“Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses” (Mat. 5:42).

     La experiencia de la conversión le proporciona al nuevo creyente un cambio de vida que es el resultado de su encuentro con Jesús. Ese cambio implica, entre otras cosas, la renuncia a las tendencias que les impone el pecado a los seres humanos, entre las que está el egoísmo.

     Una de las características distintivas de los cristianos es la generosidad que manifiestan hacia sus semejantes, en el marco del contexto social y cultural en que viven. El ejemplo de su Maestro, Jesucristo, fue el de una vida de entrega a los demás, y sus predicaciones instaban constantemente a sus seguidores a amar al prójimo y a preocuparse por sus necesidades. Después de su ascensión, el mundo conocido en esa época experimentó una revolución como consecuencia de la conducta generosa de los primitivos cristianos, impulsados por el amor y el celo alimentados por el ejemplo del Señor, y también por el ánimo y la motivación que les dieron la predicación y los escritos de los apóstoles.

     Es evidente que todo cristiano manifiesta por lo menos un mínimo de generosidad que lo impulsa a hacer lo mejor posible para aliviar el sufrimiento humano. Como consecuencia del pecado, hay en el mundo pobreza y hambre, ante las que los cristianos deben hacer algo para reducir al máximo sus malos efectos.

     Frente a la cantidad cada vez mayor de gente que necesita ayuda, por causa del desempleo y otros problemas producidos por las dificultades económicas, hay una creciente demanda de préstamos de dinero y otros tipos de ayuda. Muchos préstamos están justificados; otros no. Es posible que algunos acreedores tengan la capacidad de discernir si el que le está pidiendo dinero realmente lo necesita, o si está en condiciones de devolver el préstamo. Otros tal vez no tengan ese discernimiento y se nieguen a acceder.

     Pero, ¿no fue acaso el Señor quien dijo: “Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses” (Mat. 5:42). ¿No deberíamos, entonces, dar lo que se nos solicita sin ninguna objeción? El mundo cambió mucho; estamos en el crepúsculo de nuestra era. El amor de muchos se ha enfriado. Pero miles de cristianos en el mundo, cuyo amor a Dios y al prójimo permanece inalterable, enfrentan conflictos internos para atender y aplicar exhortaciones tales como: “A cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera… quitarte la túnica, déjale también la capa” (Mat. 5:39, 40).

     En un mundo en el que la desconfianza, la injusticia y el engaño se generalizaron, esas recomendaciones cada vez significan menos entre los cristianos. Pero están los que quieren ayudar al prójimo, y que terminan frustrados al encontrarse con gente que todo lo que quiere es aprovecharse de su generosidad. El propósito de este artículo consiste en descubrir una interpretación, tan equilibrada como sea posible, del mandato de Jesús: “Da a quien te pide”.

     A primera vista la orden consiste en dar a todo el que nos pide algo. Pero, ¿hasta qué punto puede alguien ser generoso sin correr el riesgo de que se lo despoje de lo que tiene? ¿Es correcto que los cristianos presten sin objeciones a todo el que les pide algo?

     Necesitamos investigar cuál fue la intención de Jesús cuando dio esa orden. Para eso dividiremos este estudio en dos partes, y las estudiaremos por separado, conservando, eso sí, la armonía del texto.

     La expresión “da al que te pide” es la traducción del término griego aitounti, relacionado con el verbo aitéo, que significa “pedir”.[1] Aquí ese verbo tiene una connotación especial, y se refiere a lo que pide alguien a otra persona que se encuentra en un nivel superior al suyo. Es el caso del pedido de un mendigo, tal como aparece en Hechos 3:2.

     Hay otras palabras griegas que se refieren al acto de pedir;[2] erouío, que se refiere al pedido hecho por alguien que está en el mismo nivel de la otra persona como, por ejemplo, el pedido de un rey a otro rey (Luc. 14:31, 32). Apaitéo se refiere al pedido de devolución de algo que previamente fue sustraído (Luc. 6:30). Finalmente exaitéomai es una variante de aitéo; e implica intensidad en el pedido, lo que se explica gramaticalmente por la presencia de los prefijos ek o ex.

     Vemos, entonces, que en este pasaje el pedido hecho por el semejante no es común, sino que proviene de alguien que ocupa un nivel inferior o está en desventaja.

     “Dale” es una inflexión del verbo dídomi,[3] específicamente el segundo aoristo imperativo, que transmite la idea de que se trata de una orden de dar generosamente al que pide. Es importante destacar que el verbo dídomi sugiere la idea de que el dador entrega lo que se le pide en calidad de obsequio, voluntariamente, no porque se le impone una obligación.[4] Es decir, el cristiano se siente impulsado a dar porque de su corazón nace el deseo de hacerlo.

     Cuando el cristiano encara un pedido hecho por alguien, no debe rechazarlo si el peticionante se encuentra en una posición desfavorable. Es posible que algunos entiendan este texto de manera excesivamente literal, y crean que al Señor le agrada que se le dé dinero a todo el que lo pida, sin tomar en cuenta si realmente lo necesita o no, ni si están ellos mismos en condiciones de dar el préstamo.[5]

     No podemos desconocer el hecho de que aunque Cristo nos invite a ser generosos con nuestros semejantes, también nos pide que seamos responsables con nuestras propias obligaciones. La opinión casi generalizada de los eruditos es que la actitud del que recibe el pedido no debe ser de extrema liberalidad al dar, sin haber hecho un análisis previo para determinar el grado de necesidad del peticionante.

     En estos casos debemos obrar con prudencia,[6] tomando en cuenta nuestras obligaciones familiares.[7] Después de todo, podríamos correr el riesgo de dar al que no lo necesita, y que vive en el ocio, y que puede trabajar para ganar su sustento.[8] Por lo tanto, “al que te pide, dale” no es una orden axiomática. Puede someterse a ciertos criterios y a la reflexión, dependiendo de la situación del momento y de la intención de los implicados.

