De qué manera el ayuno puede ayudar a profundizar nuestra experiencia con Dios.

Una presuposición indiscutible del crecimiento espiritual es el deseo que debe tener el cristiano de permanecer en la presencia de Jesús ininterrumpidamente, desde la primera hasta la última hora de cada día. Considerando la existencia de los muchos quehaceres cotidianos que intentan ocupar el tiempo que debe ser dedicado a la comunión con Dios, y las cosas que tienden a distraemos en relación con las prioridades de la vida espiritual, es necesario que reconozcamos que la permanencia requiere una sólida disciplina personal. Pero, el Señor puede y desea bendecimos en nuestra decisión de darle a él el primer y último lugar en nuestra vida.

Entre muchos recursos que ayudan a profundizar nuestra experiencia con Dios, se encuentra el ayuno. Como disciplina espiritual, es defendida y practicada por los más diversos segmentos religiosos. Incluso entre las religiones paganas, el ayuno era practicado como una forma de preparación para el encuentro con una divinidad. Sus practicantes creían que esa experiencia proporcionaba apertura para la influencia divina.

En la actualidad, además de los cristianos, otros grupos religiosos también acostumbran ayunar. Entre esos grupos, podemos mencionar los islámicos, que promueven el ayuno en el mes de Ramadán, cuando conmemoran la entrega del Corán por Alá.

En el cristianismo, el ayuno ha sido practicado de diversas maneras y también por diferentes motivos. En medio de esa diversidad, necesitamos entender lo que es y lo que no es el ayuno, la relevancia que tiene en el ministerio de Cristo, cuál es su sentido amplio y la importancia de esa disciplina en nuestra preparación diaria, al predisponer nuestra mente para tomar más efectiva la comunión con Cristo.

Lo que no es

En primer lugar, el ayuno no es penitencia, expiación por el pecado, sacrificio para eliminar la culpa, aflicción, tormento o un acto practicado con el objetivo de demostrar que alguien es más que sus semejantes. Las Escrituras dejan bien en claro que el perdón y la purificación resultan del verdadero arrepentimiento, la confesión y el abandono del pecado. Esto es lo que dice la Palabra de Dios: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).

El ayuno tampoco es un ritual público de tristeza reveladora de superioridad. En los días de Cristo, los fariseos acostumbraban ayunar para mostrar una fachada externa de “santidad”. Pero, lo que revelaban exteriormente no se correspondía con lo que cargaban interiormente, pues el corazón de ellos estaba lejos de Dios. En sus enseñanzas, el Salvador se ocupó del punto central de esa cuestión, advirtiéndonos para que no cayéramos en el mismo error. Dice el Señor: “Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa” (Mat. 6:16).

El ayuno no es huelga de hambre. No debe ser usado con el objetivo de llamar la atención de Dios, a fin de simplemente conseguir cosas. A través del profeta Isaías, el Señor condenó esa actitud. En primer lugar, describe el clamor de los que ayunaban: “¿Por qué, dicen, ayunamos, y no hiciste caso; humillamos nuestras almas, y no te diste por entendido?” Al final del versículo, se explica la razón por la cual el Señor no aceptaba lo que ellos hacían: “He aquí que en el día de vuestro ayuno buscáis vuestro propio gusto, y oprimís a todos vuestros trabajadores” (Isa. 58:3).

Es importante que comprendamos claramente esto, porque muchas cosas que, en el pasado, marcaron la experiencia de los pueblos bíblicos todavía pueden ser vistas, hoy, entre los profesos hijos de Dios. Por lo tanto, el aprendizaje obtenido por medio de los errores de nuestros antepasados es fundamental para nuestra experiencia. Por eso, Elena de White advirtió: “Es verdad que hay personas con mentes desequilibradas que se imaginan ser muy religiosas y que se imponen la práctica del ayuno y la oración en menoscabo de su salud. Estas almas se permiten ser engañadas. Dios no les ha pedido esto […]. Confían en sus propias obras buenas para salvarse y están tratando de comprar el cielo mediante sus obras meritorias en vez de confiar, como debiera hacerlo todo pecador, solamente en los méritos de un Salvador crucificado y resucitado” (Testimonios para la iglesia, t. 3, pp. 192,193).

