Apartados por la imposición de manos, se comisionaba a los apóstoles y a los ancianos para que fueran mejores siervos

Los pastores y los ancianos estaban arrodillados formando un círculo alrededor de Jorge, que de esa manera se estaba convirtiendo oficialmente en diácono de la iglesia. El pastor oró por él, por su familia y por su ministerio en esa iglesia. Cuando se mencionó la imposición de manos cada oficiante extendió la mano y tocó a Jorge. ¿Habrá sido ésa la forma de ordenación que se practicaba en los días de Pedro y Pablo? Terminada la ceremonia y de vuelta en casa, busqué mi Biblia esa tarde para estudiar el asunto.

Desdichadamente, el Nuevo Testamento no brinda mucha información acerca de ceremonias como la que presencié ese sábado de mañana. Hay doce pasajes que se refieren a algún tipo de ordenación o comisión, pero en ninguno de ellos encontramos la palabra “ordenación”. Para entender este tema, vamos seguidamente a revisar brevemente la terminología bíblica correspondiente a “comisión”, y a continuación analizaremos los doce pasajes mencionados.

La terminología

La palabra “ordenación” proviene del latín, ordinare; es decir, “poner en ordo”. Esta palabra significa “serie, fila u orden”. En la Roma antigua, ordo se refería a una categoría o estrato social de personas, como la “orden de los senadores”, distinguiéndolos así de la plebe.

En el latín eclesiástico, ordo se refiere a las “órdenes santas”; y ordenar tiene que ver con la ceremonia de administración de las ordenes santas. De acuerdo con la ley canónica, el “sacramento de las santas órdenes” convierte a algunos cristianos en “ministros sagrados gracias al carácter indeleble con que se los señaló”.[1] Aunque el significado del verbo “ordenar” es “poner en orden”, “arreglar”, “disponer”, “determinar”, “mandar hacer algo”, eclesiásticamente significa “investir con autoridad ministerial o sacerdotal” Ese significado no se encuentra en el Nuevo Testamento.

La terminología bíblica que se usa para referirse a alguien que es calificado para una determinada función, especialmente en el Antiguo Testamento, incluye “unción” e “imposición de manos” Para comisionar a alguien y para constituirlo en algún cargo, en el Nuevo Testamento se emplean palabras adicionales, ninguna de las cuales está relacionada, sin embargo, con “ordenación”, en el sentido eclesiástico del término.

Unción

En el Antiguo Testamento, se ungían cosas, personas y lugares para santificarlos, en el sentido de apartarlos con propósitos sagrados. Por ejemplo, Jacob ungió una piedra como memorial en Bet-el (Gén. 28:18), y los levitas ungieron el Tabernáculo y lo que contenía (Éxo. 40:9), con el fin de consagrarlos.

En el comienzo de su ministerio sacerdotal, a Aarón y a sus descendientes se los perfumó con aceite aromático (Éxo. 30:30-32). Aunque no existe mención específica a la unción de cada uno de los reyes de Israel y de Judá, existen evidencias de que la unción de un rey al comienzo de su reinado era lo habitual. La ceremonia era llevada a cabo por un sacerdote, como en el caso en que Joiada ungió a Joás (2 Crón. 23:11), o por un profeta, como Elias cuando ungió a Jehú (1 Rey. 19:16). El verbo que se emplea en ese pasaje es mashiach, que significa “untar”, “ungir con aceite”. El rey, de esa manera, se convertía en un mashiach, esto es, en un “ungido”. Es la palabra hebrea que se corresponde con Mesías.

En el Nuevo Testamento, se usan dos verbos griegos diferentes para referirse al significado de “unción”. Uno de ellos es aleipho,[2]que aparece ocho veces. En cuatro de ellas se refiere a la unción (con perfume) de Jesús por parte de una mujer (Luc. 7:38, 46; Juan 11:2; 12:3). Dos veces se refiere al empleo de aceite para curar enfermedades (Mar. 6:13; Sant. 5:14). Ninguno de esos ejemplos tiene nada que ver con la unción ceremonial para instalar a alguien en algún cargo.

El segundo verbo es chrio, que significa “ungir”, y del que se deriva el título Cristo, “el Ungido”, correspondiente al hebreo mashiach. Ese verbo se usa sólo cinco veces, siempre referido a unciones llevadas a cabo por Dios. En cuatro casos Dios ungió a Jesús (Luc. 4:18; Hech. 4:27; 10:38; Heb. 1:9). En otro caso Dios confiere la unción espiritual a los creyentes (2 Cor. 1:21). Otro verbo relacionado, egchrio, aparece en la intimación a Laodicea a ungir sus ojos para recuperar la vista (Apoc. 3:18).

