Los Estados Unidos comienzan a desempeñar el papel profético que le está reservado.

Los psicólogos le dan el nombre de ignorancia cognoscitiva a la patología que sufren ciertas personas que, aunque conocen determinados temas y situaciones, los ignoran; por más que haya pruebas empíricas y fidedignas de la realidad de lo que ven, no perciben nada. Por eso, muchos de nosotros tanteamos el porvenir preguntándonos qué vendrá después. Indagamos, a veces, para ver si lo que dice la profecía se cumplirá.

Sabemos que hay cosas que no podemos conocer y otras que son secretas (Deut. 29:29). Pero también tenemos la seguridad de que el Señor no hará nada “sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Amos 3:7). Por medio de su Palabra, el Señor explicó claramente lo que sucedería al final de la historia del mundo. Las señales apocalípticas se están cumpliendo. Los Estados Unidos, tal como lo dice la profecía de Apocalipsis 13, están ampliando su hegemonía mundial.

Con una ofensiva militar de sólo 21 días, el gobierno norteamericano terminó con los 24 años de la dictadura de Saddam Hussein y ocupó Irak. Fue una guerra corta, sangrienta, con los bombardeos más intensos de la historia. La guerra contra Irak desdeñó la autoridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), sacudió la Unión Europea, transformó la geopolítica de la región petrolífera más importante del planeta y sentó las bases de un mundo diferente.

Y la guerra continúa. En menos de dos años, los Estados Unidos conquistaron Afganistán e Irak; pero hay otras naciones en la lista; de acuerdo con el Plan Estratégico para la Seguridad Nacional, elaborado en septiembre del año 2002, Washington se reserva el derecho de intervenir unilateralmente en países como Corea del Norte, Colombia o en regiones como la triple frontera entre las repúblicas de Argentina, Paraguay y Brasil, como también en cualquier otro lugar que se convierta en una amenaza para la paz.[1] “Defenderemos la paz, al luchar contra los terroristas y los tiranos […] Al defender la paz, aprovecharemos también una oportunidad histórica para preservarla”,[2] asegura George W. Bush. ¿Se acuerda usted de la afirmación de Pablo según la cual “cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina” (1 Tes. 5:3)?

El nuevo siglo norteamericano

Pero este conflicto no es la consecuencia del ataque a las torres gemelas del 11 de septiembre del año 2001, aunque la destrucción de esos iconos arquitectónicos haya sido fundamental para que George W. Bush pudiera legitimar las acciones bélicas delante de la opinión pública y los medios de comunicación. Ya en 1997, un grupo ultraconservador del Partido Republicano elaboró un llamado “Proyecto para el Nuevo Siglo Norteamericano” (PAC), que se quejaba de la inoperancia de la ONU, criticaba a “la vieja Europa” pacifista, mencionaba el “eje del mal”, e implantaba la necesidad de imponer por la fuerza la supremacía de los Estados Unidos. Entre los autores del proyecto se encontraba Ronald Rumsfeld, actual secretario de Defensa, Dick Cheney, actual vice presidente, y Jeb Bush, hermano de George y actual gobernador del Estado de Florida.[3]

En una carta enviada el 26 de enero de 1998 al entonces presidente Bill Clinton, los ideólogos de ese proyecto afirmaron: “Lo instamos a lanzar una nueva estrategia que asegure los intereses norteamericanos y de nuestros amigos y aliados […] En todo caso, la política norteamericana no puede seguir siendo entorpecida por insistir en la unanimidad del Consejo de Seguridad de la ONU”.[4] El liderazgo global y el dominio económico, militar, cultural e ideológico de los Estados Unidos no es hoy una ficción. Los sueños de Europa están destruidos. La situación actual implica que la intervención militar es el único camino para imponer la paz y la democracia en el mundo.

Cabe mencionar aquí el auge de la Derecha Cristiana y su instalación en la Casa Blanca. Bush está rodeado de religiosos. El Presidente, a quien la fe cristiana ayudó a superar el alcoholismo, acostumbra dedicar las primeras horas del día a estudiar la Biblia y leer libros evangélicos.[5] Es importante recordar que el cumplimiento de la profecía de Apocalipsis 13 no será consecuencia de las acciones de gente atea o sin principios religiosos; al contrario, será el resultado de las actividades de individuos preocupados por esos principios, de modo que todas las condiciones para la unión de la Iglesia y el Estado están prácticamente establecidas en los Estados Unidos.

El imperio entre nosotros

La lucha contra el terrorismo y la guerra de Irak son sólo el comienzo de las acciones de los Estados Unidos para sustentar y consolidar su hegemonía mundial. John Ikenberry, profesor de Geopolítica y Justicia de la Universidad de Georgetown, Washington, afirma lo siguiente: “Por primera vez, desde los albores de la guerra fría, está tomando forma una nueva línea de estrategia. Su impulso inicial y el más directo es la reacción ante el terrorismo, pero también constituye una visión más amplia acerca de cómo deberán ejercer el poder los Estados Unidos y organizar el orden mundial”.[6]

