En un día de abril a principios de este siglo, el famoso trasatlántico Titanio se dirigía a toda velocidad hacia Nueva York. ¡Nadie sospechaba que aquél sería su único viaje!
Cuando la gigantesca nave chocó con un témpano de hielo mientras iba a toda máquina, se abrió un enorme boquete en su casco. El famoso barco comenzó a hundirse lentamente bajo las olas. Por último, en muy poco tiempo, se fue a las profundidades. Más de 1,500 personas murieron aquella noche fatal. Muchas fascinantes historias de interés humano han surgido de aquella tragedia.
Pero la historia que me ha impresionado profundamente es la del coronel Gacey. La esposa del coronel no pudo conciliar el sueño la noche del viaje del Titanio. Ella se encontraba a miles de kilómetros del lugar de la tragedia ocurrida en el Atlántico Norte. Mientras pensaba ansiosamente en su esposo, sintió una extraña corazonada de peligro. Estaba intranquila, no podía dormir. No imaginaba que precisamente en esa hora, a miles de kilómetros de distancia, su esposo luchaba por su vida sobre las heladas aguas del Atlántico Norte. Por su parte, el coronel, ya casi congelado, pensó: “Esto es el fin, se acabó la vida”. Precisamente cuando sus fuerzas se habían agotado completamente, un bote salvavidas surgió, al parecer, de la nada. Desesperadamente se asió del borde del bote. Fuertes brazos lo levantaron y subieron a bordo inmediatamente.
Bendito es el hombre cuya esposa conoce a Dios y ora por él. Bendita la mujer cuyo esposo conoce a Dios y ora por ella. Benditos los jóvenes cuyos padres conocen a Dios y oran por ellos.
Cuídalo, por favor
En mis años de adolescencia, los ecos de las oraciones de mi padre me impidieron hacer algunas cosas que sé que las hubiera hecho de no haber sido por aquellas oraciones.
Bienaventurado es el esposo cuya esposa ora por él. Bienaventurada es aquella esposa cuyo esposo ora por ella. Bienaventurados son los hijos durante aquellos traumáticos años de sus vidas que saben que sus padres conocen a Dios y oran por ellos. Pero mucho más alentador es saber que Cristo está orando por usted.
Juan 17 es uno de los capítulos más significativos de la Biblia. Registra la más completa y abarcante oración de Jesús elevada en favor de su pueblo. En este capítulo escuchamos los fervientes ruegos de Jesús para que su pueblo sea salvo. Jesús enfocó su atención en la oración por usted. Ante él estaban la sala del juicio de Pílalo, el látigo, la flagelación y el monte Calvario. Sin embargo, esa noche en el jardín, Jesús oraba por usted. Miraba más allá del tribunal de Pilato, más allá del Calvario y pensaba en usted.
Su oración nos habla del amor más grande de todo el universo. “Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti” (Juan 17:1). “Padre, esa terrible hora ha llegado, la hora de mi muerte y la cruz, la hora cuando el gran conflicto entre el bien y el mal será finalmente resuelto y decidido mientras yo, tu Hijo, ofrezco mi vida como sacrificio sobre la cruz del Calvario”. La hora de la mayor agonía de Jesús sería la hora de su mayor gloria. La hora de su muerte sería la hora de su glorificación. Jesús marchó hacia la muerte, no como un soldado derrotado, sino como un general victorioso. La hora de la muerte de Jesús iba a ser I a hora de su mayor gloria, porque sería la demostración más clara en todo el universo del amor de su Padre. Jesús reveló su incomparable amor en la cruz.
El hizo comprensible el mensaje
Cuando Jesús fue levantado en la cruz, hizo comprensible el mensaje. Satanás es un mentiroso. Dios es amor. El amor divino habría recorrido cualquier distancia para salvar a la raza humana. La oración de Jesús, registrada en Juan 17, está saturada de amor. ¡Jesús hizo tres peticiones específicas por nosotros esa noche! “Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre para que sean uno, así como nosotros” (Juan 17:11). Jesús estaba pensando en usted. No estaba pensando en la corona de espinas, los clavos o la lanza, -estaba pensando en usted.
“Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:21).
El oró por la unidad de su iglesia. Oró por la unidad y la armonía. La evidencia más convincente de que Jesús vino al mundo ha de verse en la transformación que ocurre en los corazones y las vidas de los miembros de su pueblo.
Los ecos de aquella oración de Jesús reverberan en el corredor del tiempo y hablan a mi corazón como si yo lo estuviera escuchando orar. “Padre, para que ellos sean uno. Para que el mundo conozca que tú me enviaste”.
En súplica ferviente a Dios, declaró: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu Palabra es verdad” (Juan 17:15-17).
Jesús estaba diciendo: “Yo no te pido que mis seguidores se aparten del mundo y se confinen en monasterios rodeados de altas murallas. Siempre habrá tentaciones alrededor de ellos. Serán tentados a hacer el mal. Las atracciones del pecado serán muy reales para ellos. Las tentaciones de Satanás no son ilusiones: los que yo amo serán tentados en todos lados. Serán tentados a olvidarse de mí. Sus prioridades pueden llegar a ser confusas. Padre, yo no pido que los saques del mundo. Pido que, en medio de las más fieras tentaciones de Satanás, por medio de la influencia santificadora de tu Palabra, sus corazones y mentes sean transformados. Padre, te pido que, a través de mi Palabra, sus mentes sean santificadas. Padre, ruego que a través de mi Palabra sus mentes sean preservadas del mal que impera en el mundo”.
Muchos libros son inspiradores, pero sólo la Biblia es inspirada. Muchos libros son iluminadores, pero sólo la Biblia es iluminada. Muchos libros son buen alimento para la mente, pero sólo la Biblia es verdadero alimento para el alma. Muchos libros son relativamente orientadores para la vida, pero sólo la Biblia provee poder para vivir.
Jesús estaba diciendo: “En el juego de la vida, cuando los valores se distorsionen y las prioridades se vuelvan confusas -en un mundo donde abajo es arriba y arriba es abajo; en un mundo que ha confundido fatalmente sus valores -, llenad vuestras mentes con verdades provenientes de la Palabra de Dios”.
Por eso, cuando la vida se vuelve excesivamente frenética, y el orden de mis prioridades se altera, yo recuerdo un jardín y recuerdo una noche.
Una oración por la unidad
Jesús oró primero por la unidad de su iglesia. La segunda vez oró para que los hombres y las mujeres que vivieran en el mundo de los noventas, con la vida que gira en torno suyo con paso frenético, no olvidaran lo que realmente cuenta para la eternidad.
Finalmente, Jesús alcanzó el clímax de su oración. En Juan 17:24, dice:
“Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo”
Pensemos por un momento en lo que Jesús estaba afrontando. Y, sin embargo, no estaba pensando en el sufrimiento, en el dolor, la agonía. Su mente no estaba ocupada pensando en lo que le ocurriría. Pensaba en usted. Pensaba en mí. Cristo sabía que más allá de los sufrimientos, más allá del rechazo, más allá de la muerte, había una mataría de la resurrección. Jesús sabía que pronto se dirigiría de vuelta a su hogar.
Por primera vez, estaba separado de su Padre Desde el primer albor de su inteligencia humana, sintió conscientemente la separación. Si, pasó mucho tiempo en oración. Sí, pasó mucho tiempo en sus devociones. Y, sin embargo, de todos modos, estuvo separado de su Padre durante 33 años y medio.
Poco después, sobre el Monte de los Olivos, levantó sus manos para bendecir a sus discípulos Ahora va rumbo a su hogar; es tiempo de partir. Y a medida que levanta sus manos, una fuerza más poderosa que la que se necesita para lanzar mil cohetes al espacio, una fuerza mayor que la de la gravedad, comienza a atraerlo hacia el cielo. Ahora va rumbo a su hogar. Mientras asciende más y más, mira hacia abajo y ve a sus discípulos de pie todavía allí mirándole. Ve el mar de Galilea sobre el cual caminó una vez. Ve a Belén y recuerda cómo nació allí en una cuna de madera. Ve el Calvario, donde fue clavado en una cruz de madera. Ve la sala del tribunal de Pílalo, donde fue condenado. Ve el Monte de los Olivos, donde predicó su extraordinario sermón. Ve a Betania, hogar de Lázaro, Marta y María. Ve la tumba vacía de Lázaro, mientras asciende más y más, ve su propia tumba vacía en el jardín, con la piedra revuelta.
