Se ha dicho que dos de las expresiones más hermosas de cualquier idioma son “te amo” y “gracias”. Estas dos son prácticamente sinónimas, porque estar verdaderamente agradecido también es amar, y viceversa. El arte del agradecimiento se resume en aprender cómo decir “gracias”. Si se viaja por otros países, cuyo idioma no se conoce, es gratificante experimentar el calor de la cordialidad que brota de una relación establecida, si tan sólo se ha aprendido a decir “gracias” en el idioma de ese país. Esas palabras yacen en el fundamento de una filosofía cristiana positiva, y contribuyen al establecimiento de relaciones sociales más felices. La gratitud involucra una cierta actitud hacia la vida que, más que cualquier otra virtud, conduce hacia la felicidad y el éxito. Dijo el estadista y filósofo romano Cicerón (106-43 AC): “Aunque podría sentirme satisfecho por tener algún matiz de todas las virtudes, no hay cualidad que más quisiera tener, y que los demás consideren que poseo, que la gratitud. Porque no sólo es la mayor de las virtudes, sino que es madre de todas las demás”.

La gratitud considera la vida desde un punto de vista específico. Cierta vez, un profesor universitario fue asaltado por ladrones que le robaron su cartera. En su diario escribió estas palabras: “Permítaseme agradecer, primero porque nunca había sido robado antes; segundo, porque aunque me sacaron la cartera, no me quitaron la vida; tercero, porque aunque me sacaron todo, no era mucho; y cuarto, porque yo fui el robado, y no el que robó”.

No hay lugar para el desaliento

La gratitud no deja lugar para el desaliento. Cierta vez escuché la leyenda de un hombre que encontró el granero donde Satanás guardaba sus semillas, listas para ser sembradas en el corazón humano. Al descubrir que las semillas del desaliento eran más numerosas que las demás, comprendió que se las podía hacer crecer casi en cualquier lugar. Cuando Satanás fue interrogado, admitió de mala gana que había un lugar en el que nunca había logrado tener éxito al sembrar la semilla del desaliento.

-¿Dónde? -preguntó aquel hombre.

-En el corazón de un hombre agradecido -respondió Satanás tristemente.

Cuando almuerzo en el comedor de un colegio cristiano me resulta gratificante ver a profesores, empleados y alumnos inclinarse reverentemente para agradecer antes de tomar sus alimentos. Pero me desanima cuando participo de un almuerzo de trabajo, o de una comida de sociedad, y no se ofrece ninguna oración de gratitud.

En la Sexta Asamblea del Concilio Mundial de Iglesias, realizado en Vancouver, Canadá, en 1983, Dorothee Soelle, escritora y profesora de Teología Sistemática de la Universidad de Hamburgo y del Unión Theological Seminary (Seminario Teológico Unión) presentó una disertación cuyo tema era “La vida en plenitud”. Habló de la vida vacía y del anhelo de realización que tiene el ser humano. En un dramático momento de su alocución leyó la carta de una mujer latinoamericana que había dado a luz a 17 bebés. A causa de la desnutrición, sólo tres habían logrado sobrevivir, y de estos tres sólo uno era normal.

Libera más del poder de Dios

En la Biblia, y especialmente en los Salmos, las palabras agradecer y alabar están íntimamente relacionadas, y son utilizadas como sinónimos. La oración de agradecimiento y alabanza hace que se libere más del poder de Dios que cualquier otro tipo de oración. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento ilustran esto vez tras vez. Uno de estos casos es la historia de Josafat, rey de Judá (2 Crón. 20).

El rey descubrió que su reino estaba rodeado de poderosas tropas enemigas. Dándose cuenta de que tenía pocas posibilidades de detenerlas con sus propias fuerzas, reclamó la ayuda divina: “¡Oh Dios nuestro! ¿no los juzgarás tú? Porque en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos” (2 Crón. 20: 12). Dios respondió al rey y al pueblo: “No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios…  estad quietos, y ved la salvación de Jehová con vosotros” (vers. 15, 17). Luego Josafat habló al pueblo: “Oídme, Judá y moradores de Jerusalén. Creed en Jehová vuestro Dios, y estaréis seguros” (vers. 20).

Más adelante leemos que cuando el rey mantuvo “consejo con el pueblo, puso a algunos que cantasen y alabasen a Jehová, vestidos de ornamentos sagrados, mientras salía la gente armada, y que dijesen: “Glorificad a Jehová, porque su misericordia es para siempre” (vers. 21). El relato informa que cuando la gente liberó el poder de la gratitud y la alabanza, entonces los enemigos fueron destruidos, y “cada cual ayudó a la destrucción de su compañero” (vers. 23).

Todos recordamos la historia de la ciudad de Jericó. cuando el pueblo confió en Dios, y le agradeció y lo alabó con la ayuda de las trompetas, los muros de la ciudad se derrumbaron. Cristo mismo demostró la dinámica de la gratitud y de la alabanza, como en el caso de la alimentación de los cinco mil. “Entonces tomó los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, bendijo, y partió los panes, y dio a sus discípulos para que los pusiesen delante; y repartió los dos peces entre todos. Y comieron todos, y se saciaron” (Mar. 6: 41,42).

A medida que nos sobreponemos a las pruebas de esta vida nos llenamos más y más de agradecimiento. Ira D. Sankey acostumbraba relatar una hermosa historia. Una niña estaba en la cima del monte Washington junto a su padre. Estaban por encima las nubes, mientras una tormenta relampagueaba y retumbaba allá debajo. En el lugar donde ellos estaban reinaba la perfecta calma y el sitio estaba iluminado por el sol, aunque los ojos no encontraban nada más donde posarse que el azul del cielo y una pocas rocas.

-Bien, Lucy -dijo el padre- no hay mucho para ver aquí, ¿no es cierto?

-¡Oh papá, para mí es como contemplar la doxología!

En derredor todo parecía decir:

“A Dios, el Padre celestial;

al Hijo, nuestro Redentor,

al Eterno consolador,

unidos, todos alabad. Amén”.

Hay muchas formas de decir: “Señor, te damos gracias”, pero la más importante es vivirlo y hacer de nuestras vidas un fructífero acto de gratitud. Eso es todo lo que significan te amo y gracias. Finalmente, “dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús’’ (1 Tes. 5: 18).

Sobre el autor: V. Norskov Olsen es doctor en Teología y Filosofía, y expresidente de la Universidad de Loma Linda, Estados Unidos.