A causa del creciente interés que se manifiesta en el uso de dispositivos mecánicos en la obra ministerial—como la televisión, los franelógrafos, las máquinas proyectoras, los grabadores de cinta magnética, y otros aparatos, todos ellos valiosos en sí mismos,— uno se pregunta si el evangelista no se sentirá inclinado, tal vez inconscientemente, a depender cada vez más de estos auxilios materiales en lugar de acudir a la fuente esencial, la unción del Espíritu Santo.
El término unción aparece una sola vez en el millar de páginas que integran las Sagradas Escrituras. Se halla en 1 Juan 2:20; “Mas vosotros tenéis la unción del Santo.
El significado del término unción es “la acción del ungimiento y la cualidad que se advierte en la manera de hablar que expresa devoción y fervor religioso.” La extremaunción, un sacramento de la Iglesia Católica, consiste en el ungimiento de un enfermo en peligro de muerte.
La unción de que habla el apóstol es un don que el creyente recibe directamente del Santo, y que lo capacita para comprender la voluntad o la Palabra de Dios. “Mas vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas.” Este tema también se trata en el Evangelio de Juan; al hablar de los discípulos como ovejas, expresa: “Las ovejas oyen su voz.” Aquí la inspiración divina se refiere definidamente a la recepción del Espíritu Santo, porque Juan escribe un poco más adelante: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, al cual el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas que os he dicho.” (Juan 14:26.)
El evangelista posteriormente escribe: “Pero cuando viniere aquel Espíritu de verdad, él os guiará a toda verdad; … y os hará saber las cosas que han de venir.” (Juan 16: 13.)
Esta unción es el poder del cual Jesús habló con tanto fervor a sus discípulos, poco antes de su ascensión: “Y he aquí, yo os enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros: mas vosotros asentad en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de potencia de lo alto.” (Luc. 24:49.)
Resulta evidente que hubiera sido inútil que los apóstoles emprendieran la comisión evangélica sin recibir antes la unción del Espíritu Santo. Los discípulos comprendieron y obedecieron la indicación de Jesús de aguardar el ungimiento del Espíritu. Era imperativo que lo hicieran así y los resultados prueban en forma concluyente el valor eterno de esa unción. Sin este período de espera y preparación no hubiera habido Pentecostés, y sin Pentecostés la organización del cristianismo primitivo habría fracasado en sus comienzos.
El vehículo del tiempo ha hecho recorrer a la iglesia, desde aquel acontecimiento histórico, un gran trecho, tanto en distancia como en experiencia. Pareciera que hoy hemos superado la sencillez de esa primera organización; y ello ha hecho que la complejidad de las cosas, nos alejase de la fuente vital de poder, y de la vida espiritual.
Algunos hombres y mujeres temerosos de Dios, que han sentido en sus almas el quebranto espiritual del ministerio en esta época dominada por el materialismo, nos han llamado la atención reiteradamente hacia nuestra lastimosa condición.
Del primer capítulo del libro “Power Through Prayer,” de E. M. Bounds, extractamos las siguientes declaraciones que constituyen un desafío estimulante del pensamiento:
“Nos vemos constantemente urgidos, si no presionados a trazar nuevos métodos, nuevos planes, nuevas organizaciones tendientes a impulsar la obra de la iglesia y a asegurar mayor expansión y eficiencia para el Evangelio. En esta modalidad se observa una tendencia a perder de vista el factor humano, o a sumergir al hombre en el plan o en la organización. El plan de Dios consiste en elevar al hombre; en levantarlo por encima de todas las cosas. Los hombres mismos constituyen los métodos de Dios. La iglesia busca métodos mejores; Dios busca hombres mejores. ‘Fué un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan.’ El plan divino que proclamó y preparó el camino para el advenimiento de Cristo se centralizaba en ese hombre Juan. … La gloria y la eficacia del Evangelio dependen de los hombres que lo proclaman. Cuando Dios declara que ‘los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para corroborar a los que tienen corazón perfecto para con él,’ pone de manifiesto la necesidad que tiene para utilizarlos como conductos a través de los cuales ejercer su poder sobre el mundo. Esta verdad vital y urgente es una de las que esta edad de maquinismo está pronta a olvidar…
“Lo que la iglesia necesita hoy no es mayor número ni mejores máquinas, no son nuevas organizaciones ni profusión de métodos modernos; lo que necesita son hombres que el Espíritu Santo pueda utilizar—hombres de oración, hombres poderosos en la oración. El Espíritu Santo no se manifiesta a través de los métodos, sino a través de los hombres. No desciende sobre las máquinas, sino sobre los hombres. No unge los planes, sino a los hombres —a los hombres de oración.”—Págs. 9, 10.
