean ardientemente, pero no se sienten libres de ventilar los temas por los que necesitarían que sus congregaciones oraran por ellos.

En muchos sentidos los matrimonios pastorales son exactamente iguales a los otros que procuran terapia. La diferencia está en que el estilo de vida pastoral suele poner énfasis en ciertos aspectos de la relación que pueden estresar a la pareja. Por ejemplo, la iglesia puede absorber tanto tiempo al pastor que la familia pastoral tiene la sensación de que está viviendo en una redoma. El estilo de vida puede afectar negativamente al matrimonio.

Hechas estas observaciones a manera de introducción, lo que sigue son ocho puntos comunes, que los matrimonios pastorales han traído durante años a mi consultorio.

La ira

Para la mayor parte de la gente la ira es la emoción más difícil de dominar. A los pastores y a sus esposas les pasa lo mismo. Con cierta frecuencia sencillamente no saben qué hacer con ella. Por ejemplo, me he encontrado con ministros virtualmente incapaces de manifestar ira, porque están convencidos de que un hombre de Dios —y su esposa también—, siempre deben ser pacíficos y pacificadores, o que la expresión de la ira es pecaminosa y debe ser firmemente reprimida o suprimida.

El gran problema aquí es que en todo matrimonio hay ocasiones en las que los cónyuges se enojan el uno con el otro, ya sea que lo admitan o no. A menos que pueda manejarse con éxito la ira en el matrimonio, puede volverse tóxica, y en ese caso contamina toda la relación.

La terapia relativa a este asunto se limita a ayudar a la pareja a desarrollar la habilidad de manejar la ira y practicarla, dándoles permiso para expresarla en forma correcta. Eso a su vez capacitará a los cónyuges para reducir sus explosiones de ira y para disiparlas con más rapidez.

La discrepancia

Este sentimiento tiene que ver con la incapacidad de la pareja para discutir sabiamente sus diferencias con el fin de superarlas, de resolver juntos los problemas y solucionar en general por lo menos algunos de ellos. Por eso, siempre aparecen viejos conflictos.

Por un lado, cierta dosis de discrepancia es normal en el matrimonio, porque los cónyuges traen consigo personalidades, actitudes y perspectivas diferentes. Es inevitable que el marido y su mujer no estén de acuerdo con respecto a algún problema, e incluso que discrepen acerca de su solución.

La discrepancia se convierte en un problema sólo cuando los cónyuges no quieren o no pueden encontrar so luciones viables. Eso genera una situación de “o pierdes, o ganas”, es decir, uno de ellos deberá ganar inexorablemente y el otro perder siempre. El resentimiento, entonces, mantiene a la pareja enfurecida y encerrada en la jaula de sus propios conflictos. Las peleas y las discusiones se vuelven interminables, y así se disipa la energía de la relación conyugal.

Cuando el problema es el resentimiento, la terapia consiste generalmente en mostrarle a la pareja cómo crear situaciones en las que ambos sean ganadores, y no sólo uno de ellos, mediante el aprendizaje de la transigencia. Esta les ayuda a pensar correctamente y a romper el círculo vicioso del “yo gano y tú pierdes”. También capacita a la pareja para buscar soluciones a los problemas, de manera que las discrepancias sean cada vez menos frecuentes, y que en cada caso sea el matrimonio el que gane y no uno solo de ellos.

Problemas de comunicación

La buena comunicación es el combustible del matrimonio. Cuando una pareja pastoral afirma que a su matrimonio le está “faltando nafta” (bencina, combustible), sin duda eso se debe a que ambos virtualmente ya dejaron de hablarse y oírse. La consecuencia lógica de esto es la separación. Hablar y oír fortalece los lazos de la amistad, ayuda para solucionar los problemas y los conflictos, y capacita a la pareja para apoyarse y valorarse mutuamente. Cuando eso no sucede, la esposa por lo general busca a otro que le preste un oído simpático. No tiene nada de raro que esto sólo aumente el foso que se ha abierto en el matrimonio.

