No se puede conceder mayor honor a un hombre que el de llamarlo al ministerio. Ninguna otra ocupación o vocación, ni siquiera la de emperador, se equipara a la del ganador de almas. ¡Oh, si cada ministro comprendiera la importancia de su elevada vocación! “La obra mayor, el esfuerzo más noble a que puedan dedicarse los hombres, es mostrar el Cordero de Dios a los pecadores.”—”Obreros Evangélicos,” pág. 19.

 Sin hacer violencia al sentido de esta cita, podemos leerla de esta manera: “La obra mayor, el esfuerzo más noble a que puede dedicarse una mujer, es tener el privilegio de ser la esposa de un ministro y ayudarle a mostrar el Cordero de Dios a los pecadores.” En muchos casos se descubre detrás de un gran hombre de Dios, una esposa amable y cristiana que reconoce su alto privilegio.

 ¿Por qué le debe el ministro a su amante esposa una gran parte del éxito que obtiene? El espíritu de profecía nos lo dice: “El matrimonio, unión para toda la vida, es símbolo de la unión de Cristo con su iglesia. El espíritu que Cristo manifiesta hacia su iglesia es el mismo espíritu que debe reinar entre los esposos.”—“Joyas de los Testimonios” tomo 3, págs. 96, 97.

 Cuando un ministro y su esposa conservan en el corazón la misma actitud mutua que Cristo tiene hacia su iglesia, entonces la atmósfera del cielo comienza para ellos aquí mismo. Si el pastor es feliz en su hogar, está en mejores condiciones de predicar con poder las buenas nuevas de la salvación. El ambiente de su hogar le ayuda a elevar a las personas con quienes se relaciona, hacia un nivel más elevado de vida. Si la esposa del pastor logra que mediante su encanto cristiano y su habilidad como dueña de casa se forme una atmósfera celestial en torno a su esposo y sus hijos, es una ganadora de almas a la vista de Dios, en el sentido más amplio de la palabra.

 La esposa del pastor puede sentir a veces que no realiza demasiado en la vida y que no se aprecia su trabajo. Pero no debe olvidar que si cultiva diariamente un espíritu de amabilidad y trata de que el hogar sea para su esposo un pequeño cielo en la tierra, merecerá compartir por partes iguales la recompensa de su marido.

Una pastora dedicada a la oración

Una esposa cristiana consagrada ejerce una influencia positiva sobre las actividades de su esposo. Como hijo de pastor, recuerdo que a menudo, cuando regresaba de la escuela por la tarde, encontraba a mi madre orando en la sala. A veces lo hacía hasta media hora después de mi llegada. Cierta vez le dije: “Mamá, ¿por qué oras tanto tiempo? Tengo que esperarte largo rato antes de darte un beso e irme a jugar.”

 —Hijo—me replicó, —papito tiene que predicar esta noche y he estado orando para que Dios lo bendiga, de manera que pueda hablar con poder, los pecadores se conviertan y la iglesia prospere.

 Recientemente tuve el privilegio de visitar su tumba, y junto a ella mi memoria pulsó las cuerdas de mi corazón; y este fue el cuadro que vino a mi mente: una piadosa mujer de pastor que dedicó su vida a la oración. Sí, el éxito de papá se debió en gran medida a las oraciones incesantes de mamá. ¿No sería bueno que las esposas de cada pastor oraran diaria y fervorosamente por el éxito de las actividades que desarrollan sus esposos con el fin de ganar almas? ¡Qué cambios veríamos en la ganancia de almas! ¡Qué incidencias maravillosas y cuánto gozo experimentarían en el hogar!

 La esposa del pastor puede ejercer una influencia tremenda sobre la congregación que está a cargo de su esposo. Puede haber algunos miembros en la iglesia a quienes él ha ofendido inconscientemente, o tal vez ha tenido que reprender a algunos, razón por la cual no se sienten muy adictos a él. En tales circunstancias la pastora puede ayudar a restablecer las relaciones, manifestando un espíritu amigable y dirigiendo palabras de ánimo en el momento debido. No debiera ser parcial ni alimentar prejuicios contra nadie en la congregación de su marido. Siempre debiera tratar de curar las heridas con su toque cristiano, delicado y femenino.