La imposición de manos

El acto de imponerle las manos a alguien se puede referir al otorgamiento de una bendición (Gén. 48:8-20). También aparece dos veces en el Antiguo Testamento en relación con el otorgamiento de un cargo. Cuando comenzaban su ministerio, los levitas se purificaban bañándose y afeitándose. Después recibían la imposición de manos por parte de toda la congregación. Esa ceremonia concluía cuando ellos a su vez imponían las manos sobre los novillos que serían sacrificados (Núm 8:2-26). De acuerdo con Números 27:12 al 23 Moisés ungió a Josué como su sucesor imponiéndole las manos. Aunque Josué disponía de autoridad y había sido dotado con el Espíritu Santo, acudió para recibir instrucción divina al sacerdote Eleazar.

La frase griega equivalente a “imposición de manos” aparece 26 veces en el Nuevo Testamento. En la mayoría de ellas (12), se usa en relación con la imposición de manos para la curación. De esos casos, 8 están relacionados con Jesús. Él impuso las manos a algunos dolientes y se curaron (Mat. 9:18; Mar. 5:23; 6:5; 7:32; 8:25; Luc. 4:40; 13:13). A los discípulos se les prometió el don de sanación mediante la imposición de manos (Mar. 6:18). En Hechos, tres versículos se refieren a curaciones efectuadas mediante la imposición de manos (Hech. 9:12, 17; 28:8).

Íntimamente relacionada con la idea de curación encontramos la recepción de una bendición por medio de la imposición de manos (Mat. 19:13, 15; Mar. 10:16). La recepción del Espíritu, relacionada con la imposición de manos, aparece en 4 referencias. En el libro de los Hechos, los nuevos conversos quedaban llenos del Espíritu cuando los apóstoles les imponían las manos (Hech. 8:17-19; 19:6). Pablo habla de los dones espirituales recibidos por Timoteo por medio de la imposición de manos (2 Tim. 1:6); y las manos de los ancianos en especial (1 Tim. 4:14). En Hebreos 6:1 y 2, la ceremonia de “imposición de manos” es uno de los “rudimentos” (principios básicos) del cristianismo, junto con el bautismo y la idea de la resurrección; lo que podría sugerir que esa ceremonia habría formado parte de la iniciación de los nuevos creyentes.

La imposición de manos se menciona tres veces con respecto a la designación de alguien para que desempeñe un determinado cargo. Los apóstoles comisionaron a los siete diáconos por medio de la imposición de manos (Hech. 6:6). Los maestros y los profetas de la iglesia de Antioquía impusieron las manos a Pablo y Bernabé, encomendándoles el ministerio entre los gentiles (Hech. 13:3). Por medio del mismo ritual, Pablo le encargó a Timoteo que fuera cuidadoso al nombrar ancianos en las iglesias locales (1 Tim. 5:22).

En el Nuevo Testamento, el encargo de una función o el nombramiento para llevar a cabo una determinada misión abarca cuatro grupos distintos de personas: 1) Los discípulos, que pasaron a ser apóstoles; 2) los siete diáconos de Hechos 6:3; 3) Pablo y Bernabé; y 4) los ancianos de las iglesias locales. Se usan varios verbos griegos en los pasajes que se refieren a estas ceremonias. En este análisis, damos ejemplos de las palabras griegas que se emplean en cada uno de estos casos.

De discípulos a apóstoles

Hay tres pasajes que se refieren a la designación de los doce apóstoles por parte de Jesús. En Mateo 10:1 al 5, el Señor llamó (kaleo) a los Doce y les confirió poder sobre las enfermedades y los malos espíritus. Aunque en el versículo 1 aparecen como “discípulos”, en el versículo 2 son “apóstoles”. En Marcos 3:14 al 19, Jesús “estableció (designó, poieo) a doce”, y los designó como apóstoles, para que estuvieran con él y salieran a predicar. Lucas se refiere al llamado o elección (kaleo) de Cristo de los doce discípulos después de una noche dedicada a la oración. De esa manera, los convirtió en apóstoles (Luc. 6:13-16).[3]

Jesús también “designó a otros setenta” para el ministerio. De acuerdo con Lucas 10:1 al 9, los “designó” (anadeiknumi), les dio poder y los envió delante de él para predicar y sanar. Esa designación es semejante a la de los doce. Después de la ascensión de Jesús, los once discípulos que quedaron decidieron elegir un reemplazante de Judas. En oración, echaron suertes y ésta recayó sobre Matías. Fue escogido (eklego) e integrado al grupo de los discípulos (Hech. 1:21-16). De esa manera, su tarea llegó a ser la misma que Jesús les confió originalmente a los Doce. Aunque no describen ninguna ceremonia en particular, estos pasajes revelan una transición: los discípulos llegan a ser apóstoles. Constituyen el círculo íntimo de los seguidores de Cristo, y reciben poder para sanar y predicar; es decir, para cumplir la misión que el Señor les encomendó.