No fué la asociación de Pedro con una iglesia debidamente organizada, o sus títulos en cuestiones de teología, lo que lo calificó para hablar con tanto poder en el día del Pentecostés, cuando miles de almas se convencieron y exclamaron: “Varones hermanos, ¿qué haremos?” El secreto del poder de los apóstoles es evidente para todos: habían obedecido sin reservas las instrucciones del Salvador. Con otras personas habían estado perseverando ‘‘unánimes en oración y ruego.” “Y como se cumplieron los días de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos; y de repente vino un estruendo del cielo como de un viento recio que corría, el cual hinchió toda la casa donde estaban sentados. … Y fueron todos llenos del Espíritu Santo.” (Hech. 2: 1-4.) Era la “unción del Santo.”
“Esto es lo que fue dicho”
Cuando el apóstol Pedro explicó este notable fenómeno, observó: “Mas esto es lo que fué dicho por el profeta Joel.” (Hech. 2:16.) El término esto se refería a la investidura de poder; la expresión lo que fué dicho trataba de la predicción de lo que acontecería. Lo que recibirían era el poder de que hablaba la promesa del Señor.
La experiencia del Pentecostés constituía sólo un cumplimiento parcial de la profecía de Joel, porque en otra parte de la misma leemos: “Porque os ha dado la primera lluvia arregladamente, y hará descender sobre vosotros lluvia temprana y tardía como al principio.” (Joel 2:23.)
“Pero acerca del fin de la siega de la tierra, se promete una concesión especial de gracia espiritual, para preparar a la iglesia para la venida del Hijo del hombre.”—”Los Hechos de los Apóstoles” pág. 41.
“El derramamiento del Espíritu en los días apostólicos fué la ‘lluvia temprana,’ y glorioso fué el resultado. Pero la lluvia ‘tardía’ será más abundante.”—”El Deseado de Todas las Gentes” pág. 755.
Aunque a nuestro alrededor hay muchas cosas que nos inspiran confianza en la dirección divina, mientras sembramos el mensaje en muchas regiones del mundo, debemos admitir que no vemos esa demostración de la plenitud del poder divino.
Por todas partes vemos guerras, hambrunas, animadversión, amor a los placeres, inmoralidad, descontento, y decimos: “Esto es lo que fué dicho” por los profetas o por el Señor o por los apóstoles. ¿Pero dónde está ese poder del Espíritu en su plenitud que nos capacitaría para decir: “Este es ese poder, ese poderoso ángel que alumbraría el mundo”?
En “Los Hechos de los Apóstoles,” pág. 38. leemos:
“No es por causa de alguna restricción de parte de Dios por lo que las riquezas de su gracia no fluyen a los hombres sobre la tierra. Si la promesa no se cumple como debiera, se debe a que no es apreciada debidamente. Si todos lo quisieran, todos serían llenos del Espíritu. Dondequiera la necesidad del Espíritu Santo sea un asunto en el cual se piense poco, se ve sequía espiritual, oscuridad espiritual, decadencia y muerte espirituales. Cuandoquiera los asuntos menores ocupen la atención, el poder divino que se necesita para el crecimiento y la prosperidad de la iglesia, y que traería todas las demás bendiciones en su estela, falta, aunque se ofrece en infinita plenitud.
“Puesto que éste es el medio por el cual hemos de recibir poder, ¿por qué no tener más hambre y sed del don del Espíritu?”
Libres de las Actividades Seculares
Si queremos asegurarnos los resultados que obtenían los apóstoles, tenemos que emplear los métodos apostólicos. Los dirigentes de la iglesia cristiana primitiva no tardaron en comprender que los apóstoles tenían que liberarse de otros trabajos, por importantes que fueran, que ocupaban su tiempo y energía impidiéndoles entregarse por entero a la oración y al ministerio de la Palabra.
“Los apóstoles reunieron a los fieles en asamblea, e inspirados por el Espíritu Santo, expusieron un plan para la mejor organización de todas las fuerzas vivas de la iglesia. Dijeron los apóstoles que había llegado el tiempo en que los jefes espirituales fuesen relevados de la tarea de socorrer directamente a los pobres, y de cargas semejantes, pues debían quedar libres para proseguir con la obra de predicar el Evangelio. Así que dijeron: ‘Buscad pues, hermanos, siete varones de vosotros de buen testimonio, llenos de Espíritu Santo y de sabiduría, los cuales pongamos en esta obra. Y nosotros persistiremos en la oración, y en el ministerio de la palabra.”
“Esta medida estaba de acuerdo con el plan de Dios, como lo demostraron los inmediatos resultados que en bien de la iglesia produjo. ‘Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba en Jerusalén, también una gran multitud de los sacerdotes obedecía a la fe.’ “—Los Hechos de los Apóstoles, págs. 66, 67.