De vuelta al hogar
Va rumbo a casa. Pronto estará fuera de la vista de la tierra y entrará en los portales celestiales. Y mientras asciende, es recibido por decenas de millares de ángeles. La Biblia describe la escena y el himno que los ángeles cantaron cuando se reunieron para saludar a su Señor que volvía al hogar, y David pinta esa maravillosa escena en el Salmo 24. Describe su belleza y majestad. El salmista pinta el cuadro de esa magna y gloriosa ocasión cuando Jesús vuelve a su hogar. En majestad, gloria y esplendor, es recibido por sus santos ángeles que comienzan a cantar un gran coro antifonal.
Los ángeles se dividen en grupos. Uno canta la melodía, haciendo la pregunta, y el otro canta una armoniosa respuesta. Las voces armónicamente combinadas de los incontables ángeles reverberan por todo el cielo. “Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria. ¿Quién es este Rey de gloria? Jehová el fuerte y valiente, Jehová el poderoso en batalla. Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotros puertas eternas, y entrará el Rey de gloria. ¿Quién es este Rey de gloria? Jehová de los ejércitos, él es el Rey de la gloria” (Sal. 24:7-10).
Escuchemos mientras un grupo de ángeles entona el himno: “¿Quién es este Rey de gloria?” Y otro grupo responde: “Jehová el fuerte y valiente, Jehová el poderoso en batalla”. Ellos no preguntan, “¿Quién es este Rey de gloria?”, porque no lo sepan. Repiten la pregunta musical porque quieren cantar alabanzas a su Nombre.
Las puertas del cielo se abren de par en par y, secundado por los cantos sublimes de decenas de millares de ángeles, Jesús entra al glorioso esplendor del cielo. Y allí, de pie frente a él, con los brazos abiertos, está su Padre. En ese maravilloso momento, el Padre y el Hijo se unen de nuevo, un silencio y una quietud dominan los atrios celestiales. Los querubines y serafines guardan silencio. Los ejércitos del cielo están quietos ahora.
Los ángeles se preparan para elevar sus voces de nuevo en majestuosos cánticos de alabanza. Pero Jesús levanta sus manos y los detiene. Está de pie, callado, ante su Padre, por un momento. Jesús no aceptará la adoración de los ángeles. No aceptará todavía el cálido abrazo del Padre. Jesús está de pie y levanta sus manos atravesadas por los clavos y dice: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo. Padre, no puedo aceptar tu cálido abrazo o los cantos de alabanza de los ángeles hasta que yo sepa que, a causa de la cruz del Calvario, a causa de mi sacrificio, mis seguidores que están en la tierra estarán aquí conmigo algún día”. Y el Padre contesta: “Hijo, tu sacrificio fue aceptado”. Inmediatamente los ángeles prorrumpen en cánticos que elevan la nota más sublime del coro celestial: “Digno, digno es el Cordero que fue inmolado”.
Si, aquella noche en el jardín, con el tribunal de Pilato y el monte Calvario ante él, Jesús pensó tanto en mí como para orar por mí; él tiene que haberme amado demasiado. Y si Jesús, aquel día glorioso en el cielo no aceptó el abrazo de su Padre, el amante abrazo paterno, hasta que estuvo seguro de que yo estaré allí, entonces es que me ama demasiado, ¡y yo quiero estar allí!
Cuando la vida parezca tener poco significado para usted, y su cabeza le dé vueltas; cuando el desaliento lo envuelva como olas furiosas; cuando la melancolía lo abrume, acuérdese de un jardín; acuérdese de una noche, y escuche el eco de las palabras de Jesús: “Padre, quiero que donde yo estoy, ellos también estén conmigo”.
¡Recuerde, Jesús está orando por usted! Permita que el eco de sus oraciones le inspire para no darse por vencido.
Sobre el autor: Orador y director del programa de televisión “It is Written”.