La prisa y la indiferencia no deben caracterizar una ceremonia que puede ser una experiencia de crecimiento espiritual, no sólo para la iglesia local, sino también para las personas implicadas.

     Los ancianos y los diáconos constituyen el más importante nivel de liderazgo en la iglesia local. Este concepto se basa en la Biblia, en los escritos de Elena de White y cuenta con el respaldo de la práctica ministerial que desempeñan esos siervos de Cristo. Pablo declara que a los ancianos se los constituyó vigías del rebaño que el Señor “ganó por su propia sangre” (Hech. 20:28-31). La institución de los diáconos (Hech. 6:1-7) se produjo bien al principio de la historia de la naciente iglesia apostólica, probablemente poco después de las primeras conversiones registradas en Hechos 2:37 al 41 (año 31 d.C).

     Cuando les escribió a los filipenses (Fil 1:1), Pablo mencionó esos dos grupos de líderes como los que tuvieron una participación especial en la fundación y la organización de la primera comunidad cristiana en Europa. Los ancianos y los diáconos compartían la honra y le bendición de ser reconocidos como ministros de la ekklesía, con tareas que se complementaban. Los primeros como supervisores del rebaño; los segundos, en su atención de los necesitados. A los diáconos se les podría dar muy bien el título de “ministros de misericordia”.[1]

    En un plan para proceder al nombramiento de diáconos, del siglo III, se declaraba que se los debía elegir “en proporción a la cantidad de miembros de la congregación”, para poder dar a todos una asistencia adecuada.[2]

     Puede concluirse, después de leer los requisitos para obispos y diáconos (1 Tim. 3:1-13), que el modelo de la iglesia de Jerusalén, la sede del cristianismo primitivo, se debería repetir en todas las demás congregaciones que se fueran fundando y organizando como resultado de la predicación apostólica. Cada iglesia local necesita un cuerpo de ancianos supervisores para enseñar, proteger y conducir a la comunidad, como asimismo de un cuerpo de diáconos que ayuden a los primeros a atender las necesidades materiales de los miembros de la comunidad.

     Al hacer la lista de las cualidades del anciano, Pablo usa la palabra “irreprensible” (1 Tim. 3:2), y cuando se refiere a los diáconos emplea la expresión “asimismo” (vers. 8). Esta observación nos lleva a pensar que no debería haber una diferencia esencial en la espiritualidad de los dos grupos de servidores de la iglesia. La diferencia tiene que ver con la función y la autoridad delante de la comunidad que los separaba por medio de la imposición de manos.

     Aunque no dispongamos de una descripción bíblica acerca de la ordenación de los ancianos, semejante a la de la ordenación de los diáconos (Hech. 6:6) y los apóstoles (Hech. 13:3), creemos que todos los oficiales de la iglesia local y los predicadores apostólicos “fueron apartados solemnemente… para el oficio de diáconos”[3] en todas las ocasiones en que se hacían necesarias tales indicaciones. “El nombramiento de los siete para desempeñar determinadas tareas fue muy beneficioso para la iglesia. Estos dirigentes atendían especialmente las necesidades de los miembros, como asimismo los intereses económicos de la iglesia; y con su prudente administración y piadoso ejemplo constituían una ayuda importante para sus colegas, en la tarea de unir los diversos intereses de la iglesia”[4]

     Tal como los diáconos debidamente seleccionados y ordenados, los ancianos supervisores locales fueron “una gran bendición para la iglesia” La bendición se establece por una conjugación de cuidados que pueden identificarse a partir de la selección de las personas que van a desempeñar las funciones, pasando por la aceptación voluntaria de los elegidos y culminando con la “solemne separación”, mediante la imposición de manos en presencia de la iglesia.

     La descripción de esos momentos solemnes que vivió la iglesia primitiva, tanto en Jerusalén como en las tierras de Samaria, Galilea y en otros países no judíos, me ayudó a reflexionar acerca de la necesidad de que nuestras iglesias locales le den valor al ministerio y a la ordenación de los ancianos y los diáconos. ¿Qué podría hacerse para alcanzar ese objetivo? Es probable que la respuesta a esta pregunta consista en prestar cuidadosa atención a los tres pasos que debe darse en el proceso, desde la elección hasta la ordenación de esos ministros locales.

