Un estudio cuidadoso del Apocalipsis convencerá al estudiante de que el tema de la misión de la iglesia es ampliamente tratado en el libro. Pero en el presente trabajo no presentaremos este tema en forma exhaustiva. Sólo nos concentraremos en aquellos aspectos que resulten básicos y prácticos a la vez.
El objetivo es mover a la feligresía a realizar la tarea divinamente encomendada para llevarse a cabo en esta época, la que verá concluir la historia de la humanidad caída y redimida por la sangre de Cristo. La misión ofrecerá, en su última escena, una positiva nota de triunfo. Entonces los redimidos clamarán con fuerte voz de homenaje: “¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!” (Apoc. 7: 10).
En qué consiste
En el primer capítulo de este libro se presenta a un personaje que se dirige a Juan con voz fuerte, descripta “como un toque de trompeta” (1: 10). Cuando el vidente quiere ver quién le habla, primero ve siete candelabros de oro (vers. 12). Luego identifica, en medio de los siete candelabros, “a alguien con apariencia humana” (vers. 13). No hay duda de que aquí se trata de nuestro Señor Jesucristo glorificado. Posteriormente, el Señor se refiere a los siete candelabros como simbolizando a las siete iglesias (vers. 20). Esto constituye una brillante representación de la misión de la iglesia. Esta es como en candelabro puesto en su lugar correspondiente para esparcir luz al derredor. ¿Cómo lo hace? Veamos.
En el capítulo 1 y versículo 3 de este gran libro se declara: “Dichoso el que lee y dichosos los que escuchan la lectura de este mensaje recibido de Dios, y hacen caso de lo que aquí está escrito, porque ya se acerca el tiempo”.
De esta lectura hay que destacar el verbo “leer”. Juan escribió este libro en una época cuando no había imprenta. Hacer copias de un original era un proceso muy lento. Además, el libro que Juan habría de escribir era para ser enviado a siete iglesias específicas de la provincia de Asia (vers. 11). Más particularmente debía dirigirse al “ángel de la iglesia” en cada una de esas localidades (2:1,8, 12,18; 3:1, 7,14). Era ese “ángel” el llamado a leer el mensaje a oídos de la congregación. Por lo tanto, se trata aquí de una lectura no privada y silenciosa sino pública y audible.
“Dichoso el que lee y dichosos los que escuchan. y hacen caso” (1: 3). La misión de la iglesia entonces es “leer” públicamente el mensaje de Dios a oídos de los destinatarios, lo cual no es necesariamente una lectura simple. Podía y aún debía incluir una correcta interpretación del mensaje leído [como en el caso de Jesús en la sinagoga de Nazaret (Luc. 4:16-22)], seguido de una exhortación a guardar, a “hacer caso” del mensaje de Dios que les fue presentado.
En nuestro mundo contemporáneo, el “leer” de Apocalipsis 1: 3 asume formas mucho más sofisticadas. La proclamación del mensaje de Dios puede asumir formas tan diversas como la lectura de la Palabra sin comentario alguno, el dar un estudio bíblico, una clase bíblica, una predicación, una pieza de literatura, una grabación del mensaje divino en casete o videocasete, etc. No importa cuál sea el método, la iglesia y sus miembros individuales quedan favorecidos en la declaración divina de “dichoso” o “bienaventurado” el que “lee”. En esta última instancia hay que recordar que el Señor dio a su iglesia diversos dones y espera de cada creyente un fiel servicio dentro de su área de capacitación.
Casi como una continuación de este versículo viene el que se encuentra en el capítulo final del libro: “El Espíritu Santo y la esposa del Cordero dicen: ‘¡Ven!’ Y el que escuche, diga: ‘¡Ven!’ Y el que tenga sed y quiera, venga y tome del agua de la vida sin que le cueste nada” (22:17). De esta declaración queremos destacar el verbo “venir”. El Espíritu Santo hablando al corazón del pecador dice: “¡Ven!” También la esposa del Cordero, es decir, la ciudad santa, la nueva Jerusalén (21:2, 9, 10) “con todos los atractivos dice: ‘¡Ven![1] Todo aquel que escuche también debe decir: “¡Ven!” El “escuchar” aquí es un “escuchar provechosamente”.[2] Esto implica obedecer (1:3). Aquellos que escuchan y obedecen por fe son los que llegan a ser la iglesia del Señor. Así que al decir que “el que escuche, diga: ‘¡Ven!’ “, se impone una responsabilidad al miembro individual de la iglesia de invitar al que tiene sed espiritual a saciarse tomando del agua de la vida gratuitamente, Esta agua de la vida que invitamos a los sedientos a tomar es la que sólo puede dar Cristo (Juan 4:10-14; 7: 37-39), y sólo se puede recibir por la fe (6:35). Por lo tanto, la misión de la iglesia no es sólo informativa sino también apelativa y persuasiva.
