Mientras tomábamos nuestras vacaciones largas (furlough), a fines de 1972, un joven llamado Aecio Cairus, ex alumno de mi clase, creó los estatutos para una nueva organización estudiantil a la que dio el nombre de la Misión Estudiantil del Plata. Esta Misión (que los alumnos llaman cariñosamente “la MEP”) fue planeada con una estructura similar a la de una asociación, con el objeto de ofrecer a los estudiantes la posibilidad de trabajar unidos en un medio que les permita conocer por experiencia las estructuras y relaciones de nuestra Iglesia, y ampliar sus posibilidades en el evangelismo personal y público.
Durante muchos años tanto los profesores como los alumnos se sintieron insatisfechos por la falta de un programa integral que permitiera a los alumnos de los cursos superiores aplicar la teoría que aprendían en las aulas. Mientras los profesores y alumnos estudiaban ideas que les permitieran equilibrar la obra misionera y de evangelización con el estudio, se destacaron cuatro puntos que aparecen en las páginas 82 y 83 del libro Servicio Cristiano. A los estudiantes debe concedérseles tiempo para que colaboren con la obra misionera, como parte de su preparación. Esto incluye, obviamente, a todas las asignaturas.
“Es necesario para su completa educación que los estudiantes tengan tiempo para hacer obra misionera, tiempo para familiarizarse con las necesidades espirituales de las familias que viven en derredor de ellos. No deben estar tan recargados de estudios que no tengan tiempo para usar el conocimiento que han adquirido” (Servicio Cristiano, págs. 82, 83. La cursiva es nuestra).
El Colegio Adventista del Plata es conocido desde hace mucho tiempo por su elevado nivel educativo. Aunque no se deseaba disminuir estos niveles, era evidente que a los alumnos se les asignaba muy poco tiempo, dentro del horario, para ocuparse de otra cosa que no fuese el estudio. Además, el hecho de que el colegio esté alejado de grandes centros de población, no ofrece una estructura adecuada para animar a los alumnos a aplicar sistemáticamente algunos de los conocimientos adquiridos.
El segundo punto que se destacó fue que los alumnos “deben hacer obra misionera en las ciudades y pueblos circundantes”.
“Dondequiera que sea posible, los estudiantes deben participar durante el año escolar en la obra hecha en las ciudades” (Ibid.).
He aquí otros dos principios que surgen de la siguiente declaración: “Pueden organizarse en grupos que hagan obra caritativa” (Ibid.).
El primero de estos dos principios se repite frecuentemente en los escritos del espíritu de profecía. Se dice que la idea de formar grupos pequeños de servicio cristiano fue recomendada “por Uno que no puede errar” (Id., pág. 92).
El segundo principio de la frase citada indica específicamente quién debe organizar estos pequeños grupos juveniles. A ELLOS MISMOS les cabe este privilegio y esta responsabilidad.
Como la finalidad de la MEP parecía encuadrar perfectamente en estos cuatro principios, se animó a los alumnos del colegio a que se organizaran de acuerdo con los planes presentados por el hermano Cairus.[1]
En abril de 1973, el alumnado del colegio estudió las ideas presentadas por el hermano Cairus y acordó agruparse bajo el nombre de “Misión Estudiantil”. La asociación local ofreció su apoyo a través de una subvención y les asignó un territorio que incluía tres iglesias y un buen número de ciudades y pueblos en los cuales jamás había entrado el mensaje adventista.
También el colegio y la iglesia local ayudaron económicamente a la Misión Estudiantil. Los alumnos vieron la necesidad de contribuir con sus propios recursos para la misión, con los que cubrieron, durante el segundo año, más de un tercio del presupuesto operativo de la misión. El año pasado integraron más de la mitad de los fondos necesarios. Los miembros de la iglesia perteneciente a la comunidad del colegio se comprometieron a prestar sus vehículos durante los fines de semana para transportar a los “obreros” de la misión a sus lugares de trabajo.
Los alumnos eligieron a sus dirigentes siguiendo la estructura típica de las asociaciones adventistas: presidente, secretario, tesorero y directores de los departamentos. Luego comenzaron a formar grupos pequeños para trabajar en las iglesias asignadas y para abrir obra en algunas de las ciudades y pueblos que todavía no habían recibido el mensaje. A fines del primer año, la Misión había preparado a 31 personas para el bautismo. En 1974 los alumnos prepararon a otras 46, y al concluir el último año escolar a cerca de setenta. Es muy probable que durante 1976 hayan sido más de doscientos los bautizados.
