Tercera parte, y final, de los artículos acerca de las claves para entender el libro del Apocalipsis.

El Apocalipsis se funda en la verdad de que Dios envió a su Hijo para que diera testimonio acerca de su verdadero carácter. Juan subraya la vital importancia del testimonio que Jesús dio ante los tribunales de los judíos (Juan 5:31-37; 8:13-18), y de los gentiles (Juan 18:37). Presenta a Jesús como “el testigo fiel y verdadero” (Apoc. 1:5; 3:14; compárese con 19:11) quien, al permanecer fiel a su confesión de la verdad, venció al mundo (Apoc. 3:21; 5:5; Juan 16:33). En el marco histórico de ser víctima de las persecuciones del emperador Domiciano (Apoc. 1:9), Juan da al “testimonio” cristiano un notable carácter forense. Allison Trites lo explica así: “Los cristianos (a los que Juan les estaba escribiendo) estaban frente a una severa prueba y una grave persecución,y Juan, como fiel pastor, trata de prepararlos para ello”.[1] Y George Caird añade lo siguiente: “En el Apocalipsis, ese ambiente de tribunal es incluso más real, porque Jesús ya había dado su testimonio ante el tribunal de Pilato, y ahora los mártires tenían que enfrentar a un juez romano”.[2]

La frase de Juan: una doble clave

Juan presenta una doble clave que resume la revelación de Dios a Israel y su revelación por medio de Jesucristo en una unidad indivisible: “La Palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo” (1:2). Usa seis veces esta doble frase en el Apocalipsis, con leves modificaciones. Esta frase vincula todas sus visiones con un propósito pastoral: recordar a la iglesia de todos los siglos su sagrada vocación de ser fiel a su Señor hasta el mismo fin.

Para Juan, “el testimonio de Jesucristo” era la prolongación autorizada de la Palabra de Dios (Apoc. 1:1, 2); porque el testimonio de Jesucristo también está inspirado por el Espíritu de Profecía (Apoc. 19:10). Juan declaró que él estaba sufriendo en Patmos “por causa de la Palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo” (Apoc. 1:9). Aquí, evidentemente se refiere al testimonio terrenal de Jesús, tal como lo encontramos en los evangelios, porque él había predicado ese evangelio “como testimonio” (Mal. 24:14) mucho antes de ser condenado por un tribunal romano.

La doble frase de Juan tiene, en el Apocalipsis, a la vez un propósito teológico y otro moral. Determina quiénes son los fieles creyentes en Jesucristo durante la turbulenta era cristiana, y sirve como norma final para probar a los profetas que pretenden recibir visiones de Dios, tal como “Jezabel, que se dice profetisa” (Apoc. 2:20; compare con 16:13, 14; 19:20).[3]

Elena de White declara que su libro El conflicto de los siglos no se escribió “para presentar nuevas verdades” al margen de las Escrituras, sino a fin de iluminar “el sendero de los que, como los reformadores de los siglos pasados, serán llamados, aun a costa de sacrificar todo bien terrenal, a testificar ‘de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo”.[4] Ella también recalca el hecho de que los albigenses, los hugonotes y los valdenses eran testigos de la “iglesia del desierto”, que “depusieron sus vidas por ‘la Palabra de Dios, y por el testimonio de Jesucristo’.[5] De este modo, Elena de White comprendió la frase clave: “la Palabra de Dios y el testimonio de Jesús”, como una referencia bíblica al doble testimonio del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento.[6]

La “teología de los dos testigos” de Juan en el cuarto Evangelio

Kennet Strand, erudito adventista especialista en estos temas, reconoce que la doble frase de Juan en el Apocalipsis se refiere al mismo tema teológico del Evangelio de Juan: una “teología de los dos testigos”.[7] El tema de los dos testigos de Dios es prominente en el Evangelio de Juan, porque en él se pone énfasis en la esencial armonía y unidad que existe entre el testimonio de Jesús y el del Padre: “Yo soy el que doy testimonio de mí mismo, y el Padre que me envío da testimonio de mí” (Juan 8:18); “El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue: la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero. Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir y de lo que he de hablar” (Juan 12:48, 49).

