Muchas veces el ruido y las distracciones que nos asedian constantemente no nos permiten escuchar la voz de Dios. Su invitación a la adoración crea un lugar en el cual estas distracciones se ponen a un lado. Entonces, cuando nuestras almas están quietas, podemos oírle hablándonos de diversas maneras: en silencio, en la meditación, en la música, en la comunión, en la oración, y más concretamente, a través de su Palabra.

            Muchos anhelan ver la Palabra de Dios como un elemento central en la adoración que le ofrecen a su Señor. Han desarrollado la tendencia a equiparar la centralidad de la Palabra con la predicación. Es tarea del predicador, a través del Espíritu Santo, servir de medio para que la Palabra de Dios llegue a los fieles reunidos. Algunos irían un poco más allá, y dirían que el predicador habla “la Palabra de Dios”.

            Nosotros, los predicadores, experimentamos constantemente el peso de esta tradición. Cada vez que nos sentamos frente a la página blanca o la pantalla vacía de la computadora, oramos pidiendo al Espíritu Santo que nos ayude a hablar la Palabra de Dios verdadera y proféticamente. Es, sin duda alguna, un noble deseo, pero, ¿quién será lo suficientemente arrogante como para pretender haberlo alcanzado? ¿No será que nos estamos obligando a llevar una carga demasiado pesada? Quizá debería haber más espacios en la adoración para dejar que la Palabra de Dios hable por sí misma.

Permitir que la Palabra hable

            Consideremos lo que la Biblia dice acerca de esto. Moisés mandó que se leyera la ley públicamente cada siete años (Deut. 31:10-13)- Josué, Josías y Esdras participaron en largas lecturas públicas de la ley, que fueron ocasiones de reavivamiento en Israel. En el caso de Esdras, la ley fue explicada “de modo que entendiesen la lectura” (Neh. 8:8).

            Jesús, cuando fue a Nazaret, leyó de las Escrituras y luego hizo una exposición de ellas (Luc. 4:16-21). Hechos 13:15 nos muestra que la lectura tanto de la ley como de los profetas era una costumbre bien establecida de la adoración en las sinagogas. Pablo pidió que sus cartas fueran leídas públicamente (Col. 4:16), y amonestó a Timoteo en cuanto a los deberes del apostolado: “Mientras llego, preocúpate de la lectura pública, de animar y enseñar” (1 Tim. 4:13. Nueva Biblia Española). La lectura pública de la Escritura ha sido una parte prominente de la adoración durante miles de años.[1]

            ¿Cómo, entonces, justificamos los adventistas del séptimo día nuestra práctica común de una “lectura bíblica” que consiste en dos o tres versículos que toman quizá unos 30 segundos, y entonces predicamos durante unos 60 minutos? ¿Cómo podemos ser “el pueblo del Libro”, mientras tratamos la lectura de la Escritura como algo incidental, como uno de los “preliminares” de la adoración? ¿Cómo es que nosotros, que pretendemos hacer de la Biblia “nuestra única regla de fe y práctica”, la usamos en forma tan escasa en nuestra adoración?

            El propósito que se tenía originalmente con las Escrituras era que fueran leídas en voz alta. Ellas contienen dramáticas historias, apasionadas polémicas y poesía que sondea las profundidades de la desesperación y asciende hasta las alturas del éxtasis. Ninguna de estas características puede apreciarse totalmente en una lectura silenciosa. Incluso la conversación más perceptiva y fiel acerca de las Escrituras no substituye la experiencia de oírlas leídas en voz alta, expresivamente, hablando por ellas mismas.

¿Por qué leer las Escrituras en la adoración?

            Las Escrituras debieran leerse con frecuencia en la adoración, en generosas porciones, por las siguientes razones:

  1. Cuando leemos, cantamos, u oramos la Santa Escritura, hacemos nuestro el lenguaje celestial, y éste llega a ser parte de nosotros.
  2. Su lectura da peso, sustancia y seriedad a la adoración, y prepara a los adoradores para recibir el Espíritu Santo y ser receptivos a la predicación que sigue.
  3. La lectura de varios pasajes relacionados alienta la predicación profunda y contextual que basa el sermón ampliamente en las Escrituras, y no estrechamente en uno o dos versículos o frases.
  4. La lectura de la Escritura provee una oportunidad para la participación en la adoración. ¡Muchos, a quienes nadie podría persuadir a predicar u ofrecer una oración, pueden realizar una lectura de modo excelente! La edad no es una barrera para este tipo de participación: las cadencias de un pasaje favorito pueden constituir una riqueza especial si es leído por una persona de edad; y hay una cierta belleza y calidez en la voz de un niñito que eleva una antigua alabanza.
  5. El que lee las Escrituras en una reunión pública, cumple y realiza una función sacerdotal, la de hablar en nombre de Dios a su pueblo reunido. En esta forma, se le da un renovado realismo a la enseñanza reformada del “sacerdocio de todos los creyentes”.
  6. La lectura de una variedad de pasajes amplía las posibilidades para que los laicos prediquen. La simple explicación y comentario de varios pasajes puede convertirse en un sermón efectivo.

