Es esencial saber que Jesús es verdaderamente Dios y verdaderamente un hombre sin pecado. Mediante su divinidad, Dios vino a vivir entre los hombres; mediante su humanidad, elevó al hombre a la altura de Dios.

Entre los muchos temas de la cristología que desde los tiempos posapostólicos han producido innúmeros debates, hay uno que al parecer todavía no está definido. Nos referimos a la naturaleza humana de Cristo. ¿Era pecaminosa o no?

Para empezar debemos decir que la Iglesia Adventista no tiene una posición definida al respecto; tan grande es su complejidad. Además, este problema nos llega desde los días de Pelagio y Agustín. Es importante destacar, sin embargo, que “así como la fe en Cristo constituye el alma del cristianismo puro y práctico, del mismo modo la verdadera doctrina acerca de Cristo es el meollo de toda teología que merezca el nombre de cristiana”.[1] Por esa razón, con la actitud de los bereanos (Hech. 17:11), examinaremos objetivamente las Escrituras para comprender mejor la naturaleza humana de Cristo.

El hecho de que como Hijo de Dios, el Creador de los cielos y la tierra, haya venido a este mundo a nacer como el Hijo del Hombre, a fin de reunir en su persona la naturaleza divina y la humana, supera nuestra limitada comprensión. Por eso la Biblia dice que este suceso es el gran misterio de la piedad: “Indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria” (1 Tim. 3:16). Pero, aunque la encarnación sea un misterio para nosotros, los escritos de Elena de White nos animan a estudiarla bajo la conducción del Espíritu Santo.[2]

“La humanidad del Hijo de Dios es todo para nosotros. Es la cadena áurea que une nuestra alma con Cristo y, mediante Cristo, con Dios”.[3]

“Evite toda discusión respecto de la humanidad de Cristo que dé lugar a malos entendidos”.[4]

“Las dos naturalezas de Cristo, la humana y la divina, se unieron inseparablemente; sin embargo, conservan una individualidad distinta”.[5]

Todos caímos por el pecado del primer Adán, pero todos seremos liberados del pecado por la obediencia del segundo Adán. Cristo tomó el lugar de Adán para ser aprobado donde falló el padre de la raza humana. Es esencial saber que Cristo es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, porque como consecuencia de su doble tarea era necesario que fuera divino y humano. Como divino, trajo a Dios ante los hombres; como humano, elevó al hombre hasta Dios.

En la iglesia primitiva se manifestaron varias herejías como consecuencia de la dificultad de los hombres para armonizar la divinidad y la humanidad de Cristo. Los grupos que participaron de esas controversias cristológicas fueron los ebionitas, los docetistas, los cerintios, los monofisitas, los eutiquianos y hasta los apolinarios. Estas controversias dividieron a la iglesia por siglos, porque muchos trataron de ir más allá de la Revelación divina.

El problema en la Iglesia Adventista

Desde los días de los pioneros hasta hoy, hemos asumido dos posiciones distintas respecto de la humanidad de Cristo. Algunos afirman que Jesús vino con la naturaleza de Adán antes de la caída. Es la posición denominada prelapsariana. Otros argumentan que Cristo vino con la naturaleza de Adán después de la caída, posición llamada poslapsariana. Este término viene del latín, lapsus, raíz de la palabra castellana “lapso”.

La organización adventista no ha tratado este asunto ni en las 22 declaraciones fundamentales, ni en las más recientes 27 declaraciones de creencias fundamentales votadas en Dallas, Texas, en abril de 1980.

E. J. Waggoner declaró que Cristo poseía la naturaleza pecaminosa del hombre.[6] Es bueno saber que algunos estudiosos de los problemas que ha enfrentado la iglesia afirman que la razón fundamental de la apostasía de Waggoner y Jones, las dos principales figuras del tema de la justificación por la fe en 1888, fue el hecho de que nuestros dirigentes rechazaron sus creencias poslapsarianas.

