Las palabras de Jesús: “Enfermo… y me visitasteis” son un tributo adecuado que podría adjudicarse al pastor concienzudo y cumplidor de su deber. Visitar los hospitales no es una tarea de importancia secundaria, y se necesita pericia para llevarla a cabo en la mejor forma posible. Diría que es un arte porque requiere eficiencia y un poquito de genio. La obra evangélica productiva es un arte en el verdadero sentido de la palabra.

El visitar los hospitales, con sus oportunidades ilimitadas, es una forma de evangelismo que exige meditación y planeamiento cuidadosos. Nos apresuramos demasiado a pensar que este sagrado privilegio es un deber pastoral o una rutina ministerial, y a separar esta obra santa de la consigna evangélica que nos dice que debemos ir a todo el mundo.

La sala del hospital puede convertirse en una Betel, donde el corazón de piedra se transforme en corazón de carne; en un Monte Moría, donde los fuegos de la fe se enciendan de nuevo; en una Betesda, cuyas aguas quiten la ceguera del alma; en una Patmos, donde Cristo se convierta en una revelación.

Nos imaginamos al Maestro, creador del alma y el cuerpo, avanzando a través de las salas de un hospital, con una mirada penetrante que pone al descubierto no solamente la enfermedad física sino la del alma. El Cristo corta con mano experta con su bisturí la carne descompuesta, y vemos cómo se obra un milagro. Es un maravilloso proceso de purificación y renovación. Pero este Cirujano practica una operación espiritual que llega más hondo que la carne. El acero de su amor inconmensurable penetra más hondo aún que el cáncer moral del alma y no se detiene hasta que ha quitado cada partícula de mal y ha liberado el corazón.

Al evangelista se le extiende la invitación de convertirse en un médico espiritual, para que en esto también imite a su Maestro. Al ir de cama en cama llega a ser el ayudante del médico. No solamente desnuda el alma, sino que venda sus heridas. Anima y fortalece. Su presencia se asemeja a la de Cristo: es fragante y refrescante. ¡Qué campo más fértil para la obra evangélica!

En el distrito en el cual trabajo hay cuatro hospitales importantes: uno para enfermedades mentales, otro para tuberculosos, un tercero es el hospital del condado y hay un cuarto que es un hospital para medicina general. ¡Creo que ésta es una situación privilegiada para un distrito rural! Tengo la firme convicción de que para afrontar los problemas más difíciles, como los que se suscitan entre los internados del hospital de enfermos mentales por ejemplo, se necesita una preparación especial que capacite al ministro para ayudarles en forma efectiva. Desde esos lugares, se eleva un clamor tremendo que debe llegar hasta lo más hondo del corazón de los ministros.

Debemos limitar el desarrollo de este artículo no obstante, al evangelismo en un hospital de medicina general. Quisiera hacer unas cuantas sugerencias útiles, sin pretender que sean reglas infalibles, aunque creo firmemente que dan resultado. Consideremos (1) la administración del hospital, (2) el paciente, (3) los objetivos evangélicos.

La administración del hospital

Una de las formas más rápidas para establecer relaciones buenas entre el ministro y los administradores del hospital es cooperar con ellos. Nunca debemos olvidar como pastores que la institución nos concede el privilegio de visitar a los que están bajo su cuidado. La cooperación, por lo tanto, es esencial. Nunca presumamos que nuestra investidura tiene un poder especial para abrir todas las puertas en todas partes y en todo tiempo.

¿Qué queremos decir cuando hablamos de cooperación? Sencillamente esto. Todos los hospitales, ya sean públicos o privados, tienen ciertos reglamentos con respecto a las visitas de los pastores. Debiéramos averiguar cuáles son estos reglamentos y adherirnos a ellos incondicionalmente. Muchas instituciones de esta naturaleza insisten en que los pastores visiten a los pacientes en las horas indicadas. Otros dan al ministro el alto privilegio de visitarlos a cualquier hora del día. Si ésta fuera nuestra suerte, guardémosla religiosamente. Algunas reglamentaciones hospitalarias conceden al pastor una hora de visita además de la regular. Se la llama la visita pastoral. Esto ha resultado más satisfactorio, porque proporciona al pastor la oportunidad de estar solo con el paciente, lo que es muy bueno.

