V. Tentado en todos los puntos o principios
1. Experimentó toda tentación, comprendió todo dolor. “Cristo es el único que experimentó todas las penas y tentaciones que sobrevienen a los seres humanos. Nunca fue tan fieramente perseguido por la tentación otro ser nacido de mujer; nunca llevó otro una carga tan pesada de los pecados y dolores del mundo. Nunca hubo otro cuya simpatía fuese tan abarcante y tierna. Habiendo participado de todo lo que experimenta la especie humana, no sólo podía condolerse de todo aquel que estuviese abrumado y tentado en la lucha, sino que sentía con él.”—”La Educación,” pág. 74.
2. Dios sufrió bajo la forma humana. “Dios estaba en Cristo en la forma humana, y soportó todas las tentaciones con que el hombre fue acosado; en nuestro beneficio participó en el sufrimiento y las pruebas de la afligida naturaleza humana”—The Watchman, del 10 de diciembre de 1907.
3. La tentación no halló eco en sus pensamientos o sentimientos. “El fue ‘tentado en todo según nuestra semejanza.’ Satanás estuvo listo para asaltarlo a cada paso, lanzándole sus tentaciones más fieras; sin embargo ‘no hizo pecado; ni fué hallado engaño en su boca.’ “Padeció siendo tentado,’ padeció en proporción con la perfección de su santidad. Pero el príncipe de las tinieblas no encontró nada en él; ni el menor pensamiento o sentimiento respondió a la tentación.”—”Testimonies,” tomo 5, pág. 422.
4. En la naturaleza divina no hubo asidero para la tentación. “Quisiera que pudiéramos comprender el significado de las palabras ‘padeció siendo tentado.’ Mientras estaba libre de la contaminación del pecado, la fina sensibilidad de su naturaleza sagrada tornaba el contacto con el mal indeciblemente doloroso para él. Sin embargo, llevando sobre él la naturaleza humana, enfrentó cara a cara al archiapóstata, y sin ayuda resistió al enemigo de su trono. Ni aun en un pensamiento pudo Cristo ser inducido a ceder al poder de la tentación. Satanás encuentra en los corazones humanos algún punto donde puede obtener un asidero; algún deseo pecaminoso es acariciado, por medio del cual sus tentaciones afirman su poder. Pero Cristo dijo de sí mismo: ‘Viene el príncipe de este mundo; mas no tiene nada en mí.’ Las tormentas de la tentación estallaron sobre él, pero no pudieron inducirlo a apartarse de su lealtad a Dios.”—The Review and Herald, del 8 de noviembre de 1887.
5. No hubo una sola respuesta a las tentaciones satánicas. “Comprendo que hay peligro al tratar temas que se espacian en la humanidad del Hijo del Dios infinito. Se humilló a sí mismo y tomó la condición humana, a fin de poder comprender la fuerza de todas las tentaciones con que el hombre es acosado. Ni en una sola ocasión hubo respuesta a sus múltiples tentaciones. Ni una sola vez pisó Cristo el terreno de Satanás, para darle alguna ventaja. Satanás no encontró en él nada que animara sus ataques.”—”The S. D. A. Bible Commentary,” tomo 5, pág. 1.129.
6. Aceptó todo el pasivo de la naturaleza humana. “Muchos sostienen que era imposible para Cristo ser vencido por la tentación. En tal caso, no podría haberse hallado en la posición de Adán; no podría haber obtenido la victoria que Adán dejó de ganar. Si en algún sentido tuviésemos que soportar nosotros un conflicto más duro que el que Cristo tuvo que soportar, él no podría socorrernos. Pero nuestro Salvador tomó la humanidad con todo su pasivo. Se vistió de la naturaleza humana, con la posibilidad de ceder a la tentación. No tenemos que soportar nada que él no haya soportado. Cristo venció en favor del hombre, soportando la prueba más severa. Por nuestra causa, ejerció un dominio propio más fuerte que el hambre o la misma muerte.”—”El Deseado de Todas las Gentes,” pág. 95.
