Las palabras preces y precario están emparentadas y pertenecen al latín eclesiástico. Una situación precaria es cuando han disminuido en gran medida los factores controlables. A menudo los hombres esperan tal situación antes de ponerse a orar. En consecuencia, algunos definen la oración como “una plegaria por nuestras necesidades mientras dependemos de circunstancias desconocidas y de la voluntad de otros.” Nuestra voluntad constituye un factor que interviene en la respuesta de nuestras oraciones. Jesús dijo: “Todo lo que orando pidiereis, creed que lo recibiréis y os vendrá.” (Mar. 11:24) Este texto indica que la voluntad del que ora constituye un factor importante.
Dios desea contestar nuestras oraciones, pero nuestra voluntad necesita educarse y ampliar sus horizontes. Cuando la voluntad es reeducada y fortalecida, entonces la oración se constituye “en el medio ordenado por el cielo para tener éxito.”—“Los Hechos de los Apóstoles,” pág. 405.
La oración pública es más formal, más elaborada, menos personal y más corta que la oración privada. Además de su contenido propio, implica la actitud reverente del que ora y la de los oyentes.
Además de las invocaciones, las oraciones elevadas antes de recoger la ofrenda, las oraciones pastorales y las acciones de gracia ofrecidas en los cultos regulares de la iglesia, hay muchas otras ocasiones que requieren el uso de la oración pública; tales como la escuela sabática, los cultos de oración, las reuniones de los jóvenes, las bodas, los funerales, las dedicaciones de templos y de niños, y las reuniones de carácter patriótico o cultural. Se profieren también oraciones en favor de los enfermos, en los cultos familiares y en las visitas pastorales. Las oraciones para cada una de estas ocasiones poseen características particulares.
El propósito de la oración
Uno de los principales propósitos de la oración consiste en conducirnos conscientemente a la presencia del Dios viviente. La oración pública persigue el objeto de lograr una comunión colectiva con Dios. Esta comunión exige circunspección, organización, reverencia, consagración y claridad de pensamiento.
Otro propósito de la oración es agradecer a Dios por sus abundantes bendiciones. Si más oraciones nuestras ascendieran al trono de Dios como expresión de gratitud, tendríamos mucho más por lo cual estar agradecidos. Al orar generalmente desestimamos la importancia de ser agradecidos. La Hna. White hace incapié en este hecho: “¿No debiéramos más a menudo tributar agradecimiento al Dador de todas nuestras bendiciones? Necesitamos cultivar la gratitud.” (Review and Herald, l9 de noviembre de 1881.) Y en otro lugar escribe: “Si mantenemos al Señor siempre delante de nosotros, permitiendo que nuestros corazones expresen el agradecimiento y la alabanza a él debidas, tendremos una frescura perdurable en nuestra vida religiosa.”—“Lecciones Prácticas,” pág. 120.
Un tercer propósito de la oración es el de invocar las bendiciones de Dios. Desafortunadamente, demasiado a menudo pensamos que esto último es lo único que debe figurar en ella. Con todo, Dios se complace en escuchar las peticiones de sus hijos. “[A Dios] le agrada cuando [su pueblo] le dirige las más elevadas demandas a fin de glorificar su nombre.” —“El Deseado” pág. 405.
El propósito primordial de la oración tal vez sea permitirnos experimentar el gozo de la verdadera comunión en la presencia de Dios. No puede desestimarse la suprema bendición de esta comunión colectiva.
Ocasiones específicas
Cada vez que se ora es necesario adaptar la oración y tener en cuenta las necesidades específicas, porque no hay dos ocasiones que se presenten iguales. En cada ocasión hay un momento oportuno para orar, ya sea en forma audible, privada o pública, por cuanto los hombres deben “orar siempre, y no desmayar. (Luc. 18: 1.) “Cada dificultad [es] una invitación a orar.”—“Profetas y Reyes” pág. 21.
La forma en la oración
En la oración, la forma debiera carecer por completo de complejidad. La oración debiera estudiarse no sólo en su efectividad, sino también en su forma. En general, “nuestras oraciones tomarán la forma de una conversación con Dios.” (Id,, pág. 120.) Dentro de la parte formal, debe estudiarse el orden de los elementos constitutivos. Se sugiere el orden siguiente:
1. En primer término está la salutación, que debe ser corta y sencilla, y expresarse con espíritu de reverencia y adoración. Después de pronunciado el nombre del Señor en la salutación, no es de buen gusto continuar repitiéndolo durante toda la oración.
2. A continuación vienen las expresiones de alabanza y agradecimiento. Esto es más importante que lo que algunos piensan. La acción de gracias acrecentará el número de respuestas a nuestras oraciones, porque la alabanza prepara nuestros corazones para recibir esas respuestas.
3. La tercera parte tiene que ver con la confesión de las faltas y el pedido de perdón. Todos necesitamos ser perdonados. Aquí debe recordarse que la práctica de la alabanza y el agradecimiento hecho con el espíritu de un corazón entregado a Dios, también nos capacitará para recibir el perdón ofrecido por Dios.
4. A continuación de la búsqueda del perdón vienen los pedidos específicos. Estas peticiones no hacen que Dios esté listo para darnos, sino que nos disponen para recibir sus dones. El pedir invocando la ayuda divina pone en nosotros una actitud más receptiva.