Estrechamente relacionado con lo anterior está el aspecto de la intercesión. En Apocalipsis 1: 6 se anuncia que Cristo “nos ha hecho sacerdotes al servicio de su Dios y Padre”. El sacerdote, por definición, es un intermediario entre el hombre y Dios. Como tal, el creyente intercede ante Dios en oración en favor del perdido. Este es otro aspecto de la misión de la iglesia.
La iglesia también ha sido llamada a testificar. Este testimonio incluye por lo menos tres aspectos: testimonio personal, hablado y escrito. Aquí quisiéramos destacar mayormente lo relacionado con el testimonio personal, sin palabras: lo que uno es, vive y demuestra. Claro, resulta casi imposible desligar este testimonio de los otros aspectos, que vienen como consecuencia del primero. Jesús mismo se presenta a la iglesia de Laodicea como “el Verdadero, el testigo fiel” (3:14). Premió a los cristianos de Pérgamo con el reconocimiento de su fidelidad, a pesar de que en sus días habían matado a Antipas, “mi testigo fiel” (2:13). A los de Filadelfia los elogia con un “no me has negado” (3: 8). Y casi al final del libro un ángel celestial honra la tarea de testificar por Cristo diciendo: “Yo soy siervo de Dios, lo mismo que tú y tus hermanos que siguen fieles al testimonio de Jesús” (19:10). Dios nunca ha estado sin testigos. Los ha representado como “vestidos con ropas ásperas” (11: 3), teniendo que huir al desierto (12:6), perseguidos (12:13,17) y aun muertos (11:7, 8; 17:6). Pero no por esto deja de cumplirse este aspecto de la misión de la iglesia, el Señor fortalece a sus testigos, les imparte su poder y su valor.
Otro aspecto de la misión de la iglesia es servir, lo que no está necesariamente especificado en el Apocalipsis (1: 6). Sin embargo, se reconoce y se asocia con obras de fe y amor (2:19).
A manera de resumen, digamos que la misión de la iglesia consiste en proclamar el mensaje de Dios, invitar a aceptar la salvación provista, interceder en favor del pecador ante Dios en oración, testificar por Cristo aun en las más diversas circunstancias, servir al Señor en todo lo que pida. Todo esto cae bajo el símbolo de la función de un candelabro.
Motivación
Nuestro Señor no deja a su iglesia sin motivación para la realización de esta obra. Escribiendo a la iglesia de Éfeso, la reprende amorosamente diciendo: “Tengo una cosa contra ti: que ya no tienes el mismo amor que al principio” (2:4). A renglón seguido le señala el curso a seguir para enmendarse: “Por eso, recuerda de dónde has caído, vuélvete a Dios y haz otra vez lo que hacías el principio”.
Otra motivación, esta vez positiva, se presenta más adelante en el mismo capítulo (2:19). El Señor nunca dejará sin motivación a su pueblo. Ya sea en forma de amorosa amonestación o de sincero y alentador reconocimiento, estimulará a los suyos al cumplimiento de la misión que les ha encomendado.
Se requiere fidelidad
La realización de la misión de la iglesia se presenta en el libro del Apocalipsis como algo muy serio. De muchas maneras Dios expresa su estricto requerimiento de fidelidad. A la iglesia de Tiatira le dice: “no les impongo otra carga. Pero conserven lo que tienen, hasta que yo venga” (vers. 24, 25). Luego se dirige a la iglesia de Sardis con palabras muy firmes: “Despiértate y refuerza las cosas que todavía quedan” (3: 2).
A la sexta iglesia, que es la de Filadelfia, le dice que deja delante de ella “una puerta abierta que nadie puede cerrar” (vers. 8). Esta es una puerta de oportunidad para realizar la misión asignada. (Un símbolo similar fue usado por Pablo en 1 Cor. 16: 8, 9.)
