Responsabilidad ante Dios
Lo esencial no es el diezmo, sino el que lo devuelve; no es el don, sino el dador; no es el dinero, sino el hombre; no las posesiones, sino el poseedor. La profesión no es suficiente: la realidad debe acompañar a la profesión. Cuidémonos de la doctrina de Simón el mago.
En todas las épocas el mayor crimen ha sido la prostitución del dinero. La codicia ha sido uno de los enemigos más fieros que el hombre ha tenido. El sufrimiento que la maldición del oro ocasionó a la raza humana ha sido mayor que cualquier otro. Inspiró las acciones más viles y cobardes en la historia del mundo. Los imperios naufragaron, las naciones se arruinaron, continentes enteros se sumieron en las guerras más sangrientas y devastadoras, las familias e individuos se enzarzaron en las más agrias contiendas y reyertas, no por causa de las penurias o de la incipiente pobreza sino por un abuso equivocado e impío del dinero. La codicia, “el pecado que tememos mencionar”, es uno de los pecados más mortíferos y condenados de los mencionados en la Biblia. Uno de los Diez Mandamientos se refiere exclusivamente a ella; y esto la señala como uno de los más fieros adversarios de la vida humana.
El pecado de la codicia no quedará sin castigo. El desagrado divino cayó sobre Acán porque éste codició y hurtó un lingote de oro y un manto babilónico. Cayó sobre Giezi quien corrió tras Naamán y con palabras mentirosas consiguió dos talentos de plata y dos vestidos nuevos, y la lepra de Naamán vino sobre él. La muerte hirió a Ananías y Safira, quienes reservaron para sí parte del dinero prometido a Dios. Ese es el pecado al cual me refiero. Hay miles que están reteniendo y utilizando el dinero de Dios sistemática y habitualmente. El octavo mandamiento no dice: “No hurtarás -a menos que lo hagas al Señor”. Todos debemos comparecer delante del trono de Cristo para ser juzgados por lo que hemos conseguido y por lo que hemos dado, por lo que hemos acumulado y lo que hemos gastado, por nuestros motivos y nuestros métodos. Todos han de ser traídos bajo la escudriñadora mirada de Aquel cuyos ojos son “como llama de fuego”.
¿Podría intercalar aquí una palabra acerca de la relación entre la espiritualidad y el dinero? Me he dado cuenta de que para muchos el asunto del dinero es un tema delicado. Ese sucio y vil metal al que llamamos dinero, al que pretendemos despreciar en momento de exaltación espiritual, es el que debemos evitar. Nuestra sensibilidad espiritual es tan delicada que tendemos a situarnos muy por encima de un asunto tan sórdido Cuando un predicador habla de dinero probablemente sea criticado por los que claman por el evangelio Pero si el asunto del dinero no está incluido en el evangelio entonces Jesús paso una gran parte de su tiempo predicando y enseñando acerca de algo que está al margen del evangelio, y una gran porción del Nuevo Testamento trata sobre un tema que es ajeno al evangelio El cristianismo practico demanda la discusión del asunto del dinero A menudo es la prueba de fuego de toda nuestra profesión.
Podríamos suponer que el mayor Maestro espiritual de todas las edades podría haberse reducido a discurrir sobre la fe, la esperanza, y el amor Muchos se sorprenden al saber cuánto tuvo que decir Jesús en cuanto al uso apropiado o equivocado de las propiedades y el dinero. Este fue el tema de la mayoría de sus discursos y parábolas. Se nos dice que uno de cada seis versículos en Mateo. Marcos, y Lucas trata sobre el dinero, como también dieciséis de las veintinueve parábolas más importantes tratan del mismo asunto.
Lo que Jesús enseñó y dijo en cuanto al dinero
No importa lo que piensen los hombres, pero es de la mayor importancia conocer lo que Jesús enseñó y dijo acerca del dinero. Examinen rápidamente los aspectos más destacados de sus enseñanzas. Comiencen con el sermón más grande del mundo, en Mateo 6:19-34. Tomen las frases: “No os hagáis tesoros en la tierra”, “ninguno puede servir a dos señores”, “no os afanéis. . . que habéis de comer y que habéis de beber”, “mas buscad primeramente el reino de Dios. . . y todas estas cosas os serán añadidas”. En Mateo 19:16-22 encontramos la entrevista que mantuvo con el joven rico. Note las palabras: “Vende todo lo que tienes”, “dalo a los pobres”, ven y sígueme”.
