Mientras nos dedicamos a organizar un sermón, es bueno que prestemos atención, en primer lugar, a su duración. Como regla general, un sermón de 45 minutos debiera ser la norma. La mayoría de los hombres que pasan el límite de los 45 minutos pierden al hacerlo; y hay muchos que no debieran hablar ni siquiera 45 minutos. En ocasiones especiales, ante auditorios especiales, podemos permitirnos una excepción a esta regla; pero todo ministro que predica regularmente en un lugar debiera cuidarse de no quebrantar este límite.

 Otro asunto de primordial importancia en la organización de un sermón es descubrir los medios más efectivos para interesar a las personas de todas las edades. Creo que debiéramos aprender a ser más sencillos y directos en todas nuestras predicaciones, teniendo en cuenta el principio de que lo que interesa a los jóvenes, interesa también a los adultos.

 La experiencia me ha enseñado, que el rincón para los niños en cada sermón es mejor que un servicio especial para ellos que preceda al mismo. Este último plan divide en cierta medida el servicio de predicación, que no ha sido destinado especialmente para ellos. El “rincón” en un sermón regular debe contener un elemento de interés que atraiga la atención tanto de los niños como de los mayores.

 Al presentar el siguiente bosquejo con respecto a la organización de un discurso religioso, deseo llamar particularmente la atención a la “conclusión.” Es mi convicción absoluta que, si como predicadores adventistas afrontamos el fracaso, se debe a que no prestamos debida atención a la parte final de nuestra disertación. En el punto crítico, cuando debiéramos llegar a los corazones con la verdad salvadora por el camino más definido, fallamos, porque nuestro plan y organización del sermón no hace provisión del punto eficaz para finalizar. Personalmente lamento mucho el haber predicado sermones que pudieron ser muy aceptables, pero que resultaron un fracaso porque no tenía definido en la mente el punto para la conclusión.

I. Introducción

1. Propósito.

a. Lograr la atención.

b. Preparar a los oyentes para la comprensión clara del sermón mismo.

2. Fuente de material.

a. Texto, contexto, referencias, etc.

b. Relación del tema con los precedentes o con los siguientes.

c. Ocasión.

d. Una historia apropiada.

e. Ud. mismo. Cuídese que no sea Vd. mismo el centro de la introducción. Puede haber ocasiones que lo justifiquen; pero ¡cuidado! puede volverse un hábito pernicioso.

f. Disculpas. ¡Cuidado!

3. Cualidades deseables.

a. Brevedad. La introducción no debe ser larga. Un auditorio suspira cuando veinte minutos después de haber empezado, el predicador informa que recién está listo para comenzar con la exposición misma, anticipando de este modo un largo discurso.

b. Propiedad. No sea demasiado enfático ni altisonante, ni dramático. Sin duda Vd. se ha relacionado a veces con una persona que al principio le causó una buena impresión, en cuanto a capacidad, pero que más tarde le produjo un chasco. Mucho énfasis en el comienzo de un sermón induce al auditorio a esperar mucho. y es probable que Vd. no sea capaz de satisfacer esa expectativa. No dé una nota demasiado elevada al principio.

c. Variedad. No caer en un hábito. Manténgase animado, pero no insulso o amanerado.

II. Desarrollo.

1. Plan: Lógico y coherente.

a. Análisis. El estudiante descuidado no es apto para analizar suficientemente. El estudiante profundo tiende a ser analítico en demasía. Analice pero no demasiado, para que su discurso no pierda su animación y fluidez. Dé oportunidad al Espíritu para que obre.

b. ¿Qué? quién? dónde? cuándo? por qué? cómo? etc. Son preguntas alrededor de las cuales puede tejerse a menudo el desarrollo.

c. Narración y exposición. En los sermones donde se explica un capítulo—como Daniel 2—o ciertos versículos, es fácil permitir que la mera narración de la historia ocupe todo el tiempo. Seleccione ciertos puntos prominentes, de tal manera que la gente pueda posesionarse de las ideas.

d. Ilustración. Proporcione a su auditorio algunas ventanas que le permitan tener una visión más amplia de lo que está diciendo. Si bien es cierto que no se nos debe considerar como meros narradores de historias, recordemos las parábolas del Salvador y reconozcamos que un principio de verdad sagrada que llega al corazón mediante una historia puede grabarse en el corazón.

2. Peligro.

a. Pretender ser exhaustivo. Siendo que un gran número de ideas vienen a la mente durante el estudio, recuerde que es mejor que sus oyentes lleven a sus hogares unos pocos pensamientos buenos, y no que miles de ellos queden en la iglesia. El estudiante diligente se inclina a ser exhaustivo. Recuerde que no predicamos por el mero placer de lucir ante la gente nuestra erudición, sino para entronizar la verdad en los corazones y vincular las almas con Dios.

III. Conclusión

1. Plan: Planeemos definidamente la conclusión. Recordemos que fracasamos en nuestra preparación, y por consiguiente en nuestra presentación, cuando no planeamos la conclusión. Como predicadores adventistas, erramos más aquí que en cualquiera otra parte del discurso. Oremos y hagamos planes teniendo en vista este punto crítico de nuestros sermones.

a. Resumen. Un breve resumen de los puntos principales en el discurso es a menudo eficaz. No obstante, cuídese de no predicar de nuevo el sermón.

b. Aplicación. La conclusión, muchas veces, da la oportunidad de hacer una aplicación personal más específica de los puntos sobresalientes del sermón, que durante el desarrollo regular.

c. Llamamiento. Ciertamente la conclusión proporciona una oportunidad de la que siempre podemos obtener beneficio haciendo una apelación definida a los corazones de los oyentes. Pero es casi un pecado apelar y apelar cuando el propio corazón del predicador no se siente movido por el llamamiento. Cuídese mucho de los llamamientos largos y vacíos del Espíritu.

d. Palabras finales.

(1) El texto.

(2) Pensamiento principal.

(3) Algún versículo bíblico.

(4) Oración.

(5) Las palabras de un himno.

(6) Ilustración apropiada.

2. Sugestiones.

a. Duración. Al concluir el sermón, especialmente cuando éste ha sido dado en forma eficaz, surgen en la mente del predicador una serie de hermosos pensamientos erráticos. Tenga cuidado de no prestarles mucha atención, no sea que se pase del punto en que debiera terminar su discurso. En caso contrario inducirá al auditorio a desear que termine pronto, y esto por supuesto malogra el sermón.

b. Seamos consecuentes. Si se ha prometido terminar con “este texto,” conclúyase allí. Todos hemos fallado en este sentido. Recordemos que somos predicadores de la verdad; digamos pues, la verdad.

c. Variedad. Por otra parte, no caigamos en una rutina. Concluyamos nuestros sermones en forma variada.