La séptima y última iglesia del Apocalipsis es Laodicea. El testigo fiel se introduce nuevamente diciendo: “Yo sé todo lo que haces” (3:15). Inmediatamente descubre su condición ante sus propios ojos: “Sé que no eres frío ni caliente, ¡Ojalá fueras frío o caliente!” Dios requiere de su pueblo que se defina claramente. Por supuesto, su deseo es que tal definición sea una clara afirmación del lado del cumplimiento de la misión. En caso de no tomarse esa decisión, preferiría que se retiraran del todo. ¡Tan firme es su requerimiento de fidelidad!
El secreto del éxito
El secreto del éxito de la iglesia en el cumplimiento de su misión estriba en mantener su fe en Jesús y guardar sus mandamientos, purificando sus vidas en obediencia a la verdad.
El primero de éstos se deja ver en el capítulo 21 y el versículo 6. Es una invitación a depositar su fe en la persona de Cristo, quien promete saciar la sed espiritual y hacerlo en forma gratuita. Posteriormente se hace una invitación similar (22:17). No se puede ser miembro del cuerpo espiritual de Cristo sin haber creído en El como Salvador personal. De la misma manera, no puede ofrecerlo a otros quien no haya creído en El y experimentado la veracidad de su promesa. Por lo tanto, el primer secreto del éxito en el cumplimiento de la misión de la iglesia es tener fe en Jesús.
El segundo es la obediencia (14:12). Más adelante se llama dichoso a todo aquel “que hace caso del mensaje profético que está escrito en este libro” (22: 7). Inmediatamente después el ángel que hablaba con Juan se identifica como siervo de Dios, lo mismo que el vidente “y que tus hermanos los profetas y que todos los que hacen caso de lo que está escrito en este libro” (vers. 9). Más aún, se destaca el valor de la obediencia cuando se presenta a los que se sentarán sobre tronos para juzgar durante el milenio (20: 4). La obediencia se destaca y abrillanta al llamar la atención al hecho que prefirieron obedecer aún ante presiones externas y la muerte misma.
El tercer secreto está relacionado con los dos anteriores. El triunfante pueblo de Dios es el que “lava sus ropas” (22:14), “se mantiene despierto y conserva su ropa, para que no ande desnudo y se vea la vergüenza de su desnudez” (16:15). Bajo estos símbolos se señala la purificación espiritual que es posible por la fe en Cristo y la obediencia por fe y amor a la verdad.
Alcances
Al hablar de la misión de la iglesia, el Apocalipsis toma en consideración dos dimensiones: espacio y tiempo. En cuanto al alcance físico o de espacio, la misión de la iglesia abarca el mundo entero: “Pueblos, naciones, lenguas y reyes” (10:11); “a los que viven en la tierra, a todas las naciones, razas, lenguas y pueblos” (14: 6).
También notamos que el factor tiempo cobra mucho significado. Se señala e insiste en una serie de acontecimientos que han de suceder pronto (1:1; 22: 6). También se estimula a la iglesia a proclamar el mensaje de Dios “porque ya se acerca el tiempo” (1: 3).
Al especificarse a qué tiempo se refiere, se dice primeramente que “ya llegó la hora en que él ha de juzgar” (14: 7). Este anuncio es parte del mensaje del primer ángel, “que llevaba un mensaje eterno para anunciarlo a los que viven en la tierra” (vers. 6). Invita a todos a temer a Dios, darle alabanza y adorar al Creador (vers. 7). El juicio anunciado, por lo tanto, es el inicio o primera parte del juicio de Dios. Como el anuncio del inicio del juicio y el llamado a la humanidad se hacen simultáneamente, se deduce claramente que los hombres y las mujeres aún tienen oportunidad de volverse a Dios para ser salvos.
Otro aspecto del factor tiempo es el que tiene que ver con Satanás, a quien se presenta como “sabiendo que le queda poco tiempo” (12: 12). Este tiempo que le queda no es para arrepentirse sino para ganar su lucha milenaria contra Dios por el dominio de los seres humanos y el planeta tierra (12:10). En el poco tiempo que le queda tratará de hacer presa de la iglesia e impedir el cumplimiento de su misión de rescate y salvación en favor de los impenitentes.