En este caso, la terapia trata de ayudar a la pareja a comprender cuán importante es el diálogo y que la comunicación es el extraordinario “pegamento” que mantiene unido al matrimonio. Los cónyuges necesitan tomar tiempo e incluso crearlo para estar juntos y conversar, es decir, para hablar y escuchar, una comunicación en la que ambos participen debe ser una prioridad absoluta, o nunca se producirá.

Al abordar este tema, trato de mostrarle a la pareja cómo usar la capacidad de comunicación que ya posee, como oír atentamente cuando el otro habla, pensando en lo que dice como una forma de valorización. Generalmente les digo que hablarle al otro y oírlo puede ser una forma diferente de hacer el amor, y que es algo que fortalece los lazos matrimoniales. Trato de ayudarles a descubrir la alegría que produce hablar y ser oído.

La pérdida de la intimidad

La necesidad de que el cónyuge se sienta íntimo es esencial para el bienestar del matrimonio. Cuando esa sensación comienza a agotarse, el matrimonio va por el mismo camino.

Por lo general, cuando los cónyuges me dicen que ya no se sienten íntimos el uno con el otro, añaden a eso una verdadera constelación de otras cosas que ese sentimiento ha afectado adversamente. Por lo común disminuyen el diálogo y las caricias, hay un deterioro del afecto y comienzan a aparecer los problemas sexuales. En esos casos la intimidad física virtualmente desaparece en el matrimonio. Todo eso puede producir una espiral descendente, sumamente peligrosa y perjudicial.

La terapia en estos casos trata de entrenar a los cónyuges para que de nuevo se vuelvan el uno hacia el otro, y enseñarles cómo volver a conectarse, comenzando con lo que cuesta menos, como tomarse de la mano y aprender a acariciarse otra vez. Pone énfasis en lo que es positivo en el matrimonio y no en lo negativo. Si la pareja descubre algún punto en el que todavía funcionan bien, se los anima a explorar ese asunto.

El volver a prestarse atención mutua puede ayudar a restaurar el romance y la excitación en el matrimonio. Los cónyuges que se han distanciado pueden volver a ser ínfimos otra vez. Pero esto tiene que ser una prioridad, y además necesitan hacer un esfuerzo sin el cual no es posible alcanzar el objetivo.

Las finanzas

Para muchos matrimonios de pastores, los asuntos financieros producen mucho estrés, que a su vez, en su momento, le pasa la factura al casamiento. Con mucha frecuencia los ministros trabajan mucho y ganan poco, lo que por lo general induce a la esposa a buscar trabajo por su cuenta. Eso puede reducir la cantidad de tiempo que pasan juntos, cansar más y, en general, causar la sensación permanente de que están viviendo sobrecargados. El matrimonio pastoral, en este caso, no sólo puede tener legítimas preocupaciones con respecto a las presiones financieras del presente, sino también profundas inquietudes acerca de si habrá suficientes provisiones financieras para el momento de la jubilación.

Como otras parejas, con frecuencia el pastor y su esposa tienen verdaderas dificultades para manejar el dinero, y en general acaban cayendo en la trampa de gastar más de lo que deben. El consejo, en este caso, consiste en recomendar al matrimonio que consulte a un experto en finanzas para que le ayude a hacer un presupuesto y los oriente para que lo pongan en práctica.

En lugar de que las finanzas se conviertan en un campo de batalla, animo a la pareja a conversar francamente acerca del tema, para planificar con cuidado, hasta que entiendan que son ellos los que deben manejar el dinero y no al revés.

Problemas de conducta

Algunos terapeutas cuentan los casos de pastores que caen en comportamientos compulsivos, como por ejemplo la participación en juegos de azar. Otros se vuelven trabajadores compulsivos, y le dedican tanto tiempo al trabajo que les queda muy poco o nada para el matrimonio.

