Así escribió el discípulo amado luego de haberse convencido de que Jesús de Nazaret era realmente el Mesías prometido a través de los antiguos profetas de las Sagradas Escrituras.

            Durante muchos años ha sido común considerar que Juan obtuvo este concepto acerca de la Palabra (Logos, en griego), de Filón el Judío. Tal enseñanza se ha difundido en universidades y seminarios, y ha sido aceptada, casi sin discusión, alrededor del mundo.

            En este artículo analizaremos los siguientes interrogantes:

  1. ¿Obtuvo el apóstol esta convicción de las enseñanzas del notable escritor judío Filón?
  2. ¿Disponemos de algún dato seguro concerniente a si Filón llegó siquiera a saber algo acerca de Jesús y sus apóstoles?
  3. ¿Necesitó realmente Juan la enseñanza de Filón, o había en la herencia hebrea del apóstol algo que era mucho más digno de confianza?

            En primer lugar, veamos lo que las Escrituras nos dicen acerca de la expresión “la palabra de Dios”.

            El término, tal como lo entendemos en su significado más general, suele aplicarse a las Sagradas Escrituras. Y es correcto hacerlo. Pero en la Biblia la expresión “palabra de Dios” se aplica muy rara vez al Registro Sagrado como tal. El hecho es que dicho término posee varios matices en su significado, que se pueden advertir en diversos pasajes bíblicos.

            La expresión mencionada se aplica al mensaje divino que Dios les dio a sus siervos los profetas: “Vino, pues, palabra de Jehová a mí, diciendo.” (Jer. 1:4; véase también Eze. 1:3, etc.).

            También se aplica al mensaje del Evangelio de Jesús y de su resurrección, que fue predicado por los primitivos apóstoles.

            Sólo rara vez se aplica al texto de las Escrituras: “Y llegados a Salamina, anunciaban la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos” (Hech. 13:5). “Ellos… llegaron a Antioquía de Pisidia; y entraron en la sinagoga… Y después de la lectura de la ley y de los profetas…” (vers. 14, 15).

            De estos pasajes es justo concluir que los mensajes recibidos en visión por los antiguos profetas, fueron posteriormente incorporados en el canon de las Sagradas Escrituras. Por lo tanto, este registro escrito constituye la palabra de Dios.

            Debemos recordar, sin embargo, que lo que los apóstoles predicaron acerca de Jesús el Mesías estaba fundado definida-mente sobre este registro escrito. En consecuencia, debemos entender que tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo, el cual abarca el registro escrito de los mensajes de Jesús y de sus apóstoles, constituyen la palabra de Dios.

            Pero aún existe otro aspecto de vital importancia referente a esta expresión única que estamos analizando. Como ya lo mencionamos antes, el Espíritu Santo presenta el hecho verdadero de que la “palabra de Dios” también se centra en una Persona, el Señor Jesucristo. Juan no sólo expresa esto en su evangelio sino también en su epístola, donde hace referencia “al Verbo de vida” (1 Juan 1:1), y en el Apocalipsis (cap. 19:13). Puesto que tal es el caso, estamos aquí ante la doble aplicación de la frase “palabra de Dios”.

            Esto debe haber constituido una revelación conmovedora para el primitivo grupo de hombres a quienes Jesús llamó para que fueran sus colaboradores. Les llevó algún tiempo comprender que Jesús de Nazaret era verdaderamente el Mesías prometido. Y se necesitó la manifestación de su resurrección para que se convencieran de que él era la Palabra de Dios.

            No obstante, eran “tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho” (Luc. 24:25). Fue necesario todavía otra revelación del cielo —el bautismo del Espíritu Santo— para convencerlos más plenamente, y recién entonces los vemos ir con celo santo “por todas partes anunciando el evangelio” (Hech. 8:4).

            Pasemos ahora a examinar los tres interrogantes planteados.

  1. ¿Obtuvo el apóstol su concepto acerca de la Palabra de las enseñanzas del destacado escritor judío Filón?