Conozca los reglamentos relacionados con el hospital que quiere visitar. Si fuese necesario, recabe el consejo de los administradores. Se beneficiará con tal proceder. Estos se convertirán en sus amigos porque notarán que Vd. quiere cooperar y que se interesa por el beneficio de la institución. Cuando un paciente está gravemente enfermo y no se espera que viva mucho tiempo, los administradores por lo general hacen todas las concesiones posibles al ministro evangélico. Es raro que se le niegue a uno de ellos la oportunidad de permanecer junto al lecho del enfermo.

No se olvide de los pequeños actos de cortesía que se pueden realizar al ir de un lado a otro por los pasillos y las salas. Un cordial buenos días siempre estará a punto cuando se pase frente a la oficina o la guardia. Camine con suavidad. Hable en voz baja. Salude y sonría a los administradores, a las enfermeras y a los médicos al pasar. La responsabilidad de ellos es muy pesada. Quizás tanto o más que la suya. Un rostro alegre alivia la presión de la vida y promueve la amistad.

Antes de entrar a la pieza del paciente, interrogue a la enfermera con respecto a su salud. Puede ser que esté demasiado mal para recibir visitas, o que necesite mucho descanso y no quisiera que se lo moleste. Ud. debiera saberlo.

Asegúrese de que el enfermo esté listo para recibirlo. No hay nada más molesto para una enfermera o practicante, o para el mismo paciente, que en medio de un tratamiento Vd. entre sin hacerse anunciar. Tal desconsideración resultará embarazosa tanto para Vd. como para ellos. Recuerde que el personal del hospital reconoce en Vd. a un ministro de Cristo. No lo desilusione.

El paciente

El paciente constituye el propósito de su visita. Se presenta ante Vd. en diversas formas. Puede ser joven, de edad mediana, o anciano. Puede estar tuberculoso, enfermo mentalmente o hallarse grave. Puede encontrarse en el período postoperatorio o estar recibiendo oxígeno o estar dentro de un pulmón artificial. Puede estar enyesado. Puede estar agradecido al personal del hospital o criticarlo. Puede ser cristiano o no serlo. Puede ser miembro de la iglesia y sin embargo no estar convertido. Puede ser un apóstata. Puede ser adventista. Puede ser metodista o católico. Puede tener mucha confianza. Puede estar desesperado. Puede ser que crea que todo lo que Dios permite que le suceda será para su bien. Puede preguntarse: “¿Por qué permite Dios que me sucedan estas cosas?”

¡Y allí está Ud., pastor! Y, precisamente, su obra consiste en que Ud. haga lo mejor que pueda. Personalmente me siento incapaz de acercarme a la pieza del enfermo sin buscar primero la dirección divina.

Al visitar a un enfermo, un pastor sagaz se dará cuenta inmediatamente de lo que necesita el paciente. El pastor debe ser también en parte médico y psicólogo. Estará alerta para descubrir cualquier indicación del bienestar o malestar del paciente. Percibirá el dolor torturante detrás de la sonrisa forzada. Notará la abundante transpiración que brota de la frente. Se dará cuenta de la dificultad que tiene para respirar. Verá inmediatamente si mejora o empeora. Descubrirá los temores y las frustraciones. Sabrá cuándo ha llegado una crisis o no. En cada oportunidad amoldará su comportamiento de acuerdo con las circunstancias. Cuando sabe que al enfermo le resulta difícil oír, se acercará a él para hablarle. Hará sugestiones que le ayudarán a sentirse cómodo. Nunca pronunciará una palabra que lo desanime. No dirá todo lo que sabe acerca de la enfermedad, ni divulgará información confidencial recibida del médico con respecto a la dolencia. Sabrá qué decir, y cómo y dónde hacerlo. Sabrá cuándo guardar silencio, y cuándo irse. Es éste un gran cometido, y no demasiado sencillo, para los embajadores de Cristo.