Jesús llamó la atención a la ley de los dos testigos que se encuentra en Deuteronomio 19:15 (ver Juan 8:17) para indicar que su testimonio no era de uno solo. Juan relaciona directamente su teología de los dos testigos con el papel que desempeña el Espíritu Santo al comunicar las palabras de Cristo a sus discípulos (Juan 14:26). De este modo, Jesús predijo que el Espíritu de verdad que viene del Padre, “él dará testimonio acerca de mí” (15:26), y “me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (16:14).

El Evangelio de Juan enseña, entonces, que lo que Jesús dijo lo dijo el Espíritu Santo, y por lo tanto, Dios también lo dijo. El cuarto Evangelio declara explícitamente que el testimonio terrenal de Jesús estaba inspirado por el Espíritu de Dios: “Porque el que Dios envió, las palabras de Dios hablan; pues Dios no da el Espíritu por medida” (Juan 3:34).

Ciertamente Jesús fue ungido con el Espíritu de profecía en ocasión de su bautismo, cuando el Espíritu descendió sobre él en forma de paloma (Mat. 3:16; Hech. 10:38). Jesús estaba inspirado por el Espíritu de Dios y, por lo mismo, dio su testimonio a Israel con autoridad divina. El testimonio del Nuevo Testamento que afirma que Jesús es la revelación de Dios (Juan 1:14, 18), es una verdad fundamental de la fe cristiana.[8]

La “teología de los dos testigos”

En el Apocalipsis, Juan pone mucho énfasis en su teología de los dos testigos. En las cartas del Jesús resucitado a las siete iglesias, se declara siete veces que el testimonio a ellas era “lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Apoc. 2:7, 11, 17, 29; 3:6, 13, 22). Esta repetida mención al Espíritu de Dios destaca la divina autoridad de los siete testimonios de Jesús.

Al final del libro, el ángel informa a Juan que tanto los ángeles como los profetas cristianos “tienen el testimonio de Jesús”, y por lo tanto son “consiervos” en la proclamación de ese testimonio y en la adoración de Dios (19:10; 22:8, 9). Entonces, el ángel añade esta declaración: “Porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía” (19:10). Concuerda con los mensajes a las siete iglesias de que el testimonio de Jesús es “lo que el Espíritu dice”. Esta correspondencia es uno de los muchos paralelismos que encontramos en la amplia estructura quiástica del Apocalipsis.[9]

Esto significa que la parte y la contraparte se aclaran mutuamente. Ambos pasajes afirman que el testimonio de Jesús está inspirado por “el espíritu de la profecía”; es decir, el Espíritu de Dios no como un reemplazo del “testimonio de Jesús”, sino como una aclaración de su origen divino. El ángel no enseña que el “don” de profecía sustituye al testimonio de Jesús, sino que este ha sido inspirado por el espíritu de profecía y, por lo tanto, tiene autoridad divina.

Beale hace el siguiente comentario: “Este episodio (19:10) está registrado para subrayar el origen divino de las visiones de Juan, y para poner en una perspectiva adecuada la naturaleza y la función de los ángeles intermediarios. La admonición: “¡Adora a Dios!” aparece como una advertencia a los cristianos, no solo para prevenirlos en contra de la adoración de los ángeles en especial, sino también de toda forma de idolatría en general, que era un problema para los feligreses de Juan (2:14, 15, 20, 21; 9:20)”.[10]

Robert Mounce afirma lo que sigue: “El mensaje que dio Jesús es la esencia de la proclamación profética”.[11] Y Caird explica: “Tener el testimonio de Jesús es aferrarse al principio que gobernaba su vida durante su encarnación: confirmar y publicar el testimonio de su crucifixión con el testimonio de su martirio. El testimonio de Jesús es el espíritu que inspira a los profetas. Es la palabra dicha por Dios y confirmada por Jesús, que el Espíritu toma y pone en boca de los profetas cristianos”.[12]

Beasley-Murray destaca el hecho de que la expresión “espíritu de profecía” era bien conocida para los judíos, porque “era precisamente el nombre especial que le daban al Espíritu de Dios, a saber, ‘Espíritu de profecía’“. Concluye diciendo: “Por lo tanto, deberíamos interpretar el versículo 10 (de Apocalipsis 19) como que el testimonio de Jesús era la preocupación y la responsabilidad del Espíritu que inspira a los profetas. Esta es la principal enseñanza relativa al Consolador que encontramos en los capítulos 14 al 16 de Juan”.[13] De acuerdo con el Nuevo Testamento, los profetas de Dios habían sido inspirados por el Espíritu Santo (Luc. 2:25; 2 Ped. 1:21).