El problema de aquel joven era que se consideraba dueño y no mayordomo. Si él hubiera tenido la verdadera visión, no habría tenido dificultad en separarse del dinero del Señor. Dios puso a prueba a Abrahán, pero no le permitió completarla. Cristo puso a prueba al joven rico y éste falló. Si hubiera comenzado & llevar a cabo el consejo dado por Jesús, sin duda el Maestro lo hubiera detenido. Él no quería su dinero; lo que quería era salvar su alma. “¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!” (Mar. 10:23).
Cuando Jesús terminó de hablar con el joven rico. Pedro preguntó: “¿Qué, pues, tendremos?” Y Jesús le aseguró que satisfaría cien veces las necesidades materiales además de la vida eterna (Mat. 19:27-29). Luego en Mateo 20 está la parábola del señor de la viña. En Mateo 21 la de los labradores malvados En Mateo 22 los fariseos procuran entrampar a Jesús en el tema de los impuestos y diezmos. Él les respondió: “Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”. Aquí Cristo reconoce el derecho que el estado tiene de gravar con impuestos a los ciudadanos La conexión se presenta en forma clara y lógica pues Él se refiere al diezmo en la misma frase, cuando habla de nuestra relación con Dios.
En Mateo 23 Jesús pronuncia los ayes sobre aquellos diezmadores literalistas, pero que groseramente violaban el espíritu del diezmo. En Mateo 25 está la parábola de los talentos. El Maestro repite el principio vez tras vez: Dios ha colocado estos talentos bajo custodia, y somos responsables de ellos ante El. En Marcos 12 Jesús habla nuevamente de tesoros, y brinda la lección de la viuda y de las dos blancas. ¡Qué pensamiento! Dar dinero una manifestación de nuestra vida religiosa – ¡es contemplado por Cristo! Luego en Lucas 12: 15 está esto: “Guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”. Y también en el capítulo 12 hallamos la parábola del rico insensato y la pregunta sobre la provisión acumulada: “¿De quién será?”
En Lucas 16 se encuentra la parábola del mayordomo infiel. El pensamiento clave es la mayordomía y la propiedad de Dios. No podemos hacer una investigación tal sin quedar profundamente impresionados con el hecho de que respecto a este asunto del dinero no sólo existe un gran peligro, sino que también hay abundancia de consejos y ayuda.
Para que podamos escapar de las trampas del oro necesitamos la poderosa protección de la gracia divina mediante la seguridad que nos brinda una relación de mayordomía con Dios. Esto es especialmente cierto en estos últimos días de creciente codicia. En la Biblia aparecen abundantes referencias a la mayordomía desde el Génesis al Apocalipsis, y se extienden como una verdadera vía láctea a lo largo de sus páginas, completando unas 1.565 referencias. Por lo tanto, no creo que tenga que ofrecer ninguna disculpa por guiar vuestras mentes por un momento hacia esta fase financiera de la mayordomía.
Correctamente entendido y practicado, el diezmo es un acto de adoración tan esencial como la oración y la alabanza. La adoración es entregar el yo a Dios. El dinero, en cierto sentido, es una parte del yo, y representa la fuerza mental y muscular. “¿Qué pagaré a Jehová?” preguntaba el salmista. Alabanza, adoración, culto, corazón, vida y dinero es la respuesta. Tal reconocimiento no es otra cosa que un acto de adoración. Los cristianos de China llaman a los diezmos “dinero fragante”. El incienso, con su columna de humo aromático que se eleva, ha sido siempre un símbolo de la devoción. “Y percibió Jehová olor grato”
Sin embargo, lo esencial no es el diezmo, sino el que lo devuelve; no es el don. sino el dador; no es el dinero, sino el hombre; no las posesiones, sino el poseedor. La profesión no es suficiente: la realidad debe acompañar a la profesión. Debe vigilarse cuidadosamente para ver si es una realidad o una simulación. Y el diezmo es la forma más tangible, personal, práctica, proporcional y poderosa de reconocer la propiedad de Dios y la mayordomía del hombre que se ha diseñado desde la creación del mundo.