Sugestiones útiles

He aquí algunas sugestiones cuya práctica ayudará al paciente a sentirse cómodo:

1. Es mejor permanecer de pie junto a la cama que sentarse. Si se está sentado se estará a un nivel más bajo que los ojos del paciente. Deberá darse vuelta para mirar a donde está el pastor, y eso puede causarle dolor.

2. Si se habla en voz baja y bien modulada, no se lo cansará ni se molestará a los demás.

  • Manifieste buen ánimo; no sea demasiado serio.
  • Hable en forma positiva de la administración del hospital y del ambiente que allí reina, aunque el paciente discrepe con Ud.
  • La oración es un remedio poderoso. Úsela sistemáticamente.
  • La extensión de la visita dependerá del estado del doliente. Probablemente desee que Ud. se quede todo el día con él, pero recuerde que él está allí con un propósito. Una visita de esta naturaleza generalmente no debiera pasar de quince minutos. Que su visita sea animadora, pero corta.

Hay cinco clases de personas a quienes podemos tener el privilegio de visitar. Sin duda todos conocemos las dificultades que existen para clasificar a todas las personas. Pero a fin de ayudarles y hacer un buen punto de contacto con ellas, conviene conocer algo de sus antecedentes. De acuerdo con esto se las puede clasificar de la siguiente manera:

  1. Miembros activos de la iglesia (genuinamente convertidos).
  2. Miembros pasivos de la iglesia (necesitan dirección).
  3. Ex miembros de la iglesia (apóstatas).
  4. Miembros de otra iglesia.
  5. No cristianos.

Se notará que esta lista incluye prácticamente a todas las personas que se visitan. Al saber con quién tenemos que hablar, sabremos también qué tenemos que decirle. He tenido la oportunidad de visitar a miembros de cada una de estas cinco clases en mis visitas a los hospitales. He tenido resultados francamente animadores entre los miembros de cada grupo.

No hay necesidad de decir que la esencia de la obra evangélica que se puede hacer en general en los hospitales no consiste en la presentación de un curso de treinta lecciones de doctrinas bíblicas. Esto es muy difícil si no imposible. Tampoco se cumple el propósito predicándole al enfermo u ofreciendo largas oraciones junto a su lecho.

Pero sé ciertamente que si se restaura la confianza del paciente en Cristo y su ministerio, se logra un gran objetivo. El oro puro que puede haber en el alma del ministro no se esconde ante el enfermo. Este percibe la brillantez del carácter, y la opacidad de su alma responde a ese brillo. No solamente aparecerá el pastor allí como un testigo de Cristo, sino que logrará conquistar el alma del enfermo para él. El pastor la reclama para Dios. Esa vida llega a vestirse de “Cristo, … la esperanza de Gloria.” No es maravilla, pues, que la mensajera del Señor haya dicho:

“Doquiera reina el amor de Jesús, allí hay paz y descanso. Donde se albergue este amor, será una corriente refrescante en el desierto, que transformará la esterilidad en fertilidad.”—“Evangelista” pág. 638.

La confianza en un Evangelio cristocéntrico es el propósito de la obra evangélica que se puede hacer en los hospitales. No obstante, éste es sólo el medio. Cristo es el propósito.

1. Miembros activos de la iglesia. Encabezan la lista. Saben que su pastor es un genuino subpastor. “Las mías me conocen.” Él y su pastor hablan juntos del cuidado de Dios por las aves de los cielos y los hombres. Conversan en un idioma peculiar a la gente que espera ir pronto al hogar. La segunda venida de Cristo es un tema vital para ellos. Contemplan más allá de la sala de enfermos, llena de cuerpos quebrantados, hacia el futuro cuando todas las cosas sean nuevas. No existen argumentos allí.