VI. Cristo llevó el pecado y la culpa del mundo
1. Llevó la culpa del pecado del mundo. “Cristo llevó la culpa de los pecados del mundo. Nuestra suficiencia se encuentra únicamente en la encarnación y la muerte del Hijo de Dios. El pudo sufrir porque era sostenido polla Divinidad. El pudo soportar porque no tenía mancha de deslealtad o pecado.”—The Youth’s Instructor, del 4 de agosto de 1898.
2. Llevó las dolencias físicas de una raza degenerada. “El [Cristo] tomó la naturaleza humana, y llevó las dolencias y la degeneración de la raza.”—The Review and Herald, del 28 de julio de 1874.
3. Aceptó el resultado debilitador de la herencia de cuatro mil años de pecado. “Habría sido una humillación casi infinita para el Hijo de Dios revestirse de la naturaleza humana, aun cuando Adán poseía la inocencia del Edén. Pero Jesús aceptó la humanidad cuando la especie se hallaba debilitada por cuatro mil años de pecado. Como cualquier hijo de Adán, aceptó los efectos de la gran ley de la herencia. Y la historia de sus antepasados terrenales demuestra cuáles eran aquellos efectos. Mas él vino con una herencia tal para compartir nuestras penas y tentaciones, y darnos el ejemplo de una vida sin pecado.
“En el cielo, Satanás había odiado a Cristo por la posición que ocupara en las cortes de Dios. Le odió aún más cuando se vio destronado. Odiaba a Aquel que se había comprometido a redimir una raza de pecadores. Sin embargo, a ese mundo donde Satanás pretendía dominar, permitió Dios que bajase su Hijo, como niño impotente, sujeto a la debilidad humana. Le dejó arrostrar los peligros de la vida en común con toda alma humana, pelear la batalla como la debe pelear cada hijo de la familia humana, aun a riesgo de sufrir la derrota y la pérdida eterna.”—El Deseado de Todas las Gentes, pág. 38.
4. Aceptó las incursiones de la degeneración física y de la enfermedad. “Maravillosa combinación de hombre y Dios. Pudo haber socorrido su naturaleza humana para contrarrestar las incursiones de la enfermedad al hacer fluir de su naturaleza divina a la humana vitalidad y vigor que no estaba sujeto al decaimiento. Pero se humilló a sí mismo y tomó la naturaleza humana… Dios se hizo hombre.”—The Review and Herald, del 4 de septiembre de 1900.
5. Vino después de cuatro mil años de debilitamiento de la raza “ En nuestra humanidad, Cristo había de resarcir el fracaso de Adán. Pero cuando Adán fue asaltado por el tentador, no pesaba sobre él ninguno de los efectos del pecado. Se hallaba en la fuerza de la virilidad perfecta, y poseía el vigor completo de la mente y el cuerpo. Estaba rodeado por las glorias del Edén, y se hallaba en comunión diaria con los seres celestiales. No sucedía lo mismo con Jesús cuando entró en el desierto para luchar con Satanás. Durante cuatro mil años, la familia humana había estado perdiendo fuerza física y mental, así como valor moral; y Cristo tomó sobre sí las flaquezas de la humanidad degenerada. Únicamente así podía rescatar al hombre de las profundidades de su degradación.”—El Deseado de Todas las Gentes, pág. 94.
6. Le fueron imputados los pecados de nuestra naturaleza pecaminosa. “El Hijo de Dios, vestido con la ropa de la humanidad, descendió al nivel de quienes deseaba salvar. En él no había engaño o pecaminosidad; siempre fue puro y sin mancha; sin embargo tomó sobre sí nuestra naturaleza pecaminosa» Vistiendo su divinidad con humanidad para asociarse con la humanidad caída, quiso recobrar para el hombre aquello que, por desobediencia, Adán había perdido para sí y para el mundo. En su propio carácter puso de manifiesto ante el mundo el carácter de Dios.—The Review and Herald, del 15 de diciembre de 1896.