Los siete diáconos

En Hechos 6:2 al 6 se nos habla acerca del exceso de trabajo de los apóstoles y las disputas entre los creyentes de Palestina y los de fuera de ese país, que los indujeron a elegir siete hombres sabios y llenos del Espíritu para “servir a las mesas” y cuidar a las viudas. Entonces, quedaron libres para dedicar todo su tiempo a la oración y la predicación. Esos hombres fueron escogidos (eklegomai) por la iglesia, y la ceremonia correspondiente incluía oración e imposición de manos. Aunque su primera tarea consistía en “servir a las mesas”, dos de ellos se destacaron, después, por llevar a cabo tareas diferentes de las de satisfacer las necesidades materiales y físicas de los miembros de la iglesia: Esteban fue un gran predicador, y fue martirizado por su fe en el Señor (Hech. 7); y Felipe fue evangelista (Hech. 8:5-40).

La ceremonia llevada a cabo en ocasión de aquella elección se asemeja a las que observamos hoy en las iglesias adventistas y en otras denominaciones cristianas. Señala el otorgamiento de un cometido a siete hombres para que llevaran a cabo una tarea específica en la iglesia. Es interesante notar que, en el relato de los Hechos, no se los llama “diáconos”; pero, en las epístolas pastorales, los diáconos figuran como dirigentes de la iglesia (Sant. 3:8-12), como quienes sirven (diakonos), pero no se los designa de esa manera cuando se los ordena.[4]

Pablo y Bernabé

En Hechos 13:1 al 13 encontramos el nombramiento de Pablo y Bernabé a fin de que se dispusieran para el servicio de los gentiles. Mientras los profetas y los maestros de la iglesia de Antioquía se encontraban alabando a Dios y ayunando, el Espíritu Santo les habló a fin de que “apartaran” (aphorizo) a Bernabé y a Saulo para la obra a la que habían sido llamados.

El versículo 3 menciona que ayunaron, oraron y les impusieron las manos, pero no dice claramente quiénes eran. A pesar de eso, el relato de la ceremonia para esta comisión contiene más detalles que cualquier otro del Nuevo Testamento. En él, el Espíritu desempeña una parte activa, y los dirigentes de la iglesia actúan en cumplimiento de sus indicaciones. La oración, el ayuno y la imposición de manos también aparecen aquí.

En sus últimos años, Pablo escribió a Timoteo acerca de su propia designación para el servicio. Señala que fue “constituido” (tithemi) predicador, apóstol y maestro de los gentiles, para la causa del evangelio. No se brindan detalles adicionales, pero podemos suponer correctamente que se estaba refiriendo a la ceremonia descrita en Hechos 13.

Elena de White se refiere a esa comisión, y dice que se trató de una ordenación. Destaca que esa ceremonia marcó el comienzo del apostolado de Pablo.[5]

Los ancianos de las iglesias

Tres pasajes se refieren a la designación de ancianos de iglesia, lodos en relación con el ministerio de Pablo. Cuando culminó su primer viaje misionero, él y Bernabé volvieron a visitar los lugares que habían evangelizado. Entre otras actividades destinadas a “fortalecer” a los “discípulos”, constituyeron ancianos en las iglesias, después de ayunar y orar (Hech. 14:23).

El verbo que se usa aquí para “constituir” aparece sólo una vez en el Nuevo Testamento. En el griego clásico, significa levantar la mano para votar. Si asume otro significado en un uso eclesiástico, como imposición de manos en el caso de Pablo, no lo sabemos con certeza. De todos modos, la designación de ancianos como parte de la organización eclesiástica parece estar claramente establecida.

En 1 de Timoteo 3, Pablo describe las cualidades espirituales de los dirigentes de la iglesia: obispos, diáconos y “mujeres”. Pero no da instrucciones acerca de ceremonia alguna, salvo una breve mención en 1 de Timoteo 5:22, en la que advierte a Timoteo que no le imponga las manos (cheir epitithemi)apresuradamente a nadie, a fin de no participar en “pecados ajenos”. Es evidente que él deseaba que los dirigentes de la iglesia fueran cristianos maduros y cabales.

Pablo dejó a Tito en Creta con el fin de que organizara la iglesia en aquel lugar. Entre otras funciones, para que estableciera (kathistemi)ancianos en diferentes ciudades. Debía hacerlo tal como se le había indicado (Tito 1:5). Lamentablemente, las indicaciones precisas de Pablo al respecto no nos han llegado por medio de las Escrituras.

