La oración por el enfermo es un tema que no se trata a menudo, no obstante, todos los obreros deberían estar profundamente interesados en él. Conviene que estudiemos cuidadosamente las instrucciones que el Señor nos ha dado al respecto. Consideremos ante todo el gran cometido de Jesús a sus discípulos:
“Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio potestad contra los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y sanasen toda enfermedad y toda dolencia” (Mat. 10:1).
“Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios: de gracia recibisteis, dad de gracia” (Vers. 7 y 8). (Véase también Mar. 3:14, 15; Luc. 9:1, 2, 6).
En el ministerio de Jesús, la predicación y la obra de sanidad ocupan un lugar equivalente. En efecto, se nos dice que invirtió más tiempo en sanar a los enfermos que en predicar el Evangelio. A este respecto afrontamos la pregunta de si esta gran comisión que incluía la predicación del Evangelio y el sanamiento de los enfermos, se aplicaba únicamente a los doce discípulos, o si ése había sido su plan para sus ministros hasta el fin del tiempo.
“La restauración es la esencia misma del Evangelio y el Salvador quisiera que sus siervos invitasen a los enfermos, a los desesperados y a los afligidos a confiar en su poder. Los siervos de Dios son los conductos de su gracia y por ellos desea ejercer su poder sanador. Es obra suya presentar, a los enfermos y a los que sufren, al Salvador, en los brazos de la fe…
“El Médico divino está presente en la pieza del enfermo; oye toda palabra de las oraciones a él elevadas con la sencillez de la verdadera fe. Sus discípulos de hoy han de orar por los enfermos tanto como los discípulos de antaño. Y habrá restablecimientos; porque ‘la oración de fe salvará al enfermo” (Sant. 5:15). — “Obreros Evangélicos” págs. 225, 227.
“Cristo ha capacitado a su iglesia para que realice la misma obra que él hizo durante su ministerio. Él es actualmente el mismo médico compasivo que fue mientras estuvo en esta tierra. Debiéramos hacer comprender a los afligidos que en él hay bálsamo curativo para toda enfermedad, poder restaurador para toda dolencia. Sus discípulos de la actualidad deben orar por los enfermos tal como lo hicieron sus discípulos de la antigüedad. Los enfermos se recobrarán porque ‘la oración de fe salvará al enfermo’ (Sant. 5:15). Necesitamos el poder del Espíritu Santo, la serena seguridad de la fe que puede aferrarse a las promesas de Dios.”—“Counsels on Health” pág. 210.
Ante afirmaciones tan claras y positivas, haríamos bien en considerar seriamente un incidente que los discípulos tuvieron mientras trabajaban con el Maestro. En Mateo 10:1, leemos que Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio “potestad contra los espíritus inmundos, para que los echasen fuera.” En el capítulo 17 leemos acerca de un hombre que llevó a su hijo a Jesús, y que inclinándose ante él le dijo: “Señor, ten misericordia de mi hijo que es lunático. y padece malamente; porque muchas veces cae en el fuego, y muchas en el agua. Y le he presentado a tus discípulos, y no le han podido sanar” (Vers. 15, 16). Jesús reprendió al demonio y el niño sanó instantáneamente.
“Entonces, llegándose los discípulos a Jesús, aparte, dijeron: ¿Por qué nosotros no lo pudimos echar fuera? Y Jesús les dijo: Por vuestra incredulidad; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá; y se pasará: y nada os será imposible” (Vers. 19, 20).
Afortunadamente para aquel pobre y afligido padre, el gran Médico estaba en persona para escuchar sus ruegos, pero, ¡cuán trágico hubiera sido si no hubieran estado más que los discípulos! ¡Y cuán angustioso sería que un padre o una madre recurriera a mí en una situación semejante y que se tuviera que decir de mí, “no le” ha “podido sanar”!
Recuerdo que en cierta ocasión C. A. Russell y yo fuimos requeridos por un apreciado hermano que nos trajo a una hija suya para que oráramos por ella. Era uno de los casos más lamentables y conmovedores que he visto, y el demonio parecía resuelto a no ceder terreno. Oramos por ella desde el atardecer hasta después de medianoche en lo que parecía ser obscuridad impenetrable; pero cuando la luz del cielo descendió sobre nosotros y con un grito de alegría cayó ella sobre sus rodillas dando loores a Jesús que la había libertado, supimos que el Maestro había llegado y nos había dado la victoria.
“Cristo siente los males de todo doliente. Cuando los malos espíritus desgarran un cuerno humano, Cristo siente la maldición. Cuando la fiebre consume la corriente vital, él siente la agonía. Y está dispuesto a sanar a los enfermos ahora como cuando estaba personalmente en la tierra. Los siervos de Cristo son sus representantes, los conductos por los cuales ha de obrar. El desea ejercer por ellos su poder sanador.”—“El Deseado de Todas las Gentes” pág. 751.