En el Pentecostés hubo espiritualidad, no comunismo
Lo que describe Hechos no fue comunismo ni socialismo, como tampoco una nivelación de los que estaban mejor o peor. El comunismo se centraliza en “nosotros”; el corazón de la mayordomía en “otros”. Están tan lejanos entre sí como los polos, y son tan disímiles como el día y la noche. El socialismo es una filosofía fantasmal y falsa de la vida. Aquí está la amargura de esta doctrina: vive en la utopía de las medias verdades. Proclama ideales nobles de igualdad, fraternidad y justicia -pero sin Dios. Pero en la situación real se derrumba delante del hecho implacable de que los hombres son egoístas, suspicaces y codiciosos, y carecen del poder de autorregeneración. Pero la mayordomía reconoce a Dios como el dueño soberano de la propiedad y los medios. Afirma que la posesión bajo la dirección divina es un desafío a una administración fiel. A la vez que no reclamamos derecho de propiedad, no podemos, honestamente, realizar la labor de fideicomisarios transfiriendo la administración al cuerpo de la sociedad. Es el individuo mismo, y ningún otro, el responsable delante de Dios.
La mayordomía era gloriosamente real en los tiempos de la lluvia temprana. Bajo la manifestación de la lluvia tardía la mayordomía está destinada a ocupar nuevamente su lugar designado. Cuando el Espíritu Santo descendió en el Pentecostés, para morar entre los hombres, asumió la responsabilidad y el control de todas sus vidas. No había ninguna cosa que no estuviera bajo su inspiración y dirección. En consecuencia, las posesiones y propiedades de los discípulos, y sus gastos de dinero, estuvieron sujetos a la dirección del Espíritu. Tanto sus ingresos como sus gastos estaban controlados por el Espíritu Santo, y gobernados por este principio. La salvación no sería plena y adecuada si no proveyera una liberación del maligno poder del dinero.
La lección del Pentecostés es la garantía de que cuando el Espíritu Santo descienda en toda su plenitud sobre el corazón, las posesiones terrenales perderán su primacía, y el dinero sólo servirá para probar nuestro amor a Dios y nuestro servicio a nuestro prójimo. Dios y yo seremos socios y colaboradores. Las palabras son abundantes, fáciles y baratas. Pero así como ejercemos fe para descansar el sábado, el día más ocupado del mundo en rebelión, al devolver nuestro diezmo a la tesorería del Señor con el mismo espíritu, estamos manifestando una fe semejante. No podemos servir a Dios y al dinero, pero podemos servir a Dios con nuestro dinero. La queja en cuanto a la tremenda necesidad de más dinero para la causa de Dios hoy, es simplemente una evidencia de la forma limitada en la cual se conoce el poder del Espíritu Santo entre nosotros.
Posesión y no propiedad
Pasemos ahora de lo que es estrictamente monetario a repasar los grandes principios que, forman la piedra fundamental de la mayordomía. Pensemos una vez más en la propiedad de Dios. El mundo pertenece al Señor, porque Él lo formó. Sin su sustentamiento perpetuo éste caería en el caos. Dios tiene, por lo tanto, los derechos de propiedad de todas las cosas de los hombres. Es cierto que el hombre posee; pero poseer no significa ser propietario. El diezmo es un indicador de si reconocemos que somos tan sólo fideicomisarios o pretendemos ser propietarios.
La energía vital en cualquiera de sus formas -física, mental, moral o espiritual- es una concesión de Dios. Sin El no podemos hacer nada. No podemos producir o ganar alguna cosa sin la cooperación continua del Creador. Cada persona que viene al mundo es un deudor de Dios y depende de sus beneficios. Vivimos en el tiempo que es propiedad de Dios, haciendo negocios con el capital de Dios, suministrado con la condición de que Él ha de recibir una décima parte, y como es el acreedor preferencia, su parte viene primero. De aquí que el diezmo es un reconocimiento de la propiedad de Dios de acuerdo con sus condiciones. Esta estipulación perpetua es fundamental, correcta, y será obligatoria tanto tiempo como viva el hombre. Esta es la verdadera filosofía cristiana del dinero y de la propiedad. Si yo llegara a dejar de cumplir las condiciones violaría la confianza depositada en mí y llegaría a cometer desfalco, sería un delincuente, y perdería mi derecho de coparticipación con Dios. ¡Ay de aquel que viola tal confianza!