A medida que la misión fue madurando, la asociación local puso en sus manos responsabilidades cada vez mayores. Hoy el territorio en torno del colegio, asignado a la misión, tiene un radio aproximado de 160 km, con seis iglesias a su cargo. Además, los alumnos organizaron unos veinte grupos en los cuales, sábado tras sábado, varios centenares de personas estudian la Palabra de Dios.
Los alumnos, mientras llevan a cabo su programa de obra pastoral y de evangelización, disfrutan de experiencias realmente emocionantes. En una de las ciudades ubicada a 80 km del colegio, no había ningún interesado hasta el fin de semana correspondiente a la Pascua de 1975. La Junta de la misión formó un grupo para que realizara una serie de reuniones en esa fecha en la ciudad de Hernández. Cuando asistí a la última de esas reuniones, con la intención de ver cómo marchaban las cosas, hallé a nuestros jóvenes en un edificio dividido en dos habitaciones por un tabique de unos dos metros de alto. A un lado del tabique había un salón de billares con sus respectivas mesas, bar y la música estridente y alocada que acompaña a ese ambiente. Al otro lado, había alrededor de cincuenta personas que se esforzaban por escuchar el mensaje del Evangelio, en medio del estrépito de las voces y las risotadas provenientes de la otra mitad del salón.
Cuando les pregunté por qué habían escogido semejante lugar para celebrar reuniones religiosas, el director del grupo, Rigoberto Yefilaf, respondió: “No había otra cosa, pastor”. Gracias a la diligencia de los jóvenes y a la intervención especial de la Providencia, hoy, apenas un año más tarde, contamos con una atractiva capilla en esa pequeña ciudad, completamente pagada, con un total aproximado de medio centenar de personas que asisten fielmente al culto cada sábado.
Podríamos relatar muchos incidentes acerca de la provisión divina y la dedicación de los jóvenes. Pero hay quizá tres cosas que me han impresionado más en toda esta experiencia.
La primera es que en los diez años que he estado enseñando teología en el Colegio Adventista del Plata jamás vi un grupo de alumnos tan consagrado y unido. Cuando la Misión aún no existía, nos preocupaba el hecho de que entre los estudiantes de teología y los demás, había cierto distanciamiento. Hoy, eso ha desaparecido por completo.
El fervor espiritual de los alumnos es notable. No se trata de una excitación malsana, sino de una serena y permanente plenitud que ha alcanzado a todos los aspectos de la vida práctica. La consagración es un ejemplo para todos: Pastores, profesores y laicos. Es evidente que uno de los factores que ha producido esta revitalización espiritual es la Misión Estudiantil del Plata.
Finalmente, los progresos alcanzados en la eficacia de la tarea de evangelización han sido notables. Siempre hemos enviado el mayor número posible de alumnos para que ayuden en los ciclos que realizan los evangelistas de las asociaciones. Sin embargo, hasta hace poco tiempo el “campo” no se mostraba muy ansioso por recibirlos. En años anteriores, cada alumno preparaba para el bautismo de dos a cinco personas. En 1974, sólo logramos colocar a tres alumnos. Estos jóvenes habían adquirido experiencia al trabajar en la Misión Estudiantil, y alcanzaron un promedio notablemente superior al de los anteriores. Quizá en parte fue ésta la razón por la cual el año pasado pudimos ubicar a doce jóvenes. Cuatro en una campaña, siete en otra y uno en una tercera. Aunque eran bastante jóvenes —alumnos de segundo año— cada uno preparó más de veinte candidatos. El promedio que los alumnos alcanzaron en las tres campañas superó al de los ministros ordenados que trabajan tiempo completo.
El primer paso dado por el colegio para que su programa resulte más práctico, fue llamar a uno de los mejores evangelistas de la Unión Austral como profesor de Teología Aplicada. El programa del pastor Daniel Belvedere incluyó la participación de los jóvenes, una vez al año, en una campaña de evangelización de magnitud. El plan consiste en formar equipos de evangelización con tres o cuatro jóvenes que se destaquen por su interés y capacidad en esta tarea. El pastor Belvedere dará a estos jóvenes la preparación, los sermones y el material necesarios, y los ayudará a lanzar sus propias campañas.