Si somos sus representantes, ¿no deberíamos manifestar el mismo interés por los afligidos, los sufrientes y los inválidos? Acabo de leer algunos artículos en periódicos religiosos que consideran los problemas psicológicos y psiquiátricos que los pastores tienen que arrostrar actualmente en su ministerio en favor de los miembros de sus iglesias que están enfermos física y mentalmente. En una conversación reciente sobre la curación por medio de la oración, cierto médico nos pidió que le diéramos “pruebas científicas” cuando le mencionamos que se habían producido sanidades en respuesta a la oración. Prefiero no considerar este aspecto del tema, sino más bien exponer las notables bendiciones, la inspiración y el gozo que ha experimentado el que escribe al observar vez tras vez el amor del Salvador manifestado en el milagro del sanamiento divino.
Preparación del paciente
Conviene hacer algunas sugestiones con respecto a la preparación del paciente:
“En la Palabra de Dios tenemos instrucciones relativas a la oración especial para el restablecimiento de los enfermos. Pero el ofrecer tal oración es un acto muy solemne, que no debe emprenderse sin cuidadosa consideración.”—“Obreros Evangélicos” pág. 227.
Sabemos que muchos han mandado llamar a los ancianos, quienes oraron por ellos y los ungieron, pero no sanaron. Algunos se sienten perplejos y no pueden comprender por qué Dios no cumple sus promesas, cuando el problema consiste en que no comprenden que todas las promesas de la Palabra de Dios requieren el cumplimiento de ciertas condiciones, y si no las cumplimos, no podemos esperar que nuestra oración reciba respuesta. “Y todo lo que pidiéremos de él. lo recibiremos, porque guardamos sus mandamientos y hacemos las cosas que son agradables delante de él” (1 Juan 3:22). La mayoría de los que piden que se ore por ellos para que Dios los sane, declararán que procuran sinceramente cumplir los mandamientos de Dios. Pero, ¿hacen “las cosas que son agradables delante de él”?
“Muchas personas han atraído la enfermedad sobre sí por abusar de sus fuerzas. No vivieron de acuerdo con la ley natural ni con los principios de pureza estricta. Otros han violado las leyes de la salud en sus hábitos de comer y beber, vestir o trabajar. Muchas veces, alguna forma de vicio es la causa de la debilidad de la mente o del cuerpo. Si estas personas recibiesen la bendición de la salud, muchas de ellas continuarían siguiendo el mismo curso de despreocupada transgresión de las leyes divinas naturales y espirituales, razonando que si Dios las sana en contestación a la oración, tienen plena libertad para seguir sus prácticas malsanas y ceder sin restricción a su apetito pervertido. Si Dios hiciese un milagro para devolverles la salud, estimularía el pecado.”— Id., pág. 227.
Siempre que fuere posible, es bueno que el paciente lea el capítulo titulado “La oración por el enfermo,” del libro “El Ministerio de Curación.” escrito por la Hna. Elena G. de White. También el capítulo que lleva el mismo título, de la misma autora, en el libro “Obreros Evangélicos,” está lleno de importantes instrucciones.
Un sanamiento inmediato
Cierto joven y su esposa se sentían felicísimos por un hermoso bebé que había llegado a su hogar y que a la sazón tenía sólo un mes. Se enfermó gravemente y en pocos días el médico les dijo que no había esperanza de que sanara. Día y noche atendieron al pequeño, hasta extenuarse. A pedido de ellos, mi esposa y yo fuimos a su casa a fin de pasar la noche, y los padres se retiraron para descansar un poco. El bebé estaba en coma y parecía (pie ya le quedaba poca vida. Oramos fervorosamente. aferrándonos a las promesas de la Palabra de Dios. Poco después abrió sus ojitos y dio señales de querer comer. Llamamos a la madre para que lo alimentara y desde ese momento se sintió bien. Este fue uno de mis primeros casos de curación definida e inmediata en respuesta a la oración.
Años más tarde, mientras asistía a un congreso en Oakland. California. EE. UU. una joven envió un mensaje pidiéndome que el pastor A. G. Daniells y yo oráramos por su sanamiento. La visité y nos habló de las ocho importantes operaciones quirúrgicas a que se había sometido en varios renombrados hospitales. Mientras almorzaba ese día con el Dr. Thomason. uno de nuestros médicos más distinguidos, le pregunté si conocía a esa joven. “En efecto, yo mismo la he operado recientemente” contestó. Le pregunté qué pensaba del caso. “Morirá a menos que se someta a una nueva operación—respondió, —pero también morirá si se le practica esa operación. Eso es todo lo que puedo decir.”
Oramos por ella y al año siguiente estaba en el colegio secundario, donde la vi ocasionalmente. Eso ocurrió hace 38 años, y muchas veces lie oído hablar en ese lapso de su obra ferviente y fructífera en pro de la salvación de las almas.
En otra oportunidad el pastor A. G. Daniells y yo orábamos por un hermano anciano muy sordo. Repentinamente, mientras el pastor Daniells oraba, advertí que el anciano levantaba la cabeza. Al terminar la oración se levantó y con rostro sonriente nos dijo: “Esta es la primera vez que oigo cantar a los pájaros en quince años”.