El tiempo de oportunidad de salvación para el hombre llegará a su fin cuando el ángel que Juan vio con un pie sobre el mar y otro sobre la tierra dé el anuncio de que “ya no habrá más tiempo” (10:5, 6). Es tiempo de que el séptimo ángel toque su trompeta y dé por “cumplido el plan secreto de Dios, como él anunció a sus propios siervos los profetas” (vers. 7). Nos parece que ese tiempo coincide con el referido más adelante en el libro cuando “el santuario se llenó de humo procedente de la grandeza y el poder de Dios” (15:8). Para este entonces ya “nadie podía entrar en él hasta que no se hubieran terminado las siete calamidades que llevaban los siete ángeles”. Esas siete calamidades o plagas, definitivamente no reconocen oportunidad de arrepentimiento (16:8-11,13, 14, 21) pues ya no se puede producir (22:11).
Por lo tanto, la iglesia remanente ha de cumplir su misión mundial en vista de un juicio que ya comenzó, un tiempo de gracia que está por concluir y un Señor que viene pronto en gloria con su galardón (10:11; 22:12,20, 21).
Posibles consecuencias y resultados
La fidelidad en el cumplimiento de su misión puede llevar a algunos miembros de las iglesia al destierro (1: 9). También puede significar la pérdida de privilegios, como el de poder comprar y vender (13:16,17). El fiel siervo de Dios se expone también a la persecución instigada por Satanás (12:17; 13: 7). Muchos fueron llevados a la cárcel por el solo delito de identificarse con Jesucristo (2:10). Otros pusieron seriamente en riesgo sus propias vidas (12:11; 13:15). Aun otros son presentados como “muertos por haber proclamado el mensaje de Dios” (6: 9; véase también 16: 6; 17: 6; 18: 24; 20: 4).
Claro, además de estas “lamentables” posibles consecuencias hay también resultados positivos. El resultado más positivo del cumplimiento de la misión es que la iglesia inducirá a muchos oyentes a hacer caso de la advertencia dada y el mensaje expuesto por Dios por medio de su Palabra. A los tales se los llama “dichosos” (1: 3; 22: 7). El ángel que hablaba con Juan lo honró llamándole “consiervo” (VM) y de “tus hermanos los profetas y… todos los que hacen caso de lo que está escrito en este libro” (22: 9).
Conclusión
La misión de la iglesia concluye cuando llega el tiempo de la siega y la vendimia (14: 15, 18).
La cosecha simboliza la reunión y el traslado de los redimidos al cielo con el Señor. El corte de los racimos de uvas que luego son echados en un gran depósito para ser exprimidos, significa el terrible castigo que viene de Dios sobre los penitentes (vers. 19).
Una nota de triunfo celebrará el fin de una misión ya concluida. Una incalculable multitud, proveniente de todas las naciones, razas, lenguas y pueblos, y estando en pie delante del trono de Dios y delante del Cordero, gritarán con voz fuerte: “¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!” (7:10). Luego todos los ángeles y los ancianos y los cuatro seres vivientes se inclinarán y adorarán a Dios (vers. 11). Entonces expresarán su público reconocimiento (vers. 12).
No podríamos concluir la consideración de este tema sin antes tomar en cuenta la recompensa que Dios otorgará a sus seguidores por la realización de la misión a ellos asignada. Tal recompensa está garantizada (11:18), confirmada (22:12) y se dará a cada cual según sus obras (2:23). Los que recibirán la recompensa son descriptos como comprados para Dios (5:9). Se dice de ellos que “fueron salvados de entre los de la tierra” (14:3). También se hace referencia a cada uno de ellos señalándolo como el que sale “vencedor” (21: 7). ¿En qué consiste, entonces, la recompensa? Están contenidas en las promesas del Apocalipsis; inspirémonos en ellas.
Sobre el autor: Efrén Pagán Irizarry es secretario y departamental de Comunicación de la Asoc. Puertorriqueña del Oeste, Puerto Rico.
Referencias
[1] Elena G. de White, Cada día con Dios (Buenos Aires, Asoc. Casa Editora Sudamericana, 1979), pág. 210.
[2] Francis D. Nichol, ed., The Seventh-day Adventist Bible Commentary (Washington, Review and Herald Publ. Ass., 1957), t. 7, pág. 898.