Para que los creyentes sean realmente conducidos al crecimiento por los caminos del discipulado, se necesita claridad, movimiento, alineación y foco.
La gran comisión de la iglesia está registrada en el Evangelio de Mateo: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:19, 20).
En este texto, el verbo griego poreutentes, traducido como “id”, se encuentra en participio aoristo pasivo nominativo.[1] Es la misma forma en que están los verbos “bautizando” y “enseñando”. El único verbo que se encuentra en modo imperativo aoristo activo es matteusate, traducido como “haced” en la sentencia “haced discípulos”.[2] En otras palabras, la única orden del mandato de Jesús es “haced discípulos”.
A lo largo de los años, como iglesia, hemos predicado acerca del “id”, del “bautizándolos” y del “enseñándoles”, destacando especialmente el segundo ítem. A pesar de esto, se ha dado un énfasis menos intenso a la exacta orden de Cristo. En otras palabras, nos hemos centrado en la necesidad de ir y bautizar, pero necesitamos ser más diligentes en cumplir el mandato específico de la gran comisión: “haced discípulos”. Desde el comienzo, es necesario aclarar que este artículo no tiene la intención de criticar lo que ha sido hecho hasta aquí por la iglesia. Mucho menos pretende hacerse eco de una voz contraria a la realización de bautismos por millares. Al contrario, es una invitación a la reflexión acerca del rumbo que hemos seguido, a fin de que, al identificar los problemas y encontrar soluciones, nos hagamos más eficaces en el cumplimiento de la sagrada misión que el Maestro nos confió.
Prejuicios
Es necesario admitir que nuestra cultura corporativa se ha formado en función del bautismo o alrededor de él. Las motivaciones, los incentivos, los requerimientos y las recompensas; todo parece girar en torno del bautismo. Como resultado, hemos alcanzado muchos bautismos y pocos discípulos; miembros que no saben exactamente lo que significa ser adventista del séptimo día y que no conocen profundamente las doctrinas.
Una tabla comparativa adaptada del contenido de varios autores, pero principalmente de Daniel Rodé,[3] fue publicada en el comentario electrónico de la Lección de la Escuela Sabática, en el primer trimestre de 2008.[4] En esta tabla, encontramos las características típicas del miembro de iglesia y del discípulo. (Ver cuadro comparativo de página 17.)
En los últimos años, se ha hablado mucho acerca de la pérdida de identidad de la Iglesia Adventista. Personalmente, creo que este es solo uno de los resultados de este abordaje misionero unilateral. Los innúmeros grupos de disidentes con problemas teológicos relacionados con la cristología y la Trinidad, las últimas tendencias de alegorización del Santuario celestial y la utilización del método estructural de interpretación de la Biblia, al igual que el alegado debilitamiento general del púlpito, son cosas que resultan, al menos en parte, de este desequilibrio.
Jesús fue el predicador más poderoso del que se tiene noticia. Pero además de predicar, curó y se preocupó por las personas, individualmente. Además de todo esto, el Maestro concentró sus fuerzas principales e invirtió la mayor cantidad del tiempo de su ministerio en hacer discípulos. Doce hombres, que difícilmente serían considerados capaces de ejercer alguna influencia en el mundo de entonces, fueron puestos bajo la orientación de Cristo, durante las 24 horas diarias, aprendiendo de él, en comunión con él, siendo discípulos.
Blanco, antes y después
No es difícil saber cuál es el blanco de un estudiante de la Biblia: el bautismo. Tan pronto como entra en contacto con las verdades de las Escrituras, la persona pronto entiende que se trata de la Palabra de Dios, y llegará el momento en que será llamada a tomar una decisión. Recibe, entonces, las promesas que Dios le hace, a través de las Escrituras, y sabe que, a partir del momento en que tome la decisión de seguirlo, su vida adquirirá nuevo sentido y dirección. El estudiante toma conocimiento de que el Señor lo conoce desde el vientre materno y siempre tuvo planes para él (Sal. 139:16). Percibe que Dios lo está conduciendo y redirigiendo su vida, sus ideales, sus proyectos y sus sueños (Rom. 8:28; Fil. 1:6).
Ante un mensaje tan poderoso y desafiante como el mensaje adventista, es casi imposible que una persona pueda resistir la invitación de Dios, revelada para el tiempo del fin. Es casi imposible no querer unirse al pueblo remanente, escogido por Dios para este tiempo. Con este blanco en mente, intensifica la preparación y, finalmente, es bautizada. De 445 personas a las que se les preguntó: ¿Cuál es el blanco que desea alcanzar?”, 443 respondieron: “Quiero ser bautizado”.