En ese sentido, el periodista Natalio R. Botana observa que la caída de la Unión Soviética y los atentados del 11 de septiembre de 2001 “se encuadran en el fin de la bipolaridad en el mundo y el abrupto comienzo de un nuevo escenario de conflictos. Los Estados Unidos viven ahora al compás de una formidable expansión en el mundo, limitada por el feroz surgimiento del desafío terrorista; situación inédita. Fuera de la experiencia del Imperio Romano, jamás hubo un escenario en el que un imperio (o una nación con esas pretensiones) actuara sin otros rivales imperiales”.[7]

Al evaluar la tesis del inédito crecimiento de la nación norteamericana, el analista internacional Carlos Escudé la define como una “superpotencia cuyo predominio militar no tiene paralelo en la historia mundial”.[8] Después de la ocupación de Irak no caben dudas acerca de ese predomino. “El núcleo estratégico sobre el que se apoya la política exterior norteamericana esta revelado. Como única superpotencia, los Estados Unidos deben y pueden librarse de todo tipo de restricciones y condicionamientos. Esto es, de las Naciones Unidas, de los tratados sobre desarme o de la dependencia de aliados permanentes. En suma, el unilateralismo”.[9]

Las primeras medidas hegemónicas ya se hacen sentir: en noviembre de 2002, una corte de apelaciones especial puso en vigor la ley USA Patriotic Act, redactada por la administración Bush después de los atentados. Esa ley autoriza la realización de escuchas telefónicas y otras formas de espionaje electrónico a los ciudadanos norteamericanos. Al mismo tiempo, el Senado le dio luz verde a la creación de un superdepartamento de Seguridad Interna, un organismo que cuenta con 22 agencias federales, 170 mil funcionarios y un presupuesto de 37 millones de dólares, la reestructuración más importante de la administración norteamericana en sesenta años. Además de eso, el Pentágono tratará de impulsar el diseño de un sistema de vigilancia global de todas las computadoras del mundo.[10]

Preparémonos

La situación es inédita. La situación es bíblica. Superpotencia, imperio, el único Estado capaz de solucionar los problemas del mundo, nación sin rival, son algunos de los títulos que se aplican a los Estados Unidos. Ese país con apariencia de cordero, que defiende las libertades y lanza ataques preventivos, ya ejerce autoridad (Apoc. 13:12). Pronto rugirá como dragón.

Nuestro peligro, a semejanza del de los cristianos de Laodicea, es que en nuestra desnudez, pobreza y ceguera espirituales no nos demos cuenta de la gravedad de la situación. Estamos ciegos en la hora más sublime de la historia. Nos proclamamos seguidores de Cristo, pero la tibieza nos derrite. No somos tan fríos como para olvidarnos de la actividad misionera pero no somos lo suficientemente calientes como para dedicamos a ella con todas las fuerzas de nuestro ser; no somos tan fríos como para beber alcohol y consumir drogas, pero no somos lo suficientemente calientes como para hacer una verdadera reforma personal en lo que concierne a la salud; no somos tan fríos como para ir a los salones de baile, las boites y otros lugares censurables, pero no somos lo suficientemente calientes como para dejar de ver vulgares programas de televisión, llenos de sexo y de violencia.

Elena de White dice: “Vivimos en un importante y solemne momento de la historia terrestre. Nos encontramos entre los peligros de los últimos días. Acontecimientos importantes y tremendos se hallan delante de nosotros. Cuán necesario es que todos los que temen a Dios y aman su Ley se humillen delante de él, se aflijan y lloren, y confiesen los pecados que han separado a Dios de su pueblo”.[11]

Sobre el autor: Periodista. Miembro de la Iglesia Adventista de Rosario, Rep. Argentina.


Referencias

[1] George Bush, conceptos extraídos del texto del “Plan Estratégico para la Seguridad Nacional’, Página 12 (Buenos Aires), 23 de marzo de 2003, pp. 2, 3.

[2] George Bush, “Plan Estratégico para la Seguridad Nacional”, La Nación (Buenos Aires), suplemento Enfoques, 29 de septiembre de 2002, p. 4.

[3] Loreley Gaffoglio, “La ideología de la guerra” La Nación (Buenos Aires), suplemento Enfoques, 6 de abril de 2003, pp. 1, 4.

[4] Ibíd.

[5] Howard Fineman, “La guerra santa del hombre cuya vida fue salvada por la fe”, La Nación (Buenos Aires), suplemento Enfoques, 23 de marzo de 2003, p. 5.

[6] John Ikenberry, citado por Jorge Elias, La Nación (Buenos Aires), suplemento Enfoques, 10 de noviembre de 2002, p. 2.

[7] Natalio R. Botana, “El imperio y sus límites’, La Nación (Buenos Aires), 20 de septiembre de 2002.

[8] Carlos Escudé, “La doctrina de una superpotencia”, La Nación (Buenos Aires), suplemento Enfoques, 29 de septiembre de 2002, p. 4.

[9] Carlos Pérez Llana, “Decisiones para definir el mundo venidero”, La Nación (Buenos Aires), suplemento especial: El conflicto con Irak, 13 de abril de 2002, p. 16.

[10] Jorge Rosales, “Una ley pone a todos los norteamericanos bajo estricta vigilancia’, La Nación (Buenos Aires), 20 de noviembre de 2002, pp. 1, 2.

[11] Elena G. de White, Testimonios selectos (Santo André, SP; Casa Publicadora Brasileira, 1984), t. 1, p. 333.