Las disfunciones sexuales, aunque parezca raro, también son comunes en los matrimonios pastorales. Es posible que uno de ellos, o ambos, hayan sufrido de abuso sexual en la infancia, y por eso, como adultos, les cuesta confiar y llegar a ser verdaderamente íntimos. Un ministro y su esposa, en un matrimonio de larga data, todavía pueden estar confundidos con respecto a su orientación sexual. La pornografía puede llegar a ser un problema serio. La infidelidad puede ser tan dañina que he visto matrimonios fuertes que se han derrumbado como si fueran un castillo de naipes por causa de la devastación emocional producida por la traición

Las disfunciones relativas al comportamiento, como estas, pueden justificar una cantidad de intervenciones. Algunas de ellas pueden requerir que las personas implicadas participen de grupos anónimos. Para las disfunciones sexuales he usado todo lo que aconsejan los médicos especialistas, enseñándoles a uno o a ambos cónyuges a establecer fuertes lazos de intimidad, e incluso recurriendo a una significativa actividad espiritual, como por ejemplo buscar y experimentar el perdón de Dios para los pecados de índole sexual del pasado.

Asuntos familiares

Tal como todo lo que hemos dicho hasta ahora, los asuntos familiares pueden tomar muchas formas en la vida de los matrimonios de pastores. Por ejemplo, si el marido o la esposa no se han emancipado debidamente de sus padres, puede ser difícil para la pareja crear un fuerte vínculo entre ellos. La interferencia de los padres puede impedirle a la pareja que forme una sólida relación.

Los hijos también, a veces, pueden desestabilizar el matrimonio. Un niño fuera de control puede estresar gravemente a la pareja, y ser al mismo tiempo una fuente de incomodidad. Si una de las partes ya se había casado antes, el proceso de combinar las dos familias puede ser difícil. A veces la enfermedad o la muerte de un hijo puede afligir al matrimonio.

Aprendí a ser creativo al ayudar a los matrimonios de pastores a superar los problemas familiares. Si los padres de uno de ellos son el problema, a veces le aconsejo a la pareja que acepte un llamado al lugar más distante posible. Después de todo, mi trabajo de terapeuta consiste en ayudar a las parejas a entender que su matrimonio es lo más importante. Trato de ayudarlos a hacer de ellos mismos el foco principal de su relación, de modo que sus energías no se orienten totalmente a los hijos, a otros familiares o a la iglesia. Como cónyuges que fortalecen los lazos de sus matrimonios y se vuelven más unidos, estarán en mejores condiciones de enfrentar juntos las situaciones familiares, de manera que estas sean más fáciles de manejar.

LOS FANTASMAS CONYUGALES

Algunos matrimonios viven amenazados por uno o varios fantasmas del pasado, que al perecer no los quieren dejar, porque a la pareja le falta el deseo o la capacidad de “exorcizarlos” Los fantasmas conyugales son de distintos tamaños y clases, y algunos son más perjudiciales que otros.

Un fantasma común es la mala voluntad de un cónyuge para perdonar y sepultar para siempre el sufrimiento infligido por el otro en el pasado. El permanente recuerdo de un adulterio es un ejemplo de esto. Un fantasma como este adquiere vida y poder, y mantiene a la pareja en permanente desavenencia, con lo que la salud matrimonial llega a ser imposible. La mejor manera de expulsar a un fantasma es el perdón franco y honesto. El perdón es mucho más que un sentimiento; es una elección y una decisión. Un cónyuge puede elegir perdonar al otro aunque no tenga muchos deseos de hacerlo. En verdad, puede vacilar en tomar esa decisión algunas veces, pero esta es la única manera de exorcizar para siempre a un fantasma conyugal. El perdón le permite a la pareja amarse de nuevo, confiar de nuevo y avanzar por la vida como amigos y amantes.

Ha sido para mí un placer y un privilegio trabajar con muchos matrimonios de pastores a lo largo de los años. Con frecuencia procuran consejo no porque su matrimonio esté arruinado, sino porque llegaron a un punto en el que desean sustituir ciertos patrones de conducta por otros más saludables, de manera que la pareja sea más feliz y tenga más éxito. Ven su matrimonio como un proceso, y desean hacer todo lo posible para renovarlo y vitalizarlo cada día.

Mi desafío, como terapeuta, consiste en ayudar a esas parejas a tomar decisiones sabias y responsables, que enriquezcan y expandan su amor y su amistad, para que los años que les quedan sean dulces y alegres.

Sobre el autor: Capellán del Hospital Santa María de Saginaw, Michigan, Estados Unidos.