5. La oración finaliza con un amén. Esta palabra que se repite con demasiada liviandad encierra un profundo significado. Si se nos preguntara qué significa, no vacilaríamos en contestar: “así sea.” En realidad pronunciamos esa frase descuidadamente. Cuando decimos amén, debiéramos tener presente lo que significa: “No interferiremos; no haremos nada que impida que nuestras oraciones sean contestadas; mantendremos el camino expedito; no impediremos conscientemente la respuesta—así sea.” ¡Cuán poderosa es esta palabra, y cuán peligrosa, si realmente no sentimos su significado!
Es conveniente que estudiemos la oración que enseñó Jesús. Primero está una breve salutación. Luego vienen las expresiones de alabanza, honor y sumisión. Después de esto vienen los pedidos de salud física y espiritual, seguidos por una manifestación de admiración por el poder de Dios. Termina con el amén. Cuán sencilla y breve es esta oración.
La extensión de la oración pública
No debiera ser necesario hablar de lo tediosas que resultan las oraciones públicas largas, porque, como ministros, estamos bien enterados del efecto que tienen sobre la congregación. Sin embargo, no está de más recordar este punto de vez en cuando. En el espíritu de profecía encontramos numerosos consejos al respecto. Transcribiremos algunos de ellos:
“Aprendan los hombres a orar… oraciones cortas y directas.”—“Testimonies,” tomo 8, pág. 147.
“Nuestras oraciones no tienen por qué ser largas ni decirse en voz alta.”—“Mensajes para los Jóvenes,” pág. 245.
“Las oraciones ofrecidas… son con frecuencia largas e inadecuadas… Hermanos, llevad a la gente con vosotros en vuestras oraciones. Id al Salvador con fe, decidle lo que necesitáis en esa ocasión.”—“Joyas de los Testimonios,” tomo 2, pág. 60. (Ed. C. E. S.)
“Las oraciones largas hechas ante la congregación son tediosas para quienes escuchan, y no preparan el corazón de la gente para el sermón que ha de seguir.”—E. G. de White. The Review and Herald, 28 de mayo de 1895.
La posición en la oración
La posición que se adopta durante la oración es muy significativa. Los adventistas creemos que la postura correcta que debe asumirse para orar es la de rodillas. La práctica bíblica apoya este punto de vista. Sin embargo hay ocasiones y lugares en que no es posible arrodillarse, pero esto no debiera impedir la oración.
“Debemos aprender a mirar hacia arriba con sincero deseo, enviando una oración al cielo en todo lugar y bajo cualquier circunstancia.”—Id., 14 de abril de 1890.
“El cristiano no puede estar siempre en posición de orar, pero sus pensamientos y deseos siempre pueden estar dirigidos hacia arriba.” —E. G. de White, Youth’s Instructor, 5 de marzo de 1903.
“No es necesario que siempre os arrodilléis para orar.”—“The Ministry of Healing,” pág. 510.
Como una regla general se recomienda orar con los ojos cerrados, pero no siempre es posible hacerlo. Por ejemplo, alguien que desea orar con otras personas mientras guía un automóvil no podrá cerrar los ojos para hacerlo. Siempre que sea posible conviene cerrar los ojos durante la oración, porque aísla más completamente del mundo y permite estar libremente ante la presencia de Dios.
Actitudes mentales durante la oración
En primer término debiera haber una disposición para aprender a orar. “Aprendan los hombres a orar.” (“Testimonies,” tomo 8, pág. 147.) “Debiéramos educar la mente de tal manera que nos permita estar constantemente en comunión con Dios.”—E. G. de White, The Signs of the Times, 14 de abril de 1890.
Debiéramos abandonar toda aprensión mental cuando leemos esta promesa: “El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos eternos.” (Deut. 33:27.)
Debiéramos desear sinceramente saber más acerca de las ilimitadas bendiciones que pueden ser nuestras en la presencia de Dios.
Debemos estar dispuestos a hacer frente a la realidad con sus problemas específicos. Demasiado a menudo rehuimos esta responsabilidad.
Una actitud imperativa que debe predominar en toda oración verdadera, es la disposición a aceptar la solución que Dios envíe, aun antes de saber en qué puede consistir tal solución. Esto constituye una manifestación de fe. Para los que han puesto a prueba esto, es una fe basada en una experiencia pasada con Dios.
Sobre todas las cosas debe imperar un sincero deseo de compañerismo divino, no sólo en el que ora, sino también en toda la concurrencia. Sentirán este compañerismo más prestamente si elevan sus corazones en oración silenciosa mientras se ofrece la oración en voz alta.
Nunca debiera utilizarse la oración pública para expresar necesidades de carácter personal o familiar, o para ventilar quejas individuales. La oración pública no es una ocasión para predicar y censurar, para ser pomposos o confesar los pecados de algún miembro de la congregación. Es el momento de tributar un culto unánime, y de amar fraternalmente a la congregación, conduciéndola hasta la presencia de Dios.
Debemos “obrar en armonía con nuestras oraciones.” (“Testimonies,” tomo 6, pág. 61.) La oración consagrada y el comportamiento cristiano están estrechamente relacionados. Hagamos que nuestras vidas sean un amén viviente a nuestras oraciones. En esto consiste la verdadera adoración.
Jesús es el amén personificado a toda oración verdadera. “He aquí dice el Amén, el testigo fiel y verdadero.” (Apoc. 3:14.) Su vida fué el testimonio de su identificación con la voluntad de su Padre. Nunca interfería la respuesta que deseaba darle su Padre. El fué y es, tanto en hechos como en palabras, el Amén viviente.
Sobre el autor: Pastor evangelista de la Asociación Sur de California