“Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”.
En un sentido, lo más importante para la nación hebrea era Jerusalén; lo más significativo, el templo; lo más singular del templo, el lugar santísimo y lo más sagrado del lugar santísimo, el arca. La manifestación de la presencia divina ocurría allí. La santa shekina indicaba que la presencia de Dios era la razón de la existencia del templo, alrededor del cual giraba todo el sistema de culto y el ministerio sacerdotal.
El ministerio sacerdotal era el eje del culto en el templo. El culto culminaba en el lugar santísimo con la manifestación divina. Pero la manifestación de ese poder era precedida por un ritual de culto ejercido por los sacerdotes.
¿Podía acaso Dios manifestarse en el lugar santísimo a un ministerio sacerdotal que no lo conociera y que estuviese vacío espiritualmente? Un sacerdocio vacío produjo un arca y un templo vacíos. En este contexto, y a manera de ilustración, podemos decir, afligidos, que es posible que existan templos adventistas vacíos con un muerto en el pulpito y millares de muertos en las bancas. De Laodicea se dice que el que ministra tiene nombre que vive, pero está muerto (Apoc. 3:1). ¡Qué tragedia!
Reflexionemos por un momento en la experiencia de Elí, Ofni y Finees. El pueblo de Dios había perdido el arca sagrada y los sacerdotes habían muerto. Elí y sus hijos habían sido eliminados del sagrado ministerio. Se descubrió, ya demasiado tarde, que la presencia de Dios, mediante su Santo Espíritu, no estaba con ellos. Esta tragedia provocó un grito de angustia de toda la nación: “Cuando Elí oyó el estruendo de la gritería, dijo: ¿Qué estruendo de alboroto es este? y aquel hombre vino a prisa y dio las nuevas a Elí… Traspasada es la gloria de Israel” (1 Sam. 4:13, 14, 22). Lo más trágico y doloroso del mensaje fue esta última declaración: “Traspasada es la gloria de Israel”.
¿Cuál fue la causa de esta tragedia? En 1 Samuel 2:29 se revela que los hijos de Elí, sacerdotes, habían usado sus cargos sagrados para enriquecerse (1 Sam. 2:15,16). El versículo 22 indica que estaban envilecidos por la concupiscencia. El 16 dice que eran profanos, sacrílegos, orgullosos y prepotentes. Ejercían su cargo sagrado arbitrariamente y la iniquidad predominaba en ellos (1 Sam. 3:13). La triste situación espiritual de estos dirigentes religiosos arrojaba una densa sombra sobré todo el pueblo (1 Sam. 3:1).
Así, en el versículo 14 se da la alarmante noticia de que estos hombres que desempeñaban cargos sagrados habían llegado al punto sin retorno y habían pecado contra el Espíritu Santo. Sus pecados eran imperdonables, no había sacrificio que pudiera expiar sus iniquidades.
Hablaban mucho de sacrificios, pero no eran abnegados. Estaban muy ocupados realizando el trabajo del santuario, pero no permitían que la gracia divina promoviera y completara la obra en sus corazones. Cargaban el arca, pero el templo de sus almas estaba vacío. “Dios no podía comunicarse con el sumo pontífice ni con sus hijos; sus pecados, como densas nubes, excluían la presencia del Espíritu Santo” (Patriarcas y profetas, pág. 629).
Peligro para Laodicea
Podemos hacer una aplicación de esta experiencia al “ángel” de la iglesia de Laodicea que se menciona en Apocalipsis 3:14: “Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea…”. ¿Quién es este “ángel”? Es un ser simbólico y representa a un mensajero anciano o ministro que tiene la alta responsabilidad de recibir y aceptar las graves amonestaciones contenidas en el versículo 17, así como la medicina prescrita en el 18. Es el ministerio laodicense y, por extensión, el ministerio adventista quien recibe este alarmante mensaje.
¿Cuál es el mensaje? “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Apoc. 3:17). ¿Cómo es posible que un “ángel” esté en esa condición? A fin de encontrar la respuesta analicemos cuatro características de este “ángel”, que revelan su grave situación espiritual y el remedio que prescribe el Testigo Fiel.
- Falta de conversión
En Testimonios para los ministros (mensaje dado el 20 de agosto de 1890), leemos: “No puedo expresaros la carga y aflicción mental que he tenido al haberme sido presentada la verdadera condición de la causa. Hay hombres que trabajan en calidad de maestros de la verdad que necesitan aprender sus primeras lecciones en la escuela de Cristo. El poder convertidor de Dios debe llenar el corazón de los ministros, o ellos deben buscar otra vocación” (págs. 142, 143).