El pastor Prescott afirmó enfáticamente, en un sermón que se publicó en The Bible Echo [El eco bíblico] del 6 de enero de 1896, que Cristo tomó sobre sí la naturaleza pecaminosa del hombre.[7]

Cuando en 1957 se publicó el libro Questions on Doctrine [Preguntas acerca de las doctrinas], con una enfática declaración acerca de la absoluta impecabilidad de Cristo, eso sorprendió a mucha gente, como el pastor M. L. Andreasen, por ejemplo, que escribió lo siguiente al respecto: “Esa enseñanza contradice todo lo que los adventistas siempre han creído y enseñado”.[8]

Lecciones contradictorias

Dos lecciones de la Escuela Sabática presentaron de modo diferente la naturaleza humana de Cristo. La del primer trimestre de 1983, escrita por Norman R. Gulley, ponía énfasis en la naturaleza humana no pecaminosa. Los principales argumentos de este autor son los siguientes:

a. Cristo es nuestro sustituto.

b. El pecado no es sólo un acto, sino separación de Dios. Cristo, al asumir la naturaleza humana, conservó en forma inalterable su unión con Dios.

c. En su naturaleza física Cristo era semejante a nosotros, pero en su naturaleza moral y espiritual era semejante a Adán en su estado de pureza antes de la caída. Cristo es el segundo Adán, porque no tenía propensiones pecaminosas.

d. No se nos culpa por el pecado de Adán. No nacemos pecadores pero, eso sí, con tendencias pecaminosas.

e. La misión de Cristo fue salvar a los pecadores (Luc. 19:10). Si hubiera poseído naturaleza pecaminosa también habría sido pecador, necesitado él mismo de un salvador.

Las lecciones del cuarto trimestre de 1984, escritas por Herbert Douglass, se oponen a las de Gulley por el hecho de que defienden la posición de que Cristo poseía naturaleza humana pecaminosa. A continuación presentamos los principales argumentos de Douglass:

a. Cristo tenía que tomar nuestra naturaleza caída para ser nuestro ejemplo.

b. Para comprender bien la naturaleza humana, necesitaba una perfecta identificación con el hombre.

c. Cristo no habría podido, con justicia, condenar al pecado en la carne, si su naturaleza hubiera sido intrínsecamente diferente de la humana.

d. Las declaraciones bíblicas: “Porque ciertamente no tomó sobre sí la naturaleza de los ángeles; sino la simiente de Abraham” (Heb. 2:16, versión inglesa del Rey Jaime) y “del linaje de David según la carne” (Rom. 1:3) se usan como prueba de que Jesús tomó la naturaleza pecaminosa de Abraham y de David.

Pero el contexto bíblico de esos textos aclara que no están considerando la naturaleza de Cristo sino su misión. Así como Dios llamó a Abraham para que fuera el progenitor de un pueblo, por medio del cual bendeciría a todas las naciones (Gén. 22:18), Jesús vino por medio de María para salvar a esas naciones (Mat. 1:18-21).

Douglass insiste en defender su posición valiéndose de los siguientes pasajes: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, el también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Heb. 2:14); “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Heb. 4:15); “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Heb. 5:7-9).

Al comentar este último texto, Douglass afirma que si Cristo hubiera tenido la naturaleza de Adán antes de la caída, no habría tenido necesidad de aprender nada en este mundo. Y, en defensa de su punto de vista, cita a Elena de White cuando dice: “Cristo tomó sobre su naturaleza divina la forma y la naturaleza del hombre caído”.[9]

Cuando estudié la lección de Douglass confieso que me impresionó adversamente su posición de que Cristo tenía una naturaleza humana pecaminosa. No podía entender —y no lo logro hasta hoy—, que las lecciones de la Escuela Sabática, que deben reflejar las doctrinas bíblicas, puedan presentar enseñanzas tan divergentes. En vista de eso decidí estudiar la Biblia, los escritos de Elena de White y algunos buenos comentarios, para llegar a una posición que concordara con la verdad divina. Después de todo, cuando se nos presentan dos puntos de vista contradictorios, y los estudiamos, creo que es nuestro deber aceptar uno y rechazar el otro, o por lo menos aceptar el que concuerda más con un “así dice Jehová”.