¿No enseña esta experiencia una lección a la iglesia de nuestros días? ¿No podría suceder que en la complejidad de la organización los ministros se vean atados al manejo de los negocios de la obra, a tal punto que ello redunde en el enfriamiento espiritual de la iglesia? En el libro “Obreros Evangélicos” leemos este solemne consejo:
“He recibido instrucciones acerca de lo importante que es que nuestros ministros se mantengan libres de las responsabilidades que deben ser llevadas mayormente por hombres de negocios. De noche, me vi en una asamblea consistente en unos cuantos de nuestros hermanos que llevan la carga de la obra. Estaban muy perplejos acerca de asuntos pecuniarios y estaban consultando acerca de cómo se podía llevar la obra a cabo con éxito. Algunos pensaban que se podría limitar el número de obreros, y obtener, sin embargo, todos los resultados esenciales. Uno de los hermanos que ocupaba una posición de responsabilidad estaba explicando sus planes, y expresando lo que deseaba ver hecho. Varios otros presentaron asuntos para que se considerasen. Entonces se levantó uno que tenía dignidad y autoridad y empezó a declarar los principios que debieran dirigirnos. Dijo a varios predicadores:
“Vuestra obra no consiste en la dirección de asuntos financieros. No es prudente que los emprendáis. Dios tiene cargas para vosotros, pero si seguís ramos de obra a los cuales no os habéis adaptado, vuestros esfuerzos para presentar la Palabra resultarán estériles. Esto os ocasionará un desaliento que os descalificará para la misma obra que debierais hacer—una obra que requiere cuidadoso y sano discernimiento, juicio abnegado.’ “—Pág. 436.
“No pocos ministros están descuidando la obra para la cual han sido nombrados. ¿Por qué se nombran miembros de juntas y comisiones a aquellos que han sido puestos aparte para la obra del ministerio? ¿Por qué se les convoca a asistir a tantas reuniones de negocios, muchas veces a gran distancia de sus campos de labor?… ¿Por qué no se ponen los asuntos de negocios en manos de hombres de negocios? Los ministros no han sido designados para hacer esta obra. Las finanzas de la causa han de ser manejadas por hombres capaces; pero los ministros han sido destinados a otro ramo de trabajo… Cuando tratan de llevar estas cargas, esto resulta en desmedro de su comisión evangélica.”—Id., págs. 439, 440.
La unción constituye un vínculo de unidad
Los apóstoles conocían el valor y sentían la importancia de un completo abandono de sí mismos al ministerio de la oración y al constante estudio de la Palabra. San Pablo escribió: “Orando de noche y de día con grande instancia.” “Nosotros persistiremos en la oración,” aseguraron los apóstoles a los hermanos y a los colaboradores en el manejo de los negocios de la iglesia.
Ya ha pasado más de un siglo desde el nacimiento del mensaje adventista. Agradecemos a Dios por la medida de prosperidad que ha gozado su proclamación y por los resultados alcanzados. Cito las palabras de la sierva del Señor, que tuvo una participación tan activa en la historia de los comienzos del mensaje, y que ahora aguarda la recompensa:
“Y hoy, Dios está usando todavía su iglesia para dar a conocer su propósito en la tierra. Hoy los heraldos de la cruz están yendo de ciudad en ciudad, y de país en país, preparando el camino para la segunda venida de Cristo. Se está exaltando la norma de la ley de Dios. El Espíritu del Todopoderoso está moviendo el corazón de los hombres, y los que responden a su influencia llegan a ser testigos de Dios y de su verdad.”—Los Hechos de los Apóstoles, pág. 40.
Necesitamos esta unción del Espíritu de Dios para mantenernos unidos en ese vínculo de unidad que fué el gran motivo de preocupación de Cristo en sus oraciones. Cuando el Espíritu no mora en nosotros, asumimos una actitud de crítica y sospecha, y desaparece la confianza mutua. Un espíritu de verdadero cristianismo origina este poderoso vínculo de unión, que es tan indispensable para la adecuada ejecución de la obra de Dios. Nos permite valorar los puntos de vista de los demás, y nos induce a manifestar tolerancia con quienes difieran de nosotros en la opinión. Pretendemos tener una organización democrática, de manera que debemos esforzarnos por mantener un espíritu democrático en todo momento.
Si ese espíritu es necesario en un gobierno de la tierra en los asuntos de estado, cuánto más necesario es en el gobierno de la iglesia, en los asuntos del alma. El apóstol Pablo dijo: “Porque el Señor es el Espíritu; y donde hay el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (1 Cor. 3:17.)
En vista del tiempo extraordinario en quo vivimos, de lo tardío de la hora, de la ola de iniquidad que barre el mundo, de la magnitud de la obra que resta por cumplirse, de la esperanza del pueblo de Dios de recibir la anhelada dirección espiritual, y sobre todo, del chasco que le ocasionaríamos a Cristo a causa de nuestra indiferencia, ¿no abriremos de nuevo los corazones a su influencia, para que more en ellos y nos conceda esa dulce y bendita “unción del Santo”?
Sobre el autor: Ex misionero de la División Australasiana.