    “Y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo niegues”. En este texto el verbo “prestar” es danízo, que se refiere precisamente a préstamos de dinero.[9] En este pasaje el verbo está en su voz media;[10] por lo tanto, la idea de prestar dinero tiene un sentido más literal aún. Hay quienes entienden que ese verbo se refiere a préstamos con intereses,[11] pero esa interpretación no es viable, si tomamos en cuenta que la usura era una práctica prohibida por la ley mosaica (Éxo. 22:25).[12] Aparte de eso, el verbo se refiere a toda clase de préstamos financieros.

     La expresión “no se lo rehúses” es la traducción del verbo apóstrefo,[13] que aquí aparece en voz pasiva y reflexiva, dando la idea de rehusar.[14] Por supuesto, se trata de no querer prestar dinero. En consecuencia, la orden de Cristo consiste en que ningún cristiano se niegue a prestarle dinero al que se lo pide. Pero la gran pregunta es: ¿Podrían aplicarse a este mandamiento las recomendaciones de prudencia implícitas en el caso anterior?

     Es bueno que recordemos que la palabra “prestar” no establece diferencias ni del tipo ni de la clase social de la persona que solicita el préstamo, como es el caso de la palabra “pedir” en la primera parte del versículo. En verdad, ese versículo es una unidad total inserta en el Sermón del Monte, en el que el Maestro puso énfasis en el amor y la bondad cristianos. Por lo tanto, las mismas consideraciones de la primera parte se aplican a esta última.

     Ese texto debe interpretarse en el marco del versículo 42 de Mateo 5 y, por lo tanto, se acepta como válida la orden de Cristo, y digna de que se la obedezca, si consideramos las siguientes observaciones:

     Se le debe prestar a personas verdaderamente necesitadas.[15]

     El monto del préstamo no debe exceder nuestras verdaderas posibilidades.[16]

     Pero aunque se necesite discernimiento para dar a cada caso el nivel que le corresponde de prioridad o necesidad, los cristianos no deberían pecar por ser excesivamente escrupulosos en la atención del prójimo.[17] Y eso es así porque no siempre es posible saber con certeza cuál es la verdadera necesidad de la persona.[18] Por esa razón, como lo dijo alguien: “Es preferible ayudar a una docena de mendigos fraudulentos que correr el riesgo de pasar por alto a alguien verdaderamente necesitado”.[19]

     Las particulares características del idioma griego han sido determinantes para la correcta interpretación de ciertos pasajes de las Escrituras, y para evitar errores exegéticos que den lugar a la confusión dentro del cristianismo. A pesar de eso, no ha sido posible evitar el surgimiento de extremismos. El mejor ejemplo de equilibrio lo encontramos en Jesucristo. Él siempre sabía qué decir, cuándo decirlo y cómo decirlo. Sabía lo que se debía hacer, cuándo y cómo, no porque tuviera una capacidad, discreción y prudencia sobrenaturales, sino por su constante comunión con su Padre.

     Que cada cual, en oración sincera y estudio cuidadoso, aprenda lo que dice la Biblia y esté listo para tomar la decisión que tomaría Cristo, si hoy se encontrara con uno de sus hijos necesitado de auxilio.

Sobre el autor: Bachiller en Teología, profesor en el Colegio Adventista Loma Linda, Galápagos, Ecuador.


Referencias

[1] Francisco Lacueva, Nuevo Testamento Interlineal Griego- Español (Barcelona: Editorial Clie, 1984), p. 18.

[2] W. E. Vine, Diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento (Barcelona: Editorial Clie, 1984), t. 3, pp. 149, 150.

[3] A Greek-English Lexicon of the New Testament and the Early Christian Literature [Un diccionario  griego-inglés del Nuevo Testamento y de la literatura cristiana primitiva) (Chicago: Imprenta de la Universidad de Chicago, 1957), p. 191.

[4] Gerhard Kittel, Theological Dictionary of the New Testament [Diccionario teológico del Nuevo Testamento) (Grand Rapids. Compañía editora B. Eerdmans, 1964), p. 166.

[5] Comentario bíblico adventista del séptimo día (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1987), t. 5, p. 730.

[6] Matthew Henry, Matthew Henry’s Commentary on the Whole Bible [Comentario de Matthew Henry de toda la Biblia] (Marshallton: La Fundación Nacional para la Educación Cristiana, sin fecha), t. 3, p. 38.

[7] 7Albert Bames, Notes on the New Testament [Notas acerca del Nuevo Testamento) (Grand Rapids: Librería Baker, 1976), t. 1, p. 60.

[8] Matthew Henry, Ibíd

[9] W. E. Vine, Ibíd., p. 230.

[10] Ibíd.

[11] M R. Vincent, Word Studies in the New Testament (Estudio de las palabras del Nuevo Testamento] (Kirkwood Highway Wilmington, Editores Asociados, 1972), p. 32.

[12] Roben Jamieson, Comentario exegético y explicativo de la Biblia (Colombia: Casa Bautista de Publicaciones, 1995), t. 35

[13] Francisco Lacueva, Ibíd.

[14] W. E. Vine, Ibíd , t 1, p 124.

[15] Robert Jamieson, Ibíd.

[16] Albert Bames, Ibíd

[17] Luis Bonnet y Alfredo Schroedei, Comentario del Nuevo Testamento (Buenos Aires: Casa Bautista de Publicaciones, 1977), pp. 103, 104

[18] William McDonald, Comentario del Nuevo Testamento (Barcelona Editorial Clie, 1995), p 44

[19] Ibíd.