Posiciones que armonizan

Aunque Gulley y Douglass recurran a la Biblia y a los escritos de Elena de White para defender sus posiciones divergentes, el análisis de las dos lecciones nos deja la impresión de que los argumentos de Gulley son más lógicos, más consistentes y están más en armonía con las Escrituras y los escritos de la Sra. de White.

No se puede negar que las Escrituras nos presentan a Cristo como nuestro sustituto y ejemplo, pero no recibimos la salvación sólo para imitar el digno ejemplo de vida que él nos dejó. Su papel como sustituto es primordial, y su ejemplo, en cambio, está subordinado. La vida de Jesús es un ejemplo para nosotros, pero no su nacimiento, pues fue muy diferente del nuestro. La expresión “simiente de Abraham”, que aparece en el Nuevo Testamento, no se refiere a la naturaleza de Cristo sino a su misión.

Gulley y Douglass usan los pasajes de Romanos 8:3; 2 Corintios 5:21; Filipenses 2:7 y Hebreos 2:14 para probar sus conclusiones. Al comparar esos versículos con algunos otros, llegamos a la conclusión de que es difícil aceptar que la naturaleza humana de Cristo sea pecaminosa. Los textos citados afirman que Jesús era hombre, que vino a nuestra semejanza, pero no con nuestra condición. Semejanza no significa igualdad. La serpiente de bronce del desierto no era venenosa, pero se parecía a una serpiente venenosa.

Con respecto a Romanos 8:3, que dice: “Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó el pecado en la carne”, A. V. Olson escribió lo siguiente: “Tampoco la expresión de Pablo: ‘Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado’ debe entenderse como que Dios envió a su Hijo teniendo un cuerpo pecaminoso. La expresión “semejanza” es sinónimo de similaridad, similitud, apariencia, forma, apariencia exterior, y en ningún momento implica identidad con otra cosa. Por ejemplo, una fotografía de una persona es una semejanza de la apariencia exterior de esa persona, pero no es una igualdad con esa persona. Así ocurre también con la carne de Cristo. Era semejante a la carne de los hombres que lo rodeaban, pero estaba libre de la mancha del pecado”.[10]

Con respecto a la declaración de Hebreos 2:14: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo”, la interpretación de Gulley es que ese texto se refiere a la naturaleza física de Cristo y no a la espiritual. La Biblia afirma que todos los descendientes de Adán han sido concebidos en pecado; por lo tanto, son pecadores. Esa fue exactamente la confesión de David en el Salmo 51:5: “En maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre”.

Al ser Adán cabeza y representante de toda la raza humana, su caída acarreó la caída de todos los hombres. Eso es lo que Pablo nos dice en dos pasajes: “Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Rom. 5:19); “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Cor. 15:22). La muerte pasó a todos los hombres; no la culpa de Adán.

La única excepción a esta regla fue el nacimiento de Cristo, que vino libre del pecado original, porque su naturaleza humana se formó en el vientre de María por el poder del Espíritu Santo, y lo que proviene de Dios no puede estar contaminado por el pecado. El apóstol Mateo, en su Evangelio (1:18, 20) afirma que Cristo no nació por voluntad de la carne, sino del Espíritu Santo.

Hay por lo menos dos pasajes que presentan a Cristo libre de pecado y sin inclinación a él: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Cor. 5:21), a cuyo respecto Raoul Dederen comenta: “‘Lo hizo pecado’ no es una expresión muy común.

Pero me parece claro que se refiere a que se lo trató como si fuera pecador, para cargar con la condenación del mundo, o algo parecido. Dios mismo, según Karl Barth, “lo vio y lo trató como pecador”.[11] “Se hizo pecado por nosotros, no porque su naturaleza fuera así, ni por su nacimiento tampoco, sino para llevar a cabo su misión de muerte”, afirma Norman Gulley.