Cómo incorporar la lectura de la Escritura a la adoración

            Hay varias buenas maneras de incorporar esta lectura de la Escritura en nuestra adoración pública.

            Leer pasajes relacionados. Una práctica tradicional -que mi propia congregación ha estado siguiendo durante algo más de un año- es leer tres pasajes relacionados de diferentes partes de la Biblia antes del sermón. Un salmo apropiado puede ser leído en forma antifonal, recitado, o cantado, de acuerdo con las habilidades y gustos de la congregación. En la mía casi todos los miembros participan como lectores de vez en cuando.

            Servicios de lectura de pasajes de la Biblia. De vez en cuando se puede diseñar un culto de adoración completo de lectura de pasajes de la Biblia. Pueden prepararse guiones para que los lectores lean una de las historias épicas del Antiguo Testamento o un libro completo de la Biblia, en uno o dos servicios consecutivos. Este tipo de presentación -que puede o no incluir un sermón- podría llamarse “Teatro del lector”, o cualquier otro nombre apropiado, para propósitos de publicidad.

            Lectura y meditación. Una variante de esta hermosa práctica es particularmente apropiada para la época de semana santa: la historia puede ser leída por varios lectores, de uno o más evangelios, con música apropiada o pausas entre lectura y lectura. Es particularmente apropiado seguir el clímax de la lectura, que habla de la muerte de nuestro Señor, acompañada de una silenciosa y solemne meditación.

            La práctica de leer pasajes en la adoración es fácil de aplicar a cualquier iglesia sea grande o chica, no importa cuál sea el estilo de adoración que utilicen. El mayor desafío es la selección, semana tras semana, de las lecturas.

Uso de un leccionario

            Hace algunos años el Dr. Steven Vitrano, ahora jubilado, del Seminario Teológico Adventista del Séptimo Día de la Universidad Andrews, compiló un leccionario anual temáticamente organizado, y me siento en deuda con él por la inspiración que hallé al llevar a cabo mi propia compilación, que he llamado “El leccionario de Greenwood”[2]

            El Leccionario de Greenwood es una colección de casi 200 lecturas bíblicas, cada una de tres pasajes relacionados de diferentes partes de la Biblia, junto con un salmo. La mayoría de sus lecturas pueden leerse en cinco u ocho minutos.

            Cuando se usa el leccionario como programación de la predicación, proveerá una “dieta” bien equilibrada de temas prácticos, devocionales y doctrinales durante un período de tres años. Las enseñanzas de Jesús se usan como oportunidad para predicar acerca de todas las doctrinas cristianas, especialmente las adventistas, incluyendo el sábado y la segunda venida.

            El leccionario tiene índices extensos que lo hacen muy útil como fuente de lecturas para la adoración, aun cuando no se siga como un programa o calendario de predicación. Juntamente con las lecturas se dan textos alternativos, para acomodar diferentes interpretaciones del texto del evangelio. Si bien el leccionario está compilado especialmente para uso de los adventistas del séptimo día, se adapta fácilmente a las necesidades de otras iglesias evangélicas.

            No importa cuál sea nuestra persuasión teológica o nuestro estilo de adoración, el poder místico de las Escrituras está disponible para todos nosotros a través del Espíritu Santo. Dar a las palabras de la Escritura expresión audible es una forma importante mediante la cual la adoración puede unificamos alrededor de la Palabra Viviente, nuestro Señor Jesús.

Sobre el autor: Ph.D., es empresario en Bloomington, Indiana.


Referencias:

[1] Para un registro de las prácticas de la adoración tanto judías como cristianas con respecto a la lectura de la Escritura, véase Robert E. Webber, ed., The Complete Library of Christian Worship (Nashville, Tenn.: Star Song Publishing), tomo 1, capítulo 29.

[2] El autor conserva algunas copias de una edición preliminar del Leccionario de Greenwood y le gustaría compartirlas con los pastores o conductores de la adoración que estuvieran dispuestos a usarlo, criticarlo y contribuir con sus propias selecciones. Los comentarios usados en el proceso de compilación de una edición final publicable. Las personas que estén dispuestas a ayudar al autor en esto pueden ponerse en contacto con él en 1000 W. Williams Road, Bloomington, IN 47404; teléfono 812-876-1042; Fax 812-876-3942; E-mail <jrhoads@indiana.edu>.