Entre los adventistas, el comentario de John Naden es notable: “El hecho de que Juan dijera que ‘el testimonio de Jesús’ equivale al ‘espíritu de profecía’, destaca el origen y la autoría divinos de los Testimonios .[…] Quiere decir que [DIOS] es el originador de este testimonio de Cristo tal como fue el originador de la Palabra de Dios.[…] En Apocalipsis 19:10, Juan afirma que el testimonio de Jesús es la profecía divina que resplandece con la misma luz sobre el pasado, el presente y el futuro”.[14]

Beatrice Neall concluyó en forma parecida su disertación: “La palabra de Dios y el testimonio de Jesús se deben entender como que son el evangelio de la muerte y la resurrección de Jesús (Apoc. 1:18), su poder para salvar del pecado (1:5; 12:10, 11) y la transformación de los seres humanos a su semejanza (14:1) por medio de la sangre del Cordero (7:14; 12:11)”.[15]

El testimonio de Jesús como “la fe de Jesús”

Los capítulos 12 al 14 del Apocalipsis constituyen una unidad temática en las Escrituras, en la que cada capítulo desarrolla progresivamente el tema de las visiones anteriores con un énfasis creciente sobre la generación del tiempo del fin.[16] Esto significa que el remanente de Apocalipsis 12:17 aparece descrito con más detalles en Apocalipsis 14:12.

“Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (Apoc. 12:17). “Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (14:12).

El pueblo de Dios no solo guarda los Mandamientos, sino “la fe de Jesús” también (14:12). Esta “fe de Jesús” es más que una fe subjetiva en Jesús; es fe en el testimonio de Jesús mismo.

El comentario de William Johnsson acerca de Apocalipsis 14:12 es digno de atención: “Guardan la fe de Jesús.[…] Judas nos proporciona una declaración paralela: ‘La fe que una vez fue dada a los santos’. Cuando los leales seguidores de Dios guardan la fe de Jesús, se mantienen fieles a los fundamentos del cristianismo: ‘guardan la fe’“.[17]

En otras palabras, la expresión “la fe de Jesús”, en Apocalipsis 14:12, es una aclaración del “testimonio de Jesús” (12:17) y no es necesariamente una tercera característica de la iglesia remanente.

Guardar “la fe de Jesús” implica dar con fidelidad el testimonio de Jesús. Porque dan el “testimonio de Jesús”, los santos de los últimos días están preparados para enfrentar al anticristo hasta la muerte, como lo predijo Juan cuando dijo: “Los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios” (Apoc. 20:4).

Desmond Doss lo declara adecuadamente: “Cuando los hombres mueren por el testimonio de Jesús, como lo implican Apocalipsis 12:11 y 6:9, tenemos que reconocer que aquí se trata del evangelio eterno”.[18] El inapreciable valor de los mártires cristianos reside en la fidelidad con que se aferraran al testimonio del evangelio que Jesús dio durante su ministerio terrenal.

La visión de Juan acerca del milenio reafirma la divina vindicación de su fidelidad a la Palabra de Dios tal como lo atestiguó Jesús en el tribunal del Cielo. Esos mártires compartirán con Cristo durante el milenio su poder regio y judicial (Apoc. 20:4).

Los “dos testigos” de Apocalipsis 11

Apocalipsis 11 nos presenta a los dos testigos de Dios que fueron autorizados para profetizar “por mil doscientos sesenta días, vestidos de cilicio” (11:3). Se dice que estos dos testigos simbólicos de Dios son también “los dos candeleras que están en pie delante del Dios de la tierra” (11:4). Si “los siete candeleras […] son las siete iglesias” (1:20), entonces estos “candeleras” también deben simbolizar a la iglesia; en este caso, con su cometido de “profetizar” o proclamar su testimonio legal (11:7) a todas las naciones (vea Deut. 17:6; 19:15; Mat. 18:16; Juan 8:17).