7. La perfecta impecabilidad de la naturaleza humana. “No debiéramos abrigar dudas tocante a la perfecta impecabilidad de la naturaleza humana de Cristo.”—The Signs of the Times, del 9 de junio de 1898.
8. Como uno de nosotros, pero sin pecado. “Por amor a nosotros desechó su vestidura real, descendió del trono celestial, condescendió en vestir su divinidad con humanidad, y fue como uno de nosotros, pero sin pecado, para que su vida y carácter fueran un modelo que todos imitaran, y que así pudieran tener el don precioso de la vida eterna.”—The Youth’s Instructor, del 20 de octubre de 1886.
9. Nació sin una mancha de pecado. “Nació sin una mancha de pecado, pero vino al mundo de igual manera que la familia humana.”— Carta Nº 97. (1898.)
10. Anduvo con inocencia y pureza en un mundo de pecado. “Inocente e inmaculado, andaba entre los irreflexivos, los toscos y descorteses.”—El Deseado de Todas las Gentes, pág. 73.
11. Asumió el debilitamiento, la pobreza y la degradación. “Cristo, que no conocía la menor mancha de pecado o contaminación, tomó nuestra naturaleza en su condición degradada. Esta fue una humillación mayor de lo que puede comprender el hombre finito. Dios se manifestó en la carne. Se humilló a sí mismo. ¡Qué tema para la meditación, para la profunda y ferviente contemplación! Tan infinitamente grande como era la Majestad del cielo, y sin embargo descendió tan abajo, sin perder un solo átomo de su dignidad y gloria. Descendió a la pobreza y a la humillación más profunda entre los hombres.”—The Signs of the Times, del 9 de junio de 1898.
12. La humillación que implica tomar la naturaleza caída. “A pesar de que los pecados de un mundo culpable pesaban sobre Cristo, a pesar de la humillación que implicaba el tomar sobre sí nuestra naturaleza caída, la voz del cielo lo declaró Hijo del Eterno”.—El Deseado de Todas las Gentes, pág. 90.
13. Relacionó nuestra naturaleza caída con su divinidad. “Aunque no tenía mancha de pecado sobre su carácter, condescendió en relacionar nuestra naturaleza humana caída con su divinidad. Al tomar la forma humana, honró a la humanidad. Habiendo tomado nuestra naturaleza humana, mostró qué podía llegar a ser, si aceptaba la amplia provisión que había hecho para ella, y si se hacía participante de la naturaleza divina.”—Special Instruction Relating to the Review and Herald Office, and the Work in Battle Creek, pág. 13, del 26 de mayo de 1896.
14. Sujeto a la humillante condición de siervo. “[Pablo] dirige la mente primero a la posición que Cristo ocupaba en el cielo, junto a su Padre; después lo presenta despojándose de su gloria, sujetándose voluntariamente a todas las condiciones humillantes de la naturaleza humana, asumiendo las responsabilidades de un siervo, y siendo obediente hasta la muerte, la muerte más ignominiosa y repugnante, la más vergonzosa, la más angustiosa: la muerte de cruz.”—Testimonies,tomo 4, pág. 458.
15. Aceptó la flaqueza, la humillación y el sufrimiento. “Los ángeles se postraron ante él. Ofrecieron sus vidas. Jesús les dijo que por medio de su muerte salvaría a muchos, que la vida de un ángel no podía pagar la deuda. Sólo su vida podía ser aceptada por su Padre como rescate del hombre. Jesús también les dijo que ellos tendrían que desempeñar una parte, estarían con él y en diferentes ocasiones lo fortalecerían; que él tomaría la naturaleza humana caída, y que su propia fortaleza no sería igual a la de ellos; que serían testigos de su humillación y tremendos sufrimientos.” —Early Writings, pág. 150.