Pero, se hace necesaria otra pregunta: ¿Cuál es el blanco después del bautismo? ¿Hacia dónde debe ser dirigida esta persona luego de esa experiencia? ¿Qué cosa le dará sentido, propósito y dirección a la vida? La promesa de que la nueva vida en Cristo tendrá sentido y que el creyente conocerá el propósito de Dios para su existencia se cumple en la primera fase, aquella que lo lleva al bautismo. Pero ¿cuál es la función de la iglesia con respecto a proveer sentido y propósito para la vida del nuevo converso? ¿Organizar programas y eventos bien elaborados? ¿Un plan de sermones bien organizados, para alcanzar el corazón de las personas y que ellas sean llevadas hacia dónde queremos? ¿Acaso lo que estamos haciendo hoy, como iglesia, está colaborando para que los nuevos conversos lleguen a la madurez en Cristo (Efe. 4)? A la luz del plan de Dios para la vida humana, ¿estamos realmente alcanzando el blanco? De las 445 personas a las que se les preguntó antes del bautismo cuál era el blanco que deseaban alcanzar, 441 respondieron no saber cuál era el blanco después del bautismo. Algunos pocos entrevistados, que habían recibido estudios de instructores que miraban más allá de la experiencia bautismal, dieron respuestas un poco más satisfactorias. Al preguntárseles a los pastores de las iglesias a las que estos nuevos conversos serían incorporados qué esperaban de ellos, con pocas variaciones, su respuesta fue: “Que devuelvan el diezmo y asistan regularmente a la iglesia”. Pero ¿es esto suficiente para dar sentido y propósito a la vida de los nuevos creyentes, después de que pasa la emoción de la experiencia bautismal?
Cuando reflexiono en la experiencia de los discípulos, primeramente, los encuentro lleno de fallas y defectos. Después, veo cómo Jesús los preparó, les enseñó, los entrenó y los capacitó. Aun así, continuaban fallando y dejándose llevar por preconceptos. Parecía que no conseguirían abandonar el estilo de vida, los pensamientos, los ideales y los objetivos antiguos. Pacientemente, Cristo los amparaba y los conducía, los fortalecía y los desafiaba. Los envió a trabajar y los recibió de regreso para que presentaran su informe (Mat. 10).
Al concluir su ministerio terrenal, Jesús regresó al cielo y dejó la continuidad del trabajo bajo la responsabilidad de esos miedosos, tímidos, estrechos de mente e incapaces discípulos. ¿Con qué objetivo Cristo trabajó con esos hombres, durante tres largos años? Con el de capacitarlos y convertirlos en maduros espirituales, a fin de que invadieran el mundo con el mensaje de salvación. ¿Lo consiguió? A primera vista, no. Pedro, por ejemplo, aun después de Pentecostés, todavía necesitó la visión del lienzo lleno de animales inmundos para entender la necesidad de ministrar a los gentiles. A pesar de eso, permaneció luchando con el tema, durante años, hasta que en el Concilio de Jerusalén los hermanos reunidos allí decidieron apoyar el ministerio entre los paganos. E incluso después de eso, este apóstol se comportaba de manera dubitativa ante los gentiles (Gál. 2:10-14).
De esta experiencia, se hace evidente que la santificación es un proceso y que la madurez espiritual sucede poco a poco, cuando nos entregamos al discipulado y al constante crecimiento en Cristo. Los cristianos deben madurar espiritualmente, hacerse fuertes, valientes y audaces en la fe, capaces de amar, ser amados (habilidades relaciónales), y aptos para el servicio desinteresado a los semejantes y a Dios. Este es el blanco de la vida de un discípulo, luego del bautismo.
“Haced discípulos”
El ministerio adventista brasileño, por ejemplo, fue dimensionado para iglesias pequeñas. Históricamente, comenzamos con iglesias pequeñas y dispersas en varios lugares. Había pocos hermanos y limitados recursos. Por otro lado, la densidad de iglesias se ha multiplicado, así como el número de miembros por pastor. El ministerio no ha sido adaptado a las nuevas realidades. Con el crecimiento del número de miembros por iglesia y por pastor, en los últimos años en la División Sudamericana, la iglesia recibió un nuevo rostro. Por consecuencia, la complejidad de su funcionamiento se acentuó, el proceso de toma de decisiones, en todos los niveles, se ha dificultado y la lucha por el mantenimiento de la relevancia, en el lugar donde está insertada, también se intensificó.
Aprendemos de algunos métodos que funcionaron en el pasado y continuamos buscando nuevos métodos. Como afirmó Elena de White, “a medida que campo tras campo es penetrado, nuevos métodos y nuevos planes van surgiendo de nuevas circunstancias. Nuevas ideas vendrán con nuevos obreros que se entregan a la obra. A medida que buscan auxilio del Señor, él se comunicará con ellos. Ellos recibirán planes desarrollados por Dios mismo. Almas serán convertidas, y el dinero vendrá”.[5]
Hemos empleado métodos y organizado eventos centrados en el trabajo en sí. Los métodos y los eventos, no obstante, son solo medios para alcanzar metas u objetivos intermediarios de una visión mayor. Nuestro pastorado aprendió a medir el éxito por los logros alcanzados por los eventos que organiza; pero debemos preguntamos: ¿Es nuestra función principal organizar eventos y aplicar métodos como un fin en sí mismo? ¿Cuál es la función principal de la iglesia, para que nos concentremos en ella?