A esos tres casos se les podría añadir la experiencia de Timoteo. Pablo recordó a ese joven ministro el don que había recibido del Espíritu Santo “con la imposición de las manos del presbiterio” (1 Tim. 4:14). Si se refería al otorgamiento de un cargo, a un ministerio de curación o a la recepción del Espíritu Santo, lo ignoramos. Podemos concluir, sin embargo que en algún momento, a Timoteo se lo nombró anciano, presbítero o pastor, pero no disponemos de los detalles concretos.

Las informaciones acerca de los deberes del anciano, en especial con respecto a su cometido, son escasas. Sabemos que eran dirigentes de las iglesias; que su tarea era de índole espiritual. Se los llamaba ancianos o presbíteros, porque las personas de más edad eran los dirigentes tradicionales. Alguna clase de ceremonia los investía para su obra eclesiástica. En esa investidura, aparentemente, estaba incluida la imposición de manos.

Lo que aprendí

Las informaciones que logré reunir no fueron tan abundantes como me hubiera gustado, pero encontré datos suficientes en el Nuevo Testamento acerca de la designación al ministerio, como para estar razonablemente segura de estas conclusiones:

  • Se designaba para llevar a cabo tareas o ministerios específicos a creyentes calificados.
  • Existe alguna forma de capacitación; los que habían sido investidos llegaban a ser lo que no habían sido antes.
  • El nombramiento tenía matices espirituales: el Espíritu guiaba, Jesucristo llamaba, había oración y ayuno; de manera que la comisión no era de factura totalmente humana.
  • La designación era realizada por la iglesia en su propio beneficio.
  • La persona nombrada debía poseer algunas calificaciones.
  • El objetivo del cometido era el cumplimiento de la misión: la predicación del evangelio.

Lo que no encontré es que haya habido algún tipo de jerarquía o de poder relacionados con esos cargos. Separados por la imposición de manos, los apóstoles y los ancianos estaban comisionados para ser más y mejores siervos, más responsables de sus actos ante la iglesia, que en aquel tiempo no existía institucionalmente, como hoy.

No son muy claras las instrucciones acerca de cómo, cuándo y dónde se comisionaba a los creyentes para ejercer tareas u oficios específicos. Pero es evidente que esa designación eclesiástica era y es parte de la legítima actividad de la iglesia. Pareciera que era uno de los aspectos que la relacionaba con el Cielo (Mat. 16:19). La iglesia está capacitada para tomar decisiones e indicaciones acerca de las personas, teniendo en vista el cumplimiento de la misión.

Finalmente, podemos considerar que el “Id […] haced discípulos” (Mat. 28:19) es la gran comisión que se le otorga a todo cristiano. Es paralela a la ordenación pastoral y se la recibe con ella, y hace del creyente lo que no era antes, conforme lo afirma Elena de White: “Cada verdadero discípulo nace en el Reino de Dios como misionero”.[6] La ordenación lo capacita y habilita para la obra de la predicación.

Ese mandato se recibe en ocasión del bautismo e incluye a aquéllos “que nunca fueron ordenados mediante la imposición de las manos, (pero que) son llamados a realizar una parte importante en la salvación de las almas”.[7] Para cumplir esa misión, todos, no sólo los sacerdotes y reyes de Israel, pueden ser calificados por la unción del Espíritu Santo. Después de todo, somos, como dijo Pedro, un sacerdocio real (1 Ped. 2:9).

Sobre el autor: Doctora en Teología. Profesora emérita de Teología en la Universidad Andrews, Berrien Springs, Michigan, Estados Unidos.


Referencias

[1] Canon 1008, Ley canónica de 1983.

[2] En el comienzo del capítulo 30 de El Deseado de todas las gentes (en inglés), Elena de White cita Marcos 3:13 y 14 tal como aparece en la Ring James Versión (Versión del rey Jacobo), la que traduce: “He ordained twelve” (“él ordeno a doce”; p. 257). En la versión castellana de Reina-Valera, se expresa: “Y estableció a doce”. Aunque en la versión inglesa dice “ordenó”, no encontramos en el texto bíblico la descripción puntual de ninguna ceremonia.

[3] 3 Elena de White usa la palabra “ordenar” para referirse a lo que sucedió en Hechos 6 (Los hechos de los apóstoles, p. 75). En esa cita bíblica, a los siete escogidos se los llama diáconos. En Spirit of Prophecy [Espíritu de profecía], t. 3, p. 193, y en La historia de la redención, p. 271, se los denomina “hombres escogidos”, y no se los identifica como diáconos.

[4] Elena G. de White, Los hechos de los apóstoles, p. 164 (edición de la CPB).

[5] Ibíd., pp. 132, 133.

[6] El Deseado de todas las gentes, p. 166.

[7] Los hechos de los apóstoles, p. 293.