Un reconocimiento tal del dominio soberano de Dios llega a ser un tremendo impulsor espiritual, y la vida se transforma en la operación de un principio y en un privilegio, porque con plena conciencia tomo a Dios como socio en todos los aspectos de la vida. Es una confesión constante de mis limitaciones y dependencia, y su amante protección está continuamente delante de mí. Así el diezmó llega a ser, como debiera serlo, básicamente un asunto del corazón en el que la mayordomía hace” de la vida una vocación sagrada. Vengo a ser un hombre de Dios y Él es mi Dios, y ésta es la verdadera relación del nuevo pacto.
El hombre es un mayordomo, no un fideicomisario
La expresión fideicomisario en este contexto podría resultarnos fría y formal. En el mejor de los casos sólo sugiere algo. Un fideicomisario administra los bienes de alguien que ha muerto o de un testador ausente. Sus servicios son controlados por requisitos y controles legales. Jesús utilizó la expresión oriental “mayordomo” para indicar no sólo un fideicomisario y un siervo, sino también un amigo. El mayordomo es el intérprete de lo que tiene en la mente su señor que vive y al cual ama. Y uno de los privilegios del mayordomo es compartir aquello que él ha ayudado a producir. Este título abarca toda la actitud del cristiano hacia la propiedad, los ingresos, el salario y la riqueza.
“Mayordomo” es la traducción de la palabra griega oikónomos, de la que viene nuestra expresión “economista”. La mayordomía no es un oficio servil, sino una estrecha relación de confianza. Un mayordomo es responsable de administrar los intereses de su patrón durante la ausencia de él. No es simplemente un siervo. Es nuestro gozoso privilegio el ascender desde el plano de la servidumbre legal al de la amistad. Abrahán, quien entregó sus diezmos, fue llamado “el amigo de Dios”, mientras que un siervo “no sabe lo que hace su señor”.
Me permito una analogía de la vida secular en cuanto a lo adecuado de la pretensión divina sobre el diezmo. Estamos familiarizados con la ética de las obligaciones mutuas y las aceptamos. Es una regla de honor entre todos los hombres el dar un pago de suficiente valor por el uso del dinero o de la propiedad que pertenece a otra persona. El estado tiene sus impuestos, el prestamista exige sus intereses, el propietario cobra sus rentas. Todo esto se paga como reconocimiento de la propiedad de la otra persona, y son recordativos de nuestras obligaciones y de las limitaciones de nuestros derechos y de nuestra autoridad. Todas estas cosas son reconocidas como legítimas.
Pero por encima del gobierno, la sociedad, las corporaciones o los individuos, se encuentra Dios. Y el derecho de propiedad de Dios, que implica la mayordomía del hombre, lleva aparejada una solemne responsabilidad y la obligación de rendir cuentas. Con El tenemos un deber que es positivo, personal, periódico, básico, que reconocemos primero mediante el pago del diezmo. Claro que Dios no necesita de nuestros diezmos. Él podría tomar los diez décimos a su antojo. Pero el hombre necesita la práctica de este principio. Lo que Dios quiere no es nuestro dinero sino nuestros afectos, nuestra confianza, y nuestra fe en El como nuestro socio divino y amante.
El diezmo beneficia al hombre
Dios nunca establece una institución o ley arbitrariamente -ya sea espiritual, moral, mental, o física-, y que no sea para el beneficio del hombre. El diezmo no es una excepción. No es para el beneficio de Dios, sino para el beneficio de nosotros mismos. Si no hubiera sido para el desarrollo de nuestro carácter, Dios no lo hubiera ordenado. Sabemos que “el día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo” (Mar. 2:27). De la misma forma el diezmo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del diezmo. Las leyes de Dios cobran significado en relación a las cosas a las que se aplican. Son el resultado de la relación que se crea.