Una selección cuidadosa

     La Iglesia de Jerusalén escogió para al diaconado “a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría” (Hech. 6:3). El foco de la selección se concentraba principalmente en la vida espiritual de las personas seleccionadas. Al hacer la lista de las calificaciones de los dos grupos de oficiales ordenados en la congregación local, Pablo usa la palabra “irreprensible” para los ancianos, y “honestos” para los diáconos (1 Tim. 3:2, 8).

     Es posible que esas palabras indiquen que las otras que se encuentran en el desarrollo del capítulo sean variantes de un carácter “irreprensible” y “honesto” Y aquí no encontramos ninguna declaración apostólica en el sentido de que se espere de los ancianos una ética o moral superior, algo así como una vida perfecta, que los ubique en un nivel más elevado, y que de los diáconos sólo se espera una vida socialmente respetable, de buena reputación. La palabra traducida por “honestos” implica, de acuerdo con Richard Trench, un término en el que se combinan la seriedad con la dignidad. Es una palabra que contiene una invitación a la reverencia.[5]

     Al comparar el cuidado que ejercieron los apóstoles para escoger a los oficiales de la iglesia primitiva con el descuido de los ministros de nuestra época en la selección de los líderes de las iglesias locales, Elena de White declaró: “En los días de los apóstoles los ministros de Dios no se atrevían a confiar en su propio juicio al seleccionar o aceptar hombres para que asumieran la solemne y sagrada posición de voceros de Dios. Seleccionaban a los hombres que a su juicio podrían ser aceptos, y entonces los llevaban delante del Señor para ver si él los aceptaba para que salieran como sus representantes. Nada menos que esto se debería hacer hoy”[6]

     Más todavía: “En muchos lugares hemos encontrado hombres a los que se les confiaron apresuradamente cargos de responsabilidad como ancianos de la iglesia, siendo que no estaban calificados para desempeñarlos. No ejercen dominio propio. Su influencia no es buena. La iglesia está en constantes dificultades como consecuencia del carácter defectuoso del dirigente. Se le impusieron las manos con mucho apresuramiento”[7]

     Junto al consejo de Pablo en el sentido de no imponer “con ligereza las manos a ninguno” (1 Tim. 5:22), hay que sumar otros dos que siempre se deberían aplicar cuando se trata de escoger ancianos y diáconos: “No un neófito” (3:6) y que “sean sometidos a prueba primero” (3:10). La desobediencia a estos preceptos produce dificultades en la iglesia, y les causa problemas a los que se ubican precipitadamente en cargos de liderazgo. Esas personas carecen de aptitud y no pueden ejercer bien las funciones para las que se las está ordenando, y hasta pueden desanimarse espiritualmente, frustradas porque la congregación no las acepta y por el mismo peso de la función.

Una instrucción cuidadosa

     Todos los ancianos y diáconos, después de haber sido elegidos por la iglesia, y antes de ser ordenados, deberían recibir enseñanza para poder ejercer correctamente las funciones que se esperan de ellos. Los dirigentes de los grupos organizados como iglesias, especialmente los que surgen como resultado de la evangelización pública en ciudades sin presencia adventista, deberían ser cautelosos en la ordenación de ancianos y diáconos, cuando los candidatos son nuevos en la fe.

     La instrucción para el cargo debería abarcar un estudio acerca de las bases bíblicas de la organización de la iglesia, el origen y el fundamento bíblico de la función que se ejercerá, las doctrinas fundamentales, un poco de historia acerca del ancianato y el diaconado entre los adventistas, las cualidades espirituales y morales que se espera que se manifiesten en la vida de los líderes, y las habilidades que necesitan tener para el buen ejercicio de su ministerio. Esa preparación intelectual y espiritual podría darse dos o tres meses antes de la ceremonia de la ordenación, en una secuencia de cuatro o cinco mañanas de clases intensivas, a cargo del pastor del distrito, de ancianos experimentados y capaces, de secretarios de la Asociación Ministerial, de administradores, de profesores de Teología y otros.

     El problema de los pastores con un plan de viajes muy intenso puede resolverse haciendo buenos planes con anticipación, aprovechando las visitas de los administradores a esa iglesia, además de los recursos que ya existen para dar esa enseñanza, como por ejemplo el Manual de la iglesia y el Manual para ancianos. Este material podría recopilarse y ofrecerse para lectura auxiliar, en forma de folletos, con pasajes seleccionados de los libros de Elena de White, ya que no se puede abarcar durante las clases todo el material necesario.

