Cuanto más se distancie el líder de la función pastoral, mas perderá la habilidad de comprender su verdadero papel.

Déjeme ser honesto. Durante años, en algún lugar de mi corazón, permaneció sepultado un secreto deseo de ser administrador; intentar colocar mis manos en el timón del liderazgo denominacional. Tal vez, eso sucedió por causa del pedestal en que acostumbraba colocar el concepto de liderazgo. También puede ser porque deseaba enfrentar el desafío de liderar e influenciar sobre el rumbo de la iglesia, en mayor extensión de lo que podría hacerlo en la congregación local. No debería haber sido por causa del orgullo del reconocimiento o por la fascinación de la posición. Bien, me gustaría pensar que mis motivos no eran carnales.

El hecho es que llegó la oportunidad de convertirme en dirigente, y ahora estoy celebrando el segundo aniversario. Posiblemente, ‘celebrar” no sea la palabra correcta, creo que “reflexionar” sería la mejor palabra.

Después de dedicar los últimos 10 de mis 25 años de pastorado a cuidar iglesias, fui elegido presidente de Asociación. No necesité escalar ninguna montaña para examinar el valle, pero desde donde me encuentro y desde mi experiencia en los últimos dos años, puedo comparar el papel de presidente con el de pastor. Y encontré algunos despeñaderos imprevistos, que menciono a continuación.

Ya no estudio tan profundamente como lo hacía anteriormente. Durante los años de trabajo pastoral personal, encontraba mi mayor deleite en el estudio profundo de las Escrituras. El poder del conocimiento bíblico transformador y los cambios que sucedían en mi propio pensamiento me maravillaban. No pocas veces tenía que detenerme y postrarme ante el Espíritu, en grato reconocimiento por su dirección.

Todos los sábados, las personas se dirigían al templo con una pregunta anhelante: “¿Hay alguna palabra del Señor?” (Jer. 37:17). Necesitaban de una perspectiva celestial para comprender su pasado y dirigirse al mañana. La instrucción espiritual desde el púlpito, con el fin de influenciar y guiar la mente de las personas, es una de las funciones más vitales de un pastor; no puede ser subestimada. El peso de esa responsabilidad me guiaba cada vez más profundamente a una vida de oración y de estudio. La Biblia se convirtió en un oráculo vivo de Dios, con su poder extraído de horas y horas de investigación y de meditación acerca de las Escrituras y comentarios. Me sentí ante un misterio y una revelación cuando percibí que mi mente se abría constantemente a la maravilla del plan de salvación.

Estoy perdiendo la habilidad de predicar. Como administrador, descubrí que las demandas de reuniones y de viajes usurpan el tiempo y la habilidad necesarios para estudiar profundamente. Me descubrí revolviendo viejos sermones, en busca de algo para alimentar espiritualmente al pueblo. Un anciano pastor, que dedicó toda su vida a pastorear iglesias, dijo cierta vez: “Bebe siempre de una fuente de agua corriente; jamás intentes darle al pueblo agua de una fuente estancada”. Tomé muy seriamente ese consejo en mi pastorado: si no sentía mi corazón arder en mi interior, no predicaba. Pero ahora, me veo de vez en cuando repitiendo el mismo sermón de iglesia en iglesia; tanto que, a veces, mi esposa se queja.

Estoy lejos del corazón del pueblo. No existe vocación más elevada que el ministerio pastoral. El pastor es un cirujano de almas. Su llamado, al igual que el de Moisés, consiste en guiar al pueblo hacia la Canaán celestial. Como emisario del Cielo, tú, pastor, eres llamado a vivir conlas personas y a ministrarlas. Esa vocación es la más desafiante y, al mismo tiempo, la más gratificante de la tierra.

De muchas formas, el ministerio pastoral es más difícil que el trabajo en la administración. Pastorear al rebaño significa vivir con los santos diariamente. Terminas conociendo sus debilidades, sus altibajos; pero los amas de cualquier manera. Esos santos/pecadores forman tu familia más amplia, y forjas relaciones que son profundas y duraderas. En la administración, las personas te tratan de manera diferente. Con el respeto por la función, traban relaciones más superficiales; no intencionalmente, sino paulatinamente. Es por eso que los administradores y los directores de departamentos tienden a socializar entre sí. Sienten la distancia del resto de las personas y perciben la diferencia en el tratamiento.