Esta interpretación queda confirmada mediante el paralelismo simbólico de la “mujer” perseguida (12:6) y de la “santa ciudad” hollada (11:2). Estas tres figuras simbólicas sufren por su “testimonio” durante el mismo período (11:2, 3; 12:6, 11). Estas revelaciones no solo nos indican que los verdaderos santos se aferran al “testimonio de Jesús”, sino también que dan un fiel testimonio acerca de Jesús, al punto de estar dispuestos a perder la vida “por causa de mí y del evangelio” (Mar. 8:35).

La descripción de los “dos testigos” que aparece en Apocalipsis 11 confiere tonos dramáticos al llamado que Jesús extiende a la iglesia de Esmirna y a la promesa que le hace: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (2:10). Se los llamó para que se identificaran completamente con Jesús en su testimonio y en su muerte, y compartirán con él su vindicación (11:9-12). Más importante aún, el poder de su ministerio profético dará como resultado el arrepentimiento y la salvación de muchos en el mundo (11:13).

El llamado al ministerio profético es para toda la iglesia. A todos los creyentes en Jesucristo se los llama a guardar “los mandamientos de Dios” y a tener “el testimonio de Jesucristo” (12:17); aunque solo a unos pocos se los elige para que reciban un “don de profecía” especial, con el fin de edificar a la iglesia y hablar a los santos “para edificación, exhortación y consolación” (1 Cor. 14:3).[19]

Necesitamos entender que la sucesión apostólica de la iglesia de Cristo solo tiene validez si esta es y ha sido fiel al proclamar el evangelio de Dios tal como lo atestiguó Jesús (Mat. 24:14; Apoc. 12:17; 14:12). Para ilustrar la inalterable relación que existe entre la iglesia y su testimonio evangélico, se le pidió a Juan que “comiera” un librito celestial (10:9) a fin de que profetizara “otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes” (10:11), tal como el Señor había pedido anteriormente a los profetas Ezequiel y Jeremías que “comieran” el rollo celestial que contenía las palabras divinas, y que proclamaran públicamente esos mensajes (Eze. 3:1-3; Jer. 15:16).[20]

Por lo tanto, los dos testigos de Apocalipsis 11 no representan a la iglesia aislada de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo. Tal como lo han explicado otros expositores anteriores, estos dos inseparables testigos de Dios simbolizan “la iglesia que predica y prole tiza por medio de los dos Testamentos de las Escrituras”.[21]

Kenneth Strand, en su meticuloso estudio acerca “la teología de los dos testigos” de Juan,[22] que aparece en todo el Apocalipsis, llega a esta significativa conclusión: “En el Apocalipsis, la fidelidad a la ‘Palabra de Dios’ y al testimonio de Jesucristo separa a los fieles de los infieles, y provoca una persecución que incluye el propio exilio de Juan y el martirio de otros creyentes (lea de nuevo Apoc. 1:9; 6:9; 12:17; 20:4; etc.). Estos dos testigos son respectivamente ‘la Palabra de Dios’ y ‘el testimonio de Jesucristo’; o lo que nosotras llamamos hoy el mensaje profético del Antiguo Testamento y el testimonio apostólico del Nuevo Testamento”.[23]

La prueba suprema de la fidelidad a Dios

Los creyentes cristianos de todas las edades han vivido y han muerto, y van a morir en el futuro por el testimonio evangélico de Jesús (Apoc. 1:9; 6:9; 12:11; 20:4). Su “testimonio de Jesús” no es solo el testimonio de su conversión personal, sino también su testimonio del evangelio apostólico; es decir, el “testimonio de Dios” (1 Cor. 2:1), o “el testimonio acerca de Cristo” (1 Cor. 1:6), con respecto a su vida, su muerte y su resurrección (Mar. 8:35; Hech. 1:8, 22; 4:33; 1 Cor. 15:1-4, 15).