     Creo que podría implementarse un plan de oración y vigilia para facilitar la presentación “delante del Señor” de los nuevos ancianos y diáconos, “para ver si él” los acepta “como sus representantes”.[8] Si ya hay ancianos y diáconos ordenados en la iglesia podrían organizar a los nuevos en grupos de oración, con el propósito específico de suplicar la unción del Espíritu Santo sobre los veteranos y los recién elegidos.

Una ceremonia solemne

     Cuando se piensa en la ordenación de ancianos y diáconos no se puede menos que comparar las solemnes ceremonias de ordenación de pastores con las apresuradas ceremonias de ordenación de oficiales de la iglesia local. Ciertamente, ese procedimiento no beneficia a nadie, y a mi modo de ver, además de reflejar la falta de preocupación por lo sagrado, promueve cierta jerarquización que gira en torno del pastor. Aunque este tenga más responsabilidad que un anciano o un diácono, podría aliviar su carga si los ancianos y los diáconos, además de ser cuidadosamente escogidos e instruidos para el desempeño de sus funciones, también fueran solemnemente investidos de autoridad ante la iglesia.

     La ceremonia de ordenación de esos oficiales podría ser una experiencia de crecimiento para la iglesia local, por el hecho de haber ejercido juicio al escoger a los mejores para el ministerio de la predicación y el liderazgo, como también para el ministerio de la misericordia. Los mismos candidatos y sus familias se sentirán mucho más comprometidos con Dios y su iglesia si perciben la magnitud del cargo por medio de la solemnidad de la ceremonia. El acontecimiento puede ocupar toda la hora del culto del sábado destinado a ese fin, y anunciado como algo importante tanto para los que serán ordenados como para la iglesia

     Los nuevos ancianos y diáconos, con sus respectivas familias, deberían ser instruidos en cuanto a la ropa que deberían usar, que debe ser compatible con la solemnidad de la ceremonia, y se los debería invitar para que ocupen los primeros bancos. Un programa o un boletín sería un buen recurso para que todos se sientan incluidos y participen. Himnos y música instrumental apropiada a un momento solemne, un sermón especial, un resumen biográfico de los ordenados y una lectura antifonal, con la participación de un anciano veterano, son elementos que rescatarán y destacarán la importancia de los cargos para los que fueron elegidos, y para los que se beneficiarán con su liderazgo.

     Como pastor aspirante, tuve el privilegio de trabajar en iglesias donde había ancianos y diáconos que me aceptaron como líder y apoyaron mi ministerio que todavía era incipiente. A esos ministros de Dios les debo mucho de lo que llevé a cabo durante los años siguientes. No rara vez, cuando no tenía ni colegas ni superiores con los que compartir momentos de alegría y hasta horas de angustia, pude encontrar en la bondad, la consagración y la sabiduría de un anciano o un diácono la palabra amiga, la lágrima solidaria, la oración consoladora y el consejo acertado.

    Alabado sea el Señor por esos siervos escogidos por él y apartados para su servicio.

Sobre el autor: Doctor en Ministerio, profesor de Teología del Seminario Adventista Latinoamericano, Engenheiro Coelho, Sao Paulo, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] Alexander Strauch, The New Testament Deacon: Ministers of Mercy (Los diáconos del Nuevo Testamento: ministros de misericordia) (Littleton, CO: Lewis y Roth, editores, 1992), p. 75.

[2] Charles W. Deweese, The Emerging Role of Deacons [El papel emergente de los diáconos] (Nashville, TN: Imprenta Broadman, 1979), p. 13.

[3] Elena G. de White, Los hechos de los apóstoles (Buenos Aires: ACES, 1977), p. 74.

[4] Ibíd., pp. 74, 75.

[5] Richard Trench, Synonims of the New Testament [Sinónimos del Nuevo Testamento], citado por Strauch, Op. Cit., p. 96.

[6] Elena G. de White, Testimonies (Mountain View, CA: Pacific Press Publishing Association, 1948), t. 4, p. 406.

[7] Ibíd., pp 406, 407.

[8] Ibíd., p. 406.