Encuentro dificultades para construir una base para la evangelización. Como pastor, tenía como prioridades intentar expandir constantemente mi base de evangelización. En ese proceso, intentaba acercarme a pastores de otras denominaciones, asociaciones de servicio comunitario, como el Rotary Club y muchas otras instituciones que me era posible contactar. Mi objetivo era construir una plataforma con el fin de alcanzar a las personas que están fuera de mi círculo, y esas organizaciones se mostraban como vías maravillosas de acceso a tales relaciones. Las demandas administrativas, los viajes por las iglesias y las reuniones no me permiten continuar con eso. Además, esas demandas no me permiten desarrollar una red amplia de relaciones interpersonales.

He observado que en ambientes en los que viven o trabajan un buen número de adventistas, esa base social mengua constantemente. Cuando viví alrededor de instituciones educativas, percibí esa dura realidad. Muchos construyen una base social solo entre sí. Profesores, alumnos y miembros en general tienden a replegarse sobre sí mismos en una red social cerrada y pierden la sintonía evangelizadora.

Percibo cambios en mi esfera cognitiva. Últimamente, he notado cambios sutiles en mi pensamiento. Tal vez, esto se deba a que empleo mucho tiempo a tratar varios asuntos. Años atrás, como director de un Departamento, fui a la oficina del presidente de la Asociación y lo encontré asustado por algunas decenas de números de teléfonos a los que necesitaba devolver llamadas. Mientras miraba esos números, dijo: “Me gustaría saber que, por lo menos, una de esas llamadas será positiva e inspiradora”.

La descripción del trabajo administrativo incluye tener en mente una visión y liderar la iglesia en dirección a grandes metas y elevados ideales. No obstante, la vasta mayoría del trabajo gira alrededor de cuestiones tanto personales como seculares. El tratamiento constante de problemas de esa índole cambia sutilmente tu pensamiento, porque frecuentemente dejas de ejercer el papel de consejero espiritual para sumir el de mentor y gerente.

La organización y su estructura incluyen naturalmente la preocupación acerca de cuán bien estamos administrando. Cuando la Iglesia Adventista del Séptimo Día fue establecida, la media de la edad entre los obreros era de 23 años; y eso incluía a José Bates, cuya edad elevaba el promedio. Pero, esos jóvenes tenían una visión, junto con un escepticismo saludable acerca de la organización, y un claro concepto del plan de Dios para ellos. Más de ciento sesenta años después, vivimos un institucionalismo de éxito, preocupados por lo que estamos haciendo.

Me encuentro evaluando la fuerza espiritual de la comunidad por medio de números. Me he preocupado por bautismos, gráficos acerca de la evolución de los diezmos, informes y fórmulas que indicarían un crecimiento exitoso. Menciono esto con cierta reluctancia, porque no deseo ser mal interpretado; mucho menos colocar dudas sobre nuestras prioridades misioneras. De acuerdo con Elena de White: “La salvación de las almas humanas constituye un interés infinitamente superior a todo otro ramo de trabajo en nuestro mundo” (Testimonios para los ministros, p. 297).

La evangelización es nuestra misión pero noto cuán fácilmente terminamos preocupados por medirla sobreparámetros materiales y numérico.  A veces, cruzamos la tenue línea que marca el límite entre vocación espiritual y éxito corporativo.

El papel del pastor

Durante la ceremonia de mi ordenación, el Pr. Harold M. S. Richard, hijo, en su mensaje, expresó lo siguiente: “No existe más alto llamado que el papel del pastor. No sucumban a la obsesión de convertirse en administradores. Eso ha sido la ruina de muchos buenos pastores”. Estoy comenzando a experimentar la sabiduría de esas palabras. No me entienda mal, alguien necesita administrar la iglesia y sus segmentos. Los tiempos actuales exigen que tenga lo mejor en su liderazgo. Tengo contacto con líderes de varios niveles de la iglesia, y estoy convencido de que Dios la ha dirigido en este sentido. Me agrada ver el foco espiritual y la sincera dedicación de nuestros líderes. Estoy seguro de que la gran mayoría de ellos jamás perdió el sueño por ansiar posiciones “destacadas”. El hecho de que se hayan convertido en administradores significa que Dios los llamó para usar sus dones en esa función. Por otro lado, cuanto más se distancie el líder de la función pastoral más perderá la habilidad de comprender su verdadero papel. Posiblemente haya sabiduría en la idea de una especie de “jubileo”, en que administradores y profesores puedan regresar al trabajo pastoral, a fin de perfeccionar sus habilidades y reorientar el centro de sus prioridades.

Siento claramente el llamado de Dios para la función administrativa, y también comienzo a alegrarme con los desafíos inherentes a esta responsabilidad. Al mismo tiempo, al estar convencido de que no existe mayor vocación en la tierra que la pastoral, puedo garantizarle que trabajar y manipular situaciones y acontecimientos con el fin de ser “promovido” no es la mejor elección.

Sobre el autor: Presidente de la Asociación Alaska, Estados Unidos.