La autoridad de las Sagradas Escrituras reside en el hecho, aceptado por los creyentes, de que es la Palabra inspirada de Dios. A través de todo el Antiguo Testamento los escritores bíblicos reivindican esa autoridad, y declaran enfáticamente que Dios no sólo actúa sino también habla. Prueba de ello es el hecho de que 361 veces encontramos, en su texto, la expresión “Dijo el Señor”. En cada uno de los casos en que aparece, se indica que la declaración a la que se refiere ha sido hecha por Dios y no por los hombres. Otra expresión que recalca la autoridad de la Biblia es “Así dijo Jehová”, o sus variantes, que se repiten 445 veces. El sustantivo “palabra” y sus diversas variantes o combinaciones que significan “Palabra de Dios”, se refieren a comunicaciones divinas en forma de mandamientos, profecías y palabras de aliento, y aparecen, aproximadamente, 450 veces. Todo esto, de acuerdo con estudios realizados por el fallecido Dr. Gerhard Hasel.
Esas expresiones revelan la reivindicación que hace el Antiguo Testamento de su autoridad. Por medio de él podemos verificar que Dios se comunicó con su pueblo a través de hombres inspirados por el Espíritu Santo, de tal manera que los destinatarios de los mensajes tuvieran plena conciencia de que era Dios quien hablaba, y no meramente el instrumento humano. Jesús mismo aceptó la Biblia, o las escrituras del Antiguo Testamento, como autoridad. Para comprobarlo, basta con repasar los textos de Mateo 5:17-19; 22:23-29, y Lucas 10:25-28; 16:19-31.
Del mismo modo, la autoridad del Nuevo Testamento se funda en su inspiración divina, en el mensaje y la persona de Cristo, que es la Fuente del conocimiento perfecto de Dios. Numerosos pasajes del Nuevo Testamento dan testimonio en el sentido de que la Palabra inspirada posee la autoridad de Cristo Jesús.
De modo que la unidad de la Biblia, en los dos Testamentos, tiene su origen en la certeza de que ambos son inspirados por el mismo Espíritu Santo. La unidad y la continuidad de los dos Testamentos, y entre sí, son manifiestas, porque su existencia es obra del Dios trino. La carta a los Hebreos comienza con esta declaración: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (Heb. 1:1, 2).
La Biblia tiene a Dios como Autor, pero nos llegó con el lenguaje y las características peculiares de sus escritores humanos. La compresión de este hecho es fundamental para que desarrollemos principios de interpretación sanos y adecuados. Tenemos que ser cuidadosos, para no subestimar los aspectos divinos y humanos de las Escrituras. No se las debe manosear como si se tratara de un libro cualquiera, porque, como dice Elena de White: “Representa la unión de lo divino con lo humano”.