16. Su vida sin pecado atrajo la ira del mundo. “En medio de la impureza, Cristo mantuvo su pureza. Satanás no pudo mancharlo o corromperlo. Su carácter revelaba un completo odio por el pecado. Fue su santidad la que excitó contra él toda la pasión de un mundo corrompido; porque su vida perfecta constituía un perpetuo reproche para el mundo, y ponía de manifiesto el contraste entre la transgresión y la justicia pura y sin mancha de Uno que no conocía pecado.77—The S.D.A. Bible Commentary tomo 5, pág. 1142.
VII. La naturaleza humana de Cristo perfectamente exenta de pecado
1. No hay duda tocante a su perfecta impecabilidad. “No debiéramos abrigar dudas tocante a la naturaleza humana de Cristo perfectamente exenta de pecado. Con fe inteligente debiéramos mirar a Jesús con perfecta confianza, con plena fe en el sacrificio propiciatorio. Esto es esencial para que el alma no sea envuelta por las tinieblas. Este sagrado sustituto puede salvar hasta el máximo; porque presentó una perfecta y completa humildad en su carácter humano ante el mundo maravillado, y una perfecta obediencia a todos los requerimientos de Dios.”—The Signs of the Times, del 9 de junio de 1898.
2. La naturaleza humana retuvo la pureza divina. “Cristo, con su brazo humano rodeó a la raza, y con su brazo divino se asió del trono del Infinito, uniendo al hombre finito con el Dios infinito. Salvó el abismo que había abierto el pecado, y unió la tierra con el cielo. En su naturaleza humana mantuvo la pureza de su carácter divino.”—The Youth’s Instructor, del 2 de junio de 1898.
3. Sin las pasiones de nuestra naturaleza caída. “No estaba contaminado por la corrupción, era un extranjero para el pecado; sin embargo oraba, y lo hacía a menudo con gran agonía y lágrimas. Oraba por sus discípulos y por él mismo, y así se identificaba con nuestras necesidades y flaquezas, que son tan comunes para la humanidad. Era un poderoso suplicante, sin las pasiones de nuestra naturaleza humana caída, pero cercado de flaquezas semejantes, tentado en todo como nosotros lo somos. Jesús soportó la agonía que requería ayuda y apoyo de su Padre.”—Testimonies, tomo 2, pág. 508.
4. Su naturaleza sin pecado rehuía el mal. “Se hermana con nuestras flaquezas, pero no alimenta pasiones semejantes a las nuestras. Como no pecó, su naturaleza rehuía el mal. Soportó luchas, y torturas del alma en un mundo de pecado. Dado su carácter humano, la oración era para él una necesidad y un privilegio. Requería el más poderoso apoyo y consuelo divino que su Padre estuviera dispuesto a impartirle a él que, para beneficio del hombre, había dejado los goces del cielo y elegido por morada un mundo frío e ingrato.”—Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 262.
5. Suprema manifestación de pureza innata. “Su doctrina caía como la lluvia; su palabra destilaba como el rocío. En el carácter de Cristo se hallaban mezcladas una majestad que Dios nunca antes había manifestado ante el hombre caído, y una mansedumbre que el hombre nunca había desplegado. Nunca antes había andado entre los hombres uno tan noble, tan puro, tan bueno, tan consciente de su naturaleza divina; y sin embargo tan sencillo, tan lleno de planes y propósitos para el bien de la humanidad. Mientras aborrecía el pecado, lloraba de compasión por el pecador. No se agradó a sí mismo. La Majestad del cielo se vistió con la humildad de un niño. Tal es el carácter de Cristo.”—Testimonies, tomo 5, pág. 422.