Acabamos precisamente de completar nuestra primera campaña importante de evangelización, basada en este concepto, y nos sentimos emocionados al observar lo que Dios ha hecho por medio de estos jóvenes. A pesar de que el pastor Belvedere no pudo realizar personalmente esta campaña, tuvo a su cargo la preparación del equipo de jóvenes escogidos para esta experiencia. La junta de la misión eligió como evangelista a un joven que acaba de comenzar su labor docente en el colegio, y a otros cuatro alumnos como sus asistentes. Dos alumnos colportores precedieron al equipo en Villaguay (una ciudad de 20.000 habitantes) para preparar el terreno. Dos integrantes del equipo original se ofrecieron para trabajar sin otra remuneración que el alojamiento y la comida. Los otros dos no pudieron hacer lo mismo por razones económicas. Por fe, la misión siguió adelante y encontró amigos, tanto en Argentina como en los Estados Unidos, que ayudaron a cubrir los gastos de estudio de estos jóvenes durante el presente año escolar.
Cuando la junta de la misión analizó las posibilidades de Villaguay, pensamos que podríamos contar con una asistencia de 200 a 300 personas por noche, como promedio. Nos pareció que el calor del verano y el trabajo limitarían la asistencia. Sin embargo, la estación local de radio solicitó hacer reportajes a los jóvenes que estaban preparando la campaña. El gerente del programa insistió en que René Quispe, el joven elegido como evangelista, presentara un programa devocional de cinco minutos todos los días, a una hora muy conveniente, un mes antes de las reuniones. Gracias a esta ayuda, cuando comenzaron las reuniones, el 10 de enero, había más gente de pie (300) que sentada (250). Nos vimos obligados a realizar doble turno para acomodar a todo el público presente. ¡Y esta situación se prolongó hasta finalizar las reuniones!
Fue tanta la gente que solicitó estudios bíblicos que no pudimos atender a todos. El problema crítico que debió enfrentar la misión se resume en las siguientes palabras: “¿A quién podemos conseguir para que nos ayude a atender a estos interesados?” El elevado índice de inflación (735% entre marzo de 1975 y marzo de 1976) y la condición humilde de la mayoría de los alumnos, obligó a todos los que podían hacerlo a colportar para ganar sus becas para el año escolar. ¿Qué esperanza podíamos alimentar de hallar la ayuda necesaria?
Precisamente en el momento en que no teníamos esperanzas, el Señor comenzó a obrar. Víctor Osorio, un alumno casado, con tres hijos, que trabajaba cerca del colegio, debido a sus responsabilidades como director de la Asociación Ministerial de la Misión Estudiantil, expresó sus sentimientos. Estábamos en una reunión de junta de la misión, tratando de hallar una solución para el problema que teníamos por delante. “No sé de dónde llegará el dinero para mis estudios —dijo—, pero tengo la impresión de que debo ir a ayudar, si esta comisión lo aprueba. Con seguridad, el Señor proveerá”.
Al día siguiente otro joven que llegó inesperadamente al colegio, ofreció sus servicios. No habían pasado más de tres o cuatro días cuando llegó otro joven, que también aceptó el desafío de trabajar para el Maestro confiando en que él supliría todas sus necesidades.
Pero todavía había más interesados que instructores bíblicos para atenderlos. Entonces Luis Gaite, que tenía a su cargo el cuidado de la carpa, envió un S.O.S. a su joven esposa. Cuando ella llegó, Luis salió para llevar las palabras de vida a los que estaban hambrientos y sedientos, en tanto que su esposa se ocupaba de cuidar “voluntariamente” la carpa.
Cuando la Misión Estudiantil comenzó a trabajar en la ciudad de Villaguay, había apenas un puñado de miembros desanimados y divididos que se reunían en una pequeña capilla bastante descuidada y que necesitaba pintura, aunque tenía una edificación sólida y agradable, y capacidad para unas cien personas. Lamentablemente no había más que unas 35 endebles sillas, con las patas rotas y la esterilla de los asientos agujereada.
Hoy esa capillita no está llena, ¡está repleta! Noventa y siete miembros nuevos, bautizados en ese lugar, sumados a los 15 o 20 miembros fieles del año pasado, han seguido creciendo hasta formar una congregación de más de ciento veinte hermanos fieles, que no se limitan a asistir a la iglesia, sino que trabajan activamente para terminar la “obra” en el rincón del mundo donde viven. Algunos miembros de iglesia que hacía años que no asistían, han regresado.