- Falta de espíritu de sacrificio y abnegación
Estas dos cualidades esenciales están, en gran medida, ausentes en la experiencia del ministerio, o sea del “ángel” de la iglesia de Laodicea. Él dice: “Soy rico, me he enriquecido”. El amor a los bienes materiales, a las comodidades, el interés desmedido en la búsqueda de puestos administrativos, la lucha por la primacía, el deseo de recibir reconocimiento humano, están destruyendo los cimientos espirituales del “ángel” de Laodicea.
Nos afligimos cuando vemos que se nota una grave falta de abnegación y espíritu de sacrificio. El Testigo Fiel dice a estos ministros: “Sé, pues, celoso, y arrepiéntete” (Apoc. 3:19).
- Falta de dependencia de Dios
El “ángel” dice: “De ninguna cosa tengo necesidad”. He aquí un ministerio que administra los bienes espirituales de Laodicea pero carece de ellos. ¡Es difícil creerlo! ¿Un “ángel”, un pastor, haciendo profesión de una vocación tan sagrada y viviendo separado de Cristo? Nuestra alma se resiste a creer esta terrible declaración y dice: ¡Imposible!
Aquí se menciona a un mensajero con las manos llenas, pero con el corazón vacío; ofreciendo la salvación, pero sin tener un Salvador personal; esforzándose para poner en ejecución planes bien hechos para terminar la obra, pero que no permite que el Espíritu Santo comience y termine su obra en él.
- Marcada indiferencia hacia los ruegos, las invitaciones, impresiones e intercesiones del Espíritu Santo.
Preguntémonos: ¿Quién es el que amonesta al “ángel” para rescatarlo de su crisis espiritual? Apocalipsis 3:22 contesta: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”.
Notemos lo que el “ángel” le dice al Espíritu Santo: “Estoy rico, no necesito nada”. Es claro que se trata de una situación de relaciones, de comunicación entre el Espíritu que representa a Cristo y el ministro. Si el pastor cambia su posición ante el llamamiento divino, su condición de “miseria, pobreza, ceguedad y desnudez” cambiará totalmente.
Como el huracán, cuyo centro es relativamente tranquilo, así, en el centro del solemne mensaje que el Testigo Fiel dirige al “ángel” y a Laodicea, ofrece el siguiente remedio infalible para “todos los que amo”. “Yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas hecho rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete” (Apoc. 3:18-20). Lo más caro para el corazón de Dios es su iglesia y el ministerio de ella. Por eso le hace una invitación tan ferviente para que sea consciente de su necesidad y acepte el único remedio para sus males espirituales. El ministerio adventista debería dedicarse a buscar, con todo su corazón y toda su alma, la intervención y la ayuda del representante de Cristo, el Consolador, para ponerse en armonía con Dios.
En el libro Llama divina, páginas 12 y 13, leemos: “En cierta medida, somos los artífices de nuestra propia debilidad, dependemos de nosotros mismos, nos alumbramos con la luz mortecina de nuestra propia lumbre, pero si hemos de recibir el poder pentecostal, debemos someternos a él. Entonces, cuando tengamos una consagración completa y sincera, Dios reconocerá ese hecho mediante el derramamiento de su Espíritu sin medida”. El profeta puede predicar a los “huesos” en el valle, pero se necesita el aliento celestial para devolverles la vida.
Algunos están tratando de rendir un servicio aceptable sin tomar en cuenta al único poder que lo hace posible. Nos hallamos tan ocupados que no tenemos tiempo para atender las cuestiones más necesarias y urgentes. Nuestras manos están llenas, pero, demasiado a menudo nuestros corazones se hallan vacíos.
En conclusión, ¿cuál es la mayor necesidad del ministerio adventista? El versículo 20 revela con lujo de detalles dónde reside el problema y cuál es su única solución. La gravedad de la situación tiene que ver con relaciones rotas, con amistades interrumpidas, posturas indiferentes, en cerrar la puerta para no permitir la entrada del Maestro representado por el Espíritu Santo, en tener en poco el toque, los llamados, las súplicas, la insistencia del Espíritu de verdad para entrar a cenar con nosotros y así transformar nuestra vida. El orgullo espiritual que es el mayor problema y la mayor dolencia que tiende a separar al “ángel” de Dios, debe ser reemplazado urgentemente por la humildad de la dependencia permanente del Paracleto Divino.
Sobre el autor: El pastor Rafael Colón Soto es un ministro de larga experiencia, que ha servido a las iglesias de la Unión Antillana durante más de 40 años. Ahora está jubilado y vive en Mayagiiez, Puerto Rico.