 La esposa del pastor, si es consagrada, ejerce un beneficioso influjo entre los miembros de la iglesia. Pero nunca debiera causar la impresión de que es ella la que dirige la iglesia o la asociación. Su buen juicio debiera señalarle hasta qué punto debe permanecer en la sombra. El duque de Edimburgo es un brillante ejemplo de esta característica. Aunque la reina Isabel descansa en gran medida en su buen juicio y consejo, él sabe mantenerse discretamente en su lugar.

 La buena esposa del pastor sabe guardar una confidencia cuando alguna hermana de la iglesia le abre su corazón, y descarga en ella sus preocupaciones y problemas, con la esperanza de encontrar no sólo la solución de los mismos, sino también ánimo y consuelo. Nunca tratará de que su esposo la informe de lo que se le ha dicho confidencialmente. Este, como pastor ordenado, ha empeñado su palabra de honor ante Dios de mantener para siempre sellada cualquier cosa que se le diga en calidad de confidencia.

 Una esposa considerada nunca sermoneará a su marido aunque esté convencida de que necesita corrección. El sermonear, el buscar faltas, el hacer críticas, como también las palabras duras, pueden arruinar la preparación y la presentación de un sermón, y malograr la eficacia y el éxito de las visitas pastorales. Algún incidente desgraciado entre los esposos, unas cuantas palabras duras en la mañana, han sido a menudo la causa de muchos días perdidos en lo que a ganancia de almas se refiere, y del fracaso de muchos sermones.

 La buena esposa del pastor, aunque crea a veces que no se la trata correctamente, debe recordar siempre que su esposo es pastor sagrado. Por lo tanto debiera cuidar cada palabra y cada acto, porque influyen notablemente en la disposición y la obra de su esposo, y además sobre la gente a quien tiene que visitar, influencia que puede ser beneficiosa o maligna. Ella, por una parte, puede ayudar a su marido a que llegue a ser un poderoso ministro de la Palabra, o por la otra puede reducirlo, en virtud de su espíritu y su influencia, a la condición de un siervo improductivo en la viña del Señor. Todo obrero que ha tenido cierto éxito en la obra le debe mucho a la ayuda inquebrantable y al sostén espiritual de su esposa, quien ha compartido las responsabilidades y las alegrías del ministerio.

Un incidente personal

Hace unos treinta años, cuando era un joven ministro, la vida era dura, y una cantidad de dificultades me estaban agobiando hasta el extremo. En esas circunstancias se me ofreció un puesto muy bien remunerado en el mundo de los negocios, con oportunidades para progresar mucho. Un día llegué a casa y le dije a mi esposa que iba a dejar el ministerio y la obra para aceptar esa dorada oportunidad. Había hecho mi decisión y estaba por dirigirme a la oficina del presidente de la asociación para entregarle mi renuncia. Mi esposa me tomó de la mano, me llevó al dormitorio, cerró la puerta con llave y me dijo: “No te voy a dejar salir de esta pieza hasta que me prometas que quedarás en la obra del Señor. Yo me casé con un pastor y no con un comerciante.” Discutimos durante dos horas el pro y el contra de la situación, y después de dedicar un tiempo a la oración ambos nos consagramos de nuevo al Señor, y con valor renovado dediqué mi vida al ministerio.

 Ahora, al echar una mirada retrospectiva a través de los años, doy gracias a Dios por la mujer piadosa que vino en mi ayuda en la hora de crisis más honda de mi vida. Qué alegría experimento hoy, al pensar en las decenas de personas que el Señor me ha ayudado a traer a la verdad en diversos países, y que se están regocijando en la bendita esperanza de la pronta venida del Salvador. A menudo he pensado en esta declaración: “Dios ha dado a cada hombre su obra, y nadie puede hacerla fuera de él.” —“Testimonies,” tomo 4, pág. 615.

 Tiemblo al pensar en cuán cerca estuve de abandonar mi deber. Si hubiera dejado el ministerio, ¿no hubiera tenido que dar cuenta en el día del juicio por las almas perdidas que pudieran haberse salvado eternamente?

 Doy gracias a Dios por los miles de maravillosas y abnegadas esposas de pastores que se hallan en las filas de nuestra denominación, que trabajan en la sombra en pro del éxito de los que aman, y que han merecido esta elevada vocación. La recompensa que recibirán en el reino de los cielos las sorprenderá, porque compartirán las estrellas de sus maridos.

Sobre el autor: Secretario asociado de la Asoc. Ministerial de la Asoc. General.