Queridos hermanos obreros, bien sé que somos muchos los que hemos disfrutado del gozo inefable de presenciar el milagroso poder de Dios que contesta las oraciones por los enfermos. Siendo que se nos ha dicho que “él está tan dispuesto a sanar al enfermo ahora,” y sabemos que esto es la verdad, ¿por qué no le damos una oportunidad, en virtud de la oración fervorosa y la fe, para llevar a cabo más de esta buena obra?
Una alienada recibe sanidad
Mientras dictaba un ciclo de conferencias en la iglesia de una gran ciudad, su pastor, C. J. Coon y yo fuimos invitados a visitar a una hermana que por cinco años había estado en un manicomio. Tratamos de hablar con ella, y después le pedimos que se arrodillara diciéndole que queríamos orar por ella. Más tarde supe que después de despedirnos ella salió al corredor donde la encontró una enfermera que exclamó:
— ¡Pero! ¿Qué ha sucedido?
—Mis pastores estuvieron aquí y oraron por mí—contestó ella.
Un año más tarde me encontraba en esa ciudad. Al verla en la iglesia me dijo: “Yo soy la mujer por quien Uds. oraron un año atrás en el hospital. Desde entonces he estado en casa perfectamente bien.”
Para Dios no hay casos incurables
Hace algunos años, mientras asistía a un congreso en el sur de los Estados Unidos, un hermano me pidió que me hiciera acompañar del pastor W. G. Turner y que oráramos por la salud de su esposa. Tenía un tumor maligno y el médico le había dicho antes de venir al congreso que ya no había nada que hacer en su favor. Ella le dijo que iría a un congreso y que le pediría a los pastores que oraran por ella, y que si era la voluntad de Dios, sanaría. El médico le dijo: “Pero, buena mujer, ¿no sabe que la era de los milagros ya pasó?” Ella le repuso que no lo creía y el doctor replicó: “Muy bien; lo veremos.”
El pastor Turner y yo oramos por ella y después de regresar a su casa nos escribió diciéndonos que volvió al consultorio de aquel médico a fin de darle una oportunidad de “ver,” y éste, al examinarla le dijo que se sentía muy contento de que ella hubiera vuelto tan bien.
No hace muchos meses estaba trabajando con el pastor H. A. Crawford en una ciudad de California, EE. UU. Visitábamos a los miembros de la iglesia cuando cierto día me llevó a ver a una hermana que estaba gravemente enferma en el hospital de lo que el médico llamó esclerosis múltiple. Sufría mucho y no podía mover la cabeza o los hombros sin sufrir gran dolor. Se consideraba su caso como incurable. Oramos por ella, y la fe sencilla, semejante a la de un niño se reflejó en su rostro, en una mirada llena de gozo que no olvidaré jamás. De pronto se sentó, se puso su bata y se calzó, y comenzó a caminar por la habitación. Su enfermera se sorprendió al entrar y exclamó: “¿Qué ha sucedido?” El pastor Crawford se lo explicó, y las enfermeras y el médico se impresionaron profundamente. Nuestra hermana volvió a su hogar al día siguiente, restablecida.
He consignado aquí sólo unos ejemplos de las decenas que podría mencionar, en los cuales la oración humilde y ferviente y el confiar en las promesas de Dios, trajo no sólo liberación. salud y gozo al que sufría, sino gran valor e inspiración a los miembros de la iglesia. y un vivo testimonio en favor de la verdad ante los incrédulos.
A veces nos encontramos con personas que insisten en que si realmente tenemos fe y nos aferramos a las promesas de Dios, debiera sanar toda persona por quien oramos. No creo que esto esté en armonía con las enseñanzas de la Biblia o el espíritu de profecía. A veces Dios permite la aflicción como disciplina para sus hijos. por medio de la cual pueden aprender lecciones para su propio bien. El apóstol Pablo oró tres veces, pero el Señor no creyó conveniente sanarlo. Es muy importante que pongamos al enfermo en las manos del amante Salvador y que sometamos enteramente nuestra voluntad a él. pidiéndole solamente que haga lo que fuere mejor para todos. Se nos ha dado mucha instrucción al respecto por medio del espíritu de profecía; y haríamos bien en estudiarla cuidadosamente.
Sabemos que la sanidad espiritual, a saber la victoria sobre el pecado y la salvación, nos viene únicamente por el estudio de la Palabra de Dios y la oración fervorosa y perseverante, y cuando hacemos nuestra parte, el éxito es seguro. Creemos también que el mismo proceder reportará sanamiento físico, excepto cuando nuestro amoroso Salvador ve que el enfermo disfrutará de mayor bendición si soporta pacientemente el sufrimiento y surge de la prueba como oro afinado en fuego, mejor preparado para vivir la vida cristiana.
¡Qué gran privilegio tenemos como obreros de ministrar en nombre de nuestro amante Salvador a los enfermos y a los sufrientes! Ciertamente deberíamos estudiar para comprender su voluntad y cooperar plenamente con él en esta obra.
Sobre el autor: Pastor jubilado de la Unión del Pacífico, EE.UU.