“La música forma parte del culto de Dios en los atrios del cielo”.[1] La Biblia y el espíritu de profecía aconsejan el uso de la música en las horas del culto. Gracias al maravilloso poder de evocación que posee, trae a la mente de los fieles los pensamientos más elevados. Vamos a realizar algunas consideraciones acerca de la música en las reuniones regulares de la iglesia.

Observando el Manual de la Iglesia, capítulo 7, vemos que allí no se prescribe un orden determinado para realizar las diversas partes del culto, sino que se sugieren tres distintos. Transcribimos el más largo, ya que los otros son reducciones del mismo:

            Preludio de órgano

            Anuncios

            Entran el coro y los ministros

            Doxología Invocación

            Lectura de las Escrituras

            Himno de Alabanza

            Oración

            Himno o Música Especial

            Ofrenda

            Himno de Consagración

            SERMON

            Himno

            Oración de Despedida

            Postludio de órgano

            Resulta significativo que, de las 15 partes del culto divino, siete son musicales (marcadas con asterisco) y hay una más, la ofrenda, que usualmente se acompaña con música. La Sra. de White escribe: “La música debe tener su lugar en nuestros cultos”.[2] Ya que en un culto hay tantas partes musicales, cabe repetir esta pregunta a cada uno de los ministros o encargados: “¿No tenéis acaso el deber de poner a contribución alguna habilidad, estudio y planes en el problema de cómo dirigir las reuniones religiosas, para que produzcan la mayor cantidad de bien y dejen la mejor impresión sobre todos los que asisten?”[3] Aquí se nos señala claramente que es un deber de los ministros o encargados el planear debidamente el desarrollo de las reuniones. Esto incluye todas las partes, de las cuales más de la mitad son musicales. Demasiado a menudo se observa al encargado del culto preocuparse casi exclusivamente del sermón a predicar, y el resto de las partes son improvisadas en el momento. Así como el más hermoso de los cuadros se desmerece si su marco está quebrado o manchado, también el mejor de los sermones pierde parte de su efecto cuando está enmarcado en una reunión de partes improvisadas o mal conducidas.

La elección de los himnos es de particular importancia, ya que en los mismos participa la congregación. Con respecto a esto, se nos aconseja: “Los que hacen del canto una parte del culto divino, deben elegir himnos con música apropiada para la ocasión”.[4] En algunas iglesias se cantan solamente dos himnos, y a veces, cuando el tiempo apremia, incluso se acortan dejando estrofas de lado. Nos parece incorrecto el quitar estrofas, pues la mayoría de los himnos están escritos de tal manera, que sus estrofas se enlazan entre sí como los eslabones de una cadena. Al quitar la estrofa se rompe la unidad y estructura, a veces fruto de profundas meditaciones de su autor. Si todos cantáramos “con el entendimiento”, buscando el significado de las palabras y percibiendo su estructura como un todo, seríamos incapaces de mutilar los himnos. Tal vez alguien podrá pensar que el cantar cuatro himnos con todas sus estrofas lleva mucho tiempo. Es cierto que lleva tiempo, pero también es cierto que la correcta planificación trae sus frutos, entre ellos el ahorro de minutos que serán muy bendecidos si los usamos para el canto congregacional.

También se sugiere el uso de un preludio y un postludio. Ambos pueden ser ejecutados por el coro o por el órgano. El preludio es conveniente que sea de carácter solemne, invitando suavemente a la meditación y oración. Para terminar el culto hay varias maneras distintas. Inmediatamente después de la última oración, y con la congregación de pie, en oración silenciosa, el órgano o coro pueden ejecutar una música suave, de unos 30 segundos de duración. En algunas iglesias es la congregación la que canta alguna breve plegaria de agradecimiento y despedida. Esta plegaria siempre es la misma, y los hermanos la conocen de memoria. Por lo tanto, no se anuncia ni se busca en el himnario. Seguidamente, comienza el postludio coral o instrumental, que sugerimos sea de carácter majestuoso y marcial, pero no lento ni suave, sino alegre y potente. ¿Por qué no expresar con fuerza y alegría nuestro gozo por haber recibido el pan de vida?


Referencias:

[1] Signs of the Times, 22-6-1882.

[2] Carta 132, de 1898.

[3] Review and Herald, 14-4-1885.

[4] Signs of the Times, 22-6-1882.