La respuesta es contundente: “Id y haced discípulos…” Como ya fue mencionado, todos los verbos deberían estar en gerundio en las traducciones al castellano. Solo un verbo está en imperativo. Entonces, deberíamos leer: “Yendo, enseñando, bautizando, haced discípulos” (fig. 2) [ver referencia]. Es decir, al ir a enseñar y bautizar, cumplimos la orden de hacer discípulos. Los que están más avanzados en el conocimiento del Señor deben ayudar a los más nuevos en la fe a encontrar plena realización, sentido y propósito de vida en Cristo Jesús. Nada que hagamos debe hacernos perder el foco del discipulado. “Dios ha dado a cada uno de sus mensajeros un trabajo individual”:[6] buscar incrédulos, enseñarles los fundamentos del evangelio y, por medio de la asistencia pastoral, el entrenamiento y la participación práctica, enseñarle al discípulo los fundamentos del desarrollo espiritual. La iglesia necesita ser organizada para conducirlo en este desarrollo (ver página 18). El ambiente necesita ser propicio para que todos (por lo menos, la mayoría) quieran progresar a cada paso. Cada una de estas fases es tan natural como las fases del desarrollo infantil. Cada momento es importante.
Cómo
Entonces, necesitamos estructurar nuestras actividades eclesiásticas con el objetivo de cumplir la orden de Cristo. Todos los métodos deben ser dirigidos a que las fases del discipulado ocurran casi naturalmente en la iglesia, y que todos estén tan familiarizados con el proceso que este se convierta en nuestra nueva cultura corporativa. Estructurar a la iglesia de tal modo que sea saludable y que el ambiente ofrecido sea propicio para el desarrollo de los discípulos, descubrir caminos que la iglesia quiere, le gusta y necesita recorrer es la principal tarea del líder espiritual. El pastor necesita elaborar un plan estratégico a fin de que todos los esfuerzos conduzcan a la iglesia a este objetivo, y experimente el crecimiento sustentable y equilibrado.
Para que este plan tenga éxito y los creyentes sean realmente conducidos al crecimiento por los caminos del discipulado, se necesitan los siguientes elementos: claridad, movimiento, alineamiento y foco.[7]
La claridad es la habilidad de comunicación del proceso, de manera que sea bien comprendido por todos, ya sea miembros antiguos o recién bautizados.
Movimiento es la secuencia de pasos que llevan a las personas a moverse a áreas de compromiso más profundo.
Alineamiento es la organización y la coordinación de los departamentos, el ministerio y los líderes alrededor del mismo proceso de desarrollo del discipulado.
Foco es el compromiso de abandonar todo lo que no coopere con el proceso de hacer discípulos y focalizar la senda del crecimiento en Cristo. Esto puede llevar a dejar de realizar algunas actividades de la iglesia que tienden a multiplicar y, algunas veces, causan confusión.
Todos los miembros de tu iglesia ¿conocen su plan de discipulado? El ambiente de tu iglesia ¿es propicio para la búsqueda del crecimiento? ¿Qué puedes hacer con el fin de predisponer a tu iglesia para el crecimiento en Cristo? Tu pastorado ¿es de expansión o de conservación? Imagina una iglesia de cuatrocientos miembros. Si el veinte por ciento de estos miembros entrara en el proceso de discipulado y, en la peor de las hipótesis, solo el cincuenta por ciento de ellos se convirtiera en cristianos maduros, capaces de asumir un ministerio, ¿cuántos ministros tendrías hoy solamente donde trabajas? Entonces, manos a la obra.
Sobre el autor: Profesor en el Seminario Teológico de la UNASP, Engenheiro Coelho, SP, Rep. del Brasil.
Referencias
[1] Barbara Fiberg y Timothy Friberg, Novo Testamento Grego Analítico (São Paulo: Sociedade Religiosa Edições Vida Nova, 1987), p. 105.
[2] Fritz Rienecker y Cleon Rogers, Chave Lingüística do Novo Testamento Grego (São Paulo: Sociedade Religiosa Edições Vida Nova, 1985), p. 65.
[3] Daniel Rodé, Estrategias de crecimiento de iglesia (Entre Ríos, PR: Apostila Salt, 1998), p. 167.
[4] http://www.cpb.com.br/htdocs/periódicos/licoes/adultos/2008/com412008.html
[5] Elena G. de White, Review & Herald (5 de junio de 1902).
[6] Los hechos de los apóstoles, p. 222.
[7] Thom S. Rainer y Eric Geiger, Simple Church (Nashville, TN: B&H Publishing Group, 2006), p. 68.