2. Miembros pasivos de la iglesia. Necesitan dirección especial. Pueden tener dudas con respecto a Dios, la iglesia y sus doctrinas. Puede haber malos entendidos. Pueden haber descuidado la asistencia a la iglesia. La conversión es algo vago en ellos. Pueden admitir francamente que no están convertidos. Antes de enfermarse puede ser que no les hayan dado importancia a esos asuntos, pero ahora que están en el lecho de enfermo han tenido tiempo para meditar.

Que entonces el pastor fiel ponga en pie con ternura y tacto a esos seres humanos que luchan con ellos mismos. Esto se puede realizar conversando acerca de sus dificultades con sencillez cristiana. Revele simpatía hacia sus problemas. Para ellos son tremendos. Probablemente reconozcan que han recibido esa enfermedad con un propósito divino. Después de unas pocas visitas puede efectuarse una transformación. Pueden hacer una resolución. La iglesia se enriquecerá. Hay almas que se salvarán.

3. Ex miembros de iglesia. El ex miembro de iglesia, llamado apóstata por falta de un término mejor, no se siente tan feliz, por lo general, cuando el pastor del distrito lo visita. Y esto es natural, por supuesto. Traer a Cristo frente al apóstata lo hace sentirse incómodo. Algunos han reconocido que les ha producido más dolor que placer. El apóstata se muestra cauteloso. Puede comenzar a defenderse en cuanto se comiencen a insinuar las cosas espirituales. Puede creer que el pastor está tratando de descubrir las razones por las cuales ha dejado de ser miembro de la iglesia. Hará todo lo posible para evadirlo.

El verdadero pastor demostrará que es inofensivo y que no ha venido a formular preguntas ni a argumentar contra él. Probablemente el enfermo haya sido llevado al borde de la locura por parientes y amigos bien intencionados. Sabe que está lejos del reino. No le arroje a la cara esa verdad. La Hna. Elena G. de White sugiere lo siguiente:

“El espíritu de Jesús debiera constituir el fundamento del alma del obrero; es la palabra placentera y simpática, la manifestación de amor desinteresado por su alma, lo que derribará las barreras del orgullo y el egoísmo.”—Id., pág. 636.

Gane su confianza. Esto es lo fundamental. Visítelo a menudo y al hacerlo hable de los intereses de él. No hable de sí mismo. Deje que él vea a Cristo. Deje que hable de sus enfermedades. Converse con él en cuanto a su vida, su familia, y sus aspiraciones. Esta es la clave de la confianza. Puede ser que tenga suficiente energía como para relatarle algo de la historia de su vida. Escúchelo con intenso interés. Empleando la prudencia de la serpiente y la mansedumbre de la paloma, puede interrumpirle con mucho tacto para preguntarle: “¿Era Vd. miembro de iglesia antes de que esto o aquello ocurriera en su vida?” o “¿Vivía Vd. en tal o cual lugar cuando dejó la iglesia?” Las preguntas llenas de tacto pueden desembocar en una discusión beneficiosa. Vd. puede sentirse gratamente sorprendido al ver que el muro del orgullo se desmorona delante de sus ojos. Cristo penetrará en las cámaras secretas de su corazón y obrará una transformación. Esta es la forma más elevada de evangelismo.

4. Miembros de otra iglesia. Un pastor bautista muy conocido por mí me llamó desde larga distancia y me pidió que visitara a un miembro de su iglesia que estaba muriendo en el sanatorio para tuberculosos. Le aseguré que lo haría. Después que la enfermera me advirtió que mi visita fuera corta, fui junto al lecho. El cuerpo debilitado de la enferma revelaba muchos largos días de sufrimiento. Nos saludamos mutuamente. Le dije quién era y le informé que su pastor me había pedido que la visitara.

Debo confesar que esos momentos son para mí inolvidables. La enferma descubrió ante mí una fe de granito. Habló de la muerte con confianza y descansaba en el pensamiento de que iría a casa con “mi Jesús,” como ella decía. Hablé poco, porque cuando se está en presencia de una gran vida, uno se siente incapaz de hablar.