La mayordomía entró en funciones en el instante en que el Hacedor creó a Adán como un “ser viviente”. Por lo tanto, no estaba arraigada en un estatuto legal expreso. Si no hubiera habido una tercera parte interesada, Adán aún sería responsable ante Dios. Vale la pena repetir que todas las leyes de Dios son para la felicidad temporal y espiritual de sus criaturas y para su bienestar. Cada uno de los mandatos tiene como base una necesidad fundamental para hacer precisamente lo que ordena. Las leyes de Dios no crean deberes sino que los definen. Toda ley moral era necesaria antes de su promulgación. Tal es el fundamento eterno de la mayordomía.
En conclusión digamos algunas pocas palabras en cuanto a la aplicación del principio de mayordomía. Este se aplica a los nueve décimos tanto como al diezmo. La devolución del diezmo no nos da franquicias para usar el resto como se nos antoje. Involucra tenerlo, guardarlo, y gastarlo de acuerdo con la voluntad de Dios. Al suministrar el motivo directriz tanto en su obtención como en el darlo, la mayordomía abarca todo lo relacionado con el uso del dinero. Por ello la mayordomía es mucho más profunda que el diezmo, tal como generalmente se lo entiende, pues abarca toda la vida. Requiere la más completa consagración al rendirle a Dios lo suyo, al hacer en cada uno de los aspectos de la vida lo que Cristo desea que hagamos, al reconocer su derecho de propiedad y señorío en todo momento. Esto es justificación por la fe aplicada y una manifestación de fe.
El principio de la mayordomía incluye mucho más que dinero
El principio de que la consagración personal es anterior a la consagración del bolsillo, la consagración propia antes que la consagración de las propiedades, y está expresada en las palabras de las Escrituras: “A sí mismos se dieron primeramente al Señor” (2 Cor. 8:5). Dar dinero no sustituye el darnos a nosotros mismos. No están en venta asientos reservados en el reino de los cielos. Pedro le dijo a Simón el mago: “Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero”. Cuidémonos de la doctrina de Simón el mago. Una ofrenda liberal de servicio o de dinero no puede cubrir una inadecuada consagración o su ausencia. Por otra parte, si profesamos darnos a nosotros mismos a la vez que retenemos nuestros medios estamos aproximándonos peligrosamente a ser discípulos de Ananías y Safira, quienes retuvieron parte del precio de la venta. Todas las cosas son un legado sagrado para guardar y usar como Dios lo indique. Aquí está el aspecto crucial de la mayordomía. El hombre que fracasa en esto fracasa en todo.
Piensen por un momento en el “conseguir dinero”. El hombre fue creado con capacidad adquisitiva. Dondequiera que se estableció la civilización, el acuñamiento de monedas es uno de los primeros pasos desde la barbarie hacia la civilización. Y cuanto más alto sea el grado de civilización e industrialización mucho más necesario llegará a ser el dinero y más difundida su circulación. Los no civilizados se arreglan con el intercambio directo. Pero en las tierras civilizadas hay una necesidad siempre consciente de dinero. Y la tendencia es hacer del “conseguir dinero” la ocupación universal. Para multitudes llega a ser el objetivo básico de su vida.
Nuestra época busca fundamentalmente conseguir dinero, mucho más que en cualquier otro período anterior. Hay peligros más grandes en cuanto al dinero que en cualquier otro momento de la historia. Seamos vigilantes para que ésta no llegue a ser una pasión que gobierne nuestra vida, pues por el amor al dinero los hombres llegan a ser sórdidos, egoístas, avaros e indiferentes para con Dios. Pero el reconocimiento de la mayordomía eleva la vida a un nivel muy diferente. “La oportunidad sumada a la habilidad constituyen el deber”. Involucra honestidad y justicia en todas nuestras relaciones con nuestro prójimo. No hay una adecuada mayordomía que no incluya la relación del hombre con los demás. Donde esto funciona no se traerán pesos deshonestos a la tesorería del Señor.