Pablo declaró que el ministerio que había recibido del Señor Jesús era “dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hech. 20:24). Y afirmó enfáticamente que si alguien “pervierte” el evangelio de Cristo será “anatema”, es decir, recibirá la maldición divina (Gál. 1:1-9). Juan predijo que la iglesia tendría que pasar por períodos de aguda persecución y sufrimiento (ver Apoc. 12:11, 17).

Pablo amonestó a los creyentes cristianos en el sentido de “no pensar más (no ir más allá) de lo que está escrito” (1 Cor. 4:6); y aconsejó que todos los profetas de la iglesia fueran probados por el canon de las Escrituras (1 Tes. 5:19-21; 1 Cor. 14:29, 32).

Elena de White también enfoca el tema de la misma manera: “Le recomiendo, querido lector, la Palabra de Dios como su regla de fe y práctica. Por esa Palabra seremos juzgados”.[24]

“Todo tiempo libre de que dispongamos se debe dedicar al estudio de la Biblia, que nos juzgará en el día postrero […]. Que los Mandamientos de Dios y el testimonio de Jesucristo estén en sus mentes constantemente, y que desplacen los pensamientos y las preocupaciones mundanos”.[25] “Dios pide un reavivamiento y una reforma. Las palabras de la Biblia, y de la Biblia sola, deben oírse desde el púlpito”.[26]

Estas conmovedoras palabras llaman a la fidelidad a las normas bíblicas, notablemente resumidas por el ángel en Apocalipsis 14:12. Este texto, clave y programático, se convirtió en la plataforma de lanzamiento de la iglesia adventista en 1861. Combina la Ley de Dios y el evangelio salvador de Jesucristo: “Con la misma importancia, la ley y el evangelio van de la mano”.[27]

Cuando en 1888 los adventistas descubrieron que “la fe de Jesús” (Apoc. 14:12) implicaba fe en Jesús, entendieron plenamente las implicaciones teológicas de los mensajes de los tres ángeles, y la iglesia comenzó a dar entonces el mensaje del “fuerte clamor”.

Muchos reavivamientos comenzaron a ocurrir, y en 1892 Elena de White declaró que “ya comenzó el fuerte clamor del mensaje del tercer ángel con la revelación de la justicia de Cristo, el Redentor que perdona el pecado. Este es el comienzo de la luz del ángel cuya gloria llenará toda la tierra”.[28]

Todo esto se puede resumir en esta desafiante exhortación: “Los adventistas del séptimo día deberían destacarse entre todos los que profesan el cristianismo, en cuanto a levantar a Cristo ante el mundo”.[29]

Sobre el autor: Doctor en Teología. Profesor emérito de Teología Sistemática del Seminario teológico adventista. Universidad Andrews, Berrien Springs, Michigan, Estados Unidos.


Referencias

[1] Allison A. Trites, The New Testament Concept of Witness [El concepto neotestamentario del testimonio] (Cambridge: Imprenta de la Universidad de Cambridge, 1977), p. 155.

[2] George B. Caird, The Revelation of St. John the Divine [El Apocalipsis de San Juan el teólogo] (Comentario del Nuevo Testamento de Harper, Nueva York: Harpery Row, 1966), p. 18.

[3] Para ampliar estos conceptos, ver mi obra Light for the East Days [Luz para los últimos días] (Nampa, Idaho: Pacific Press Publishing Association, 1999), “Apéndice C”.

[4] Elena G. de White, El conflicto de los siglos (Mountain View, California: APIA, 1975), p. 15.

[5] Ibíd., p. 314.

[6] Ver también su comentario acerca de 1 Ped. 1:10, 11: “Es la voz de Cristo la que nos habla por medio del Antiguo Testamento. ‘Porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía’ (Apoc. 19:10)” Patriarcas y profetas (Buenos Aires: ACES, 1985), p. 382.

[7] Kenneth A. Strand, “The Two Witnesses of Revelation 11:3-12” from Andrews University Seminary Studies 19 [“Los dos testigos de Apocalipsis 11:3- 12” en Estudios del Seminario de la Universidad Andrews 19, 1981] pp. 127- 135.

