Querido Señor:
• Ayúdame a ser yo mismo lo que quiero que otros sean —un cristiano nacido de nuevo y activo. Cualquier reputación como dirigente debe compararse con ésta, la mayor de todas las vocaciones.
• Ayúdame a poner en práctica el mayor tacto posible, a ser considerado y bondadoso como fué Jesús con quienes trataba. Ayúdame para que nunca sea rudo, para que nunca hable innecesariamente una palabra severa, para que nunca cause un dolor innecesario a un alma sensible.
• Ayúdame a ser valeroso, gozoso, celoso, y a estar poseído por un santo entusiasmo por mi trabajo.
• Dame una conciencia que sienta agudamente el pecado de la inactividad; y ayúdame a aprovechar los portales de la oportunidad que se abren en las murallas de protección que tienden a separarme del mundo.
• Haz que nunca pregunte; “¿Es seguro?” “¿Es político?” “¿Es popular?”, sino siempre: “¿Es correcto?”
• Ayúdame a valorar cada vez más a las personas que me rodean.
• Ayúdame a ser lo suficientemente grande como para pasar por alto las pequeñeces, aunque sean intencionales o no intencionales, a perdonar y a olvidar las ofensas.
• Haz que por tu gracia nunca me desquite o trate de vindicarme —y sobre todo, Señor, nunca permitas que emplee mi influencia o mi posición para desquitarme contra alguien que se ha opuesto a mí o que me ha ofendido o hecho daño.
• Ayúdame a no crear diferencias innecesarias con mis compañeros.
• Quiero evitar las asperezas. Ayúdame a ceder en los puntos que no impliquen principios.
• Ayúdame a tratar a los que están “debajo de mí” con tanto respeto y deferencia como trato a los que son mis superiores.
• Ayúdame a nunca descargar la culpa sobre otros, sino a aceptar mi responsabilidad cuando las cosas andan mal.
• Ayúdame a nunca pedir a otros que hagan lo que yo puedo hacer, pero no deseo hacerlo. Permite que ejerza la dirección más por ejemplo que por precepto.
• Ayúdame a regocijarme siempre por el éxito de un hermano, aun cuando pueda haber sido a mis expensas.
• No permitas que divulgue los fracasos o las locuras de otros hombres. Si no tengo nada bueno que decir de un hermano, ayúdame, Señor, a mantener cerrada mi boca.
• Recuérdame a menudo, cada día que “el que guarda su boca guarda su alma: mas el que mucho abre sus labios tendrá calamidad”.
• Concédeme paciencia en la dificultad, recordando las palabras del sabio: “La blanda respuesta quita la ira: mas la palabra áspera hace subir el furor”.
• Ayúdame a ser considerado cuando mis hermanos no ven luz en mis planes o proposiciones. únicamente cuando los principios están en juego ayúdame a estar “de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos” (La Educación, pág. 54).
• Ayúdame a no obrar impetuosamente o bajo la acción de un juicio apresurado. Que siempre recuerde que las emergencias exigen-atención inmediata, y debieran recibirla, pero que la mayor parte de las decisiones se toman mejor en la atmósfera de la reflexión con oración.
• Que cuando trate con los que yerran pueda obrar con amor, misericordia y verdadera justicia —con el mismo espíritu con que desearía ser tratado yo mismo, recordando siempre que yo también puedo ser tentado.
• Que utilice sabiamente los fondos del Señor—no son míos sino suyos, y mucho de ese dinero llegó a la tesorería a través de largas horas de trabajo y abnegación.
• Ayúdame para que nunca llegue a estar tan monopolizado por los quehaceres de la administración que llegue a perder de vista mi más alta vocación —la ganancia de almas. Recuérdame con frecuencia que vivo únicamente para prepararme a mí mismo y a otros para la vida venidera.
• Ayúdame a ser un hombre de oración y un hombre de la Palabra —que nunca mis palabras de ánimo a otros en estos dos aspectos tan importantes sean únicamente por precepto. Haz que cada día lo comience y termine contigo.
• Que nunca piense que cualquier tarea, es imposible si tengo la ayuda de Dios.
• Ayúdame a nunca dar menos que lo mejor que tengo a ti y a tu obra —“medida buena, apretada, … y rebosando”.
• Que siempre haga de Cristo el primero, el último y lo mejor en todas las cosas.