Todos los fines de semana, miles se dirigen a los lugares de culto. Van en busca de un contacto con Dios por medio de la adoración colectiva, deseosos de oír la voz del Señor; es decir, un mensaje que satisfaga los profundos anhelos y las necesidades del alma. Y en esto reside la crucial responsabilidad del predicador. Como portavoz de Dios, debe ser su instrumento para que los creyentes y los no creyentes regresen a sus hogares habiendo aliviado sus dolores espirituales, afirmado sus pasos vacilantes, disipado sus dudas, eliminado sus resentimientos, con su llanto concluido y habiendo encontrado el camino de la salvación.

La primera responsabilidad del pastor consiste en satisfacer las necesidades del rebaño que Dios le ha confiado; y esa comisión llega a ser, con el tiempo, un honor inigualable. Cada vez que se levanta para hablar a su congregación, el pastor está delante de gente que tienen las más variadas ansiedades y necesidades espirituales. Como ovejas hambrientas, sedientas y cansadas, que buscan pastos verdes, aguas tranquilas y sombra, sus oyentes esperan recibir alimento espiritual, refrigerio, seguridad y paz. ¿Qué mensaje les podrá comunicar, entonces?

¿Qué podrá decir a los niños, los adolescentes, los jóvenes, los ancianos, con sus peculiares inquietudes? ¿Qué mensaje tendrá para los cónyuges que están al borde de la separación? ¿Cómo satisfará, al mismo tiempo, las expectativas de los intelectuales y las de los indoctos? ¿Qué mensaje recibirán la viuda, los huérfanos y los solitarios? ¿Qué le puede ofrecer a la dueña de casa, al enfermo, al derrotado, al que no tiene trabajo, al oprimido? ¿Qué le puede decir al enfermo, que posiblemente fallezca en el curso de la semana? Y si fuera su último sermón, ¿qué diría?

El predicador es un mensajero de esperanza. Como portavoz de Dios, no es su tarea anunciar condenación. Es, en cambio, un heraldo de felicidad Por eso, se debe esmerar en la preparación de sus sermones. Como lo dijo John Henry Jovett: “La gente tiene que darse cuenta de que estamos dedicados a una actividad seria; que hay en nuestra prédica una búsqueda entusiasta, lozana y dinámica. La gente necesita percibir en el sermón la presencia del ‘Cazador celeste’, que le revela al alma sus verdades más ocultas; que la persigue mediante el ministerio de la salvación, para trasladarla de la muerte a la vida, de la vida a la vida más abundante, de gracia en gracia, de fuerza en fuerza, de gloria en gloria”.

En esta búsqueda, el predicador debe basarse en la Palabra de Dios. Nada que se aparte de ella satisface de veras. Todo lo que provenga de esa fuente puede nutrir, consolar, enseñar, inspirar y proporcionar bendiciones espirituales. Por esa razón, no tenemos otra alternativa que exhortar de nuevo: “Predica la Palabra”.