[8] Ver Richard Bauckham, God Crucified: Monotheism and Christology in the New Testament [Dios crucificado: el monoteísmo y la cristología en el Nuevo Testamento] (Grand Rapids, Michigan: Eerdmans, 1999).

[9] Strand, “Foundational Principles in Interpretation” en Symposium on Revelation – Book 1 [“Principios fundamentales de interpretación” en Simposio acerca del Apocalipsis – Tomo I] (E N. Holbrook, editor, Hagerstown, Maryland: Review and Herald Publishing Association, 1992), cap. 1.

[10] Beale, The Book of Revelation ([El libro de Apocalipsis] (Grand Rapids, Eerdmans, 1999), p. 936.

[11] Robert H. Mounce, The Book of Revelation [El libro de Apocalipsis] (Grand Rapids: Eerdmans, 1999), p. 946.

[12] Caird, p. 238.

[13] George R. Beasley-Murray, The Book of Revelation: New Century Bible Commentary [El libro de Apocalipsis: Comentario bíblico del nuevo siglo] (Grand Rapids: Eerdmans, 1983), p. 276. La evidencia histórica acerca del judaísmo se puede encontrar en Strack Billerbeck, Kommentar zum New Testament [Comentario del Nuevo Testamento], t. 2, pp. 127-129.

[14] Roy C. Naden, The Lamb Among the Beasts [El Cordero entre las bestias] (Hagerstown, Maryland: Review and Herald Publishing Association, 1996), p. 266. Ver su comentario acerca de Apoc. 19:19, pp. 270, 271 Ver también LaRondelle, How to Understand the End Time Prophecies of the Bible [Cómo entender las profecías bíblicas del tiempo del fin) (Fl: Primera edición, 1997), pp. 287- 290.

[15] Beatrice S. Neall, The Concept of Character in the Apocalypse with Implications for Character Education [La idea de carácter en el Apocalipsis y sus implicaciones para la formación del carácter] (Washington DC: University of America, 1983), p. 158.

[16] Para un estudio profundo de la estructura de Apocalipsis 12 al 14 consultar mi obra Cómo entender las profecías bíblicas del tiempo del fin, pp. 263-271, y el artículo “The End Time Message in Histórical Perspective” [El mensaje del tiempo del fin en una perspectiva histórica], Ministry (junio de 1999), pp. 10-13.

[17] William G. Johnsson, en Symposium on Revelation [Simposio acerca del Apocalipsis] (Hagerstown: Review and Herald Publishing Association, 1992), t. 2, pp. 38, 39.

[18] Desmond Ford, Crisis! [¡Crisis!] (Newcastle, California: Publicaciones D. Ford, 1982), t. II, p. 696.

[19] Vea Naden, “Contemporary Manifestations of the Prophetic Gift” [Manifestaciones contemporáneas del don de profecía], Ministry (junio de 1999), pp. 9-14.

[20] Vea “Profecías del tiempo del fin”, pp. 204, 208.

[21] R. L. Petersen, Preaching in the Last Days: the Theme of the Tivo Witnesses in the Sixteenth and Seventeenth Centuries [La predicación en los últimos días: el tema de los dos testigos en los siglos XVI y XVII] (Nueva York: Imprenta de la Universidad de Oxford, 1993), p. 17, y LaRondelle, Profecías del tiempo del fin, pp. 221-227.

[22] Ver la Nota 7.

[23] Ver Strand, p. 134.

[24] Elena G. de White, Early Writings [Primeros escritos] (Washington, DC: Review and Herald Publishing Association, 1945), p. 78.

[25] Ibíd., p. 58.

[26] Profetas y reyes (Mountain View, California: Publicaciones Interamericanas, 1957), p. 461.

[27] Manuscrito 24, 1888, citado por George R. Knight, A Search for Identity [En busca de identidad] (Hagerstown, Maryland: Review and Herald Publishing Association, 2000), p. 108.

[28] Review and Herald (22 de noviembre de 1892).

[29] Obreros evangélicos (Buenos Aires: ACES, 1957), p. 164.