Antes de dejarla, oré encomendándola a Dios. A continuación oró ella con toda confianza repitiendo estas palabras: “Señor, tú eres nuestra fortaleza—y en seguida, de lo profundo de su corazón; —Bendice a los adventistas, y a los bautistas, y a tu pueblo en todas partes.” Terminó su petición, y yo le agradecí por haber sido tan amable al recordar a nuestro pueblo en su oración. Dejé esa sala de hospital convencido de que no la vería viva de nuevo en este mundo, pero no obstante, la profunda impresión que esta dulce ancianita dejó en mi alma se conservará siempre viva en mi memoria. Esta lección de una de las páginas de una vida me ha ayudado a ser más tolerante. AI visitar a los que pertenecen a otras iglesias debiéramos manifestar tal entusiasmo por el Evangelio que logremos que éste “arda en ellos.” Escuchemos estas palabras, y quiera Dios que se graben como letras de fuego en nuestro corazón:

“Los que difieren de nosotros en fe y doctrina debieran ser tratados con amabilidad. Son la propiedad de Cristo y vamos a encontrarnos con ellos en el gran día del ajuste final de cuentas. . .. Dios ha puesto sobre nosotros el deber de amarnos mutuamente como Cristo nos amó.”—Id., pág. 638.

Que estos pensamientos saturen nuestra alma y constituyan una fuerza guiadora mientras visitamos a los miembros de otras iglesias. Tenemos oráculos divinos en común. Espaciémonos en ellos. La fe del pastor adventista y la del paciente podrán crecer juntas.

5. Los no cristianos. Corrientemente asumen una actitud escéptica hacia todos los pastores en general. Desgraciadamente, se les puede adjudicar mucho el crédito a los mismos pastores de que esta actitud prevalezca. No obstante, en una proporción mayor aún, tal actitud se origina en un prejuicio o en la pureza de vida que prescribe el Evangelio, pureza que está en contraste directo con la forma en que ellos quieren vivir. El paciente no cristiano puede admitir francamente que es pagano y que le gusta su vino y su tabaco. Podrá decirle con fanfarronería que a pesar de su vida disipada es tan bueno como algunos cristianos que conoce. Podrá vanagloriarse de su larga vida. Generalmente a un hombre de ese calibre le gusta que se lo trate con franqueza. Es desenvuelto y franco y aprecia que se lo trate en la misma forma.

También encontramos al hombre correcto desde el punto de vista moral, que según él no necesita religión. No le ha hecho mal a nadie. Es más difícil persuadir a tal persona a que entre al reino. ¡Quiera Dios dar sabiduría al ministro y una mayor medida de su Espíritu!

Cierta vez estaba junto al lecho de un hombre que moría de leucemia. A pesar de que sabía que iba a morir, aparentemente manifestaba poco interés en el más allá. Lo había visitado varias veces y había tratado de persuadirlo a que aceptara el ofrecimiento de la gracia. Cuanto más se acerca a la muerte un hombre de esa clase, generalmente más sereno se pone. La ocasión en que lo visité era su último día de vida sobre la tierra. Había dejado de lado su pipa, que hasta entonces había constituido un adorno inseparable de su rostro. Había dejado también sus argumentos irrazonables del “sentimentalismo de la religión,” como decía él. Habló con sano juicio y sensibilidad completamente ajenos al orgullo y el prejuicio. Se preguntaba si habría ayuda para un “viejo chiflado” como él, y hablaba de otra ayuda superior a la de los médicos. Le aseguré que existía esa Ayuda, a saber Cristo. Lo aceptó como su Salvador. Creo que murió como un santo.

Después de probar que estas sugestiones son valiosas en la obra evangélica que se puede hacer en los hospitales, las paso a mis colegas en el ministerio. Tomen de ellas lo que valga la pena. Estoy convencido de que éste es un campo productivo y que después de estudiar fervorosamente y de hacer planes cuidadosos y llevarlos a la práctica con consagración plena, se podrá decir de los subpastores: no vinieron para ser servidos “sino para servir.”