Todos los fines de semana los alumnos retornan con noticias acerca de nuevos interesados. Precisamente en el momento de escribir este artículo, una de las chicas que trabaja allí nos contó que había salido tan emocionada después de dar un estudio bíblico, ante la decisión de una de sus alumnas, que distraídamente chocó con una señora en la calle. La colisión fue tan violenta que ambas se detuvieron. Entonces la señora le preguntó a Mónica: “¿Qué es eso que tiene en la mano?” “Una Biblia”, respondió Mónica. A continuación, la señora quiso saber si se trataba de una Biblia católica o de los Testigos de Jehová. Cuando la joven le dijo que no era ninguna de las dos, sino una Biblia impresa por las Sociedades Bíblicas, la señora expresó: “¡Cuánto me gustaría estudiar la Biblia! ¿Usted me podría enseñar?” ¡Y el domingo por la tarde recibió su primer estudio bíblico!
Para poder cimentar el aspecto misionero de la Misión Estudiantil sobre una base sólida, necesitamos contar con un equipo propio. El 22 de enero de 1976, por la gracia de Dios y el sacrificio y la energía juvenil de los integrantes de la misión, unidos a la generosidad de algunos amigos, pudimos firmar un contrato para adquirir una carpa inflable. La ofrenda MV de 1976 en la Unión Austral ha sido destinada al equipamiento de esta carpa. Esta ofrenda es un buen comienzo para adquirir el equipo necesario, a fin de que sea aún más efectivo el programa de preparación de los jóvenes de la Unión Austral para evangelizar.
El segundo aspecto del programa que estamos desarrollando en el colegio está relacionado con la capacitación de los jóvenes, a fin de que sepan movilizar las fuerzas laicas de nuestras iglesias. En esta época, cuando los laicos están mejor equipados que nunca; cuando los hombres están dispuestos a reconsiderar las normas vigentes y a estudiar las razones por las cuales la iglesia primitiva se extendió con tanta velocidad y eficacia hasta los confines del mundo, buscamos la manera de desafiar a nuestros jóvenes para que sean más que meros “predicadores”. Que se conviertan en educadores capaces de inspirar a cada uno de los miembros de su congregación, a fin de que descubran el “don” que Dios prometió a todos sus hijos, y lo pongan en acción para gloria de él. Los directores de los departamentos de la Unión Austral y de las asociaciones están participando activamente en este proceso de capacitación, ayudando a los alumnos a adquirir mayor eficiencia en la preparación de nuestras fuerzas laicas, y en la confirmación de los que se han bautizado en fecha reciente, para que lleguen a ser poderosos y eficaces “ministros” (Efe. 4:12) y que, de este modo, la obra pueda ser terminada y el Señor venga para rescatarnos de este cansado mundo.
Surge en mi mente la pregunta siguiente: “¿Qué sucedería con nuestros jóvenes en otras partes del mundo, si se adaptara un plan similar al que hemos expuesto? ¿Qué ocurriría en nuestros colegios superiores o en ciertas ciudades que cuentan con el número necesario de jóvenes adventistas, capaces de establecer sus propias misiones estudiantiles?
Si la experiencia que estamos gozando en el Colegio Adventista del Plata guarda alguna relación con lo que podría esperarse en otras partes del mundo, la respuesta a esa pregunta será: SE PRODUCIRIA UNA VERDADERA REVOLUCION. Pronto tendríamos ese “ejército de. . . jóvenes bien preparados” que avanzaría para concluir la obra. Un ejército con estandartes, cantando la canción de victoria. ¡El Evangelio traspasaría nuevas fronteras! ¡Siempre adelante, hacia una evangelización cada vez más renovada!
Sobre el autor: Profesor de teología en el Colegio Adventista del Plata y consejero de la Misión Estudiantil del Plata, Entre Ríos, Argentina.
Referencias
[1] Aeclo Cairus se encuentra actualmente estudiando en la Universidad Andrews, y tiene planes de regresar en 1977 al Colegio Adventista del Plata, donde enseña idiomas bíblicos y teología. Se siente deudor, en líneas generales, por la idea que dio origen a su trabajo de organizar los estatutos de la Misión Estudiantil a nuestro Colegio del Perú, a la SEM (Sociedad de Estudiantes Misioneros) organización estudiantil previa del Colegio Adventista del Plata, que luego se transformó en la Misión Estudiantil, y a los estatutos de la Asociación Argentina Central.