El libro Questions on Doctrine, producido por doctores en Teología y dirigentes adventistas, al comentar en las páginas 56 y 57 la declaración “lo hizo pecado” por nosotros, dice: “Esta expresión paulina ha confundido por siglos a los teólogos, pero no importa cuál sea su significado, ciertamente no quiere decir que nuestro inmaculado Señor se convirtió en pecador. El texto declara que se ‘lo hizo pecado’. Por lo tanto, quiere decir que ocupó nuestro lugar, que murió por nosotros, que ‘fue contado con los pecadores’ (Isa. 53:12), y que llevó la carga y soportó el castigo que nosotros merecíamos”.

Según algunos comentaristas, la palabra pecado, en este pasaje, significa “ofrenda por el pecado”.[12]

El otro pasaje se encuentra en Hebreos 7:26: “Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos”. Este texto confirma el hecho de que Jesús no tenía naturaleza pecaminosa.

EL TESTIMONIO DE LA BIBLIA

Hay otras pruebas bíblicas convincentes acerca de la impecabilidad de Cristo. “Sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Ped. 1:19). “Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él” (1 Juan 3:5). “¿Quién de vosotros me redarguye (me convence, me señala) de pecado?” (Juan 8:46).

“No hablaré mucho con vosotros; porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí” (Juan 14:30). Satanás no tenía nada en Jesús, porque la naturaleza humana del Hijo de Dios no era pecaminosa. ¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Heb. 9:14).

Algunas declaraciones que apoyan lo dicho

De lo que escribieron al respecto Elena de White y otros comentaristas, podemos seleccionar algunas citas: “Sed cuidadosos, sumamente cuidadosos, en la forma en que os ocupáis de la naturaleza de Cristo. No lo presentéis ante la gente como un hombre con tendencias al pecado. Es el segundo Adán. El primer Adán fue creado como un ser puro y sin pecado, sin una mancha de pecado sobre él; era la imagen de Dios. Podía caer, y cayó por la transgresión. Por causa del pecado su posteridad nació con tendencias inherentes a la desobediencia. Pero Jesucristo era el unigénito Hijo de Dios. Tomó sobre sí la naturaleza humana, y fue tentado en todo sentido como es tentada la naturaleza humana. Podría haber pecado; podría haber caído, pero en ningún momento hubo en él tendencia alguna al mal […] Nunca dejéis, en forma alguna, la más leve impresión en las mentes humanas de que una mancha de corrupción o una inclinación a ella descansó sobre Cristo, o que en alguna manera se rindió a la corrupción”.[13]

Tomó “la naturaleza, pero no la condición pecaminosa del hombre”.[14]

“Oró por sus discípulos y por sí mismo, y así se identificó con nuestras necesidades, nuestras debilidades y nuestros fracasos (…) Era un poderoso peticionante, pero no poseía las pasiones de nuestra naturaleza humana caída”.[15]

“No debemos tener dudas en cuanto a la perfección impecable de la naturaleza humana de Cristo”.[16]

“Tomó, sobre su naturaleza sin pecado, nuestra naturaleza pecaminosa”.[17]

“Si hubiera tenido una pizca de pecado, no habría podido ser el Salvador de la humanidad”.[18]

“Si Jesús hubiera venido al mundo con una mácula de pecado, con inclinaciones y propensiones al mal, habría estado, como todos los hijos de Adán (véase Rom. 5:12), bajo la condenación de la muerte por su propia condición deplorable, y hubiera necesitado una expiación”.[19]

“El Hijo de Dios tomó nuestra naturaleza humana sin pecado, de modo que en todo era igual a nosotros, pero sin pecado”.[20]

“Este aspecto de la naturaleza humana pecaminosa, aunque presente en la posteridad de Adán, no estaba presente en la naturaleza humana de Cristo”.[21]