Lo que es

El sentido teológico del ayuno va más allá de la práctica de la abstención de alimentarse durante determinado período de tiempo. Según el Westminster Dictionary of Christian Spirituality, “el ayuno es la oración del cuerpo; afirmando la totalidad de una persona en una acción espiritual; da énfasis e intensidad a la oración, expresando específicamente hambre de Dios y de su voluntad. Destaca la abundante bondad de la creación porque implica renunciar temporariamente al gozo de algunos de sus beneficios; por lo tanto, siempre incluye un elemento de gratitud” (citado por Madeline S. Johnston, Ministerio, mayo/junio de 1995, p. 9). Al ayunar, la persona se priva de aquello que le gusta y que le satisface, entregándose completamente a la comunión íntima con su Creador y Redentor.

Esa comunión es desarrollada y alimentada en la presencia de Dios. En ella, oímos su voz, por medio de la lectura de la Biblia, y hablamos con él, reaccionando a lo que nos dice y brindándole nuestro corazón. En ese relacionamiento, podemos notar el verdadero sentido del ayuno. “Para ciertas cosas, el ayuno y la oración son recomendados y apropiados. En la mano de Dios son un medio de limpiar el corazón y de fomentar la buena disposición. Obtenemos respuesta a nuestras oraciones porque humillamos nuestras almas delante de Dios […]. El espíritu del ayuno y la oración verdaderos es el espíritu que entrega la mente, el corazón y la voluntad a Dios” (Consejos sobre el régimen alimenticio, pp. 222, 224).

El ayuno puede ser total o parcial. Ayuno total es aquél en el cual la persona se abstiene de todo tipo de alimento, durante determinado período de tiempo. El parcial es cuando se consumen frutas, sopas, caldos o jugos naturales, en los horarios reservados normalmente para las comidas. La utilización de agua debe ser normal en ambas opciones.

Practicado por Jesús

Inmediatamente después de haber sido bautizado y antes de iniciar su ministerio en la Tierra, Jesucristo ayunó cuarenta días y cuarenta noches (Mat. 4:2). Según Elena de White, “el principal motivo que tuvo Cristo para soportar aquel largo ayuno en el desierto, fue enseñamos la necesidad de la abnegación y la temperancia” (Consejos sobre salud, p. 124).

Por medio de la abnegación y de la temperancia, Cristo colocó su apetito bajo control y mostró que no había justificativo para el pecado de Adán y Eva por la satisfacción del apetito. Así, en el punto en el que ellos fallaron, Cristo venció y dejó el sublime ejemplo de que no hay razón para que sus seguidores rompan la relación con él.

No fue sin lucha que Jesús venció y subyugó el apetito. El adversario usó las mismas armas que llevaron a nuestros padres a caer. Pero, el Salvador se afirmó en el poder de la Palabra con la cual rechazó la embestida satánica: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mat. 4:4). Con esa afirmación, Cristo deja en claro la receta para que venzamos las confederaciones satánicas en los momentos de tentación: comunión con Dios por medio del estudio de la Biblia, la oración y el ayuno.

Alcance del ayuno

El capítulo 58 del libro del profeta Isaías presenta un concepto ampliado del ayuno. En ese texto, ayunar es más que la abstención de alimentos. Es una disciplina que profundiza el compromiso con un estilo de vida según el modelo de Jesucristo. Él vivió como amigo de todas las personas y clases; amaba a todos y su amor traspasaba el límite de las palabras.

“El Salvador se mezclaba con los hombres como alguien que deseaba su bien. Les manifestaba simpatía, atendía sus necesidades, y ganaba su confianza. Luego los invitaba así: ‘Sígueme’” (Obreros evangélicos, p. 376).

Por medio del profeta, así dice el Señor: “¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano?” (Isa. 58:6, 7). Así, el espíritu de comunión, compasión y amor que acompaña a la persona que practica el ayuno debe permanecer con ella en todas sus relaciones sociales, familiares, y profesionales, así como en la manera de tratar al necesitado. El ayuno tiene sentido solamente en la medida en que nos lleva a una experiencia de santificación creciente, que se expresa en todas las áreas de la vida.

Según hemos visto hasta aquí, el ayuno contribuye a profundizar nuestra comunión con Dios. Esta es una práctica cuyos beneficios específicos y físicos son incalculables. Con seguridad, podemos afirmar que el camino de la preparación diaria para el encuentro con Jesús, en su segunda venida a la Tierra, pasa por el estudio de la Biblia, la oración y el ayuno habituales.

Sobre el autor: Vicepresidente de la División Sudamericana.