Además, el reconocimiento del hecho de que Dios está por encima de todo impedirá la amargura y la contienda entre empleados y empleadores. Dará una decidida seriedad a todas las transacciones comerciales. La vida no se dividirá en sagrada y secular. Todos nuestros negocios serán tan sagrados como una reunión de oración y serán llevados a cabo en el temor del Señor.
Repetimos que vivimos en una época de acumulación de riquezas. Hay en el dinero un extraño poder paralizador. La tendencia es a acumular y a inmovilizar el oro y la plata que son del Señor dedicándolos al engrandecimiento del yo. Otra fuerza llega a ser la dueña del alma. Cuanto más tienen los hombres más quieren, y la extravagancia viene detrás de la riqueza, pues el incremento de las riquezas multiplica nuestros deseos. Existe, por supuesto, una gran diferencia entre lo que deseamos y lo que necesitamos. Las cosas que se consideraban lujos cuando el salario era magro, llegan a parecer necesidades cuando las entradas aumentan.
El dinero es el gran creador de deseos, mayormente artificiales. Sin dinero nos encontramos ante necesidades reales. Con dinero estamos ante necesidades artificiales. Como mayordomos necesitamos ser vigilantes en esta época de gastos alocados. La extravagancia inexcusable, que roba a Dios de su dinero, que alimenta el egoísmo y el orgullo, las bajas pasiones y los apetitos de nuestra naturaleza, constituye uno de los pecados de este tiempo.
La economía es una consecuencia de la mayordomía
La mayordomía nos conduce a la economía que es muy diferente de la mezquindad. “El tiempo es oro”; pero el oro, a diferencia del tiempo puede ser ahorrado, aunque ambos pueden ser gastados, sabia o neciamente. Son desastres semejantes tanto la codiciosa avaricia como el despilfarro irresponsable. Los mayordomos son representantes así como siervos. Vivirán para manifestar el espíritu de su Señor. Sus vidas estarán libres de cualquier demostración ostentosa. Un décimo dedicado al Señor nunca santificará los nueve décimos utilizados en la indulgencia. El dinero es el medio supremo que el mundo usa para gratificar sus deseos, pero nosotros no hemos de ser “del mundo”. Debemos demostrar en nuestro manejo del dinero que somos guiados por un principio que no es de este mundo. Hemos de andar como los que han “crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gál. 5:24).
Uno de los medios más efectivos para mantener y manifestar la crucifixión de la carne es la de nunca utilizar el dinero para gratificar las inclinaciones carnales. Llenemos nuestra vida con los pensamientos más amplios en cuanto al poder espiritual del dinero. Toda nuestra vida será así fortalecida por la forma en que manejamos el dinero. Y así, cuando los principios de la mayordomía señoreen en nuestras vidas, se iluminarán nuestras almas, se fijará el propósito, los placeres sociales se despojarán de sus rasgos perjudiciales, se conducirán los negocios de la vida gobernados por la regla de oro, y la ganancia de las almas se transformará en una pasión. Estas son las abundantes bendiciones de las provisiones de Dios derramadas en una vida de fe y fidelidad.
Verdaderamente es solemne ser un mayordomo. Se requiere de los mayordomos que lleven y rindan cuentas. Todo contador enfrenta la llegada del auditor. Es un asunto muy serio tener y manejar la plata y el oro del Creador de todas las cosas, el Juez de toda la tierra. Si es un crimen que un cajero cometa un desfalco con los fondos que le han sido entregados; si es un crimen que el albacea de un legado se apropie de los fondos que debe manejar como apoderado de bienes ajenos; si es una injusticia que un empleador retenga la paga de su prójimo, ¿qué diremos de quien voluntariamente es culpable de desfalco como mayordomo de Dios? Pero felizmente hay palabras que pueden referirse a nosotros: “Bien, buen siervo y fiel”.
Estos son algunos de los principios de la mayordomía del hombre y del derecho de propiedad de Dios. Esta es sin duda una maravillosa relación y sociedad, y una escuela para nuestros caracteres.
Sobre el autor: El pastor LeRoy E. Froom, fallecido en 1974, fue uno de los más brillantes historiadores y teólogos de nuestra iglesia Este artículo fue publicado originalmente en The Ministry, en junio de 1960.