6. Ninguna traza de pecado mancilló la imagen de Dios. “La vida de Jesús estuvo en armonía con Dios. Mientras era niño, pensaba y hablaba como niño; pero ningún vestigio de pecado mancilló la imagen de Dios en el. Sin embargo, no estuvo exento de tentación. Los habitantes de Nazaret eran proverbiales por su maldad. La pregunta que hizo Natanael: ‘¿De Nazaret puede haber algo bueno?’ demuestra la poca estima en que se los tenía generalmente. Jesús fue colocado donde su carácter iba a ser probado. Le era necesario estar constantemente en guardia a fin de conservar su pureza. Estuvo sujeto a todos los conflictos que nosotros tenemos que arrostrar, a fin de sernos un ejemplo en la niñez, la adolescencia y la edad adulta.”—El Deseado de Todas las Gentes, pág. 56.
7. En su condición humana conservó una perfecta impecabilidad. “Al asumir la naturaleza del hombre en su condición caída, Cristo no participó en ninguna manera de su pecado. Estaba sujeto a las flaquezas y las dolencias que aquejan al hombre, ‘para que se cumpliese lo que fue dicho por el profeta Isaías, que dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias.’ Se conmovió por nuestras flaquezas y fue tentado en todo tal como nosotros. Pero ‘no conoció pecado’. Era el Cordero ‘sin mancha y sin contaminación.’ No debemos abrigar dudas en cuanto a la perfecta impecabilidad de la naturaleza humana de Cristo.—The Signs of the Times, del 9 de junio de 1898.
8. Perfecto, sin mancha y sin contaminación. “Cristo sólo pudo abrir el camino, al hacer una ofrenda igual a las demandas de la ley divina. Era perfecto, y sin contaminación de pecado. La extensión de las terribles consecuencias del pecado nunca habría podido conocerse, si el remedio provisto no hubiera sido de valor infinito. La salvación del hombre se alcanzó a un costo tan inmenso que los ángeles se maravillaron, y no pudieron comprender plenamente el misterio divino de que la Majestad del cielo, igual a Dios, tuviera que morir por la raza rebelde.”—The Spirit of Prophecy, tomo 2, págs. 11, 12.
9. Moró en la humanidad pero sin contaminación. “Así sucede con la lepra del pecado, que es arraigada, mortífera e imposible de ser eliminada por el poder humano. ‘Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa ilesa, sino herida, hinchazón y podrida llaga.’ Pero Jesús, al venir a morar en la humanidad, no se contamina. Su presencia tiene poder para sanar al pecador.”—El Deseado de Todas las Gentes, pág. 226.
10. Personificó la pureza infinita y sin mancha. “Jesús miró un momento la escena: la temblorosa víctima avergonzada, los dignatarios de rostro duro, sin rastros de compasión humana. Su espíritu de pureza inmaculada sentía repugnancia por este espectáculo. Bien sabía él con qué propósito se le había traído este caso. Leía el corazón, y conocía el carácter y la vida de cada uno de los que estaban en su presencia…. Los acusadores habían sido derrotados. Ahora, habiendo sido arrancado su manto de pretendida santidad, estaban, culpables y condenados, en la presencia de la pureza infinita.”—Id., pág. 408.
VIII. Cristo retiene para siempre la naturaleza humana
1. Vinculado a la humanidad por un lazo indisoluble. “Al condescender a tomar sobre sí la humanidad, Cristo reveló un carácter opuesto al carácter de Satanás… Al tomar nuestra naturaleza, el Salvador se vinculó con la humanidad por un vínculo que nunca se ha de romper. A través de las edades eternas, queda ligado con nosotros. ‘Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito.’ Lo dió no sólo para que llevase nuestros pecados y muriese como sacrificio nuestro; lo dió a la especie caída. Para asegurarnos los beneficios de su inmutable consejo de paz, Dios dió a su Hijo unigénito para que llegase a ser miembro de la familia humana, y retuviese para siempre su naturaleza humana. Tal es la garantía de que Dios cumplirá su promesa. ‘Un niño nos es nacido, hijo nos es dado; y el principado sobre su hombro.’ Dios adoptó la naturaleza humana en la persona de su Hijo, y la llevó al más alto cielo.”—Id., pág. 20.