            Filón fue contemporáneo de Jesús y de los apóstoles. Este filósofo judío nació entre el 20 y el 10 AC, y murió alrededor del año 50 DC. Por lo tanto, su vida abarca un período mayor que el de la vida terrenal de Jesús y la de algunos de los apóstoles. Sin embargo, se debe tener en cuenta un factor de mucha importancia: las facilidades de comunicación que existían en esa época, especialmente en lo que atañe a la posibilidad de viajar y otros medios que facilitaran la difusión de noticias. Si bien Jerusalén no estaba muy distante de Alejandría, donde vivía Filón, en ese entonces el modo corriente de viajar era en camello, muía, asno o en una embarcación de vela. Este factor nos lleva a formular el segundo interrogante:

  • ¿Disponemos de algún dato seguro concerniente a si Filón llegó siquiera a saber algo acerca de Jesús y sus apóstoles?

            Véanos qué enseñó Filón. Aunque era judío, había sido grandemente influido por el gnosticismo griego. Creía en el Logos, la “Palabra”, pero los que han estudiado cuidadosamente sus escritos nos aseguran que para Filón:

            “La razón verdadera era el Logos. Él no lo personificó, sino que aparentemente lo identificó como el Espíritu, el cual iba a ser inmanente en el Mesías, y haría de éste el divino mensajero de Dios. Filón nunca vinculó los conceptos del Logos y el Mesías en una Persona divina, así como Juan tan abiertamente lo hizo (Juan 1:1-3,14)”.[1]

            “Aun cuando la doctrina platónica del valor supremo de lo espiritual ya había sido anticipada en Asia, y se había promulgado en Grecia, dicha doctrina era deficiente comparada con la verdad plena que encierran los dichos de Jesús”.[2]

            Filón practicaba un método peculiar de interpretación del Antiguo Testamento, destacándose también por sus especulaciones con respecto al mismo. [3]

            Es evidente que Filón escribió acerca de la “Palabra” y también del “Mesías”. De hecho, en algunos pasajes de sus escritos pareciera que iguala el Logos con el Mesías. Pero hay incertidumbre en cuanto a lo que quiso decir cuando escribió sobre estos temas. A veces se refiere al Logos como si mencionara la razón, y otras veces lo hace en forma muy definida como si pensara que se trata de una persona.

            Pero, aun así, y aunque Filón vivió en la misma época que Jesús y sus discípulos, existe el gran interrogante en cuanto a si llegó a tener jamás noticias de ellos. El traductor de sus obras al inglés escribe lo siguiente en la introducción al tomo primero:

            “El curso de su vida abarca el de Jesucristo, y el de Juan el Bautista, y gran parte del de San Pablo. No existen indicios de que él haya conocido algo de la vida o la obra de estos personajes”.[4]

            Otro autor renombrado pone de manifiesto lo siguiente:

            “A pesar de eso, Filón resalta como uno de los hitos en la historia de la religión. Su carrera está situada en los límites entre el mundo antiguo y el nuevo. Puesto que con toda probabilidad no nació antes del año 20 AC, y murió algún tiempo después del 41 DC, posiblemente alrededor de la quinta década de nuestra era, forzosamente fue contemporáneo de Jesús, así como de Pablo. Estos hechos muestran por sí solos la importancia que él reviste para los estudiosos del cristianismo primitivo. Reflexionaremos brevemente sobre la naturaleza de esta significación.

            “De más está decir que no existe rastro alguno que indique que Filón tuvo alguna relación de su parte con Jesús o su apóstol principal. No podemos decir si él llegó alguna vez a entrar en contacto con la fe cristiana”.[5]

            Esto nos está indicando que sea lo que haya querido decir Filón cuando escribió sobre el concepto relativo a la “palabra” —es decir, acerca del Logos como siendo el Mesías— probablemente no hizo referencia a Jesús de Nazaret. De donde se sigue que, si él nada sabía acerca de Jesús y su grupo de apóstoles, es probable que ellos tampoco hayan sabido nada acerca de Filón.

  • ¿Necesitó realmente Juan la enseñanza de Filón, o poseía en su herencia hebrea algo que era mucho más valioso?

            Los hebreos no eran ignorantes en cuanto a su antigua literatura. Poseían los tárgumes, cuyo origen oral se remonta a la época de Esdras y Nehemías. Estos tárgumes están escritos en arameo, lenguaje afín al hebreo, y constituyen una especie de paráfrasis del Antiguo Testamento. Aunque son interpretaciones de éste, y no una traducción del mismo, nos presentan lo que el pueblo judío entendía que los profetas y otros tuvieron en mente en su interpretación de las antiguas Escrituras. Véanse en el recuadro que aparece en la página opuesta, algunos ejemplos que ilustran lo que estamos diciendo.