“(Cristo) había de ocupar su puesto a la cabeza de la humanidad tomando la naturaleza, pero no la pecaminosidad del hombre”.[22]

¿Hay citas que favorecen la otra posición? No podemos negarlo: existen. La más conocida y la más citada es la que aparece en el Comentario bíblico adventista: “Tomó sobre sí la naturaleza caída y doliente del hombre, degradada y contaminada por el pecado”.[23] Pero a la luz del amplio contexto de los escritos de Elena de White y de las Sagradas Escrituras, esas declaraciones, y otras en el mismo tono, se refieren sin duda alguna a la naturaleza física de Cristo, no a su naturaleza moral.

Aceptación general

La mayor parte de los teólogos adventistas y protestantes cree que Cristo tomó la naturaleza de Adán antes de la caída. Por lo tanto, su naturaleza humana no era pecaminosa, como hemos podido verificarlo hasta aquí, recordando que este tema, aunque importante, no lo es tanto como creer que Cristo es nuestro Salvador personal.

Gracias a Dios por las seguras orientaciones de su Palabra, que nos dirige por los caminos de la vida nimbo al cielo. La creencia de que la naturaleza humana de Cristo era pecaminosa se opone a la Biblia, fue condenada por la iglesia primitiva, rechazada por los reformadores y contradice las explícitas declaraciones de Elena de White.

La naturaleza humana de Cristo era exactamente igual a la nuestra:  imperfecta y corrompida en su aspecto físico. Pero en el aspecto moral era santa. Él era el segundo Adán. Su propio desafío debe silenciar para siempre esta cuestión: “¿Quién de ustedes puede demostrar que yo tengo algún pecado?” (Juan 8:46, DHH).

Sobre el autor: Profesor en el Seminario Adventista Latinoamericano de Teología. Actualmente jubilado, reside en Taubaté, Sao Paulo, Rep. Del Brasil.


Referencias

[1] Philip Schaff, A Pessoa de Cristo |La persona de Cristo], p. 13.

[2] Elena G. de White, Review and Herald (4 de mayo de 1906).

[3] Elena G. de White, Mensajes selectos, t. 1, p. 286.

[4] Elena G. de White, Carta N° 8, al pastor W. L. H. Baker.

[5] Signs of the Times [Señales de los tiempos] (5 de octubre de 1899).

[6] Raoul Dederen, Cristología, p. 1

[7] Ibíd., p. 108

[8] M. L. Andreasen, Letters to the Churches [Cartas a las iglesias] N° 1, p. 5.

[9] Elena G. de White, Spirit of Prophecy (Espíritu de profecía), t. 2, p. 39.

[10] A. V. Olson, El Ministerio Adventista (septiembre-octubre de 1962), pp. 8, 9.

[11] Raoul Dederen, Ibíd., p. 5

[12] Russel Norman Champlin, El Nuevo Testamento interpretado versículo por versículo, t. 4, p. 350.

[13] Comentario bíblico adventista del séptimo día (Buenos Aires: ACES, 1995), t. 5, pp. 1102, 1103.

[14] Signs of the Times (29 de mayo de 1901), citado en Questions on Doctrine [Preguntas acerca de las doctrinas], p. 55.

[15] Elena G. de White, Testimonies, t. 2, pp. 508, 509.

[16] Elena G. de White, Mensajes selectos, t. 1, p. 300.

[17] Elena G. de White, Medicina e Salvacao, p. 181.

[18] Elena G. de White, The Youth’s Instructor [El instructor de la juventud) (21 de agosto de 1899).

[19] A. V. Olson, Ibíd., p. 8.

[20] Fórmula de Concordia, p. 239.

[21] Raoul Dederen, Ibíd., p. 12.

[22] Comentario bíblico adventista del séptimo día (Buenos Aires: ACES, 1996), t. 7, p. 937.

[23] Ibíd., t. 4, p. 116.