Hay demasiado prejuicio hoy en contra de la doctrina, especialmente en contra de la predicación doctrinal. Algunos sostienen que las doctrinas son demasiado oscuras, demasiado difíciles de explicar a los laicos, y como hay tantas opiniones diferentes, tales sermones producen más confusión que conocimiento. Triste es decirlo, hay algunos que han llegado al extremo de afirmar que no importa lo que uno crea, con tal que se comporte bien y asista a la iglesia.

            ¿Cómo puede una persona conducirse correctamente si no entiende la Biblia?

            ¿Por qué habría de interesarse en una iglesia y asistir a ella si no comprende lo que sostiene esa iglesia en cuanto a la fe? Predicación doctrinal no es otra cosa que enseñar la Biblia.

            La anemia espiritual en nuestra vida eclesiástica se debe al imperio de estas ideas y a este temor de la predicación doctrinal. Los miembros de iglesia muy a menudo no saben sobre qué están fundados en lo que respecta a la fe. No es raro oír a un laico, o incluso a un pastor, expresar su apoyo a una doctrina contraria a la posición predominante de su iglesia. Es lamentable que haya tantos miembros de iglesia que sean infantes en cuanto a doctrina.

            Jamás podremos tener una iglesia vigorosa y madura o un cristianismo fuerte hasta que tengamos cristianos maduros. Para ser maduros debemos conocer la doctrina. Necesitamos desesperadamente un reavivamiento de la predicación doctrinal desde nuestros púlpitos. Entonces la teología será clara y eliminaremos automáticamente nuestros conflictos y mucha disparidad de opiniones. Esto también producirá una feligresía lectora de la Biblia, pensadora y fiel.

            Debemos enfrentar con seriedad esta ignorancia arraigada que afecta cada una de las posiciones que abrazamos. Ideas confusas y rumores son a menudo el único conocimiento que muchos tienen en cuanto a grandes doctrinas fundamentales. Como marcha el pastor, así avanza la iglesia. Por lo tanto, dejémonos de cartelones y de campañas y prediquemos la doctrina si queremos llenar esos bancos vacíos. Prediquemos la doctrina y saquemos el polvo acumulado en los asientos de la galería. Atengámonos a la sana enseñanza y evitemos esos comentarios bibliográficos, y veremos aumentar nuestro auditorio. Prediquemos el diario de mañana escrito hace muchos siglos. Sepan nuestros miembros que cuando predicamos, dejamos fuera el mundo de nuestros sermones. Conmovamos sus almas con la Palabra de Dios. Dejemos de hablar acerca de un mundo cristiano mejor hasta que nuestros miembros sepan lo que es ser cristianos.

            Orientad vuestro rumbo para complacer a los hombres, y cercenaréis vuestra eficacia como predicadores de Cristo. Endulzad vuestros sermones con la charla empalagadora de los hombres, y vuestra congregación se enfermará de diabetes espiritual. Predicad sobre las ideas populares, y vuestros oyentes pisarán los lagares del mundo y colocarán los desperdicios a vuestra puerta. Predicad sobre las grandes doctrinas, y conocerán a Dios y las riquezas de su Palabra.

            Este viejo mundo está hambriento y no conoce la naturaleza de su hambre. Tiene hambre del Pan de vida, la Palabra de Dios, la autoridad para esta vida y la eternidad. Prediquemos la doctrina, y esos corazones hambrientos serán saciados. Prediquemos la doctrina, y sacudiremos a este viejo mundo, despertándolo a la realidad de sus responsabilidades recibidas de Dios. Entonces volveremos a dirigir a la gente hacia Dios por senderos de paz y felicidad.

            Nuestro pueblo se está inclinando más y más hacia las cosas del mundo y sólo atina a seguir durmiendo cuando se da la alarma. Prediquemos la Palabra de Dios y la doctrina regularmente y con cuidado hasta que finalmente haya a nuestro alrededor creyentes fuertes y maduros, listos para la lucha en contra del pecado, dispuestos a llevar el Evangelio al mundo.

Sobre el autor: Esta oportuna exhortación en favor de una predicación más directa de las doctrinas bíblicas apareció por primera vez en The Watchman-Examiner, y luego como reimpresión en Signs of the Times del 26 de noviembre de 1946.