            ¿Acaso no están estos conceptos reflejados en el Nuevo Testamento, en pasajes tales como Juan 1:1, 3; Romanos 11:36; 1 Corintios 8:6; Colosenses 1:16; y Efesios 3:9?

            Tanto la creación como la obra de sustentarla están relacionadas. Los seres creados, si han de servir al propósito divino, deben ser sustentados y mantenidos juntos. Por esta razón leemos:

            “Y todas las cosas en él [Cristo] subsisten” (Col. 1:17).

            No es de asombrar que, en la introducción a su obra, J. W. Etheridger[6] haya escrito lo siguiente respecto del término Memra, la Palabra:

            “La frase en cuestión se usa sólo para expresar la presencia y el carácter de agente de una Persona real”.[7]

            “Este título se emplea en los tárgumes con un sentido tal de intimidad de relación concerniente al Todopoderoso, que en muchos casos se lo traduce como sinónimo del Nombre Divino mismo”.[8]

            “La manifestación visible de la presencia Divina, que en hebreo se conocía por el nombre de la Shekina, se identifica a menudo en los tárgumes con la frase Memra”.[9]

            “En el Nuevo Testamento, donde el término aparece junto con unos treinta aspectos de su significado, hay uno en el cual el Lógos tou Thcou brilla resplandeciente como un título de Aquel que en el principio existía, que estaba con

            Dios, que era Dios, y por quien todas las cosas fueron hechas; lo mismo ocurre en los tárgumes”.[10]

            De ahí que, repetimos, cuando los primeros discípulos quedaron satisfechos de que Jesús era el Mesías no tuvieron dificultad en aplicar lo que había sido enseñado años antes de su época, es decir, que el Mesías Jesús era realmente y en verdad la Palabra de Dios, por quien todas las cosas fueron creadas, y que él es nuestro Salvador. Qué mensaje conmovedor para proclamar al mundo.

            A la luz de estos registros tan antiguos de la literatura hebrea, quizá podemos apreciar mejor las siguientes declaraciones del espíritu de profecía:

            “Cristo el Verbo, el Unigénito de Dios, era uno con el Padre Eterno: uno en naturaleza, en carácter y en designios: era el único ser en todo el universo que podía entrar en todos los consejos y designios de Dios… y todo el cielo rendía homenaje tanto a Cristo como al Padre”.[11]

            “Por medio de Cristo el Verbo, el Dios personal creó al hombre”. [12]

            “[Cristo] se revistió de humanidad para asombro de la hueste celestial, el Verbo eterno vino a este mundo como un niño impotente… ‘Y aquel verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros’ (Juan 1:14)”.[13]

            “El Verbo existía como un ser divino, como el eterno Hijo de Dios, en unión y unidad con su Padre. Desde la eternidad era el Mediador del pacto… Antes de que fueran creados los hombres o los ángeles, el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios… Cristo era esencialmente Dios y en el sentido más elevado. Era con Dios desde toda la eternidad, Dios sobre todo, bendito para siempre”.[14]


Referencias:

[1] SDA Bible Commentary, tomo 5, pág. 94.

[2] William Fairweather, Jesús and the Greeks, editado por T & T Clark, Edimburgo, 1924.

[3] Alfred Edersheim, Life and Times of Jesús the Messiah, Longmans, Green & Co., Nueva York, 1896, pág. 663.

[4] Introducción a las obras de Filón, en Loeb Classical Library, tomo 1, págs. IX, X.

[5] H. A. A. Kennedy, Philo’s Contribution to Religión, Hodder & Stoughton, Nueva York, págs. 6, 7.

[6] Las citas del Pentateuco han sido tomadas del libro de J. W. Etheridge titulado The Targums, y publicado por Longman, Green, Longman & Roberts, Londres, 1862. Actualmente existe una reimpresión de esta obra, en un tomo, editada por la Ktav Publishing House, Inc., Nueva York, 1968. Las citas de Isaías han sido extractadas de la obra de J. F. Stenning, The Targum of Isaiah, Clarendon Press, Oxford, 1949.

[7] J. W. Etheridge, The Targums, pág. 16.

[8] Id., pág. 15.

[9] Id.,pág 17.

[10] Id., pág. 15.

[11] Elena G. de White, El Conflicto de los Siglos, pág. 547.

[12] El Ministerio de Curación, pág. 323.

[13] Consejos para los Maestros, pág. 199.

[14] Mensajes Selectos, tomo 1, pág. 290.